CAPÍTULO 13

Greta cruzó las piernas encima del sofá y se llevó el bolígrafo a la boca. Jugueteó con él mientras trataba de dilucidar si se le había escapado algo. La realidad era que no tenía mucha información sobre el caso, por lo tanto, ni siquiera había alcanzado a llenar la primera página. Como si fuera poco, Miss Marple, subida en la mesita, se había empeñado en picotearle el cabello. No la regañó porque habría sido peor. Estaba tan concentrada que, cuando golpearon a la puerta, dio un respingo. El corazón también le saltó dentro del pecho y se levantó tan rápido que la lora casi le arrancó un mechón de pelo.

—¡Auch! —Le lanzó una mirada asesina y fue a abrir.

Lo primero que vio Mikael fue la expresión de dolor en el rostro de Greta.

—¡Hey! ¿Qué pasó?

—Fue Miss Marple —acusó masajeándose la cabeza.

Mikael sonrió. La lora seguía dándole batalla y parecía que iba ganando. Sin previo aviso, la atrapó entre sus brazos y la besó. Se adueñó de su boca con tanta pasión que Greta tuvo que sujetarse con fuerza a la espalda masculina para no trastabillar.

—¡Cielos! ¿Es sano que te extrañe tanto? —le preguntó sin soltarla.

Ella sonrió. El beso había hecho que se olvidara por completo del dolor que la aquejaba apenas unos segundos antes.

—Yo no sé si es sano, teniente, pero, si cada vez que usted me extraña tanto, me besa así, voy a plantearme seriamente la posibilidad de vernos menos —manifestó divertida metiendo una mano por debajo de su camisa.

—Ni se te ocurra, pelirroja. Puedo llegar a tomar medidas drásticas para evitar que lo hagas. —Él hurgó en el bolsillo trasero de sus jeans y sacó un par de esposas.

Ella abrió la boca en forma de «o».

—¡No te atreverías!

Se inclinó hacia ella.

—Sabes que sí —le susurró al oído. Su perfume lo volvía loco y le costaba contenerse cuando la tenía cerca. Se suponía que lo de las esposas iba a ser solo una broma. Las había sacado del cajón de su escritorio, imaginando la cara que pondría Greta cuando se presentara en su apartamento con ellas. Sin embargo, esposarla a los barrotes de su cama no era una mala idea. Había fantaseado con aquella posibilidad antes; tal vez, había llegado la hora de convertir la fantasía en realidad.

Greta se dio cuenta de inmediato de cuáles eran sus intenciones y, a juzgar por el brillo en sus ojos azules, estaba tan encantada como él con su atrevida proposición.

—¿Preparaste algo de cenar? Porque no tengo hambre —musitó él antes de besarle el cuello.

Ella gimió mientras seguía acariciándole la espalda. De repente, notó que Mikael sacudía la pierna.

—¡Pero qué diablos!

Greta se separó y, cuando miró hacia abajo, no supo si echarse a reír o enojarse. Miss Marple se había prendido al pantalón del teniente y lo tironeaba con fuerza, como si quisiera apartarlo de ella.

¡Miss Marple! —la regañó, pero la lora no lo liberaba.

Mikael se daba cuenta de que a Greta le costaba mucho contener la risa. La escena era bastante cómica. Fue él quien soltó primero una carcajada. Ella lo secundó y, aunque Miss Marple merecía un castigo, ninguno de los dos pudo enfadarse con ella.

—Espera. —Greta se agachó y puso su mano en el suelo para que la lora se subiera—. Ven, ladina, es hora de dormir.

Contrariamente a lo esperado, Miss Marple la obedeció. La colocó sobre su hombro y la llevó a la cocina. La consintió con una almendra. Cuando regresó al salón, vio que él estaba hojeando el cuaderno rojo. Corrió y se sentó a su lado. Intentó recuperarlo, pero Mikael se apartó para leer tranquilo.

—¡Devuélvemelo! —le pidió ella con el ceño fruncido al tiempo que se estiraba para alcanzar el cuaderno.

No se lo iba a regresar todavía. Su expresión de niña berrinchuda a la que le acaban de quitar un juguete era demasiado tentadora.

