CAPÍTULO 27

Greta esperaba en vano que el teléfono sonara. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde la desaparición de la pequeña Daila, y no había ninguna pista todavía. Parecía que tanto a la niña como a Louise Rybner se las había tragado la tierra. Era imposible que hubiesen abandonado el pueblo con el intenso operativo de búsqueda que se había armado para dar con su paradero. Greta estaba segura de que seguían en Mora, ¿pero dónde?

La policía ya no la buscaba solamente por secuestro de la pequeña Ivarsson, sino también por el homicidio de Malte Metzgen. Las pruebas realizadas al utilitario que había sido rentado por la vendedora de antigüedades arrojaron los resultados esperados: los peritos habían encontrado daños en la parte delantera compatibles con una colisión. Además, entre las docenas de huellas halladas en el Škoda Yeti, habían conseguido individualizar las de la mujer.

Patrik Rybner, que había intentado por todos los medios de proteger a Louise al confesarse culpable, había sido liberado el día anterior. Según lo que le había dicho Mikael, planeaban mantenerlo vigilado con la esperanza de que los llevara hasta su esposa. Sin embargo, las horas pasaban y el hombre no se había movido de su casa todavía.

Miró el teléfono por enésima vez. No podía quedarse con los brazos cruzados, necesitaba hacer algo mientras esperaba novedades. Pensó en bajar a la librería y trabajar un rato en el depósito antes de que llegara Lasse, pero Miss Marple estaba demasiado inquieta y no se despegaba de su lado. Le preparó un mix con sus frutas favoritas, trató de darle de a pequeños trozos en el pico; sin embargo, la lora se los quitaba de la mano y los arrojaba al suelo. Desistió de mimarla, estaba visto que, cuando algo le preocupaba, se volvía más insoportable que ella. Guardó la fruta en el refrigerador para ofrecérsela más tarde. Cuando pasó por la sala, vio el cuadro de su madre encima de la mesa que estaba junto a la puerta.

Todavía no había decidido dónde colgarlo, si en el apartamento o en Némesis. De todas formas, primero debía ponerle un marco nuevo. Resolvió que era hora de deshacerse del viejo. Tomó el cuadro y lo llevó a la mesa de la cocina para trabajar más cómoda. Miss Marple la siguió y se subió a una de las sillas. Empezó a picotear el mantel para llamar su atención; sin embargo, Greta no le hizo caso.

Dio vuelta el cuadro y, con cuidado, fue quitando los clavos que sujetaban la tela al bastidor. Afortunadamente, la humedad no había alcanzado a la pintura. Retiró la tela. Cuando la observó con atención, descubrió la firma del artista.

El grueso marco que contenía la obra la había mantenido oculto durante todos esos años. Eran apenas dos letras garabateadas en el margen inferior derecho.

Ya la había visto antes.

Enrolló la pintura y buscó una bandita elástica en uno de los cajones de la encimera para sujetarla.

Salió a toda prisa del apartamento sin siquiera despedirse de Miss Marple.

* * *

Acarició con delicadeza la mano pequeñita para no despertarla y besó cada uno de sus dedos. Aspiró hondo para llenarse los pulmones con su olor. Veinticinco años atrás, ni siquiera había podido tocar a su hija: se la habían arrebatado con artimañas, con una muerte fingida. Solo pudo abrazarse a un cajón cerrado de madera blanca. Tan cruel había sido el engaño. Incluso su abuela la había disuadido de que lo mejor era que no conociera a su niña. La había odiado por eso y, cuando decidió irse del pueblo, no dejó que sus lágrimas la conmovieran. Ahora sabía que su abuela también había sido víctima del engaño de los Metzgen. Hizo las paces en silencio con la mujer que la había criado.

Observó la habitación. La habían preparado especialmente para la pequeña. Desde la cuna de madera de haya hasta la alfombra en forma de mariposa: todo había sido escogido con amor.

Esa vez, nadie iba a separarla de su niña. No podía permitir que volvieran a arrebatársela.

Colocó una mano detrás de su cabeza y la levantó con cuidado. La arrebujó contra su pecho. Empezó a cantarle la misma canción de cuna que le cantaba su madre:

Voy a contar las estrellas,

Ahora que hay paz,

Pero es tan difícil contarlas a todas.

Debo usar mis dedos

para contarlas,

pero la pequeña mano de mi ángel

tiene solo cinco…

No escuchó que alguien se acercaba. Cuando la mano se posó en su hombro, se dio vuelta.

—¿Eres feliz, mi amor?

Ella asintió.

Nunca había sido tan feliz en toda su vida.

* * *

Greta se bajó de prisa del Mini Cabrio con la pintura en la mano. Entró como una tromba a la comisaría. Ingrid quiso explicarle, luego de un escueto saludo, que el inspector había ordenado que nadie los molestara, la pelirroja la dejó con la palabra en la boca.

Se metió en el centro de comandos sin anunciarse y con un portazo. Todos giraron para verla.

