CAPÍTULO 10
Se sobresaltó por culpa de la lluvia que repiqueteaba con fuerza sobre el tejado. Miró a través de la ventana de su habitación cómo el agua se deslizaba lánguidamente por el cristal. La noche anterior había sido inútil tratar de conciliar el sueño y recién logró dormirse a la madrugada.
La misma pesadilla noche tras noche.
El mismo dolor que le carcomía el alma día a día.
Un relámpago estalló en el cielo, y se cubrió los oídos.
Odiaba la lluvia.
Había sido una tarde como aquella cuando todo ocurrió. Las tormentas le traían recuerdos demasiado amargos, de esos que se arraigan en el pecho y ya nunca se van.
El fuego había perpetuado sus deseos más íntimos.
Era verdad lo que decían; toda espera, tarde o temprano, tiene su recompensa.
Apretó los ojos con fuerza y sonrió.
Por un instante, el sonido del crepitar de las llamas en su mente, logró acallar el golpeteo de la lluvia que se estrellaba contra su ventana.
Solo por un instante se permitió soñar con recuperar el tiempo perdido.
* * *
Nina echó un poco de agua al bonsái y lo puso en el alféizar de la ventana para que le diera un poco de aire fresco. La lluvia había traído consigo el alivio esperado. De ese modo, aquel verano por demás caluroso y húmedo por fin les ofrecía una tregua después de tantas jornadas de bochorno y calor infernal.
Miró las dos carpetas que, hacía apenas unos minutos, Ingrid había dejado encima de su escritorio. Eran los informes de Malin Galder y Willmer Ivarsson. Esa tarde le tocaba interrogarlos. Karl había dispuesto que antes estudiaran sus vidas con lupa si fuera necesario para no enfrentarse a los familiares de la víctima con las manos vacías. Entre cualquiera de ellos podía estar el asesino. Rodeó el escritorio y se dejó caer en la silla. Abrió la carpeta que estaba por encima, la más delgada. Al parecer la vida de Malin Galder podía resumirse en tan solo dos hojas de papel.
La mujer había nacido en Storuman, provincia de Lapland, en 1966. Era hija única. Había perdido a su madre a la edad de ocho años. Su padre, un ingeniero naval, se había vuelto a casar poco después de la muerte de la primera esposa. Descubrió que, a los quince años, había sido detenida por vagancia y hurto en un suburbio del sur de la ciudad. Después de ese episodio, fue ingresada a un instituto de menores donde permaneció hasta cumplir la mayoría de edad. Nina siguió leyendo con interés. Al parecer, la reputación de la cuñada de Malte Metzgen no había mejorado con el paso de los años, ya que para nadie era secreto que se la pasaba borracha todo el tiempo. En el informe había un vacío de cinco años, en los cuales, seguramente, la muchacha había conseguido mantenerse alejada de los problemas. En 1989 se había casado con Sten Metzgen, el hermano menor del doctor y, tras vivir durante más de veinte años en Estocolmo, se mudaron al pueblo para compartir la casa que el padre de ambos muchachos les había legado. Nina se preguntó cómo un hombre de las características de Sten Metzgen había terminado casado con una mujer como Malin Galder. No los conocía demasiado, aunque había oído los rumores que circulaban sobre ellos. Que si Malin lo había llevado a la ruina, que si él la soportaba solo para evitar un divorcio escandaloso y mil tonterías más que se propagaban por el pueblo como una plaga de langostas. Siguió leyendo y se topó con los informes de los últimos meses de su cuenta bancaria. Al parecer, en la lista de pecados de la mujer, había que sumar el de despilfarrar a manos llenas el dinero de su esposo. El monto de los gastos de su tarjeta de crédito era desorbitante. De golpe, la tarjeta había sido dada de baja apenas un par de semanas antes. Pero lo que más le sorprendió fue descubrir quién era el titular del plástico: Malte Metzgen.
El dinero o la repentina falta de él siempre eran un muy buen motivo para cometer un asesinato.
* * *
Greta se cruzó de piernas y se preparó para escuchar a Pia. Había imaginado aquel encuentro tantas veces en su mente y, ahora que la tenía frente a ella, no supo qué decir. Por eso era mejor dejar que fuera ella quien hablara.
