CAPÍTULO 15

Greta salió airosa. Como pudo prever un reguero de preguntas sobre la llegada de Pia al pueblo, convenció a su padre de almorzar en Claras como en los viejos tiempos, cuando él seguía solo.

Había logrado con inteligencia desviar el tema de conversación hacia temas triviales. Hablaron de Némesis, de Ebba y hasta de Miss Marple. No se mencionó la investigación ni tampoco salió a relucir el nombre de Pia o el del teniente.

Greta aprovechó la ocasión para preguntarle por la réplica de El infierno de Dante que pertenecía a su madre. Karl le contó que la pintura había terminado en el desván, tras una de las últimas remodelaciones a la casa.

—Me gustaría quedarme con el cuadro, papá, si a ti no te molesta.

—Para nada, cariño. Puedes venir a buscar el cuadro cuando quieras. Sé que para tu madre era especial, aunque a mí mucho nunca me gustó.

Se despidieron cerca de las dos de la tarde. Karl regresó a la comisaría. Ella aprovecharía para visitar a Louise Rybner. Antes de bajar a la librería para buscar un ejemplar de No apto para mujeres de P. D. James, se cercioró de que Miss Marple se encontraba bien. La lora jugaba fuera de la jaula con una de sus pelotas de goma. La ignoró por completo.

Se marchó a pie, ya que la tienda de antigüedades quedaba a solo un par de calles. Se cruzó con el reverendo Erikssen, a quien saludó agitando la mano. Había sabido sobreponerse al escarnio público, a los chismes y a las malas caras de sus feligreses con estoicismo tras el encierro de su esposa. Cada vez que lo veía, lo cual no era muy a menudo, ya que se negaba a asistir a misa los domingos, lo notaba más delgado; incluso, parecía más joven. Si un día se presentaba en el pueblo con una nueva mujer, se alegraría por él.

El sol se escondía de vez en cuando detrás de unas nubes blancas y gordas. La lluvia había sido un gran alivio para los habitantes del pueblo y una bendición para los granjeros de la zona. Sin embargo, la tregua había durado poco y ya volvían a padecer el bochorno y la humedad de aquel atípico verano en la provincia de Dalarna.

Dobló en Kyrkogatan y solo tuvo que avanzar unos pocos metros hasta llegar a su destino. La propiedad de los Rybner estaba ubicada cerca de la tienda. Era una casita de dos plantas, de madera pintada en color blanco con el techo de tejas azules. Cruzó el jardín delantero y vio una motocicleta apoyada en el enorme macetón de terracota, donde crecían margaritas de diversos colores. Supuso que sería de Klint, el hijo adolescente de los Rybner. En ese momento, el muchacho salió de la cochera. Con una mano, iba acomodándose la bragueta de los vaqueros. La miró de arriba abajo. Sus labios se torcieron en una mueca que pretendía ser una sonrisa. Tenía los ojos entrecerrados, como si acabara de despertarse.

—Hola, Greta.

—Hola, Klint. —Lo conocía de vista, ya que era amigo de su prima Tammi.

—Te vi en el cumpleaños de Julia —dijo sentándose en la moto—. Confieso que estuve a punto de invitarte a bailar, pero no me atreví.

El comentario le provocó gracia. ¿Cuántos años tendría? No le calculaba más de quince o a lo sumo dieciséis, aunque era bastante alto para un chico de su edad. No era guapo, pero había algo en él que lo hacía un ejemplar bastante interesante. Tal vez, fueran los ojos verdes o el cabello negro enrulado.

—No muerdo, salvo que esté enojada —bromeó.

—¿Habrías bailado conmigo?

—Claro, ¿por qué no?

El muchacho sonrió. Ella vio que incluso se sonrojaba. No tenía derecho a seguir avergonzándolo.

—¿Está tu madre en casa?

—Sí. Ven conmigo.

