CAPÍTULO 14

Cuando Greta abrió los ojos, Mikael ya no estaba en su cama. Una vez más, se había escabullido entre las sombras de la noche para evitar ser visto. Respiró hondo; le habría gustado despertar a su lado, como cualquier pareja normal. Bueno, no podía olvidar que ellos no eran una pareja normal. De un manotazo, se acomodó el pelo detrás de la oreja. ¿Hasta cuándo seguirían así, escondiéndose, como si estuvieran haciendo algo malo?

En momentos como ese, deseaba ser lo suficientemente valiente como plantarse delante de su padre y contarle lo que sucedía. Después, sin embargo, cobarde, terminaba arrepintiéndose. Saltó fuera de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Cuando estaba por cerrar la puerta, escuchó a Mikael tarareando una canción. Cubrió su desnudez con la bata y salió presurosa hacia la cocina.

Allí estaba el teniente: colocaba las tazas en la mesa, mientras se calentaba el agua para el café.

Llevaba solamente los jeans y tenía el pelo revuelto. Su camisa colgaba de una de las sillas. Se acercó con sigilo y lo abrazó por detrás.

—Creí que te habías ido —le dijo con el rostro apoyado en la espalda desnuda.

Él sonrió, complacido de sentir el calor de su cuerpo pegado al suyo.

—¿Te molesta que no lo haya hecho?

—No. Es bonito encontrarte aquí por la mañana. Ya no quiero despertar sola —confesó a sabiendas de lo que significaban esas palabras.

Mikael retiró la cafetera del fuego, la asió de la mano y se sentó. Ella se acomodó en su regazo.

—Escucha Greta, hay algo que debes saber. —Se aclaró la garganta—. Pia ha vuelto al pueblo.

—Lo sé.

El teniente frunció el ceño, sorprendido.

—¿Lo sabes?

—Sí. Hablé con ella ayer tras el funeral de Malte Metzgen.

Se quedó anonadado. ¿Cómo había pasado por alto aquel detalle? Pia le había dicho que asistiría a la ceremonia; en cuanto a Greta, era obvio que se las ingeniaría para estar presente. Además, la noche anterior lo había leído en el cuaderno rojo.

—Entonces sabes también que si volvió fue solo para acompañar a Felicia Nielsen. Ya no hay nada entre nosotros —se apresuró a explicarle.

Greta asintió.

—Confieso que me sorprendió verla, aunque fue bueno que habláramos. —Le peinó el cabello con los dedos—. Nos sirvió para zanjar todo este asunto de una buena vez. Pia es una mujer increíble, y no puedo evitar sentir culpa por todo lo que ha pasado.

—No, tú no eres responsable de nada. Yo me torturé mucho tiempo cargando con el peso de la culpa y no quiero que pases por lo mismo, Greta. —La asió de la barbilla y la obligó a mirarlo—. Hablaré con ella antes de que se vaya y le pediré el divorcio —dijo con firmeza.

Greta sonrió. Era lo más sensato, lo que había deseado durante tanto tiempo: que Mikael fuera libre para no tener que esconder lo que sentían. Debía hacerse a la idea de que por fin él sería por completo suyo. Antes de echarse a llorar como una Magdalena, prefirió besarlo. Se perdió en su boca. Entre sus brazos, como siempre, cualquier duda o temor desaparecía.

No volvieron a mencionar a Pia mientras desayunaban. Entre café y panecillos caseros, gracias a las habilidosas manos de la tía Ebba, intercambiaron opiniones sobre el caso.

—¿Crees realmente que Sten Metzgen pueda estar detrás del homicidio? —le preguntó Mikael, ávido de conocer su parecer.

—Tenía sus motivos para cometer el crimen, pero sigo pensando que fue muy arriesgado o muy estúpido de su parte haber usado su propio auto para sacar al doctor del camino.

—Tal vez no fue él quien conducía —planteó Stevic.

Greta le dio un mordisco a su panecillo.

