CAPÍTULO 16

El lunes muy temprano finalmente llegó la orden para incautar el auto de Sten Metzgen. Karl envió a Bengtsson y a Thulin a la propiedad para asegurarse de que nada entorpeciera el trabajo de los peritos. Se levantaron huellas dactilares y se hizo un molde de los neumáticos. Uno de los criminalistas de inmediato notó que en la parte delantera del Škoda Yeti no había señales de ninguna fricción. La pintura estaba intacta y no había abolladuras.

Desde la ventana de la biblioteca, Sten observaba todo el movimiento. Agitó el vaso de whisky, haciendo que los cubos de hielo chocaran contra el cristal. No solía beber, mucho menos por la mañana, pero la llegada de la policía lo había puesto nervioso. Si seguían hurgando, tarde o temprano, descubrirían la verdad.

Malin entró a la habitación. Él ni siquiera se dio cuenta de su presencia, hasta que ella no se le paró al lado.

—Vaya, parece que no soy la única a la que un buen trago le aliviana la culpa —ironizó yendo hacia el mini bar para servirse lo mismo que él.

—No tengo ganas de soportar tu mal humor, Malin —le dijo sin apartar los ojos de la ventana.

La mujer hizo caso omiso al comentario. Saboreó el primer sorbo de whisky de la jornada con placer. Últimamente, era lo único que disfrutaba. Ya ni siquiera podía vanagloriarse de ser una Metzgen, porque a nadie le importaba. Los del pueblo no veían en ella más que a una borracha, y a su familia solo les inspiraba vergüenza. ¡Había pensado tantas veces en abandonar a su esposo y regresar a Storuman! Si hubiera tenido más agallas, habría aprovechado lo que sabía para largarse del pueblo. No quería reconocer que le daba pavor empezar de nuevo.

—¿Cuándo se va a leer el testamento?

Sten la miró con mala cara.

—¿Tanta prisa tienes por saber si te toca una tajada? —había desprecio en sus palabras.

Ella sonrió. Le encantaba fastidiarlo. Era lo único que le quedaba. Sten ya no la amaba y seguía con ella solo para evitar más habladurías. El muy iluso tal vez creía que mientras continuara casado, nadie sospecharía la verdad. ¡Si ella abriera la boca!

—Espero que ahora que estás a punto de dejar de ser un mantenido, no me des una patada en el culo, querido. —Bebió lo que quedaba en el vaso y se sirvió de nuevo.

Sten se alejó de la ventana y rodeó el escritorio. Observó la fotografía que descansaba junto a la lámpara. Estaba la familia completa. Había sido tomada durante una Navidad, cuando todavía se respiraba un poco de felicidad en la casa. Nadie habría imaginado que la sonrisa que lucía el prestigioso y admirado doctor Malte Metzgen en aquella imagen era fingida. Hacía tiempo que su hermano no era feliz.

Volvió a mirar a su esposa con la intención de descubrir dónde había quedado esa jovencita que parecía llevarse el mundo por delante y de la que se había enamorado. Él conocía su triste pasado y también había sido testigo de cómo el abandono de su padre, en vez de destruirla, la había fortalecido. Todavía se negaba a aceptar que los años la hubieran convertido en la mujer que tenía ahora frente a él. Malin se había encargado de matar el amor que sentía por ella lentamente y solo le inspiraba lástima.

—Parece que la policía se va —comentó ella ajena a las cavilaciones de su esposo.

—No van a encontrar nada —aseveró mientras iba hacia la salida. El aire de la biblioteca lo estaba asfixiando.

—¿Estás seguro, querido? —lo provocó.

No iba a caer en su juego. Se dio media vuelta y la dejó con la palabra en la boca. El portazo la hizo dar un respingo. Se terminó el whisky de un trago y contempló el vacío con los ojos nublados por las lágrimas.

Arrojó el vaso contra la puerta y los cristales rotos quedaron esparcidos por toda la moqueta de bouclé liso.

