CAPÍTULO 28
Greta se marchó de la comisaría después de que su padre insistiera en que no había nada que ella pudiera hacer más que esperar. Antes de subirse al Mini Cabrio, llamó a su primo para decirle que no se preocupara por ella si no aparecía en la librería hasta la tarde.
No era propio de Greta quedarse sentada esperando novedades, así que decidió hacerle una visita a Anne-lise. No había hablado con ella desde la desaparición de su hija, ya que había tenido un colapso nervioso y su doctor había prohibido cualquier tipo de emoción fuerte. Llamó a Willmer para preguntarle si podía pasar por el hospital. Se asombró cuando le dijo que su esposa ya estaba de regreso en su casa y que quería verla.
Quince minutos más tarde, Willmer la hacía pasar. Ya no estaban en la residencia de los Metzgen. La condujo en silencio hasta la habitación.
Cuando entró y vio la cuna vacía a un lado de la cama, contuvo el aliento. La escena era desoladora. Anne-lise se balanceaba suavemente hacia delante y hacia atrás en la silla mecedora; tenía la cabeza apoyada en una almohada y, en sus manos, sostenía un pato de peluche. Se acercó y se arrodilló a su lado.
—Hola, Anne-lise. ¿Cómo te encuentras? —Se sintió una tonta por preguntarle cómo estaba. Era evidente que la desaparición de su hija la había desmoronado.
Dejó de mecerse de repente y la miró a los ojos.
—Todavía no han encontrado a mi niña, Greta. Hace dos días que me la quitaron y el frío en el pecho se hace cada vez más grande.
—La encontrarán, ya verás. La policía está haciendo hasta lo imposible para traértela de regreso.
El rostro de Anne-lise se llenó de lágrimas y Greta tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar también.
—Quiero que toda esta pesadilla se termine. —El pato de peluche cayó sobre su regazo—. Creía que perder a mi padre y descubrir la terrible verdad que me habían ocultado durante tantos años, me derrumbaría. Sin embargo, no hay dolor más desgarrador que la ausencia de mi niña. Puedo asimilar todo, Greta. Todo menos no volver a ver a mi Daila.
—Tranquilízate, Anne-lise. Pronto la tendrás de nuevo entre tus brazos —le apretó fuerte la mano.
—¿Te imaginas lo que habrá sentido esa mujer cuando me apartaron de su lado y le hicieron creer que había muerto?
Greta negó con la cabeza.
—Yo sí puedo imaginármelo. También puedo llegar a comprender cómo todo ese dolor, que la consumió durante años, se transformó en odio. Tal vez, si yo hubiera estado en su lugar, habría hecho lo mismo.
No esperaba que sintiera empatía por Louise Rybner. Vio como una sonrisa, mezcla de ironía y tristeza, se dibujaba en sus labios.
—El hombre que creía mi padre, engañaba a la mujer que creía mi madre, con otro hombre. A su vez, ella se enredó con mi tío. De repente tengo un hermano adolescente. Mi verdadera madre me ha quitado a mi hija. Creo que ni en la mejor novela de Agatha Christie encontraríamos una historia tan escabrosa. ¡Ah, y todavía no sé quién es mi padre biológico! ¿Patético, verdad?
Greta no dijo nada.
—¿Por qué te has quedado callada de repente?
—No es nada, simplemente no quiero que sigas mortificándote. No te hace bien.
—¿Tú lo sabes, no es así? Tú sabes quién es.
La vida de Anne-lise ya estaba demasiado convulsionada como para encima revelarle la identidad de su verdadero padre.
Su teléfono móvil comenzó a sonar: Greta comprendió en ese momento el significado de la expresión «salvada por la campana».
—Es Mikael. —Se levantó y le dio la espalda. Si eran malas noticias, no quería que Anne-lise pudiera adivinarlo viéndola a la cara.
—Greta, ¿dónde estás?
—Con Anne-lise. ¿Ocurrió algo?
—Es posible que hayamos dado con el paradero de Louise Speldman y Torger Anderberg.
—¿Cómo lo han conseguido?