—¿Malin? —Negó con la cabeza—. Apuesto a que estaba tan borracha esa noche que habría sido ella quien terminara en el fondo de la quebrada. Yo tengo otra teoría… —alegó y dejó la frase en suspenso.

Mikael bebió de prisa el poco café que le quedaba y se cruzó de brazos. Le clavó la mirada.

—¿Y bien? ¿No piensas compartirla conmigo, pelirroja?

—Es muy descabellada y no tiene mucho asidero, sin embargo…

—¡Déjate de rodeos y suéltala ya!

Le gustaba ejercer cierto poder sobre él.

—Creo que el asesino usó un vehículo similar al de Sten porque quiere que sospechemos de él. En el pueblo se rumorea que el hermano del doctor vivía a sus costillas. Yo descubrí, por casualidad, que tiene un amorío con la mujer de la víctima, su cuñada. Cualquiera también pudo verlos juntos y sacar las mismas conclusiones. Se valió de dos fuertes motivos que podría tener Sten Metzgen para desviar las sospechas hacia él.

—No te lo comenté anoche, pero hemos llegado a pensar que Willmer Ivarsson era el verdadero objetivo del asesino. Tanto él como su esposa aseguran que alguien los ha estado vigilando; sin embargo, lo investigamos y no hallamos nada que haga suponer que es a él a quien querían eliminar.

Greta frunció el ceño.

—¿Anne-lise está en peligro?

—Karl envió a Bengtsson y a Thulin anoche a montar guardia frente a su casa, solo por precaución.

—Tal vez ese alguien estudiaba los movimientos de toda la familia, por eso sabía que el doctor había tomado prestado el auto de su yerno para viajar a Gotemburgo. De ese mismo modo, también pudo ver alguna actitud sospechosa entre Felicia y Sten que lo llevó a concluir que eran amantes —especuló Greta.

—Todo es posible y eso echaría definitivamente por tierra la teoría de que el asesino está detrás de Willmer Ivarsson —dijo Mikael bastante contrariado. Suspiró—. Sabremos más cuando nos lleguen los resultados de Estocolmo. Si se confirma que usaron un Škoda Yeti para cometer el crimen, confiscaremos el auto de Sten para peritarlo. Hasta entonces, es nuestro sospechoso más firme, aunque la lista de tu cuaderno sea más extensa.

—Bueno, ya conoce mi secreto, teniente. La única persona que sabía de su existencia, hasta anoche, era Lasse. Ni siquiera papá se imagina qué registro en mi querido cuaderno rojo —hizo el gesto de comillas con las manos—: todas esas locas teorías que salen de mi cabeza.

—Yo no creo que sean locas —se atajó Mikael—. He aprendido a no subestimarlas. Creo que Karl tampoco lo hace, solo que no quiere reconocerlo. Le cuesta dar el brazo a torcer; en eso, te pareces mucho a él.

Greta se quedó callada de repente.

—Debemos decírselo, Mikael.

Él sabía que no se refería a las conjeturas que habían barajado sobre la investigación o al dichoso cuaderno rojo.

—Me parece que tu padre sospecha de lo nuestro. Nina me aconsejó que lo enfrentara antes de que lo sepa por otro lado.

—¿Se lo has contado a la sargento Wallström?

Stevic asintió.

—Solo le confirmé lo que ya sospechaba.

Su relación ya no era tan secreta como pensaba. El círculo de encubridores crecía cada vez más.

Primero lo había sabido Lasse, luego Hanna y ahora Nina. Estaba segura de que la mayoría de los habitantes de Mora creían que se habían enredado incluso antes de que Pia abandonara a Mikael. Un amorío oculto, casi prohibido, era el chisme perfecto para las lenguas flojas del pueblo. Pensó en Pernilla Apelgren y en aquella vez durante el funeral de Kerstin Ulsteen, cuando prácticamente la había arrojado a los brazos del teniente y la había dejado a solas con él. ¿Durante cuánto tiempo habían sido la comidilla de todos en Mora?