Lo siguió por la cochera hasta una puerta abierta que daba a la cocina. Prefirió esperar allí, mientras Klint buscaba a Louise. Todo estaba ordenado e impoluto, ni siquiera había una taza sucia en el fregadero. Junto a la ventana había una alacena de madera antigua con puertas de vidrio esmerilado. Se acercó para contemplar el juego de porcelana china que engalanaba el mueble con su belleza. Reprimió el impulso de tocar una de las piezas.

—¿Te gusta?

Greta se dio vuelta cuando escuchó a Louise Rybner detrás de ella. Ni siquiera la había escuchado acercarse.

—Es… maravillosa —balbuceó—. La tía de mi madre, que vive en Londres, tenía un juego igual a este. Cuando la visitábamos me prohibía terminantemente que me acercara. Yo apenas tenía seis o siete años y, en esa época, estaba empeñada en robar las tazas para servirle el té a mis muñecas —recordó.

Louise sonrió.

—Yo lo heredé de mi abuela. Patrik planeaba exhibirlo en la tienda, pero me negué a hacerlo. Es uno de los pocos recuerdos que conservo de ella. —Se acercó a la alacena y abrió una de las puertas. Sacó la tetera y se la mostró—. Ves allí, debajo del asa, tiene una pequeña fisura. Cualquier golpe o traqueteo puede romperla del todo. —La regresó a su sitio sin permitirle a Greta siquiera tocarla—. ¿Quieres tomar algo fresco? Acabo de preparar un poco de sangría. ¿O prefieres una cerveza?

—La sangría está bien.

—Siéntate. Aquí en la cocina corre más el aire —le dijo moviendo la silla por ella.

Greta se acomodó y observó a la mujer, mientras servía la bebida en dos vasos largos.

—Como no ha pasado por la librería, me tomé la libertad de traerle yo misma el libro. Las chicas no van tan avanzadas en la lectura así que supongo que podrá ponerse al día sin ningún problema.

—¿Qué están leyendo? —preguntó la dueña de casa mientras ponía una rodaja de naranja en el vaso de Greta.

No apto para mujeres de P. D. James. Es la primera obra de la autora que discutimos en el club. No sé si se lo comenté, pero, para estar acorde con el grupo, siempre leemos a autoras femeninas. Esta novela tiene un ingrediente especial, ya que la protagonista también es mujer.

—Cordelia Gray.

—Exacto. ¿Ha leído la novela?

Louise negó con la cabeza.

—Conozco a la autora. En realidad, Patrik tiene algunas de sus novelas en la biblioteca, pero son las que están protagonizadas por Adam Dalgliesh —comentó.

—Sí. Dalgliesh es más famoso. De cierta manera es la contracara de Cordelia. Él es policía en Scotland Yard, mientras que ella trabaja en una agencia de detectives, que hereda después de la muerte de su socio. Es una pena que la autora solo escribiera dos novelas de Cordelia. —Se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba hablando de más—. Lo siento, cuando se trata de libros, no paro —se disculpó.

—No te preocupes. Es tu pasión así, como la mía son las antigüedades —dijo comprensiva.

Greta le entregó el ejemplar de No apto para mujeres y sacó un cuaderno en donde registraba los datos de las integrantes del club.

—Necesito oficializar tu inscripción.

—Me parece perfecto. —Louise observó la portada del libro—. Esta noche empezaré a leerlo. Patrik se quedará hasta tarde haciendo el inventario de la tienda, y mi Klint se reúne con unos amigos para ver un partido en la tele.

Greta anotó su nombre y le fue pidiendo algunos datos.

—¿Naciste en el pueblo?

—Sí. Cuando mis padres murieron me fui a vivir a Färnäs con mi abuela. Luego, cuando era apenas una jovencita, me mudé a Vansbro. —Su semblante denotaba cierta nostalgia—. Creo que necesitaba un cambio, otro aire, gente nueva. Allí conocí a Patrik y también nació Klint. La fábrica donde trabajaba mi esposo cerró, lo que fue la excusa perfecta para volver. Con el dinero de la indemnización, compramos esta casa y alquilamos el local para abrir la tienda. Yo ejercí como maestra durante casi veinte años, pero mi pasión siempre fueron las antigüedades. No me arrepiento, ni de haberme ido un día ni de haber regresado. Nuestra vida está aquí ahora. Nos va bien con la tienda, y Klint hizo nuevos amigos.

