CAPÍTULO 22
Antes de entrevistarse con Torger Anders, Mikael tenía algo muy importante que hacer. La noche anterior apenas había conseguido conciliar el sueño. Tras terminar de leer La trayectoria del boomerang se encontró pensando en un presente para Greta. Descartó de inmediato regalarle algo que tuviera que ver con su admirada Agatha Christie porque intuía que no había nada de la autora que no hubiera caído en sus manos ya. Tras haber dado varias vueltas en la cama, encontró la respuesta mientras desayunaba con su madre y miraba el noticiero matutino local.
La cola en el parque Slottsskogen le llevó más de lo esperado, pero salió de allí sonriente, con lo que creía que era el obsequio perfecto para compartir con Greta.
Llegó a Hjällbo, uno de los barrios ubicados al noroeste de la ciudad, casi al mediodía. El lugar se había hecho tristemente famoso tiempo atrás, después de que Nancy Tavsan, una muchacha de dieciocho, años fuese asesinada cuando se dirigía a la fiesta de cumpleaños de una amiga. El caso había ganado repercusión nacional, ya que la joven había participado en un reality televisivo poco antes de su muerte. Él había estado a punto de integrarse al equipo que investigó el crimen y que detuvo al culpable tres meses más tarde, pero su jefe decidió designarlo a un caso menos mediático.
Torger Anders lo estaba esperando, después del llamado del detective. Antes, Mikael lo había investigado a través de su madre. Por desgracia, Freya no sabía mucho de su vida privada, solo lo conocía por sus obras de arte, que habían sido expuestas en varias ocasiones en el museo donde trabajaba como restauradora.
El artista vivía en un edificio lujoso en el centro de Hjällbo. Cuando llamó a su puerta, se encontró con un hombre de unos cuarenta años, de contextura física más bien frágil y sin un solo cabello en la cabeza. Llevaba unos pantalones anchos que llegaban hasta debajo de las rodillas y, por encima, una túnica hindú de colores chillones.
Lo contempló de arriba abajo escudado detrás de sus gafas al mejor estilo Lennon.
—El teniente Stevic, supongo.
Mikael asintió. Anders se hizo a un lado para permitirle pasar.
—Me dijo que quería hablar conmigo en relación al homicidio de Malte Metzgen. —Le indicó que se sentara en una de las sillas Barcelona de cuerina negra mientras él se servía un trago—. ¿Quiere beber algo, teniente? ¡Oh, lo siento, olvidé que está de servicio!
—Iré directo al grano, señor Anders. —Trató de acomodarse en la silla, pero le resultó demasiado baja. Como pudo, se sentó, inclinándose hacia delante para no quedar en una posición casi ridícula—. Hemos descubierto que usted y la víctima mantenían una relación sentimental. ¿Cuándo vio a Malte Metzgen por última vez?
Torger Anders se bebió de un sorbo el coñac y miró al hombre que tenía sentado frente a él. Mikael se sintió algo cohibido bajo el escrutinio de los ojos color azabache del artista.
—Estuvimos juntos el miércoles hasta que se marchó.
Stevic buscó su libreta en el bolsillo de la camisa, sin suerte. Maldijo en silencio; de seguro la había olvidado en casa de su madre.
—¿A qué hora fue eso? —Esperaba recordar todos los detalles para más tarde incluirlos en su informe.
—Cerca de las siete.
—¿Podría decirme qué hizo el doctor durante las veinticuatro horas que permaneció en Gotemburgo?
Anders sonrió.
—¿Es necesario que le de todos los detalles, teniente? —preguntó en un tono burlón.
Mikael ignoró el comentario.
—Las últimas horas de la víctima son un completo misterio. Si usted puede echar un poco de luz al asunto, se lo agradecería mucho. Supongo que también tiene interés en saber quién asesinó a su pareja.
El artista se sentó frente a él; cruzó una pierna encima de la otra.
—Malte y yo pasamos la mayor parte del tiempo aquí. Solo salimos a cenar la noche del martes. La verdad es que él prefería ser bastante discreto con nuestra relación; tenía pánico de ser descubierto. Parecía olvidarse que aquí no nos conocía nadie, que Gotemburgo no es para nada como el pueblucho ese en el que vivía.