—Conque aquí es donde vuelcas todas esas teorías que elucubras en tu mente. Veo que has escrito sobre los crímenes de Annete Nyborg, Camilla Lindman, Kerstin Ulsteen y Mattias Krantz. —Se reclinó hacia atrás para evitar que ella se saliera con la suya.

Resignada a que él no se lo devolvería, Greta desistió. Se hundió en el sillón y se cruzó de brazos.

—Vaya, parece que también ya tienes tu propia hipótesis sobre la muerte del doctor Metzgen.

Lo miró por el rabillo del ojo. Notó que él ya no solo sentía curiosidad por leer lo que se escondía en las páginas de su cuaderno. Sonrió para sus adentros, mientras Mikael leía con ávido interés sus primeras anotaciones sobre el crimen de Malte Metzgen.

No podía dejar de leer. Aunque no había anotado mucho todavía, lo poco que Greta había volcado en aquel viejo cuaderno nada tenía que envidiarle a la pizarra que había en la sala de comandos de la comisaría.

Hechos comprobados:

Martes 17 de julio: Malte Metzgen viajó a Gotemburgo para visitar a una tía enferma. Salió de Mora por la mañana. Según su secretaria tenía que regresar al día siguiente, al mediodía, porque tenía pacientes en el hospital.

Miércoles 18 de julio: el auto del doctor aparece en el fondo de una quebrada cerca de la medianoche. Hay rastros de un segundo vehículo involucrado.

Indicios y sospechas:

Telma Apelgren, según Pernilla, ha estado enamorada de Malte Metzgen desde hace años. Se puso nerviosa cuando le pregunté por la tía que el doctor tiene en Gotemburgo. ¿Por qué? ¿Qué es lo que sabe? ¿Acaso el amor incondicional que sentía por él y los años que llevaba a su lado le daban la ventaja de conocer algún trapo sucio? ¿Era correspondida o el doctor nunca supo de sus sentimientos? ¿Sería su amante? Durante el funeral me di cuenta de que los miembros de la familia, especialmente Anne-lise, no estaban cómodos con su presencia.

Felicia Nielsen y Sten Metzgen: son amantes. ¿Habrán urdido un plan para deshacerse de quien se interponía entre ellos?

Mikael apartó por un segundo la vista del cuaderno y miró a Greta.

—¿Cómo demonios has llegado a la conclusión de que la viuda y el hermano del doctor son amantes? —le preguntó atónito.

Greta se tomó su tiempo para responder. Se sentó a su lado y le rozó la pierna adrede.

—Los he visto —contestó como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Dónde? ¿Cuándo? —trató de no exasperarse, pero, con ella, resultaba siempre inútil.

—En su casa, esta tarde, mientras esperaba para ver a Anne-lise.

—¿Antes de que tú y yo nos cruzáramos?

La pelirroja asintió.

—Los vi en la biblioteca. Al principio creí que Sten se encontraba solo. Profería amenazas por teléfono y estaba realmente furioso. Luego descubrí que había alguien con él. Me asomé por la puerta y vi a Felicia acariciando la mano de su cuñado. Era demasiado obvio, Mikael…

—¿No pudiste malinterpretar lo que viste?

—No, te aseguro que esos dos tienen algo que ver.

—¿No escuchaste con quién estaba hablando?

—No mencionó ningún nombre, solo le exigía a la persona que estaba al otro lado de la línea que mantuviera la boca cerrada.

Mikael se quedó pensativo mientras evaluaba lo que Greta había descubierto.

—¿Y bien? ¿Vas a devolverme el cuaderno de una vez, o mis teorías, esas mismas que mi padre y tú tachan de absurdas, han logrado atraer tu atención? —lo desafió abiertamente.

—Lo que has descubierto podría reforzar la línea investigativa que manejamos en este momento —reconoció por fin. Vio que ella sonreía—. Sé que no debo y que me voy a ganar una buena reprimenda del inspector por soltar la lengua, pero es que no puedo contigo, Greta.

La sonrisa en sus labios se amplió. Puso una mano en la pierna de Mikael.

—Soy toda oídos, teniente Stevic.