* * *

Lo que nadie esperaba era que las pericias al auto de Sten Metzgen dieran negativas. No solo era la falta de rastros que indicaban que el vehículo no había estado involucrado en ningún incidente; las huellas de los neumáticos tampoco coincidían. Mikael recordó de inmediato la teoría de Greta sobre la posibilidad de que el asesino quería desviar las sospechas hacia el hermano de la víctima; después de todo, motivos para querer deshacerse del doctor no le faltaban. Eso dejaba dos caminos: o el autor del crimen conocía detalles íntimos de la familia o era alguien del círculo más cercano. Todas las conclusiones a las que iban llegando, ya las había advertido Greta y las había apuntado en su cuaderno rojo. Por supuesto, el teniente no lo mencionó en la reunión.

—La investigación da un paso hacia adelante y dos hacia atrás —comentó Karl con el ánimo desinflado.

—He hablado con la gente del hospital, pero en el Lasarett todos adoraban al doctor Metzgen. —Nina miró en su libreta—. La consulta ahora está a cargo de una tal Marina Bonn, una joven residente que también habló maravillas de él. Su secretaria no estaba, al parecer pidió unos días de permiso. Iré más tarde a su casa para hablar con ella —manifestó tan frustrada como los demás por las dos horas que había perdido en el hospital.

Mikael miró la pizarra.

—Deberíamos presionar al periodista para que suelte el nombre de su informante. Tal vez ahí esté la conexión con el caso que estamos buscando. —Se estiró en la silla y cruzó los brazos sobre el pecho—. Sten Metzgen tenía razones para asesinar a su hermano, pero no podemos ubicarlo ni a él ni a su auto en la escena del crimen. El doctor solventaba los gastos de su hermano. Los de su cuñada también, aunque canceló la tarjeta de crédito de ella poco antes del crimen. Me cuesta creer que la mujer quisiera matar a la gallina de los huevos de oro.

—Malte Metzgen dejó de pagar sus gastos. Debió ponerse furiosa cuando lo hizo.

—Nina, ¿te parece que Malte Metzgen era la clase de hombre que solventaría el vicio de su cuñada? —cuestionó Karl poniendo en duda esta última teoría—. Entiendo que le pasara una suma a su hermano, pero, de ahí a hacerse cargo de los deslices de Malin Galder, hay un gran trecho.

Todos concordaron con él.

—¿Y qué hay de Felicia Nielsen? —fue Miriam la que preguntó.

—Engañaba a su esposo con su hermano. El doctor podía ser una molestia o un obstáculo —adujo la sargento Wallström.

—O Malte Metzgen se enteró del romance y amenazó con dejarla. Seguramente, sacaría más partido de la herencia siendo viuda que divorciada —agregó el teniente.

—Olvidan un pequeño detalle —intervino Karl—. Según Sten estaban juntos la noche del crimen. No creo que hubiera confesado que tenía un amorío con la mujer de su hermano para sostener una coartada si algo no era verdad. Podría haber insistido en que dormía con su esposa en vez de ponerse en evidencia de esa manera.

Cada nueva conclusión que sacaban parecía agregar más dudas que certezas al caso. Las sospechas sobre Sten Metzgen se iban disipando y la investigación amenazaba con estancarse. El inspector caminó hacia la salida. Se dio media vuelta y miró a Stevic.

—Mikael, ven a mi despacho. Necesito hablar contigo. —Abandonó el centro de comandos sin esperar su respuesta.

El teniente miró a Nina con un gesto interrogante. Ella se encogió de hombros. Se puso de pie y salió al pasillo. Alcanzó a ver a Karl entrar a su oficina. Apresuró el paso e ingresó detrás de él.

—Siéntate, muchacho —fue una orden no un ofrecimiento.

Mikael obedeció. Se miró las manos: le estaban sudando. No era inusual que Karl lo llamara aparte para hablar con él, sin embargo, cualquier encuentro a solas con él tenía otras implicaciones desde que se veía a escondidas con su hija. ¿Y si se lo decía de una vez? No había planeado hacerlo así, en su despacho y sin preparación previa, pero todavía estaba a tiempo de ganarse un punto con su suegro si se enteraba de la verdad por sus propios labios.

—Karl… Hay algo que tengo que decirte —empezó a decir.

Pero el inspector no le permitió continuar.

—Quiero que vayas a Gotemburgo y averigües todo lo que puedas sobre las visitas de Malte Metzgen a su pariente enfermo. Dónde se hospedaba, si se veía con alguien, todo. Aquí en el pueblo no hay mucho más que hacer. Nosotros nos encargaremos de Drachenblut.