—¿Cuánto tiempo hacía que estaban juntos?
—Unos seis meses. Nos conocimos durante unas de mis exposiciones. —Le señaló un cuadro que colgaba en la pared que estaba a sus espaldas—. Esa era su favorita. Decía que le recordaba a su hija cuando era pequeña.
Mikael giró. La pintura representaba una escena campestre en donde una niña recogía flores rojas.
—Confieso que hay mucha de mi pasión por Claude Monet en este cuadro en particular. Fue uno de los primeros que pinté. También una especie de homenaje a su obra maestra, Amapolas.
—¿No sucedió nada fuera de lo normal mientras estuvo con él?
Anders se encogió de hombros.
—Malte se había vuelto algo paranoico. Últimamente, se ponía nervioso por cualquier cosa. —Hizo una pausa como si necesitara pensar lo que iba a decir—. Discutimos bastante antes de que se marchara. Estaba tan ofuscado que se olvidó uno de sus teléfonos.
Aquel detalle despertó el interés del teniente.
—¿Usted sabía que el doctor tenía en su poder dos aparatos telefónicos?
—Por supuesto. Malte utilizaba uno para su familia y sus pacientes. Con el otro, se comunicaba solamente conmigo. Ya le digo, tenía pavor de que alguien descubriera su secreto. Olvidó llevarse el legal. En un arranque de locura después de que Telma me contara que él había muerto, lo usé para llamar a su casa.
—¿Con quién habló?
—Con su hermano, Sten. El muy desgraciado me prohibió que me acercara al pueblo para asistir al funeral. Me hubiese gustado despedirme de Malte.
Mikael recordó la conversación telefónica que había presenciado Greta en donde el hermano del doctor Metzgen amenazaba a alguien. Otro punto oscuro que ahora tenía respuesta.
—¿Qué hizo usted luego de que el doctor abandonara Gotemburgo?
—Me encerré en mi estudio a pintar; es lo único que logra que me abstraiga de todo y de todos. La discusión con Malte me dejó bastante preocupado, creo que él tenía miedo.
—¿De qué se supiera de su romance?
Torger Anders asintió.
—¿Continuaba en su estudio en la medianoche del miércoles?
—No, teniente; tengo una coartada sólida para la noche del crimen —respondió con aires de petulancia—. Estaba en una muestra de fotografía en el Centro Hasselblad. Al menos una docena de personas podrá confirmar mi presencia en el lugar, pero le voy a ahorrar la molestia de tener que interrogarlos. Acompáñeme.
Mikael lo siguió hasta una habitación completamente pintada de blanco. Junto a la ventana había un escritorio con un moderno ordenador.
—He subido algunas fotos del evento a mi página web. —Le indicó que se acercara—. Como podrá ver, me encontraba en la ciudad a la hora del crimen.
Había una buena cantidad de imágenes. En todas ellas aparecía Anders acompañado por distintas personas. Al pie de cada una de las fotografías aparecía la hora en la cual había sido tomada. Era imposible ubicarlo en la escena del crimen; sin embargo, cuando estuviera de regreso en Mora se encargaría de verlas con más detenimiento. No sería la primera vez que alguien alteraba las fechas de una fotografía para procurarse una coartada.
Después de interrogar a Anders, se dirigió a la casa de Freya para almorzar con ella. Decidió quedarse un día más en Gotemburgo para visitar a sus tías y reencontrarse con antiguas amistades.
* * *
Felicia Nielsen estrujó con manos temblorosas, la nota que acababa de recibir y la arrojó al suelo. Con paso vacilante, se acercó al escritorio y apoyó ambas manos en él. Hundió la cabeza entre los hombros, respiró hondo para tratar de calmarse. Las palabras escritas en ese papel, que ahora yacía arrugado sobre la alfombra de bouclé del despacho, le martillaban la cabeza. El ama de llaves le había dicho que había encontrado el sobre mezclado con la correspondencia. Estaba a nombre de Felicia y carecía de remitente. Quien quiera que fuera que se lo hubiese enviado había tenido la osadía de llegar hasta la puerta de su casa. ¿Y si el autor de aquel anónimo amenazador estaba más cerca de lo que imaginaba?
