CAPÍTULO 24

Cuando Mikael llegó a su apartamento, la luz de la sala estaba encendida. Se desabrochó los primeros botones de la camisa y se quitó los zapatos. Supuso que Greta lo estaría esperando en su habitación: hacia allí se dirigió. No se equivocaba. La encontró tumbada en la cama, miraba con suma atención la pantalla de su laptop.

—Me vas a malacostumbrar con sorpresas como estas, pelirroja —le dijo mientras avanzaba hacia ella.

Greta apenas le prestó atención, solo reaccionó cuando Mikael se interpuso entre ella y la máquina para robarle un beso.

—¿Qué es eso que te tiene tan interesada?

—Estaba viendo la página web de Torger Anders —respondió—. Además de las fotos que te mostró para proveerse una coartada, hay muchas imágenes de sus pinturas. —Giró la laptop y empezó a mostrárselas—. Es realmente muy bueno, sus pinturas básicamente se inspiran en obras clásicas, aunque sabe darle su toque personal a cada una de ellas. Mira esta, por ejemplo: está inspirada en uno de los cuadros de Reynolds. —Greta ampliaba las imágenes pasando el cursor encima.

—Yo vi algunas en vivo. Esta, por ejemplo, estaba colgada en el salón de su casa y me contó que era la favorita de Metzgen.

—Una versión moderna de las Amapolas de Monet —comentó Greta maravillada por el estilo del artista.

Cerró la laptop después de estar navegando por la página de Anders por casi una hora. Miró a Mikael.

—¿Cómo va el caso?

Él se acostó a su lado y lanzó un soplido.

—Mal. El ambiente en la comisaría se ha puesto más denso de lo normal. La investigación se ha estancado, y no sabemos por dónde seguir. Ni siquiera contamos con el dichoso anónimo para ver si encontramos algún rastro de la persona que lo envió. La hipótesis más viable ha vuelto a ser la que involucra al hermano del doctor y a su esposa. Hasta ahora, son los únicos con un motivo poderoso para cometer el crimen y con una coartada demasiado débil como para que se siga sosteniendo por mucho tiempo más. Así de perdidos estamos —reveló frustrado.

—Acabo de estar en casa de Anne-lise. Decidí organizar allí la reunión del Club de Lectura —le informó.

Con suerte, lo que ella tenía para contarle lograba levantarle el ánimo. Aunque había varios puntos que aclarar, tenía el presentimiento de que esta vez no se equivocaba. Por supuesto, no lo sorprendió en lo más mínimo. Con Greta hacía rato que había aprendido a no hacerlo. La asió de la cintura y la acomodó encima de él. De inmediato, se puso a jugar con uno de los botones de su camisa.

—¿Has conseguido algo que nos ayude a avanzar? —preguntó esperanzado.

—Creo que sí. Lo primero: Anne-lise me contó que su madre se puso muy nerviosa después de recibir una carta. Enseguida, pensé en el anónimo que le habían enviado al doctor. ¿Crees que ambos hechos puedan estar conectados? —No le dio tiempo al teniente ni siquiera a responder—. También logré juntar a Felicia Nielsen con Louise Rybner. La tensión que se generó entre ellas fue demasiado evidente. Tienen un pasado en común que todavía les afecta.

—Ya te hemos dicho que es poco probable que Metzgen la hubiera tenido como amante. Además, Louise se fue a Vansbro mucho antes de tener a su hijo. No creo que la resolución del caso vaya por ahí, aunque me parece interesante lo que dices sobre la carta que recibió la viuda. No sería inusual que alguien siga amenazando con revelar el secreto de Malte Metzgen a pesar de que haya muerto.

—Reconozco que me equivoqué sobre el amorío del doctor con Louise Rybner —lo interrumpió—. Pero esta tarde he estado viendo fotografías de Anne-lise cuando era niña. El parecido con Klint es escalofriante. —Alzó la cabeza y lo miró. Mikael conocía demasiado bien esa mirada suya—. Louise ya vivía en Vansbro cuando tuvo a su hijo, pero ¿y hace veinticinco años?

Ahora sí que lo sorprendió esa pregunta. ¿Qué estaba tratando de decirle?

—¡Lo que sea, escúpelo, pelirroja! —la apremió.