Nina tenía razón. Debían blanquear su romance antes de que la bola de nieve se hiciera tan grande que ya nadie pudiera detenerla. Miró a Mikael.

—¿Hablas tú con mi padre o lo hago yo?

* * *

Para sorpresa de todos en la comisaría, los resultados de Estocolmo llegaron ese sábado al mediodía. Bengtsson recibió el informe por correo electrónico y lo imprimió para compartirlo con los demás en la sala de comandos. Los expertos habían logrado dimensionar las imágenes sin que se perdiera calidad. En efecto, el utilitario que había sido captado por las cámaras de vigilancia de la fábrica de cristales era un Škoda Yeti color negro. De inmediato, Karl se comunicó con el juzgado y pidió una orden para incautar el auto de Sten Metzgen. Las buenas noticias terminaron ahí, porque la secretaria del juez Fjæstad les dijo que hasta el lunes no era posible, ya que el magistrado se había tomado el fin de semana para descansar.

Ellos, en cambio, no tenían tiempo que perder. Stevic y Nina se encargarían de interrogar nuevamente al hermano de la víctima. Todos concordaron en que habría sido mejor confrontarlo con los resultados de las pericias que le harían a su vehículo. De todos modos, los indicios que ya tenían, eran suficiente como para sentarse a hablar con él por segunda vez.

El ama de llaves los recibió con un gesto adusto y los hizo pasar al salón. Había arreglos florales en señal de condolencia desperdigados por toda la estancia y el perfume hizo estornudar al teniente.

Sten Metzgen apareció por una de las puertas laterales y, tras saludarlos fríamente, los invitó a tomar asiento. Vestía de manera casual; llevaba el móvil en la mano.

—¿Qué puedo hacer por ustedes, detectives?

Mikael se inclinó hacia delante y lo miró fijamente. Quería estar al tanto de cada uno de sus gestos.

—Necesitamos saber qué hizo exactamente el día del homicidio de su hermano.

Sten dejó el teléfono encima de una mesita y se cruzó de piernas.

—Creo que ya respondí a esa pregunta cuando estuve en la comisaría, teniente —manifestó sosteniéndole la mirada.

—Así es, pero han surgido nuevas evidencias que nos hacen dudar de sus movimientos durante la noche del miércoles.

El hombre frunció el entrecejo. Sus ojos oscuros pasaron de Stevic a la sargento y al teniente de nuevo.

—Estuve aquí, en casa toda la noche. Mi esposa podrá corroborarlo.

—¿Está seguro de que podrá hacerlo? —rebatió Nina.

Sten se removió en el sillón. Habían conseguido ponerlo nervioso.

—Señor Metzgen, hemos obtenido las cintas de una cámara de vigilancia instalada a un par de kilómetros de la escena del crimen. —Mikael hizo una pausa—. En el video se pueden ver el Indigo 3000 que manejaba su hermano junto a un utilitario oscuro que lo sigue a corta distancia. Las pericias demostraron que se trata de un Škoda Yeti color negro. El mismo tipo de vehículo que usted conduce.

Intempestivamente, Metzgen se puso de pie.

—¡Eso es imposible! ¡Yo no conduje esa noche, mucho menos para sacar a mi hermano del camino!

—Cálmese, Sten —le pidió Nina—. Será mejor que nos diga la verdad. No podemos confiar en la declaración de su esposa. Creemos que dijo que usted estaba con ella solo para encubrirlo.

Mikael la miró sorprendido. No era eso lo que sospechaban realmente, pero servía como para amedrentarlo un poco. Sten caminó hacia la ventana y les dio la espalda. Se tomó unos cuantos segundos antes de responder.

—Sé que no pueden fiarse del testimonio de una borracha —dijo cruzado de brazos. Giró sobre sus talones y los enfrentó—. Supongo que sí creerán en la palabra de mi cuñada.

Mikael sonrió para sus adentros. En ese instante, recordó lo que Greta había escrito en el cuaderno rojo.