Por un segundo, el nombre de su cuñada se le cruzó por la mente, aunque la descartó de inmediato; ella no podía conocer su secreto.
Giró sobre sus talones y contempló el papel arrugado. Lo recogió y lo volvió a leer: «Arderás en las llamas del infierno; solo el fuego expiará tu culpa».
El mensaje era amenazador. Si su autor pretendía asustarla, lo había conseguido.
Debía hablar con Sten, él sabría qué hacer. Rodeó el escritorio. Colocó el papel dentro del cesto de la basura, mezclándolo con el resto. Buscó el encendedor Silver Match que usaba Malte para encender sus puros y lo quemó. Las llamas rápidamente lo consumieron. Dejaron en el fondo del cesto solo un montón de cenizas.
Solo el fuego expiará tu culpa.
Ya no iba a poder borrar esas palabras de su mente nunca más; no después de que su esposo pereciera devorado por las llamas.
* * *
Greta estaba indecisa. No sabía si esperar el regreso de Mikael o aventurarse a ir a la comisaría para soltarle a su padre lo que creía podía significar un gran avance en la investigación. De lo que sí estaba convencida era de que existía una conexión entre Klint Rybner y Anne-lise Ivarsson. No podía tratarse de una simple coincidencia. Si bien ignoraba todavía cómo un posible lazo de sangre encajaba en el homicidio de Malte Metzgen, estaba convencida de que era algo que la policía debía saber. Sin pensarlo demasiado para no correr el riesgo de arrepentirse, decidió seguir sus impulsos. Tal vez tenía suerte, y Mikael ya se encontraba en el pueblo. Le pidió a Lasse que estuviera pendiente de Miss Marple hasta que ella volviera. Se marchó caminando para hacer un poco de ejercicio. A pesar de la aglomeración de turistas que solía ser bastante incómoda en horas del atardecer, no le llevó mucho tiempo llegar a la comisaría.
Se topó con Peter Bengtsson cuando estaba entrando. El agente la recibió con una sonrisa.
—Tienes suerte, el teniente Stevic acaba de llegar —le anunció mientras bajaba de dos en dos los peldaños de la escalera.
Greta no pudo evitar sonrojarse. Antes de tener la oportunidad de abrir la boca, el joven ya había adivinado el motivo de su visita a la comisaría.
—A mí me toca montar guardia en la propiedad de los Metzgen. Es solo por precaución, pero es preferible a tener que vigilar a… —Cerebrito se detuvo de repente cuando se dio cuenta de que había hablado de más. ¿Qué demonios le ocurría? Nadie podía enterarse de que el inspector Lindberg lo había enviado a espiar a Stevic; mucho menos Greta. Salió disparado hacia el estacionamiento antes de que la pelirroja empezara con las preguntas.
Ella se lo quedó mirando. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué Peter se había quedado callado de repente? Y lo más desconcertante: ¿por qué había huido despavorido sin siquiera despedirse?
Mientras maquinaba unas cuantas explicaciones, cruzó el pasillo en dirección a la oficina de Mikael. Saludó a Ingrid con la mano y siguió de largo. Dio un par de golpecitos en la puerta. Esperó hasta que él respondiera.
—Adelante.
Cuando entró, él estaba sentado frente al ordenador. Alzó la vista. Saltó de la silla hasta ella de una sola zancada. La estrechó entre sus brazos y hundió la nariz en su cabello.
—¿Qué haces aquí? Pensaba pasar por tu apartamento esta noche.
No le dio tiempo a responder: la besó con tanto hambre que le quitó el aliento. Greta respiró hondo cuando él la soltó.
—Necesitaba hablar contigo de algo. En realidad, quería hablar también con papá, pero temo que no me haga mucho caso.
Mikael frunció el ceño. La asió de la mano y la llevó al sillón. La sentó y se ubicó a su lado.
—¿Qué has descubierto? ¿Acaso Drachenblut te ha dicho algo más?
Todavía se sentía intranquilo por haber permitido que viajara a Falun para tratar de sonsacar al periodista.
—No, se trata de un descubrimiento que hice casi por casualidad.
—¿Casi por casualidad? Dudo de que tus descubrimientos sean fruto del azar —la interrumpió—. ¿Dónde has metido tu nariz ahora?
