CAPÍTULO 26
La policía se presentó en el hospital después de que Greta llamara a Karl y le comunicara de la desaparición de la pequeña Daila. De inmediato, se organizó un operativo de búsqueda en el pueblo. Se pidió la colaboración a las autoridades civiles para cerrar el aeropuerto y la estación en caso de que el secuestrador decidiera huir con la niña. También se enviaron varias patrullas locales y vecinas a los puntos de acceso para impedir que cualquier vehículo sospechoso abandonara Mora.
Aunque nadie la había visto en el hospital los momentos previos al secuestro, la principal sospechosa de haberse llevado a la hija de Willmer Ivarsson y Anne-lise Metzgen era Louise Speldman. Mientras en la comisaría recaudaban información sobre la mujer con la esperanza de obtener un dato que los llevara a su escondite; Karl y Nina, acompañados por un par de agentes y provistos con una orden de allanamiento, se presentaron en la casa de los Rybner.
Patrik Rybner los estaba esperando. La noticia del secuestro se propagó rápidamente por cada rincón de Mora.
Revolvieron la propiedad de arriba abajo, pero no había rastros de la mujer. Su ropa había desaparecido. En un armario del sótano, uno de los agentes, encontró una caja que contenía varios dibujos. Cuando le preguntaron a su esposo, les dijo que eran de Louise. En el fondo, había un recorte de periódico todo arrugado. Era una nota de la página de sociales del Falu Kuriren de seis meses atrás. Al pie de la foto se podía leer: «El reconocido ginecólogo de Mora, Malte Metzgen, festejando en compañía de su esposa, Felicia, su hija Anne-lise y su yerno, Willmer Ivarsson, la llegada de su primer nieto, anoche en el restaurante Claras».
Karl ordenó que llevaran todo a la comisaría. Patrick Rybner también fue trasladado allí para ser interrogado. En un comienzo, el hombre se mostró reticente a hablar. Sin embargo, cuando cayó en la cuenta del gran despliegue policial que se había armado para encontrar a la niña, decidió hablar sin siquiera esperar a que su abogado estuviera presente.
Fue Mikael el encargado de hacerle las preguntas.
—Son las catorce horas y veinticinco minutos del 31 de julio. El teniente Stevic interrogando a Patrik Rybner en relación al secuestro de Daila Ivarsson y el homicidio de Malte Metzgen. ¿Está seguro de que no desea ser representado por un letrado?
Negó con la cabeza. Parecía resignado.
—Necesito que diga eso en voz alta, señor Rybner —dijo el teniente y señaló el grabador. No lo estaban filmando, por lo que necesitaban que se escuchara todo lo que dijera.
—No deseo ser representado por un letrado —aclaró.
—Bien. Empecemos, entonces. Señor Rybner, ¿sabía usted que su esposa dio a luz a una niña hace veinticinco años? —Tenía que comenzar por el principio para ir atando los cabos que aún continuaban sueltos.
—Sí. Louise me lo contó antes de casarnos.
—¿Cómo la conoció?
—Cinco años después de ese triste suceso, en Vansbro. Ella trabajaba por las tardes como camarera en un restaurante al que solía ir después de salir de la fábrica. Enseguida congeniamos. Se esforzaba mucho por salir adelante, estudiaba por las noches y soñaba con ser maestra. Nos enamoramos y, unos meses más tarde, nos casamos. Empezó a dar clases. Tres años después, nació Klint. Sin embargo, Louise nunca pudo olvidar a esa niña que siempre creyó muerta.
—Continúe —le pidió Mikael cuando el otro interrumpió su relato.