—¿Y si Louise fuera la madre de Anne-lise? Eso explicaría el parecido con Klint. Además, no hay ninguna fotografía de Felicia Nielsen embarazada; la propia Anne-lise me lo ha contado. No creo que sea difícil averiguar si Louise tuvo una hija en esa época… —Hizo una pausa de modo que dejaba bien en claro cuál era su intención.

Stevic captó la indirecta con rapidez.

—¿Crees que Felicia hizo pasar como hija suya a Anne-lise?

Greta asintió.

—Supongo que no será demasiado complicado revisar los archivos de los nacimientos que hubo en el hospital en el año en que nació Anne-lise. Felicia era obstetra, no me sorprendería que hubiese sido ella quien atendiera el parto de Louise.

No iba a desestimar ninguna de las conjeturas de Greta a esa altura. Cualquier pista, por más ilógica que pareciera, podía convertirse en el eslabón que condujera a la resolución del caso. No tenía nada que perder.

—Voy a seguir tu instinto, Greta, a ver a dónde nos lleva. Mañana mismo iré al hospital.

—¿No necesitaremos una orden de registro para que nos dejen mirar los archivos? —Usó el plural para que no le quedaran dudas de que su intención era ir con él.

Stevic negó con la cabeza.

—No hará falta. Conozco a alguien que podrá ayudarnos con lo que buscamos.

Ella sonrió complacida: él no había protestado ni le había recriminado que pretendiera acompañarlo al Lasarett.

Cuando Mikael intentó abrazarla, ella metió la mano debajo de la almohada y sacó el ejemplar de La trayectoria del boomerang que había encontrado en la mesita de noche.

—¿Por qué no me contaste que estabas leyendo a Agatha?

Él se rascó la cabeza.

—Quería darte una sorpresa.

—¿Por qué este título en particular? —quiso saber.

—Me lo recomendó tu primo. La verdad, fue un acierto. Me he enamorado perdidamente de Lady Derwent. Me hace recordar a cierta personita impulsiva y entrometida…

Greta sonrió y dejó el libro a un lado. Se subió encima de él y miró hacia la puerta.

—¿Tienes hambre? Podemos pedir una pizza.

La asió de la barbilla y le devoró la boca para que no le quedaran dudas de que, en ese momento, ella era la única que podía saciar su apetito.

Afuera había empezado a llover nuevamente. En el interior de unos de los tantos autos estacionados a lo largo de la calle Lärkvägen, Peter Bengtsson maldecía por su suerte: había visto entrar a Greta al edificio poco antes de que llegara Stevic. Era la primera prueba fehaciente de que la hija del inspector y el teniente tenían un romance. Terminó de beber la Coca-Cola y se recostó en el asiento. Dejó escapar un suspiro.

¡Qué dilema tenía por delante!

* * *

Anne-lise se tocó la parte baja del vientre. Notó el líquido caliente que mojaba las sábanas.

—¡Willmer! —gritó el nombre de su esposo en medio de la oscuridad de la habitación y del dolor desgarrador que apenas le permitía respirar.

Lo primero que hizo Willmer Ivarsson después de abrir los ojos fue saltar de la cama.

—¡Enciende la luz! —le pidió Anne-lise que jadeaba con fuerza.

Medio desnudo y medio dormido, encendió la luz. Tomó el teléfono y marcó el número del hospital.

—¡Busca a mamá!

—Sí, cariño. Ahora la llamo, primero tengo que comunicarme con el Lasarett para que, cuando llegues, tengan todo preparado.

Felicia Nielsen, alertada por los gritos de su hija, entró a la habitación y se arrodilló a su lado.

—Respira hondo, cariño. —Le sujetó la mano con fuerza y miró a su yerno que intentaba en vano abrocharse los botones de la camisa—. Baja y prepara el auto, yo me encargo de ella.

Willmer terminó de vestirse y, tras besar la frente de su esposa, salió disparado hacia la cochera.

—¡Mamá, tengo miedo!

—Tranquilízate, hija. Todo va a salir bien. Intenta ponerte de pie. —La ayudó a incorporarse despacio y, como pudo, le colocó una bata encima del camisón.

Anne-lise se aferró al cuerpo de su madre mientras bajaba las escaleras. Con cada paso que daba, el dolor se hacía más insoportable.