—Greta, ¿qué haces aquí? —quiso saber Karl sorprendido por la violenta irrupción.

Ella no respondió, lo que hizo, en cambio, fue desenrollar la tela y ponerla en la pizarra junto a las demás fotografías que ilustraban el caso.

—¿Qué haces con la pintura de Sue Ellen?

Ella lo miró, mientras los demás guardaban silencio y trataban de adivinar qué pasaba por la mente de Greta en ese momento. Nadie dudaba de su capacidad intuitiva, pero no entendían qué relación podía tener un cuadro que había pertenecido a su madre con el caso que estaban investigando.

—Papá, ¿recuerdas cómo llegó la pintura a manos de mamá?

—¿A qué viene todo esto, hija?

—Ya lo vas a entender. —Miró al resto, deteniéndose un segundo en Mikael—. Dime, ¿lo recuerdas?

Karl se rascó la cabeza.

—Fue hace mucho tiempo. Creo que la compró en una feria en Färnäs. El artista había insistido mucho en vendérsela y, finalmente, consiguió convencerla —dijo. Recordaba ese día por primera vez en mucho tiempo.

—¿Recuerdas su nombre?

—Mi memoria no llega a tanto, hija, pero ¿por qué tanto interés en una pintura que tiene más de veinte años?

—Por esto. —Colocó su dedo en la parte inferior derecha—. Es la firma del artista. T. A.: Torger Anders. He visto muchas obras en su página web con el mismo garabato.

—¿Anders vivía en Färnäs? —preguntó Mikael asombrado por lo que acababa de descubrir Greta.

La pelirroja no lo escuchó. Le estaba prestando atención a los dibujos que la policía había incautado en el sótano de los Rybner. El rostro de una misma niña, con rasgos angelicales se repetía cinco veces en el mismo boceto. Greta recordó las pinturas de Anders. Hubo una en particular que ahora cobraba un significado completamente diferente.

—Mikael, entra a la página web de Anders y busca la pintura inspirada en la obra de Reynolds que vimos el otro día. —No se preocupó en ocultar el hecho de que había estado con el teniente. Karl ya sabía lo del romance, pero, como todavía no había tenido oportunidad de hablar con él, se ahorró la vergüenza de tener que mirarlo a los ojos.

Mikael fue hasta su ordenador e hizo lo que Greta le pidió. Amplió la imagen y giró la laptop para que todos la vieran.

El impacto sacudió a todos por igual: el dibujo de Louise Speldman era increíblemente similar al que Anders había subido a su página web.

—Si observan bien, podrán ver que la firma aparece en el lado izquierdo, el mismo lugar donde Louise firmaba sus dibujos. Todas las demás firmas están a la derecha, lo que significa que ese cuadro en particular no lo pintó Anders, sino Louise —afirmó Greta, convencida de que estaba yendo por el camino correcto.

—Speldman y Anders… —manifestó Nina mirando alternativamente las dos obras pictóricas—. Una alianza impensada hasta el momento.

Greta asintió.

—Tal vez me esté precipitando, pero, si ambos vivían en Färnäs en la misma época, ¿no es posible que Anders sea el padre de Anne-lise? —Como nadie acotó nada, agregó—: Sí, sé que sería un giro bastante perverso que Anne-lise resultara ser la hija del amante de su padre, pero es un dato que todavía ignoramos.

—Mi hija tiene razón. Tal vez la relación entre Anders y Louise Speldman se remonta al pasado. Él puede ser la pieza clave en todo este asunto. Investiguémoslo y veamos qué encontramos.

Al revés de lo que había imaginado Greta, Karl le permitió quedarse, siempre y cuando no interviniera o entorpeciera la labor de los policías. Desde un rincón, mientras los veía trabajar, pensó por primera vez en lo apasionante que era el trabajo policial.

Mikael se había comunicado con Gotemburgo. Nina, desde la otra línea, hablaba con alguien en Färnäs. Peter y Miriam trabajaban concentrados en sus pantallas. Su padre, en cambio, se encargaba de supervisar la búsqueda de Louise y de la pequeña Daila. En un mapa de la región, desplegado a un lado de la pizarra, iba marcando con puntos rojos los sitios donde ya habían buscado y, con verde, los que todavía faltaban inspeccionar. Las posibilidades se iban agotando a medida que trascurrían las horas.

De vez en cuando, Greta salía al pasillo, conversaba un rato con Ingrid y regresaba. En una de esas salidas, Mikael la siguió con el pretexto de que debía buscar algo en su oficina. La vio junto a la máquina expendedora y avanzó hacia ella. Desde que había irrumpido en el centro de comandos con su asombroso hallazgo, se moría de ganas de besarla. No había nadie en el pasillo, pero sospechaba que Ingrid seguía cada uno de sus movimientos desde el mostrador de recepción.

Greta se metió una barrita de chocolate a la boca y se dio vuelta cuando notó la presencia del teniente.

—El azúcar me ayuda a calmar los nervios.

Él se acercó y, con la yema del dedo pulgar, le limpió la comisura del labio inferior.