Cada vez que lo llamaba así se le erizaban los pelos de la nuca. Ardía en deseos de besarla, pero estaba visto que, una vez más, tenía que esperar. Se dispuso a contarle todo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—El vehículo que conducía el asesino era un utilitario. Descubrimos que Sten Metzgen es dueño de un Škoda Yeti. Todavía no hemos podido comprobar que se trate del mismo vehículo, pero tenía un muy buen motivo para querer acabar con la vida de su hermano: Sten recibirá la mitad del patrimonio que le heredó su madre y dejará de ser un mantenido. Si a eso le sumamos un amorío con su cuñada, la matemática es simple.

—Sí, ¿pero no es demasiado obvio que usara su propio auto para cometer el crimen? —argumentó Greta poco convencida.

—Los resultados de las pericias llegarán el lunes.

—¿Y qué hay de sus movimientos la noche del crimen?

—Dijo que estaba en la casa, durmiendo. Malin corroboró su coartada, aunque…

—Aunque estaba demasiado borracha como para fiarse de su declaración —dijo Greta terminando la frase por él.

Mikael asintió.

—Esa mujer esconde algo. Su pasado no la ayuda —le relató lo que había descubierto sobre ella—. Además, el doctor canceló su tarjeta de crédito poco antes del hecho. Trató de aparentar que no le importaba, pero es un buen motivo para querer cometer un crimen.

—También Telma Apelgren esconde algo. —Greta se acurrucó en su pecho mientras él seguía leyendo.

La prensa se enteró demasiado rápido de la identidad de la víctima. ¿Cómo es posible si en un principio se creía que era Willmer Ivarsson? ¿Una filtración dentro de la propia policía? Lo dudo. ¿Alguien de la familia que habló de más?

—A tu padre no le cayó bien el tal Drachenblut.

—¿Lo conoce?

—Sí, se presentó en el pueblo luego de que le informaran que habíamos estado indagando sobre él en su trabajo —le explicó.

¡Claro! ¡El sujeto enorme que la había interceptado en la comisaría! Con razón su rostro le había resultado familiar.

—Me crucé con él el otro día.

Mikael no le prestó demasiada atención a su comentario.

—Es extraño que haya dado la primicia acerca de la muerte del doctor Metzgen, cuando los únicos que sabíamos lo que había ocurrido éramos nosotros y la familia.

—Y el asesino —repuso Greta.

—Sí, por eso, el periodista es persona de interés en el caso. Se rehusó en forma terminante a revelar la identidad de su fuente. Creemos que encubre a alguien o que, incluso, está en contacto con el asesino. Lo hemos estado investigando, pero sin ningún resultado. —Le entregó el cuaderno de regreso y le pasó el brazo por los hombros. Ya había leído todo. Vio que Greta tomaba el bolígrafo y escribía. Mientras jugueteaba con su cabello, espió por el rabillo del ojo. Vio la palabra «sospechosos». Debajo, Greta anotó varios nombres.

Mikael comenzó a besarle el cuello con la clara intención de que abandonara sus hipótesis sobre el crimen y se dedicara a algo más placentero. Ella se movió inquieta y dejó escapar un gemido cuando le mordió suavemente el lóbulo de la oreja. Pero siguió escribiendo:

Sten Metzgen.

Felicia Nielsen.

Malin Galder.

Telma Apelgren.

Espen Drachenblut.

—¿Telma? —preguntó Mikael apartándose un poco.

—Es una mujer que ha estado enamorada de un hombre casado durante al menos seis años. Si nunca fue correspondida, tal vez se cansó de esperar una oportunidad de concretar su amor. Por otro lado, si tenía un romance con el doctor, es probable que no se conformara con ser solo su amante —especuló.

Mikael no podía ignorar su hipótesis. Había aprendido a valorar cada una de ellas. Tomó el cuaderno y lo cerró.

—¿Podemos dejar de elucubrar teorías al menos durante lo que queda de esta noche?

Greta sonrió. El bolígrafo cayó al suelo cuando se montó encima de él. Mientras él le subía la falda del vestido, ella recordó que ni siquiera habían hablado del regreso de Pia. Iba a decir algo, pero cualquier intento de abrir la boca murió cuando Mikael la asió de la nuca y la besó.