—¿Qué puede decirnos ella, señor Metzgen? —Nina miró a su compañero. Sentía que había algo que se le escapaba.

—Que fue en su cama que dormí esa noche.

* * *

Greta y Lasse estaban exhaustos. El desfile de gente no había cesado desde que habían abierto las puertas de la librería más temprano de lo habitual ese sábado a la mañana, para aprovechar la masiva llegada de turistas a la región. Circulaban desde los clientes de siempre hasta los más nuevos que se acercaban a Némesis por recomendación de algún conocido. La temporada estival estaba ayudando considerablemente a aumentar las ventas. Esperaban que siguieran creciendo cuando el verano acabara y los turistas dejasen el pueblo. Greta miró con disimulo a su primo. Hacía un par de días que lo notaba distinto. Había intentado sonsacarle información, pero había resultado inútil. Sus habilidades detectivescas no funcionaban con él. Lo único que lograba apaciguar su creciente curiosidad era ver que lo que fuera que le sucediera lo hacía feliz.

De pronto él carraspeo y le hizo señas a Greta de que mirara hacia la puerta. Se sorprendió de ver a Pia.

—Hola, Greta. ¿Podemos hablar? Prometo no quitarte mucho tiempo.

La pelirroja dejó el taburete detrás del mostrador y se acercó a la recién llegada.

—Subamos a mi apartamento. —Miró a su primo—. Lasse, hoy cierra un poco más tarde, aprovechemos el buen flujo de clientes.

Él asintió. No tuvo tiempo siquiera de ponerse a pensar en lo que estaría sucediendo entre Greta y la esposa de Stevic, porque un par de turistas que ya llevaban largo rato en la sección de autores americanos solicitaron su consejo.

En el apartamento, Greta preparaba té helado para ofrecerle a su inesperada visita. Mientras cortaba el limón en rodajas, un montón de teorías se agolparon en su cabeza. Del mismo modo que tejía hipótesis sobre un crimen, trataba de dilucidar el motivo por el cual Pia Halden la esperaba en la sala. Después de la conversación que había tenido con Mikael esa misma mañana, no esperaba que viniera a verla. Él iba a plantearle el divorcio; Pia pensaba hacer lo mismo antes de irse del pueblo. ¿Habría podido Mikael hablar con ella o se había echado para atrás? La pregunta que la inquietaba, no tardó en ser respondida.

—He hablado con Mik antes de venir a verte —le dijo apenas regresó de la cocina con la bandeja cargada—. Regreso esta tarde a Falun y el lunes hablaré con un abogado para iniciar los trámites del divorcio.

Greta le ofreció un vaso de té helado y se sentó.

—No sé qué decirte, Pia.

—No tienes que decir nada. Lo decidimos de mutuo acuerdo. Como solía suceder, fui yo quien tomó la iniciativa. —Bebió un poco de la bebida refrescante—. Delicioso.

—Gracias —dijo sonriendo por primera vez.

—Mikael será un hombre libre por fin; ya no tendrán que esconderse, Greta. —No podía evitar sentir nostalgia. Le dolía haber perdido a Mikael definitivamente—. Sé que será feliz contigo y eso, de alguna manera, me conforma.

Greta notó cuánto le costaba a Pia no derrumbarse delante de ella. No le inspiraba lástima, sino una profunda admiración. Estaba cerrando una etapa de su vida, dejaba al hombre que amaba ser feliz con otra mujer. Dudaba de que ella fuera capaz de hacer lo mismo si se encontrara en sus zapatos. Se sentía en deuda con ella. Deseó dejar cualquier prejuicio de lado y abrazarla, pero no pudo hacerlo.

—Lamento que todo esto haya sucedido —dijo en cambio.

—No lo hagas. Siempre creí que, en esta vida, todo lo que nos pasa es por una razón. Mi matrimonio con Mikael se rompió demasiado pronto; es hora de que cada cual siga su camino. —Regresó el vaso a la bandeja y se puso de pie—. Debo irme. Todavía tengo que saludar a unos amigos del hospital y pasar por el departamento para preparar mis bártulos. Prefiero hacerlo ahora que Mikael no está.