—Yo estuve viviendo en Söderhamn durante cuatro años. Allí trabajé como profesora de Literatura en un colegio privado —le contó—. Pasé momentos buenos y malos, aunque creo que la experiencia me sirvió para crecer. Necesitaba despegarme de mi padre un poco y volar por mis propios medios.

—Tu padre te adora… —se detuvo de repente.

Greta la miró con suspicacia.

—¿Qué iba a decir?

Louise agitó las manos.

—No me hagas caso, muchas veces hablo de más sin darme cuenta. —Se levantó y colocó la silla debajo de la mesa—. Todos saben que el inspector se desvive por ti.

Era evidente que pretendía arreglar la situación. En lo único que podía pensar Greta era en el misterioso paquete que la mujer le había dado para que se lo entregara a Karl. ¿Tanto hermetismo por un juego de ajedrez antiguo? A no ser que… Sonrió para sus adentros. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡No existía ningún juego de ajedrez! Lo que fuera que hubiera en ese paquete tenía que ver con ella misma. ¡Era su regalo de cumpleaños! Podía acosar a Louise hasta que le dijera qué le había comprado el inspector, pero presentía que no soltaría prenda. Tendría que aguantarse hasta la fiesta sorpresa que, de seguro, estaban organizando a sus espaldas.

—¿Cuándo es la próxima reunión entonces?

La pregunta la sacó de sus cavilaciones.

—Se pospuso para el lunes debido a la muerte del doctor Metzgen. Es a las cinco en la librería.

—¡No quiero imaginarme el calvario que debe estar padeciendo esa pobre familia! —se lamentó Louise, que había insistido en acompañarla hasta la calle—. Perder a un esposo o a un padre de una manera tan aberrante. Espero que atrapen pronto al que lo hizo para que podamos volver a caminar tranquilos por las calles del pueblo.

—Yo también lo espero, Louise —dijo Greta antes de despedirse.

* * *

Karl miró con desagrado a su alrededor. El pueblo continuaba atestado de visitantes y el Vantage Point no era la excepción.

Barrió el lugar con la mirada hasta que finalmente visualizó a Lars Magnusson en una de las mesas del fondo. Tras abrirse paso entre un grupo de turistas asiáticos que bebían cervezas y hablaban hasta por los codos, llegó hasta su amigo. Se dejó caer en la butaca y pidió una aquavit bien fría a la camarera.

Lars notó cierto fastidio en su semblante.

—¿Problemas con el caso? —preguntó a sabiendas de que al inspector no le gustaba discutir sobre la investigación.

—Si solo fuera eso, Lars.

El abogado apenas retirado lo conocía demasiado bien. Lo único que podía preocupar a su amigo aparte del trabajo era su hija.

—¿Qué ha hecho ahora tu muchacha?

La camarera dejó la botella en la mesa y le dedicó una sonrisa al inspector antes de seguir atendiendo a los demás clientes del bar. Karl bebió un buen sorbo casi sin respirar. La bebida le quemó la garganta, pero lo necesitaba.

—¿Tu esposa no te ha comentado nada? —preguntó de repente, mientras regresaba la botella a su sitio con un movimiento brusco que incomodó al exabogado.

—¿Sobre qué? —Se hizo el desentendido. Sabía lo que se venía y lo mejor era intentar ganar tiempo. Mia asistía nuevamente al Club de Lectura y había oído comentarios sobre un supuesto romance entre Greta y Stevic. Al parecer, alguien cercano a una de las integrantes había visto al teniente abandonar el apartamento de la muchacha en horas non sanctas.