—No olvides respirar hondo, cariño. ¿Cuándo has tenido la última contracción?

—¡No lo sé, pero son más seguidas ahora!

—Aguanta hasta que lleguemos al hospital, Anne-lise.

Willmer abrió la puerta del auto y metió a su esposa con cuidado en la parte trasera.

—Adelántense ustedes, yo termino de vestirme y los alcanzo. —Dijo Felicia. Vio cómo su hija se retorcía del dolor, mientras apoyaba la cabeza en el asiento del conductor. Golpeó el cristal de la ventanilla para llamar su atención—. Cariño, en unos minutos estaré contigo, todo saldrá bien. Te amo.

Anne-lise asintió y logró esbozar una sonrisa entre tantas lágrimas. Felicia acompañó la salida del vehículo hasta que lo vio doblar en la esquina. Raudamente, regresó a la casa y despertó a los demás. Sten abandonó la cama que compartía con su esposa en medio de la madrugada para ir al hospital con su amante. Malin ni siquiera se percató de su partida.

* * *

Ese jueves por la mañana, Peter Bengtsson apareció más temprano de lo habitual en la comisaría. Las enormes ojeras de su rostro evidenciaban una terrible noche de insomnio. Se encerró en el centro de comandos y encendió su ordenador. Había tomado una decisión poco ortodoxa, pero efectiva. Como dudaba de si hablar con el inspector o si hacerlo con el teniente, lo había echado a la suerte: el primero que llegase a la comisaría sería el elegido. La puerta se abrió y los nervios lo hicieron saltar en la silla. Era Ingrid quien le traía su café.

—¿Te encuentras bien, Peter? —preguntó después de dejar la taza humeante sobre la mesa.

—Sí, es solo un poco de cansancio.

—¿Noche de juerga? —Los labios de la recepcionista se ensancharon en una sonrisa picarona.

—No, Ingrid; qué más quisiera yo que fuera esa la razón —respondió mientras hacía la laptop a un lado para beber el café.

—Bueno, si necesitas una oreja, sabes dónde encontrarme.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

Ingrid se marchó. Lo dejó perdido en sus pensamientos, aunque no estuvo solo por mucho tiempo. Tan solo unos minutos más tarde, Stevic ingresó al centro de comandos como una tromba. Greta venía detrás de él.

—¿Los demás no han llegado aún?

—No, teniente, creo que es demasiado temprano. —Miró a la pelirroja—. Hola, Greta, ¿cómo estás?

Ella le sonrió.

—Bien, Peter. ¿Y tú?

El muchacho se puso de pie y se acercó a ambos.

—Hemos hecho un gran descubrimiento —manifestó Stevic algo ansioso.

—Teniente, necesito hablar con usted; es importante.

Mikael frunció el entrecejo.

—¿Qué sucede?

Peter no sabía por dónde empezar. Dio un par de vueltas antes de volver a enfrentarlo.

—¡Habla, Bengtsson!

—El inspector Lindberg me envió a espiarlo. He estado haciéndolo durante los últimos días —miró por el rabillo del ojo a Greta—. Anoche estuve apostado fuera de su edificio.

Greta y Mikael intercambiaron miradas. Era difícil adivinar cuál de los dos estaba más sorprendido.

—Creí que seguías vigilando la casa de los Metzgen.

—El jefe me llamó anoche y me dijo que ya no era necesario, que le era más útil vigilándolo a usted.

—¿Le has dicho lo que viste? —preguntó Greta que había pasado en un segundo del asombro a la rabia.

—Todavía no. En realidad, no sabía qué hacer. Seguramente, deberé reportarme con él cuando llegue.

—No le digas nada —le ordenó Mikael. Miró a Greta y agregó—: Hoy mismo hablaré con él; esto ya no da para más.

Greta asintió. Era hora de enfrentar a su padre de una buena vez. Escuchó que la puerta se abría. Se quedó inmóvil, solo se dio vuelta cuando el inspector dijo su nombre.

—¿Greta, qué haces aquí?

—Karl, hemos descubierto algo —dijo Mikael que se interpuso entre padre e hija.

—¿Hemos?

—Sí, papá. Mikael y yo acabamos de estar en el hospital.