—Todo empezó cuando vio esa fotografía en el periódico. Se obsesionó con la idea de que esa muchacha, Anne-lise, era su hija. Inmediatamente después, empezó con los dibujos. Pasaba horas en el sótano, perdida entre hojas y crayones. Siempre dibujaba lo mismo: niñas con rostros angelicales. No; no supe qué hacer para ayudarla. Ni siquiera la presencia de nuestro hijo lograba devolverle la calma. Entonces un día, de repente, guardó la foto y los dibujos en una caja y ya nunca más los vi. Pensé que todo había pasado por fin, pero me equivoqué. Renunció a su trabajo y tomó la decisión de venir a vivir al pueblo. La fábrica donde yo trabajaba, por otro lado, estaba en crisis, por lo que me acogí a un plan de retiro voluntario, usé el dinero para mudarnos hasta aquí. La seguí como haría cualquier esposo.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace unos cinco meses. Con el dinero de la indemnización pusimos la tienda de antigüedades. —Comenzó a mover la cabeza de un lado hacia el otro—. Todo fue de mal en peor: volvió a dibujar y lo único que quería era acercarse a Anne-lise. Sin embargo, ambos sabíamos que los Metzgen no se lo iban a permitir. Entonces, decidí hacer justicia y que pagaran por lo que le habían hecho a Louise en el pasado. —Colocó los brazos encima de la mesa y entrecruzó los dedos. Miró el cristal que estaba a espaldas del teniente. Imaginó que había más policías al otro lado.
—¿Qué hizo entonces, Patrik?
—Empecé a vigilar a los Metzgen, a la espera del momento oportuno de atacar. Sabía que el doctor viajaba a Gotemburgo todos los meses. Lo había visto salir el martes por la mañana en el auto de su yerno, pero no podía arriesgarme a que alguien me viera a plena luz del día, así que decidí hacerlo cuando regresara. Lo esperé cerca de la fábrica de cristales. Cuando pasó, me acerqué por detrás y lo embestí a la altura de la quebrada.
—¿Qué vehículo utilizó?
—Un Škoda Yeti.
—Sabemos que conduce un Seat Ibiza, ¿de dónde sacó el utilitario?
—Lo renté en Orsa en un local de autos usados. Elegí precisamente ese modelo porque es el mismo que conduce Sten Metzgen. Quería que lo inculparan por la muerte de su hermano. He oído los rumores que corren sobre él en el pueblo y me aproveché de ello para urdir mi plan. —Frunció el entrecejo—. Quiero que le quede bien en claro que Louise no tiene que nada que ver con el asesinato de Malte Metzgen, ni siquiera sospechaba lo que yo estaba tramando. Ese día, estuvo en casa, primero en la tienda, luego bajó al sótano a dibujar y continuaba allí cuando regresé.
—Eso lo veremos, señor Rybner. De lo que no puede exculpar a su esposa es de secuestro. Esta mañana se han llevado a la hija recién nacida de Anne-lise del hospital. Sabemos que ha sido ella. Tiene que decirnos dónde puede estar.
—No lo sé y, si lo supiera, tampoco se lo diría. Louise ha vivido todos estos años con el dolor de haber perdido a su hija. Luego descubrió que había sido engañada y que su pequeña no murió, sino que le fue arrebatada por alguien en quien confiaba. Ella necesita ayuda, no que la cacen como si fuera un animal.
Mikael apagó la grabadora y se puso de pie cuando se dio cuenta de que Patrik Rybner no iba a decir más nada.
—Espere aquí. —Se alejó hacia la puerta—. ¿Desea beber o comer algo?
—No, gracias. —Colocó sus manos, que aún estaban esposadas, encima de la mesa y escondió la cabeza entre los hombros.
Mikael salió de la sala de interrogatorios e ingresó al cuarto contiguo donde lo esperaban Karl y Nina.
—¿Qué piensan?
La sargento miró a Patrik Rybner a través del cristal.
—No lo sé; se empeñó demasiado en que creyéramos que su esposa no tuvo nada que ver con la muerte del doctor. Además, todo lo que declaró sobre el crimen salió publicado en los medios.
—Concuerdo con Nina. Rybner ni siquiera mencionó los anónimos —alegó el inspector.
—Exacto. Estaba esperando que en algún momento del interrogatorio hiciera referencia a ellos, pero creo que desconoce su existencia.
—Lo más probable es que haya confesado el crimen solo para proteger a su mujer. Se aseguró de proporcionarle una coartada y será difícil probar lo contrario —arguyó la sargento.
—¿Qué hay del hijo? Podría aportar algún dato importante.
Karl miró al teniente.
—Es menor de edad, necesitaríamos una orden del juez o el consentimiento de su padre para interrogarlo.
—Tal vez no sea necesario, conozco a alguien que podría hablar con él y nos ahorraríamos tanto protocolo legal.
—¿No estarás pensando en…?
—Sí, Karl. Greta es la más indicada, el chico la conoce y, según me dijo, hasta le cae bien.
—No perdemos nada —terció Nina.