Ella se cruzó de brazos y, cuando se dispuso a rebatir ese comentario, volvió a ser interrumpida, en esta ocasión por Karl, que ingresó a la oficina sin siquiera anunciarse.
—A mí también me gustaría saber dónde has estado husmeando, Greta. —No entró, se quedó en el quicio de la puerta con ambas manos en los bolsillos del pantalón—. ¿Por qué no vienes a la sala de comandos y compartes lo que acabas de descubrir con el resto?
Ninguno de los dos dijo nada. El inspector estaba enfadado. Greta sabía que, cuando se refería a ella con su nombre y no con un «cariño» o «hija», se venía una bronca. Mikael se levantó y trató de sonreír. No estaba haciendo nada malo; sin embargo, cada vez que su jefe lo sorprendía con Greta, se sentía como un niño a quien acababan de atrapar cometiendo una travesura.
—Está bien, como quieras —respondió ella.
Se acercó. Se estiró para darle un beso en la mejilla, pero Karl ni se inmutó. Su atención estaba puesta en el teniente.
Stevic tragó saliva y abandonó primero la oficina en dirección al centro de comandos. Ella salió detrás de él. El inspector los siguió muy de cerca por el pasillo. Nina y Miriam se sorprendieron de ver a los dos hombres entrar al recinto en compañía de Greta.
—Mi hija tiene algo que contarnos —anunció desde su puesto, en la cabecera de la mesa. Nina invitó a Greta a sentarse a su lado. Mikael, en cambio se ubicó en el lado opuesto, más cerca de la agente Thulin.
—No sé si lo que descubrí tiene relevancia para el caso, aunque sí está relacionado con el doctor Metzgen. —Tenía la garganta seca y agradeció con una sonrisa a la sargento cuando le acercó una botella de agua mineral. Se sirvió un poco en el vaso y la bebió de un solo sorbo—. Creo que Malte Metzgen es el padre biológico de Klint Rybner.
Se hizo un silencio generalizado. Fue Karl el primero en decir algo.
—¿Klint Rybner hijo del doctor Metzgen? —Estaba tan asombrado como los demás después de escuchar la bomba que acababa de lanzar su hija.
Greta asintió.
—Tanto Anne-lise como Klint comparten la misma marca de nacimiento; además, si los observan bien, su parecido es extraordinario. —Relató con pelos y señales cómo había llegado a semejante conclusión, mientras los demás la escuchaban atentamente—. Supongo que un estudio de adn será suficiente para comprobar mi hipótesis.
—Nadie va a ordenar un análisis de adn; mucho menos, si nos tenemos que basar solamente en tus suposiciones. Es bastante dudoso que Malte Metzgen haya tenido un hijo extramatrimonial; incluso, me atrevo a decir, que es difícil que, alguna vez, haya engañado a su esposa con otra mujer.
—¿Por qué no? —replicó Greta ante el escepticismo de su padre—. Louise Rybner vivió muy cerca del pueblo durante muchos años, en Färnäs para ser exactos. Pudo tener un amorío con el doctor, incluso hasta es posible que se siguieran viendo ahora que volvió… —Vio cómo Mikael negaba con la cabeza. Al parecer, también rechazaba su teoría. Se quedó callada.
Nina miró a Karl, en busca de su anuencia. Él se la dio.
—Greta, hemos descubierto que Malte Metzgen tenía una relación homosexual. No podemos precisar con exactitud cuándo comenzó a tener esa preferencia sexual, pero lo cierto es que, en el último tiempo, llevaba adelante un romance con un artista. Por eso viajaba todos los meses a Gotemburgo: para encontrarse con él.
La pelirroja se quedó boquiabierta.
—¿Están seguros?
—Sí, Greta. Yo hablé con su amante —fue Mikael quien le contestó.
—Su hermano no tuvo más remedio que confirmarlo cuando se sintió presionado —agregó la sargento—. Felicia Nielsen y la cuñada también lo sabían. Creemos que Malin se valió del secreto que tan celosamente guardaba el doctor para chantajearlo.
Greta no lo podía creer. Su teoría de que Malte Metzgen había engañado a su esposa con Louise Rybner, comenzaba a diluirse como arena entre los dedos.