—Lo primero que quiero que sepas es que no te culpo de nada. Mi matrimonio con Mik estaba tambaleando antes de que tú entraras en su vida.
Le provocó cierto escozor oír la manera en que Pia se refería a Mikael.
—No debe ser novedad, incluso para ti, que siempre ha sido un mujeriego empedernido. Yo, en mi afán de mantenerlo a mi lado, permití cosas que ninguna otra hubiera aceptado. Lo amé desde el primer momento en que lo vi y creí que envejeceríamos juntos, rodeados de hijos y de nietos. —Una sonrisa amarga le curvó los labios—. Fue un sueño que él no compartía conmigo. Me di cuenta demasiado tarde. Ahora que logro ver todo desde otra perspectiva, dudo de que Mikael haya estado enamorado de mí alguna vez. No quiero justificarme escudándome en su falta de compromiso o en sus recurrentes infidelidades. Si nuestro matrimonio fracasó, fue culpa de los dos. Llegó un momento en el que necesitábamos cosas distintas. Yo buscaba un hijo, mientras que él prefería abocarse a su trabajo. Confieso que vi en este repentino viaje a Mora la posibilidad de tratar de recuperarlo… Pero no se puede recuperar algo que perdiste hace tanto tiempo. —Se acomodó, en un movimiento involuntario, el flequillo que le caía sobre el rostro detrás de la oreja—. No sé si lo sabes, pero estoy quedándome en el apartamento. —Hizo una breve pausa antes de continuar—. Anoche intenté seducirlo…
Greta se movió inquieta, sorprendida por la confesión.
—Tranquila, no pasó nada. Mik me hizo darme cuenta a tiempo de mi error —le aclaró—. ¿Cuánto hace que están juntos?
—Poco más de dos meses.
—¿Lo amas?
No se sentía cómoda desnudándole sus sentimientos precisamente a la esposa de Mikael; por otro lado, si Pia había estado dispuesta a mostrarle los suyos, ella también podía hacerlo. Quería hablarle con la verdad, era lo menos que se merecía.
—Sí. Si no lo amara no estaría con él. Lo nuestro no es sencillo… Nunca lo fue —manifestó con la mirada que se apartaba una vez más—. El pasado de Mikael lo condena, y mi padre no me quiere cerca de él. Supongo que su temor es que salga lastimada. Hace un tiempo logré escapar de una relación enfermiza con un hombre que me hizo mucho daño, y papá no estuvo allí para cuidarme. —De repente se dio cuenta de que ya no tenía reparo alguno en hablarle de su vida privada.
—Es lo más normal del mundo. Tu padre lo único que quiere es protegerte. Me hubiese gustado que el mío viviera; tal vez, con su apoyo, no habría cometido tantas estupideces.
—Si tuvieras un padre como el mío, lo pensarías dos veces antes de decir una cosa semejante —bromeó Greta lo que le hizo dejar, por fin, la incomodidad de lado.
—No creo que sea tan intransigente. Conozco a Mikael: sabrá granjearse su simpatía, ya verás —la tranquilizó.
—No lo sé. No quiero ni pensar en lo que podría llegar a suceder si se entera de lo nuestro. Conoces a Mikael, pero no al inspector Lindberg —remarcó la jerarquía policial—. ¡Es capaz de encerrarme bajo siete llaves y de enviarlo a él al rincón más alejado del mundo!
El comentario consiguió arrancarle una carcajada a la doctora.
—¿Sabes una cosa, Greta?
La pelirroja negó con la cabeza.
—Creo que si nos hubiéramos conocido bajo otras circunstancias, habríamos sido muy buenas amigas.
Greta tuvo que concordar con ella. Pia le caía bien, no podía negarlo. Su sorpresivo regreso ya no la inquietaba. Aquella charla había servido para disipar gran parte de sus dudas.
El semblante de la doctora cambió de repente.
—Antes de marcharme le diré a Mik que iniciemos los trámites del divorcio —le soltó.
—Pia; lo siento mucho, yo…
Le dio una palmadita en la pierna.