—Sé que no es el momento ni el lugar, Greta, pero me muero por besarte —le dijo bajando la voz.

Ella le sonrió provocativa mientras se devoraba otro trozo de chocolate.

—No te atreverías a hacerlo, mucho menos aquí —lo desafió.

—El inspector ya sabe lo nuestro, creo que no se escandalizaría si nos atrapara in fraganti.

—No estaría tan segura, Mikael. Por más que mi padre haya aceptado que tú y yo estemos juntos, dudo de que le cause gracia ver cómo toquetean a su hija. Creo que ya te conté lo celoso que ha sido siempre con todos los chicos con los que he salido —le dijo tratando de sonar lo más seria posible.

Mikael apoyó la mano en la pared, lo que la obligó a retroceder.

—No me importaría arriesgarme a recibir un sermón de mi suegro si a cambio puedo saborear esa boca manchada de chocolate.

Greta se estremeció. Le encantaban sus constantes juegos de seducción.

—Stevic. —La voz enérgica del inspector Lindberg retumbó en el pasillo de la comisaría.

Mikael giró rápidamente. Greta se adelantó hasta quedar al lado de él.

—Han llamado desde Färnäs, Stevic. Tenemos información sobre el sospechoso. ¿Planeas regresar pronto a la sala de comandos o prefieres pasar el rato con mi hija?

—Papá…

—Ahora no, Greta. Nuestra prioridad es hallar a esa niña sana y salva, ya habrá tiempo para que nos sentemos a conversar. —Le lanzó una mirada fugaz al teniente y regresó con los demás.

Mikael y Greta lo alcanzaron unos segundos después.

—Nina, lee el informe de Anders que nos envió la policía.

La sargento notó el cambio de humor y se preguntó qué habría visto en el pasillo que lo había puesto así.

—Su verdadero nombre es Torger Anderberg, al parecer se cambió el apellido cuando empezó a hacerse conocido a través de sus pinturas. Vivió en Färnäs hasta 1988 y luego se mudó a Gotemburgo.

—Louise se fue del pueblo un año antes —acotó Greta.

Nina asintió.

—Según los registros escolares, ambos asistieron a la misma escuela.

—¿Qué fue de Anders después? —quiso saber Stevic.

—Anderberg —lo corrigió el inspector.

—Trabajó durante un tiempo dando clases en una academia de arte hasta que en 1997 empezó a exponer sus obras en distintas galerías de la región.

—Mi madre me dijo que es un sujeto bastante excéntrico, que solía desaparecer de la escena artística durante largos períodos. Nadie conocía mucho de él o de su vida privada.

—¿Se sabe si ha estado involucrado sentimentalmente con alguien antes de su romance con Malte Metzgen? —intervino de nuevo Greta.

—Ahora viene lo más extraño de todo. Hace poco más de ocho meses estuvo a punto de casarse con una muchacha mucho más joven que él, pero una semana antes de la boda, ella la canceló.

—Se habrá dado cuenta de sus inclinaciones sexuales —adujo el inspector.

—No, Karl. Ella lo denunció por malos tratos, y el juez interpuso una orden de alejamiento en contra de Anderberg.

—¿Estuvo a punto de casarse con una mujer y de repente, dos meses después, se involucra con un hombre? Extraño, parece que no tiene sentido.

—Tal vez sí lo tenga, papá. —Greta ya empezaba a tejer una nueva hipótesis en su cabeza—. ¿Y si su relación con Malte Metzgen fue sola una puesta en escena? Si no me equivoco, el doctor lo conoció hace unos seis meses. ¿No fue en esa época cuando Patrik Rybner dijo que su esposa decidió venirse a vivir a Mora, después de ver la fotografía de Anne-lise en el periódico?

—¿Crees que el plan de asesinato haya incluido engañar a la víctima?

—Anderberg pudo involucrarse con él en un deseo enfermizo de acerarse a su hija —alegó la sargento, reforzando la idea de Greta—. Tanto Telma Apelgren como Sten Metzgen dijeron que él insistía en hacer público su romance con el doctor y conocer a su familia.

Aunque parecía algo descabellado y truculento, mientras más indicios se sumaban a la causa, más se convencían de que Louise Speldman y Torger Anderberg se habían complotado para asesinar a Malte Metzgen.

Cuando procesaron las cintas de las cámaras de seguridad del Lasarett, ya nadie dudaba de la complicidad entre ambos.

En una de las imágenes, se veía a Louise Speldman saliendo por la puerta trasera del hospital en dirección al estacionamiento. Allí, había alguien esperándola en una Range Rover Evoque oscura.

—Lleva un uniforme de enfermera —señaló Miriam—. Así fue como consiguió sacar a la niña sin que nadie se diera cuenta.

Karl miró a Cerebrito.

—Ingresa el número de la matrícula en la base de datos del Departamento de Tránsito, apuesto hasta lo que no tengo a que saltará el nombre de Anderberg.

Y el inspector no se equivocó.