Karl no lo pensó demasiado. En esa instancia de la investigación, con la vida de una niña en juego, no podían permitirse ningún error. Dejaría que Greta les echara una mano.
—Está bien. Klint está todavía en su casa, con una asistente social, mientras deciden si llevarlo a un orfanato. Con un padre preso y una madre prófuga, dudo de que decidan dejar a un menor viviendo solo allí. Si nos apuramos, podremos ganarles de mano. Yo hablaré con la asistente social y la convenceré. Tú acompáñala a casa de los Rybner para que hable con el chico —dijo dirigiéndose a Mikael—. Por lo pronto, detendremos a su padre por el homicidio del doctor Metzgen y nos concentraremos en sus movimientos los días previos al homicidio. Nina tú ve al local de alquiler de autos usados con una fotografía de Rybner. Si es verdad que rentó un utilitario, alguien lo recordará. Yo me reuniré en el centro de comandos con Bengtsson y Thulin para seguir indagando en el pasado de Louise Speldman. Debemos encontrar a esa mujer cuanto antes. No sabemos cuál es su estado mental en este momento y lo que puede hacerle a la niña.
Sin perder tiempo, Mikael y Nina abandonaron la comisaría rumbo a sus respectivos destinos.
* * *
Klint Rybner, esta vez, no recibió a Greta con una sonrisa o con una broma. En sus ojos verdes solo había angustia e incertidumbre. La asistente social, a pedido de Karl, esperaba afuera de la casa.
—Klint, ¿podemos pasar?
Se mostró reticente cuando vio que venía acompañada por el teniente Stevic.
—Por favor, necesitamos hablar contigo.
El ruego de Greta surtió efecto. Se hizo a un lado para permitirles entrar. Los tres se dirigieron al salón. Había bastante desorden todavía, después de que la policía había allanado la casa.
—¿Cuándo van a soltar a mi padre?
Greta miró a Mikael. Esa le tocaba responderla a él.
—No puedo asegurártelo, jovencito. Todo depende de lo que puedas contarnos sobre el día que asesinaron a Malte Metzgen. —No tenía caso andar con rodeos. Ya todos en el pueblo debían estar enterados que Patrik Rybner había sido arrestado.
Klint no dijo nada. Desvió la mirada y no les hizo caso durante un buen rato. Mikael le hizo señas a Greta de que la esperaría afuera. Quizá, conseguirían más si se quedaba a solas con ella.
—Klint… —Le puso una mano en la pierna para que le prestara atención—. Lamento mucho lo que está pasando, pero la policía debe saber qué hizo tu madre el día en que el doctor Metzgen fue asesinado. Tu padre confesó el crimen. Sin embargo, creen que lo hizo solamente para protegerla. Sé que los amas a los dos. No quisiera estar en tus zapatos en este momento, pero no puedes dejar que pague por algo que no hizo. ¿No crees?
El adolescente negó con la cabeza.
—Bien, dime, ¿qué recuerdas de ese día? ¿Hay algo en particular que llamara tu atención?
—Fue un día como cualquier otro. Almorzamos los tres juntos, y, después, me reuní con unos amigos. Pasé la tarde en el lago. Regresé a casa poco después de las siete.
—¿Los viste cuando llegaste?
—Sí, estaban en la tienda, como todas las tardes. Cenamos a las nueve. Luego, subí a mi habitación a escuchar música.
—¿Qué hicieron ellos?
—Papá se quedó en la sala mirando televisión y mamá bajó al sótano a dibujar. —Greta asintió. Mikael la había puesto al tanto de lo que había declarado Patrik Rybner: sabía de la obsesión de Louise por sus dibujos.
—¿A qué hora te dormiste?
—No lo recuerdo exactamente, pero no fue muy tarde porque estaba cansado. Me desperté asustado… —se detuvo de repente.
—¿Asustado? ¿De qué?
No respondió.
—Klint, ¿qué fue lo que te asustó?
—Escuché que alguien discutía. Al principio, pensé que papá se había quedado dormido con la televisión encendida, pero, cuando bajé para ver de qué se trataba, él no estaba en la sala… Papá venía de la cochera, y mi madre, con él.
—¿No te dijeron por qué discutían?
—No, pero mamá estaba llorando.
—¿Recuerdas a qué hora fue eso?
—Después de la medianoche.