Sus manos calientes se deslizaban por el interior de sus muslos. Ella se abrió un poco más para acoplarse a su cuerpo mientras le desabrochaba la camisa. Lo apartó y con un rápido movimiento se la quitó. Deshacerse del cinturón le llevó solo unos pocos segundos. Luego, bajo la atenta mirada de Stevic, su vestido fue a parar al suelo. Sonrió complacido cuando descubrió que no llevaba sujetador. Apretó los pechos con suavidad y, con los dedos pulgares, se dedicó a atormentar sus pezones enhiestos. Greta se hizo hacia atrás para permitir que la boca de Mikael reemplazara a sus manos. Él no la defraudó y le lamió esa sensible parte hasta hacerla desfallecer entre sus brazos.

Sin perder tiempo, ella hurgó en el pantalón y liberó su miembro erecto. Ninguno de los dos podía esperar hasta llegar a la cama: el sillón de la sala, como en tantas otras ocasiones, era suficiente para dar rienda suelta a su pasión.

Mikael recordó las esposas. ¿Dónde las había dejado? Miró por encima del hombro de Greta y recorrió la sala con la mirada. Las vio encima de la mesita que estaba junto a la puerta.

—Espera…

Se levantó; dejó a Greta semidesnuda y de rodillas en el sillón. Cuando ella vio lo que traía en las manos, sonrió. La levantó en brazos y la llevó a la habitación. La colocó sobre la cama. Ella estiró los brazos por encima de la cabeza para que él la esposara.

—Soy toda suya, teniente Stevic.

Mikael no tardó un segundo en deshacerse de lo que le quedaba de ropa. Tenerla así: el torso desnudo y abajo la lencería de encaje negro; era demasiado. Su roja cabellera se había desparramado sobre el satén de las sábanas. Se acercó y deslizó la mano bajo el elástico de su ropa interior y de un tirón, rompió el encaje, para dejarla, ahora sí, completamente desnuda. Cuando él se subió sobre ella, ya estaba abriendo los muslos. Dispuesta. Mikael introdujo un dedo en su interior. El contacto íntimo le proporcionó un bienvenido alivio sensual, pero también hizo que lo anhelara aún más. Alzó las caderas y su cuerpo se convulsionó con un pequeño espasmo, un delicioso precursor de la dulce liberación que llegaría poco después. Sintió la quemazón del deseo mientras los brazos de Mikael la rodeaban. Él la alzó de las caderas, se colocó entre sus muslos y se introdujo en su interior lentamente, centímetro a centímetro. Greta se sujetó con fuerza a los barrotes de la cama, arqueada para recibirlo.

Se disfrutaron mutuamente un buen rato. Luego, unas descargas de espasmos descontrolados la sacudieron de pies a cabeza: el clímax los golpeó como un rayo. Mikael tomó posesión nuevamente de su boca, besándola tiernamente. Se apartó y la contempló.

—Te amo, pelirroja.

Ella dejó escapar un suspiro. Todavía seguía esposada.

—Yo también te amo, teniente. Ahora, ¿me liberas, por favor?

Él se puso se pie de un saltó; Greta se regodeó la vista con su magnífica desnudez. Mikael revisó los bolsillos de su pantalón sin éxito.

—¿Qué sucede?

—No están aquí.

Greta comenzó a ponerse nerviosa.

—¿No te las habrás olvidado, no?

La miró. La situación no era para nada cómica; sin embargo, le costó contener una carcajada.

—¡Mira en la camisa! —lo exhortó.

Por fortuna, más para ella que para él, a quien no le molestaba en lo más mínimo tenerla a su merced, encontró las benditas llaves.

La liberó y se metió en la cama. Esa noche no tenía deseos de irse en medio de la madrugada.

—¿Puedo quedarme a dormir contigo? —le preguntó mientras se acomodaba detrás de ella y la rodeaba con el brazo.

Greta se pegó a su cuerpo y murmuró un sí mientras entrelazaba los dedos a los de él.