—Presionando a Patrik Rybner. Fue idea de Karl. Lo fuimos a ver y le contamos que su esposa, esa a la que él defiende a capa y espada, sigue en contacto con el padre de su hija. Se sintió traicionado. Nos sugirió un par de lugares. Uno de los helicópteros que peinan la zona notó movimientos extraños en la granja de la familia Speldman, donde Louise tuvo su hija. Se supone, está abandonada desde la muerte de la abuela Speldman. Nosotros estamos saliendo para allá, pero quería que estuvieras al tanto.
—Gracias por avisarme. Se lo diré a Anne-lise.
—Prudencia, Greta. Nosotros haremos lo imposible por rescatar a la niña sana y salva, pero no sabemos con qué nos encontraremos una vez que lleguemos allí.
—No te preocupes. —Bajó un poco el tono de su voz—. Llámame apenas sepas algo. Cuídate mucho, Mikael, por favor. Te quiero.
Se hizo un pesado silencio al otro lado de la línea.
—Yo también te quiero, Greta —dijo el teniente por fin antes de colgar.
Cuando giró sobre sus talones, se topó con la mirada inquisidora de Anne-lise.
—¿Han encontrado a mi Daila?
—Sí, Anne-lise, la han encontrado.
Con el rostro bañado en llanto, la muchacha se levantó de la mecedora y se arrojó a sus brazos.
Esta vez, Greta fue incapaz de contener las lágrimas.
Solo esperaba que todo saliera bien.
* * *
Todas las unidades se trasladaron a Färnäs. La granja donde Louise Speldman había dado a luz se encontraba en las afueras del pueblo. El mismo helicóptero que había ubicado el paradero de los sospechosos y que había sido enviado por la policía de Falun sobrevolaba la zona solo por precaución. También había un francotirador apostado a unos cuantos metros de la granja, preparado para disparar ante cualquier contratiempo. Debían actuar con cuidado, cualquier movimiento en falso podía poner en riesgo el operativo de rescate. Karl había dispuesto que un grupo de seis patrullas se colocaran en las dos únicas vías de escape para evitar sorpresas. Entre ese grupo, se encontraban los agentes Bengtsson y Thulin.
Por su parte, Karl, Nina y Mikael se habían ubicado en los alrededores de la propiedad, cada uno en un punto estratégico. Los acompañaban un par de hombres preparados para esa clase de misiones, que pertenecían a las fuerzas especiales.
Stevic se cercioró por segunda vez de que su arma estuviera cargada. Esperaba no tener que apretar el gatillo, sobre todo si había una niña de por medio. De todos modos, si lo obligaban a disparar, no le temblaría el pulso. Tenía una visión privilegiada del frente de la casa. Había abierto la puerta del Volvo y, desde allí, vigilaba cualquier movimiento extraño. Los dos agentes especiales, le cubrían la espalda. La sargento Wallström y el inspector Lindberg se habían ubicado detrás de la propiedad. Llevaban allí poco más de dos horas. Había demasiado silencio para su gusto. Se acomodó el micrófono inalámbrico más cerca de la boca.
—Karl, ¿me escuchas?
—Sí, te escucho y te veo.
—Está todo demasiado quieto. No podemos seguir esperando sin saber qué sucede. Ni siquiera estamos seguros de que sean ellos los que se encuentran en el interior de la casa. Podría tratarse de algún okupa o de alguien que está de paso por el pueblo y no tiene dinero para hospedarse en un hotel.
—Stevic, no cometas ninguna tontería. La vida de una pequeña depende de nosotros. Sigamos esperando a ver qué pasa.
—Está bien.
Se le habían entumecido las piernas de estar en cuclillas, así que se arrodilló sobre la hierba. Cuando volvió a levantar la vista, notó que la cortina de una de las ventanas de la planta alta se movía.
* * *
Lo primero que hizo Greta al llegar a su apartamento fue prepararse un té de tilo. Lasse no la necesitaba en la librería, y a ella la estaban carcomiendo los nervios. Mientras el agua se calentaba, se dejó caer en la silla y cerró los ojos. Fue inútil tratar de relajarse. Su mente estaba muy lejos de allí.
No solo temía por la suerte que podía correr la pequeña Daila. Le preocupaba también que algo saliera mal y que alguno de sus seres queridos resultara herido.