Mikael iba a decir algo, pero tampoco pudo hacerlo.

—Saldrás hoy mismo. Ya tienes el nombre de su tía para empezar. Puedes quedarte allí el tiempo que sea necesario. —Esbozó una sonrisa—. Aprovecha y visita a tu madre. ¿Cuánto haces que no la ves?

—Desde Navidad.

—Estará encantada de verte entonces.

—Voy a necesitar algo más que el nombre de la mujer para empezar.

—Nina va a interrogar a su secretaria, seguramente ella nos dará más información.

El ringtone del móvil del teniente los interrumpió. Karl reconoció el estribillo de Help de Los Beatles y sonrió. El muchacho al menos tenía buen gusto musical. Stevic se puso de pie de golpe cuando vio la foto de Greta en la pantalla del teléfono.

—Discúlpame, Karl. Tengo que atender. —Salió deprisa al pasillo y cerró la puerta.

En el interior de su despacho, el inspector también aprovechó para hacer una llamada. Como había previsto, el número al cual intentaba comunicarse, le daba ocupado.

* * *

Greta se robó un canapé de queso después de acomodar la bandeja con el refrigerio en el centro de la mesa. Colocó la jarra de té helado junto a los vasos y miró nuevamente el reloj. El Club de Lectura la tenía muy entusiasmada. Su padre le había dicho que era mejor que esperara a que pasara el verano para empezar de nuevo con las reuniones, pero, por enésima vez, terminó desoyendo su consejo. Por lo tanto, había decidido inaugurar la segunda temporada. Se reencontró con muchas caras conocidas y llegaron también nuevas integrantes, que se acercaron porque, según sus propias palabras, «habían oído maravillas del Club de Lectura de Greta».

Entre las participantes que habían decidido regresar, se encontraban su tía Ebba y sus dos primas; Hanna y su madre; Selma Steinkjer, Mia Magnusson, Linda Malmgren y Mary Johansson, quien, a pesar de haberse mudado a Börlange se hacía un hueco para acercarse al pueblo.

Anne-lise Metzgen, Pernilla Apelgren, Louise Rybner y dos amigas de Tammi y Julia de la escuela, seguramente arrastradas por sus primas, eran las flamantes incorporaciones al club. Si bien el número podría haber sido mayor debido al interés generado en los clientes nuevos, Greta prefería seguir manteniendo un grupo pequeño.

Había acondicionado el rincón de lectura de manera especial para llevar a cabo las reuniones. Debido a las altas temperaturas, empezaban a las cinco de la tarde. Observó su ejemplar de No apto para mujeres. La había elegido precisamente porque la detective encargada de resolver el misterio era mujer. Cordelia Gray había protagonizado solo dos novelas de P. D. James, y pensaba incluir ambas esa temporada.

Miró por enésima vez su reloj y, cuando alguien entraba a la librería, miraba hacia la puerta esperando ver a una de las chicas. Faltaban quince minutos todavía, así que los aprovechó para ver si Josefine había respondido a su e-mail. Se metió detrás del mostrador y entró a su casilla de correo. Se le dibujó una sonrisa en la cara cuando leyó el nombre de la escritora en la bandeja de entrada. Lo abrió y lo leyó.

De: Josefine Swartz <detective_writer_diva@leopard.se>

Enviado: Lunes, 23 de julio de 2012 – 2:54:10 p.m.

Para: Greta Lindberg <greta@nemesis.se>

Asunto: En búsqueda de excusas

Querida Greta,

espero que el clima en Mora esté siendo más benévolo que aquí. No para de llover, y ya no tengo excusas para no sentarme a escribir. Me encantaría intervenir en alguna de las reuniones de tu Club de Lectura. No lo vas a creer, pero nunca antes me habían invitado a participar en uno, y me genera cierta curiosidad. Aunque confieso que lo que más me interesa es saber cómo va el caso. No es mucho lo que puedo enterarme desde aquí. Leo el Falu Kuriren a diario. Sin embargo, las noticias son bastante escuetas. Supongo que tú podrás ponerme al tanto de cómo va la investigación. Lo último que me contaste sonaba bastante jugoso. ¿Estás libre esta noche? Me gustaría que pudiéramos chatear para intercambiar opiniones.

Espero ansiosa tu respuesta.