—Esa mujer carece de escrúpulos. —Miró a Mikael por el rabillo del ojo. No tenía sentido ocultarles que había ido a Falun—. Estuve en la redacción del Falu Kuriren y hablé con Espen Drachenblut. —Ahora miró a su padre y se apresuró en continuar hablando antes de que la interrumpiera—. Tenía la seguridad de que conmigo hablaría. El día que se presentó aquí, tuve un encuentro con él… No me equivoqué. Fue Malin Galder precisamente quien se puso en contacto con él para venderle la exclusiva del homicidio de su cuñado. A cambio de una buena cantidad de dinero, por supuesto.
Karl se inclinó hacia delante y apoyó ambos brazos encima de la mesa. Fulminó a su hija con la mirada.
—Si digo que estoy sorprendido de que hayas tomado la iniciativa de ir hasta Falun para hablar con el periodista, nadie me lo creería. A esta altura, ya sé a qué atenerme contigo. Lo que estoy tratando de dilucidar es cómo llegó a tus oídos que Drachenblut estaba reteniendo información que podía ser útil en el caso. —Los ojos azules y fríos del inspector se posaron en el teniente Stevic.
—Me lo dijo Mikael, pero él no tiene que nada que ver con mi viaje; es más, trató de impedírmelo —le aclaró. Sabía que, de todos modos, Karl preferiría siempre pensar mal de Mikael con el único propósito de no aceptar lo que sospechaba desde hacía tiempo.
—Eso no es lo importante ahora —terció Nina como una manera de poner, por enésima vez, un paño frío a la situación—. Lo que te dijo Drachenblut solo sirve para constatar la clase de persona que es Malin Galder; podrá haber chantajeado a su cuñado y lucrar con su muerte. Sin embargo, dudo de que tenga algo que ver con el homicidio. ¿Coinciden todos conmigo?
Sus compañeros asintieron, también Greta.
—¿Y en dónde queda lo que nos dijo Greta sobre la posibilidad de que el doctor Metzgen haya tenido un hijo con otra mujer? —preguntó Miriam al tiempo que observaba al teniente por encima de la laptop. Él, a su vez, parecía que no podía apartar los ojos de la pelirroja.
—Por ahora, es una teoría más y carece de fundamentos. Tengo entendido que Louise Rybner se marchó siendo muy joven y, cuando regresó, muchos años después, ya tenía a su hijo. O sea que ni siquiera vivía en el pueblo o en los alrededores cuando supuestamente tuvo un romance con el doctor Metzgen.
Greta asintió. Estaba tan convencida de que Klint y Anne-lise eran hermanos que no se había detenido a pensar en ese pequeño detalle. Su padre tenía razón: las fechas no coincidían, al menos que el doctor y Louise se hubieran reencontrado después de algunos años. No era imposible, pero era poco probable.
Karl sugirió hacer una pausa antes de continuar. Greta se dio cuenta de que se trataba de un modo sutil de hacerle saber que su presencia estaba de más. Era obvio que no iban a discutir los pasos a seguir en la investigación delante de ella. Se dirigió a la puerta. Karl la alcanzó.
—Cariño, sé que es inútil que te lo pida, pero mantente fuera de esto. —La abrazó y acercándose a su oreja le dijo—: Deja que hagamos nuestro trabajo; lo tuyo son los libros, dedícate a ellos.
Greta miró a Mikael por encima del hombro. Él le sonrió comprensivo. Al igual que el resto, había escuchado la advertencia del inspector Lindberg.
Cruzó cabizbaja el pasillo; ni siquiera saludó a Ingrid. Se metió dentro del Mini Cabrio y le dio un golpe al volante.
No le gustaba equivocarse, mucho menos, que fuera su padre quien se lo echase en cara. El parecido entre Anne-lise y Klint era evidente. La marca de nacimiento existía, no la había imaginado. Se negaba a descartar del todo la teoría de que fuesen hermanos. Debía haber alguna manera de probarlo sin recurrir al adn. ¿Y si le preguntaba directamente a Louise Rybner? Desechó la idea de inmediato. Otra, en cambio, empezó a tomar forma dentro de su cabeza.
Quizá sí había un modo de sacarse la duda, después de todo.