—¿Tu padre llevaba ropa de calle?
—No, estaba en pijamas.
—¿Y Louise?
El muchacho se dio cuenta, en ese momento, de que tenía en sus manos la decisión de salvar a su padre de la cárcel, pero, también, la de condenar a su madre para siempre.
—¿Y Louise, Klint? —insistió Greta, aunque ya conocía la respuesta.
—Ella no… Tenía puesto el mismo vestido que llevaba en la tarde.
Por el momento, era lo que necesitaba oír. El testimonio de Klint probaba que Louise había salido esa noche y no su esposo.
* * *
En la comisaría, mientras tanto, empezaban a desentramar la vida de Louise Speldman y Patrik Rybner.
Como Karl había ordenado, la pizarra contenía toda la información que tenían hasta el momento sobre la pareja. La confesión de Patrik no era suficiente para acusarlo del asesinato de Malte Metzgen. Había que recolectar pruebas que lo confirmaran o que, definitivamente, lo descartaran como autor del hecho.
De vez en cuando, el inspector miraba en dirección a la puerta. Nina no había vuelto de Orsa todavía. Stevic se estaba tardando más de la cuenta en regresar de la casa de los Rybner.
—Bien, repasemos lo que tenemos mientras esperamos novedades. No quiero que se nos escape ningún detalle. —Se había quitado la chaqueta y tenía la camisa arremangada.
—Cuando tenía dieciséis años, Louise Rybner, Speldman en esa época, dio a luz a una niña. Malte Metzgen atendió el parto y la criatura, según el certificado de defunción, nació muerta. Tras ese episodio, Louise abandonó el pueblo y se fue a vivir a Vansbro. Era huérfana. Se había criado con su abuela en Färnäs. La mujer murió hace ocho años víctima de un infarto.
—Todavía no sabemos quién es el padre de Anne-lise. Felicia solo recordaba que era un novio de la secundaria —agregó Peter Bengtsson.
Karl asintió. Por el momento, conocer la identidad del padre de la muchacha no era urgente; aun así, no le gustaba dejar cabos sueltos en la investigación.
—Continúa.
Miriam lo observó por encima de la pantalla de la laptop y se dispuso a seguir con la lectura del informe.
—En Vansbro, conoció a Patrik Rybner y se casó con él en 1992. Tres años después dio a luz a Klint. Entre las cosas que encontramos en el sótano de su casa, había una nota periodística de hace unos seis meses en donde aparece Malte Metzgen y su familia. El epígrafe de la foto comenta que Anne-lise está embarazada. Patrik Rybner dice que esa fotografía fue el disparador para que Louise se obsesionara con la muchacha. Desde ese momento, comenzó a creer que era su hija. Un mes más tarde, se traslada al pueblo con la intención de acercarse a la joven Metzgen.
Karl giró sobre los talones y, con la mano sujetando el mentón, contempló la pizarra. Se concentró en los dibujos de Louise Speldman. La mayoría era de niñas de aspecto angelical, pero uno, sin dudas, resaltaba entre todos los demás: un auto que estaba siendo devorado por las llamas. Observó la fecha, escrita en el borde inferior izquierdo.
15 de julio.
Apenas tres días antes del crimen de Malte Metzgen.
No era una coincidencia, pero tampoco serviría de prueba en ningún tribunal.
La puerta se abrió y Nina entró. Antes de comunicar las novedades, fue hasta el expendedor y bebió un vaso de agua de un solo sorbo. Se secó el sudor de la frente. Respiró hondo.
—¿Y bien?
—Nadie pudo reconocer a Patrik Rybner. Ese hombre nunca estuvo allí y, por ende, tampoco rentó el utilitario.
Nadie se sorprendió, pero la sargento tenía un as bajo la manga.
—Les mostré también una fotografía de Louise. Uno de los empleados la recordaba muy bien, porque se había presentado en tres oportunidades en su local, ya que insistía en llevarse un Škoda Yeti y no otro modelo que le habían ofrecido. Rentó el vehículo un día antes del crimen. Los forenses ya lo están peritando.
Aquel dato importantísimo que había obtenido Nina en Orsa más la información aportada por Stevic sobre los movimientos de Louise Rybner la noche del crimen eran indicios suficientes para acusar oficialmente a la vendedora de antigüedades por el asesinato de Malte Metzgen.