—¿Volviste a interrogar a Telma Apelgren? —preguntó Nina al tiempo que ocupaba su sitio en la mesa.

—No; fuimos a revisar el registro de nacimientos para confirmar la hipótesis de Greta.

—¿Todavía insistes en que ese muchacho es hijo del doctor Metzgen?

—No, papá, ahora sé que Klint no es su hijo, aunque él y Anne-lise sí son hermanos.

La revelación de la muchacha desconcertó a todos.

—Explícate, hija.

—Hace veinticinco años, Louise Speldman, ahora Rybner, dio a luz a una niña bajo la modalidad de parto humanizado, fuera del hospital. Felicia Metzgen fue su doctora hasta que se retiró por su propio embarazo. Malte Metzgen atendió el nacimiento. Como el parto humanizado no era una práctica extendida, los doctores debían reportar al hospital. Es por eso que está todo en los archivos del Lasarett. Allí, también figura que la criatura murió al nacer. Sin embargo, estoy convencida de que no fue así. Esa niña es Anne-lise. Las fechas coinciden.

—La propia Anne-lise le contó a Greta que no existe ninguna fotografía de Felicia embarazada. También le dijo que su madre se puso muy nerviosa tras recibir una carta. Suponemos que se trató de un anónimo similar al que recibió el doctor Metzgen —añadió Stevic.

—Además, cuando junté a las dos mujeres en la última reunión del Club de Lectura, ambas se pusieron muy nerviosas. Felicia se retiró pronto del encuentro e insistió demasiado en que Anne-lise lo abandonara junto con ella.

—Así es —afirmó Mikael—. Supongo que fue fácil hacerle creer a la muchacha que su hija había muerto. Nadie sospechó nada en ese momento. ¿Quién iba a imaginarse que un matrimonio de profesionales de la talla de los Metzgen podría hacer algo así?

—No podemos acusar a nadie basándonos en conjeturas. Necesitamos pruebas o, al menos, un testigo que respalde nuestras sospechas. —Repuso Karl.

Contempló a su hija: estaba de pie, al lado de Stevic, y lo escuchaba con atención. Como siempre, le costaba asimilar el hecho de que, una vez más, la intromisión de Greta en la investigación terminaba siendo la pieza clave que armaba el rompecabezas.

—Entonces es muy posible que el mensaje que recibió el doctor hiciera referencia a lo que ocurrió en el pasado y no a su romance secreto con Torger Anders —dijo ella como si acabara de descubrir ese detalle.

—Pero Metzgen sí creía que tenía que ver con su relación homosexual —adujo la sargento Wallström.

—Eso es lo que le contó a su secretaria —respondió Stevic—. Telma sabía de su relación con el artista; entonces, era sencillo convencerla de que el autor del anónimo amenazaba con revelar ese secreto y no el que venía guardando durante más de dos décadas.

Los demás coincidieron con él.

—Bien, si están en lo correcto, tenemos entre manos una línea investigativa completamente diferente —manifestó Karl mientras observaba la pizarra con todos los datos que habían acumulado sobre el caso. Las sospechas que pesaban sobre Sten Metzgen se desvanecían cada vez más—. Hay nuevo móvil para el crimen y nuevos sospechosos. —Giró y empezó a dar órdenes. Por un segundo, pareció olvidarse que Greta se encontraba en el lugar—. Volvamos a interrogar a Felicia Metzgen lo antes posible. Si la carta que recibió es un anónimo, puede correr la misma suerte que el doctor. También investiguemos a la vendedora de antigüedades: quiero saber todo sobre esa mujer y su esposo. ¿A propósito, qué auto conducen? —Miró a los demás a la espera de una respuesta, pero nadie supo qué contestar—. Si poseen un utilitario, pasan a ocupar el primer puesto en la lista de sospechosos. Manos a la obra.

Las últimas palabras que pronunció Karl fueron un claro mensaje para Greta. Miró a Mikael y él hizo un movimiento con la cabeza que pasó desapercibido para los demás, pero que ella sabía muy bien su significado. Se despidió de Karl con un abrazo y un «te quiero» al oído.

Cuando abandonó la comisaría tuvo el impulso de regresar, pero no lo hizo.

Mikael y el inspector debían hablar a solas.