—Te acompaño.

—No puedo irme de Mora sin antes comprar otra novela de Agatha Christie —le dijo más animada—. Sé que me faltan muchos títulos para completar la colección, pero, de a poco, va creciendo.

Bajaron a la librería. Greta la guio hasta el enorme estante en donde se exponían todas las obras de la autora. Como la doctora Halden estaba indecisa, Greta le recomendó El misterioso caso de Styles.

—Apuesto a que no la tienes. —Pia negó con la cabeza—. Fue el primer libro que escribió, allá por 1920, cuando Agatha colaboraba con una farmacia de la Cruz Roja. La víctima, una viuda rica llamada Emily Inglethorp, muere envenenada con estricnina. El trabajar en la Cruz Roja le proporcionó una gran fuente de conocimiento sobre diversos venenos, por eso la mayoría de sus personajes mueren envenenados.

—Eres toda una experta, Greta —la elogió hojeando el libro. En la portada aparecía una taza de café humeante junto a un frasquito de cristal azul donde había dibujada una calavera.

—Cuando se trata de Agatha, sí —respondió sin importarle pecar de orgullosa.

—Me lo llevo. Lo empezaré a leer hoy mismo, durante el viaje en tren a Falun —manifestó entusiasmada—. ¿Cuánto te debo, Greta?

—Nada, es un regalo. —Cuando vio que Pia estaba por protestar, añadió—: De una fan de Agatha a otra.

—Gracias. Sé que lo voy a disfrutar mucho.

—Es el mejor pago que puedo recibir. —En ese momento, miró por encima del hombro de Pia y divisó a su padre ingresando a la librería. No pudo evitar ponerse nerviosa. No sabía qué podía resultar del encuentro entre la todavía esposa de Mikael y el inspector Lindberg. Cuando él se acercó, trató de aparentar una calma que no tenía.

—Buenos días.

Pia giró sobre sus talones y le sonrió.

—Karl, qué gusto verlo —dijo estrechando la mano que él le ofrecía.

—No sabía que habías vuelto, muchacha. —Miró a su hija—. Hola, cariño. ¿Cómo estás?

—Bien, papá. No te esperaba.

—¿Es que acaso tengo que avisar antes de venir a verte? —bromeó. Luego, volvió a poner toda su atención en la doctora Halden—. ¿Has regresado para quedarte?

Se hizo un pesado silencio. Ambas mujeres intercambiaron miradas.

—No, inspector. Solo he venido al pueblo para asistir al funeral de Malte Metzgen. Regreso a Falun hoy mismo, mi vida está allí ahora. Acabo de conseguir un puesto en una clínica privada y, si Dios quiere, pronto me mudaré a mi propio apartamento.

Karl no lo esperaba. Al verla, había abrigado la esperanza de que hubiera regresado a Mora para quedarse e intentar recomponer su matrimonio. No supo qué decir. Notó la incomodidad de Greta frente a toda aquella situación. ¿Qué hacía la esposa de Stevic con su hija? ¿Habría venido a reclamarle algo? Reparó en la novela de Agatha Christie que tenía en la mano. Tal vez solo estaba allí porque había ido a comprar un libro.

—Me alegra haberte visto de nuevo, muchacha. Supongo que a Stevic le agradó verte también. —Escudriñó el rostro de su hija tratando de descubrir qué había provocado en ella su comentario, pero ni se inmutó.

Pia tuvo más suerte que la pelirroja y logró escabullirse de la librería argumentando que perdería su tren si no se marchaba. Greta no tenía escapatoria, en cambio: su padre planeaba someterla a un exhaustivo interrogatorio. Buscó a su primo con la mirada, pero él estaba demasiado ocupado atendiendo a una clienta.

—¿A qué has venido, papá?

—¿Almorzamos juntos, cariño? —le preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

Y, por supuesto, ella no pudo negarse.