No la haría esperar. Mikael le había dicho que se marchaba a Gotemburgo; no tenía nada más interesante que hacer esa noche. Hablar con Josefine Swartz sobre el crimen de Malte Metzgen era un plan difícil de resistir.

De: Greta Lindberg <greta@nemesis.se>

Enviado: Lunes, 23 de julio de 2012 – 2:59:24 p.m.

Para: Josefine Swartz <detective_writer_diva@leopard.se>

Asunto: Re: En búsqueda de excusas

Querida Josefine,

le escribo en forma rápida porque está a punto de empezar la reunión. Estoy disponible esta noche. Si le parece, podemos chatear vía Skype a las nueve.

Nos vemos.

Greta.

No hizo más que levantar la vista de la pantalla que las integrantes del club empezaron a invadir Némesis. Su tía Ebba la estrujó entre sus brazos y la regañó porque la notaba más delgada. El comentario provocó una risa generalizada en las demás mujeres. Estaban casi todas; solo faltaban Hanna y Anne-lise, que seguramente no asistiría debido a su estado de salud.

Pernilla la separó del grupo.

—Greta, espero que no te importe que te lo pregunte ahora, pero quería saber qué te ha parecido mi manuscrito.

Hablaba en voz baja para evitar que la escucharan. Al parecer pretendía mantener en secreto que había escrito una novela. Era gracioso que la mujer más chismosa del pueblo pretendiera que se mantuviera en secreto su vocación por la escritura.

—Apenas la empecé hoy, Pernilla. Si le parece, lo charlamos después —le dijo, con la esperanza de que su respuesta conformara a la anciana. Había leído solo un par de capítulos mientras almorzaba, pero había tenido que abandonarlo a causa de los parloteos de Miss Marple.

Pernilla se bajó las gafas y le clavó con la mirada.

—¿Hoy? Me dijiste el otro día que ya lo habías empezado —replicó algo molesta.

Greta deseó en ese momento que el suelo se abriera a sus pies. ¿Cómo se le había olvidado? Ya era tarde para subsanar su error, acababa de ponerse en evidencia frente a la anciana.

—¡Tiene razón, Pernilla! No sé dónde tengo la cabeza… —se justificó—. Quédese tranquila, cuando quiera nos juntamos y la comentamos.

Pernilla Apelgren pareció conformarse con la respuesta, aunque Greta sospechó que aprovecharía cualquier ocasión para restregarle en la cara el descuido.

Las más jovencitas del grupo no paraban de cuchichear. Greta se vio obligada a llamarles la atención y, por un instante, tuvo la sensación de estar en Söderhamn, en una de sus tantas clases de literatura. Cada una tenía en su poder la novela de P. D. James.

—Chicas, hoy tenemos una nueva compañera. —Se paró al lado de Louise Rybner y la instó a que se pudiera de pie—. Louise, le damos la bienvenida oficialmente al club.

La mujer miró a todas con una sonrisa. A su vez, las demás mujeres, no le quitaban los ojos de encima, como si esperaran que dijera algo.

—Gracias, Greta. Es un placer poder formar parte de este maravilloso grupo. —Se acomodó las gafas—. Bueno con Mary ya nos conocemos porque mi Klint es amigo de su hijo —explicó, mientras se sentaba de nuevo.

La camarera asintió, Greta notó cierta incomodidad en su semblante.

—¿No nos atrasaremos en la lectura con una nueva integrante? —intervino Pernilla con el entrecejo fruncido.

—No, para nada. Yo misma le acerqué un ejemplar de la novela a Louise para que se pusiera al día. —Miró a la mujer—. ¿Ha podido leer algo?

—Sí. Anoche me devoré los primeros tres capítulos.

—¡Perfecto! Nos lleva algo de ventaja, nosotras vamos por el segundo. —Espió a la anciana por el rabillo del ojo. Era evidente que la respuesta de Louise había sido suficiente para cerrarle la boca.

De repente, Greta notó que todas miraban hacia la puerta. Se dio media vuelta y se asombró de ver a Anne-lise. Se acercó a ella de inmediato.

—¡Anne-lise! ¿Qué haces aquí? No deberías haber venido.

La joven se tomaba el vientre y estaba un poco pálida todavía, pero su semblante parecía haber mejorado. Le sonrió.