—No me pidas perdón, Greta. Las cosas se dieron así, y solo queda aceptar lo que nos toca. Perdí a Mik, pero no porque tú apareciste, sino por el peso de mis propios errores. Espero realmente que puedan ser felices juntos. Sé que lo traes loco, me bastó ver el brillo en sus ojos cuando mencioné tu nombre al pasar.
—¿Hablaste de mí con él?
—No; nada más le dije que te diera las gracias por recomendarme las novelas de Agatha Christie —respondió.
Greta volvió a sonreír.
—Sabía que te iba a gustar su estilo.
—¿Gustar? ¡Me encanta! Antes de regresar a Falun, pienso pasar por Némesis para completar mi colección. Creo que me faltan unas cuantas todavía.
—Agatha escribió más de sesenta novelas y todas están en stock en la librería —manifestó con orgullo—. También publicó seis libros de corte romántico bajo el seudónimo de Mary Wesmacott, algunas obras de teatro y hasta tres libros de poemas para niños.
—¡Vaya, vuelvo a comprobar tu fascinación por ella! Yo he leído poco más de una docena de sus libros. Ahora estoy con Cianuro espumoso.
—La del Coronel Race —agregó Greta.
—Exacto. Me enganchó desde la primera página. Te culpo por las noches de desvelo en las que no puedo conciliar el sueño sin antes leer una de sus novelas. Siempre me digo «un capítulo más y basta». Así amanezco cada día con los ojos enrojecidos.
Aquel encuentro, impensado tanto para Greta como para Pia, se convirtió, de a poco, en una charla amena gracias a las novelas de Agatha Christie.
* * *
Cerca de las tres de la tarde, la lluvia había amainado, aunque el pronóstico de la región auguraba todavía chubascos fuertes durante el resto del día. Los familiares de Malte Metzgen empezaron a desfilar por la comisaría para prestar declaración testimonial. Los únicos que no se presentaron fueron Anne-lise y su tía, Malin. La joven había alegado que debía guardar reposo debido a su estado, mientras que la cuñada de la víctima había adjudicado su ausencia a una terrible jaqueca que apenas le permitía sostenerse en pie. Todos suponían que se trataría de otra cosa. Mikael decidió entonces que se acercaría más tarde hasta la propiedad de los Metzgen y se encargaría de hablar con ambas mujeres. Pero antes, para atender al pedido de su compañera, se unió a ella en la sala de interrogatorios donde los esperaba Willmer Ivarsson.
No hubo necesidad de leer el informe sobre el yerno del doctor, ya que lo habían hecho en su momento cuando creían que era suyo el cuerpo que se había calcinado en el fondo de la quebrada.
—Son las 3.28 del viernes 20 de julio. La sargento Wallström y el teniente Stevic interrogan a Willmer Ivarsson en relación al homicidio de Malte Metzgen.
Vestía de manera impecable. Debajo de su gabardina se vislumbraba un finísimo traje color café y una corbata de seda haciendo juego. Llevaba el cabello oscuro peinado hacia atrás y no dejaba de girar su sortija de boda hacia un lado y hacia el otro.
—Dígame, señor Ivarsson…
—Por favor, llámeme Willmer, sargento. Tanta formalidad solo hace que me ponga más nervioso —reveló e hizo un gran esfuerzo por sonreír.
—No debería estarlo —terció Stevic—. Usted está aquí solo en calidad de testigo para responder a nuestras preguntas. —Miró a su compañera, como una forma de pedir su anuencia para formular la primera. Nina asintió—. Bien, Willmer, ¿era habitual que el difunto viajase a Gotemburgo en su auto?
—No; ya le dijo Sten que el de él tenía un desperfecto que lo obligó a dejarlo en el taller la tarde anterior. Malte tiene… tenía pavor de viajar en avión. Tampoco deseaba rentar un coche, así que me ofrecí a prestarle el mío. Sus viajes no duran más de dos días. Yo usé el de mi esposa para moverme por el pueblo.
—¿Cuándo vio al doctor por última vez? —preguntó Nina apoyando los codos en la mesa.
—El martes a la mañana. Mi esposa y yo decidimos mudarnos a la casa de los Metzgen para completar los dos últimos meses de embarazo. Anne-lise se siente mucho más tranquila cerca de su madre —explicó—. Desayunamos juntos a eso de las ocho de la mañana y me fui a mi oficina antes de que Malte partiera hacia Gotemburgo.