—Sobre mi hija y Stevic.

Lars se mesó el cabello y, por unos segundos, sus ojos se desviaron hacia el grupo de turistas que seguía bebiendo y parloteando en un idioma imposible de descifrar.

—No me gusta mentir, Karl. Además, tarde o temprano los rumores también llegarán a tus oídos. —Hizo una pausa cuando vio la mirada irascible de su amigo—. En el pueblo, se habla de que han visto al teniente en las inmediaciones de la librería muy tarde por la noche.

Karl apretó la botella de aquavit con tanta fuerza que los nudillos se le pudieron blancos.

—No hace falta que me dores la píldora, Lars. Estoy seguro de que lo que se comenta es mucho peor.

—No deberías molestarte tanto el hecho de que tu hija rehaga su vida. Tú lo has hecho y si Greta lo quiere…

—¡Mi hija no sabe lo que quiere! —se exaltó. Los turistas se voltearon para verlo—. Stevic continúa casado; y no voy a permitir que le haga daño a mi hija convirtiéndola en una más en su lista de conquistas. —Había bajado el volumen de voz, pero seguía ofuscado.

—Tengo entendido que él está separado.

—Pues su mujer regresó a Mora para el funeral de Malte Metzgen. La vi esta mañana en la librería, hablando con Greta como si nada.

—¿Se queda a vivir en el pueblo?

—No; se volvió a ir.

Lars sonrió.

—Tal vez aprovechó el viaje y arregló la situación con el teniente —dijo como si eso bastara para cambiar el ánimo del inspector—. ¿Por qué no hablas con él y aclaran todo de una vez?

Karl permaneció en silencio. Su amigo tenía razón. Lo más sensato sería enfrentar a Stevic y escuchar de sus propios labios la confirmación de que los chismes en el pueblo no eran infundados. Sin embargo, dudaba seriamente de que pudieran hablar de Greta como dos personas civilizadas. Mikael había hecho oídos sordos a sus advertencias de mantenerse alejado de su hija, destruyendo cualquier voto de confianza que hubiera depositado en él. Si sus intenciones con Greta eran serias, había empezado con el pie izquierdo. Un hombre con las pelotas bien puestas no se esconde o se escabulle en medio de la noche, mucho menos pone en riesgo la reputación de una muchacha decente.

—Maldigo el momento en el que Stevic puso los ojos en mi hija —bramó después de un prolongado silencio.

—Creo que perdiste la batalla hace tiempo, Karl. Acepta lo que hay, va a ser lo mejor para todos —le aconsejó Lars Magnusson.

Karl clavó la mirada en la botella de aquavit vacía. Podría haber perdido una batalla, pero todavía estaba a tiempo de ganar la guerra.

Decidido, sacó el teléfono móvil del bolsillo de su camisa y marcó un número en Estocolmo. Segundos después, esbozó una sonrisa.

—Niklas, muchacho, ¿cómo estás?

* * *

El domingo, Greta se levantó decidida a visitar a Anne-lise Ivarsson. Deseaba saber cómo se encontraba después de su desmayo en el funeral del doctor. No le había mencionado nada a Mikael la noche anterior. El teniente se había aparecido minutos después de cerrar Némesis con comida china y una película en DVD, dispuesto a pasar una velada agradable en su compañía. Le había prohibido hacer cualquier pregunta sobre el caso; ella, a regañadientes, había aceptado sus reglas. Así, el sábado a la noche transcurrió entre chop suey de pollo, vino blanco, una película de Hitchcock y arrumacos en el sillón de la sala mientras Miss Marple picoteaba los zapatos del teniente.

Llegó a la propiedad de los Metzgen a media mañana. Anne-lise, cansada de estar acostada, la recibió en el jardín. Greta la notó más pálida y ojerosa que la última vez. Se mesaba el pelo compulsivamente; con la otra mano no dejaba de acariciarse la barriga.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras observaba el vientre abultado de la joven que se asomaba por debajo de la blusa. Tenía algunas estrías y una pequeña marca de nacimiento en forma de bastón justo al lado del ombligo.