—Tengo el permiso del doctor Haugaard, Greta. Al contrario de lo que creen mi madre y mi esposo, me dijo que no me hace bien estar encerrada en la casa, que es un ambiente muy opresivo para mí y la bebé. Me ha aconsejado que me distrajera; con moderación, eso sí. No sabes lo que me ha costado convencer a Willmer para que me trajera.

Greta miró hacia la calle. El contador las observaba desde el interior de su auto.

—No se moverá de allí hasta que no termine la reunión —dijo Anne-lise fingiendo cierto fastidio cuando se podía adivinar por el brillo de sus ojos que estaba encantada con los cuidados y mimos que le prodigaba su esposo.

—Ven, siéntate y toma un poco de té helado. —Se dirigieron al sector de lectura bajo la atenta mirada de las demás mujeres.

Anne-lise las saludó a todas con un leve movimiento de cabeza. Reparó enseguida en la nueva integrante. También la miraba con cierta curiosidad.

—Anne-lise, ella es Louise y, desde hoy, forma parte del club —le anunció Greta sentándose a su lado.

—Hola, Louise.

La mujer le dedicó una sonrisa.

—Encantada, Anne-lise.

—¿Se conocían? —intervino Greta.

—Solo de vista. Eres la dueña de la tienda de antigüedades de la calle Kyrkogatan, ¿no?

Louise asintió.

—No he tenido la oportunidad de decirte cuánto siento lo del doctor Metzgen.

Se acercó y le puso una mano en el hombro. Anne-lise le sonrió, más por cortesía que por otra cosa. Después de perder a su padre de una manera tan aberrante, ver la conmiseración en los ojos de cada persona que se le acercaba, solo servía para acrecentar su angustia. Le agradeció el gesto con un leve asentimiento de cabeza. Se sorprendió cuando la mujer le acarició el vientre.

—Un ser muere y otro nace; el círculo de la vida nunca se cierra —manifestó sin importarle las miradas curiosas de las demás mujeres—. La llegada de un hijo compensa cualquier dolor, querida.

Tras un instante de silencio en el cual nadie se atrevió a decir nada, Greta propuso que comentaran lo que habían leído durante la última reunión.

Entre intercambios de opiniones y alguna que otra discusión sobre quién era el asesino en No apto para mujeres, el tiempo pasó volando. Pernilla se había ofrecido a leer un capítulo de la novela. Greta no pudo negarse. También desaparecieron los canapés, y todas alabaron lo delicioso que estaba el té helado.

Una a una, se iban marchando. Anne-lise prefirió quedarse un rato más porque no se sentía bien. Greta se dio cuenta por lo que regresó de inmediato a su lado tras despedir a las demás integrantes del club en la puerta.

—¿Qué tienes? ¿Quieres que llame a Willmer?

La muchacha negó con la cabeza.

—Por favor, no. No quiero tener que darle la razón. —Oteó en dirección a la calle. Su auto continuaba allí, montando guardia—. Me ha bajado la presión, nada más. Es este calor que me agobia…

Greta tomó su anotador y lo usó a modo de abanico para darle aire. Había cometido una imprudencia al asistir a la reunión en su estado, pero no iba a regañarla. Ya tendría suficiente con los sermones de su madre y de su esposo.

—No has podido hablar con Telma, ¿verdad? —le preguntó mientras volvía a respirar con normalidad.

—Todavía no. Prometo hacerlo cuanto antes.

Presentía que su ansiedad por conocer qué sabía la mujer sobre los últimos movimientos del doctor era lo que la había empujado a ir hasta allí. La acompañó hasta el auto donde la esperaba Willmer para evitar cualquier contratiempo. Obviamente, Anne-lise no le comentó nada del malestar, cuando él le preguntó cómo se sentía. Greta no tuvo más opción que secundarla para evitar un mal mayor.

Cuando regresó a la librería, no vio a Lasse por ninguna parte. Se acercó al depósito y lo oyó hablar por teléfono. No pudo escuchar qué decía, mucho menos descubrir con quién hablaba, porque, no bien él giró y la vio de pie junto a la puerta, colgó rápidamente y continuó acomodando libros dentro de una caja. Su primo se traía algo entre manos: algo que no quería que ella conociera. Saldría perdiendo. ¿Acaso Lasse olvidaba que ella era experta en resolver misterios?