* * *

Karl dio una última y honda pitada antes de aplastar la colilla del Marlboro en el cenicero. Había dejado de fumar por pedido de Greta hacía ya unos diez años y sabía que su hija pondría el grito en el cielo si se enteraba que había vuelto a las andadas. Sin embargo, desde que estaba con Nina, se le había vuelto costumbre disfrutar de un cigarrillo después de hacer el amor. Era un deleite sumado a otro. Si no aprovechaba de aquellos buenos momentos a su edad, ¿cuándo lo haría? Observó a Nina, quien yacía a su lado con una expresión serena en el rostro. Era increíble pensar que, apenas unos minutos antes, esa mujer resuelta y decidida, lo había amado con tanta lujuria. Todavía no había llegado a los sesenta y pensaba gozar de los placeres de la vida hasta que el cuerpo o el corazón aguantaran. No quería pensar de nuevo en un futuro retiro y en lo que ello significaba. Por eso, había decidido aprovechar cada instante al máximo.

—¿En qué piensas? —Nina se le subió encima y descansó la cabeza en su pecho.

Él le acarició el cabello y sonrió.

—En ti; en esto que tenemos. Hasta hace unos meses era un viejo solitario que se perdía en los brazos de alguna que otra amiga. Creía que no necesitaba más que a mi hija y a mi trabajo para ser feliz. Pero estaba equivocado. —Sonrió cuando ella lo miró—. Desde que estoy contigo he vuelto a sentirme vivo.

—¿Por eso también has vuelto a fumar? Si Greta lo descubre, será una hecatombe —le advirtió.

—Mi hija no tiene por qué enterarse; mucho menos saber que solo me fumo un cigarrillo después de hacerte el amor —manifestó delineando con su dedo el hombro de la sargento.

—Bueno; atente a las consecuencias entonces. Tú mejor que nadie sabes que es difícil esconderle cualquier cosa a tu hija.

—Lo sé, pero ella debería atenerse a lo mismo conmigo.

Nina frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

Karl se movió inquieto debajo de ella. De repente, su semblante cambió.

—Creo que se está viendo con Stevic.

Nina tragó saliva. En ese momento deseó que Mikael no le hubiera contado sobre su romance con Greta y se arrepintió de haberle prometido tantear el terreno para ver qué sabía o qué suponía Karl. Ella le debía lealtad, por lo que odiaba tener que ocultarle la verdad. Se sintió en el medio de un tiroteo donde las balas pasaban muy cerca de ella, rozándole la cabeza. Si hubiera podido, habría salido corriendo para evitar lo que se venía. En cambio, con cara de póker preguntó:

—¿Qué te hace pensar eso?

—Conozco a Greta. Los dos años que Stevic lleva trabajando conmigo son suficientes para conocerlo a él también. La ha rondado prácticamente desde que ella regresó a vivir al pueblo. Además, mi hija se empeña en valerse de esa supuesta amistad para entrometerse donde no debe. Por supuesto, el teniente ha sabido aprovecharse muy bien de toda esa situación.

—¿Tan mal te parecería que hubiera algo entre ellos?

—Nina, Stevic es un hombre casado. La mujer lo dejó, pero, en los papeles, sigue siendo su esposa. Ambos sabemos por qué Pia Halden un día hizo las maletas y se marchó. —Esperó hasta que ella asintiera y continuó hablando—. Mikael es un mujeriego incorregible. Si se acerca a mi hija, solo será para jugar con ella. Greta ha logrado salir adelante después de una relación tortuosa con un hombre a quien yo le abrí las puertas de mi casa. Stefan Bringholm había convertido la vida de mi niña en un infierno y yo no me di cuenta. No puedo permitir que vuelva a pasar lo mismo.

Nina se sintió aun peor. Karl tenía sus razones para negarse a que Greta y Mikael estuvieran juntos, aunque también era verdad que las cosas no eran como él imaginaba. Mikael estaba dispuesto a pedirle el divorcio a su esposa y a blanquear su romance con Greta porque la amaba y quería hacer las cosas bien.

Siguió escuchándolo porque él necesitaba desahogarse. Por la tranquilidad de todos, esperaba que su compañero se decidiera a hablar pronto.