Anne-lise suspiró.

—Mejor, aunque no lo parezca —esbozó una leve sonrisa—. Me angustia lo de mi padre, pero, al mismo tiempo, sé que tengo que cuidar de ella. —La mano en su vientre se detuvo de golpe—. No puedo perder a mi niña también… No lo soportaría, Greta.

La pelirroja se inclinó hacia delante.

—Todo va a salir bien, Anne-lise —la tranquilizó.

—Lo he hablado con mi madre, pero ella parece no querer escucharme.

—Aquí tienes dos oídos. Soy muy buena escuchando; al menos eso dice mi amiga Hanna —se ofreció.

—Sé que mi padre quería decirme algo el día en que murió.

—¿De verdad?

Anne-lise asintió.

—No sé si lo sabes, pero me llamó esa mañana para preguntarme cómo me sentía, aunque de inmediato noté que algo no andaba bien. Estaba nervioso y preocupado. Me dijo cuánto me amaba y me pidió que no hiciera caso a lo que pudieran decir de él. En ese momento, no le presté mucha atención, pero, después del asesinato, sus palabras cobraron otro significado.

—¿No tienes idea de por qué te dijo eso?

—No; y mamá piensa que estoy exagerando.

¿Y si Malte Metzgen había descubierto el romance que su esposa sostenía con su hermano? ¿Acaso le preocupaba que lo tildaran de cornudo o le importaba más el efecto que semejante verdad podría causar en su hija? Sin dudas, una infidelidad era el plato fuerte para cualquier chismosa del pueblo, pero, si ocurría en el seno de una de las familias más respetadas de la comunidad, el chisme era mucho más jugoso.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Greta?

—Por supuesto.

—¿Por qué llevaste a esa mujer al funeral de mi padre? Cuando me dijiste que te acompañaría no pude negarme, aunque la verdad es que me disgustó verla allí —reconoció.

—Creí que era justo que pudiera despedirse de él. Trabajó como su secretaria durante muchos años; su tía me dijo que estaba destrozada por la muerte del doctor —le explicó.

—Nunca me gustó Telma Apelgren. Muchas veces, cuando visitaba a mi padre en el hospital, la sorprendí mirándolo con demasiado cariño. Se esmeraba en mantener todo ordenado y, cada mañana, le dejaba una flor fresca encima de su escritorio. —Frunció el entrecejo. Era evidente que la mujer le traía malos recuerdos—. Papá la adoraba y no permitía que nadie se metiera con ella. Incluso llegué a creer que era su amante. Cuando se lo comenté a mamá, se rio en mi cara y me dijo que me quitara esa estúpida idea de la cabeza, que mi padre nunca se metería en la cama de una mujer como Telma Apelgren. ¿Tú que piensas?

Greta pensó muy bien lo que iba a decir.

—Pernilla deslizó la posibilidad de que su sobrina estuviera enamorada de tu padre. Creo que no se equivocó: su muerte la afectó tanto como a ti. Estaba realmente destrozada. —Hizo una pausa, quería ser sincera con ella—. Sin embargo, no sé si era su amante.

—Su amante o no, esa mujer debe saber muchas cosas de papá. Ya te digo, él siempre la defendía. Manejaba su agenda y estaba al tanto de todos sus movimientos. Si yo pudiera, iría a hablar con ella. —Miró a Greta, esperando un gesto de aprobación de su parte—. Si había algo que angustiaba a mi padre, seguramente Telma lo sabía.

Anne-lise podía estar en lo cierto. Ella misma había sido testigo del nerviosismo de la mujer cuando había intentado indagar sobre los recurrentes viajes del doctor a Gotemburgo.

—Yo puedo hablar con ella, si quieres —se ofreció.

La morena le sonrió.

—¡Pensé que nunca me lo dirías!