—¿Le dijo cuándo planeaba regresar?
—El miércoles a la tarde tenía consulta en el hospital. Generalmente, llegaba a tiempo para atender a sus pacientes. Solo que esta vez no apareció. —Bajó la mirada y exhaló con fuerza. Parecía realmente afectado por lo ocurrido.
Mikael esperó unos segundos antes de formular la siguiente pregunta.
—Dígame, ¿notó algo extraño en su suegro los últimos días?
—¿Extraño en qué sentido?
—¿Lo vio cambiado o preocupado?
—No, para nada.
—¿Sabe si alguna vez recibió alguna amenaza?
—No; mi suegro era un buen hombre. Sé que en el hospital lo querían y lo respetaban mucho. Le pueden preguntar a cualquiera de sus colegas o a sus pacientes. Jamás se metía con nadie, era más bien taciturno; vivía dedicado a su trabajo y a su familia.
—¿Seguro que no recuerda ningún incidente extraño antes de su muerte?
—Teniente, ya le he dicho que… —Se detuvo de repente como si las palabras de Stevic le hubieran refrescado la memoria—. Espere, no sé si esto tenga que ver con lo que le ocurrió a mi suegro, pero creo que, hace unos días, cuando Anne-lise y yo regresábamos de un paseo, alguien nos estaba siguiendo. Miré varias veces a través del espejo retrovisor y allí estaba: un utilitario oscuro detrás de nosotros.
Nina y Mikael intercambiaron miradas. Fue la sargento quien continuó con el interrogatorio.
—¿Llegó a ver al conductor?
—No. Estaba demasiado lejos como para distinguir quién guiaba el vehículo. —Notó la frustración en el rostro de los policías—. ¿Creen que ambos hechos están relacionados?
—Es muy posible —aventuró Stevic.
No podía ser casualidad que dos vehículos de similares características estuvieran vinculados a dos miembros de la misma familia. Una idea cruzó por su mente. Buscó la mirada de su compañera y supo que ella estaba pensando lo mismo. Cuando le mostraron a Willmer las fotografías del utilitario involucrado en el homicidio, el joven no pudo afirmar que se tratara del mismo vehículo, aunque sí aseguró que era muy similar. Lo dejaron irse, a pesar de que tenían varias preguntas más en el tintero que hacerle, pero lo notaron demasiado abrumado como para seguir con el interrogatorio. En cambio, le pidieron que se quedara a disposición de la policía en caso de que decidieran volver a convocarlo. En el pasillo y con una lata de refresco de por medio, Nina y Mikael sacaban conjeturas.
—De nuevo el misterioso utilitario oscuro —manifestó el teniente con el ceño fruncido.
—Te das cuenta de lo que significa, ¿no?
Stevic asintió.
—Si nuestro sospechoso seguía a los Ivarsson tan solo unos pocos días antes del crimen, es posible que la muerte del doctor no fuese más que un terrible error.
—Lo que nos deja una sola hipótesis —señaló la sargento—. Willmer Ivarsson o Anne-lise Metzgen eran el objetivo real del asesino.
—Infórmale a Karl de las novedades. —Mikael arrojó la lata de refresco casi llena en uno de los cestos de la basura del pasillo y se encaminó hacia el centro de comandos—. Iré a la casa de los Metzgen a interrogar a Anne-lise; tal vez pueda lograr algo más con ella.
Recogió las llaves de su auto. Antes de abandonar el recinto, que se encontraba vacío, miró la pizarra con todos los datos que habían logrado obtener durante las últimas veinticuatro horas. Clavó sus ojos azules en la fotografía de Malte Metzgen. Era inminente que lo que acababan de descubrir provocaría un vuelco extraordinario en el caso, y la investigación prácticamente volvería a foja cero. Pero se enfrentaban a una realidad mucho más perturbadora. Si el asesino había acabado con la vida de Malte Metzgen por equivocación, no tardaría en subsanar su error.
Willmer Ivarsson o su esposa podrían convertirse en las próximas víctimas.