El silbido de la tetera la trajo de golpe a la realidad. Con una taza de té en una mano y el móvil en la otra, abandonó la cocina en dirección a la sala. Escuchó el parloteo de Miss Marple que provenía del pasillo. No tenía ánimos para lidiar con ella. Encendió la televisión, pero la apagó cuando se cansó de hacer zapping. El teléfono no sonaba, y su angustia aumentaba. Terminó de beberse el té. Se acostó en el sillón. Lo último que escuchó antes de quedarse dormida fue a Miss Marple cantando el estribillo de Torn.
Murmuró algo incomprensible entre sueños, cuando otro sonido la despertó. Saltó del sillón. Se arrojó encima del teléfono. No era Mikael, tampoco el número de alguno de sus contactos.
—Diga.
—Greta…
Reconoció la voz de inmediato.
—¿Me oyes, Greta?
—¿Louise, dónde tienes a la pequeña Daila? ¿Ella se encuentra bien?
—Mi pequeño ángel está perfectamente. Conmigo no le falta nada.
—Tienes que traerla de regreso. La niña necesita a su madre.
—¡No necesita a nadie! —gritó—. Yo tengo mucho amor para darle.
—Ella necesita el amor de su madre, Louise —insistió.
—¡Cállate! Mi ángel ha vuelto a mí y nadie va a volver a quitármelo.
Greta pensaba bien cada palabra antes de pronunciarla en voz alta. Louise no estaba bien de la cabeza, no cuando creía que la niña que tenía consigo era la misma que le habían arrebatado veinticinco años atrás.
—Louise… —Trató de sonar calmada—. Sé lo mucho que sufriste cuando te hicieron creer que tu hija había muerto, pero piensa en Anne-lise: ella no tiene la culpa de lo que te ocurrió.
—Anne-lise, mi niña.
—Sí, Louise, ella es tu niña, la que fue arrancada de tus brazos al nacer.
No dijo nada durante unos cuantos segundos. Podía sentir la pesada respiración al otro lado de la línea.
—Louise, ¿sigues ahí? —preguntó cuando el silencio se hizo demasiado abrumador.
—Tráeme a mi niña, Greta. Quiero verla.
—Louise, ¿por qué tú y la pequeña Daila no vienen a la librería? Puedo decirle a Anne-lise que venga también.
—¡No! —respondió tajante—. No voy a dejar que me engañen de nuevo. Quiero a mi ángel de regreso. Si Anne-lise no viene, ya nunca volverá a ver a su hija.
—Está bien, Louise. Te devolveré a tu ángel.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
* * *
Mikael continuaba con la mirada clavada en la ventana. No corría una gota de aire; por lo tanto, no había sido el viento.
—Karl, Nina, hay movimientos en el segundo piso —dijo a través del micrófono.
—Sigue vigilando. Debemos conocer bien su posición antes de actuar.
—Entendido.
En ese momento, su teléfono móvil comenzó a vibrar. Intentó ignorarlo, pero no dejaba de sonar. Lanzó un improperio y se inclinó hacia delante para sacarlo del bolsillo del pantalón.
Se sorprendió cuando vio el número en la pantalla.
—¿Greta, qué sucede?
—Mikael, Louise acaba de llamarme al móvil. Quiere ver a Anne-lise.
—¡Mierda!
—Está como loca y dispuesta a hacer cualquier cosa. Cree que Daila es la hija que le robaron hace veinticinco años —dijo atropelladamente.
—Cálmate. Cuéntame que más te dijo.
Greta respiró hondo antes de continuar.
—Si Anne-lise se rehúsa a encontrarse con ella, asegura que nunca más volverá a ver a la pequeña Daila.
—No podemos ceder a su chantaje y que Anne-lise se convierta también en su rehén. ¿Mencionó a Anderberg?
—No.
—Sabemos que está con ella. Es demasiado arriesgado.
—Mikael, quizás Anne-lise sea la única que puede lograr que Louise desista de toda esta locura. Yo puedo ir con ella y actuar de nexo entre ambas. Después de todo, es a mí a quien llamó.
—¡No! No consiento que te expongas de esa manera. No sabemos qué es lo que pretenden realmente. Además, si se sienten acorralados tendrían a su disposición tres escudos para intentar huir.
—Deja que lo intente, Mikael.
—De ninguna manera, Greta. No vas a entrar a esa casa bajo ninguna circunstancia. ¿Me oyes?
Greta no pudo escucharlo porque ya había colgado.