CAPÍTULO 9

Greta apenas tuvo tiempo de tomarse un café y devorar unas tostadas light antes de bajar a la librería. Lasse llegaba más tarde esa mañana porque le tocaba ir hasta la estación a recibir los libros que les enviaban desde Estocolmo. Buscó a Miss Marple para despedirse, pero no la encontró; con certeza, se había escondido a hacer algunos de sus berrinches mientras ella se daba un baño. Dio vuelta el cartelito de «abierto» y le quitó la llave a la puerta. Miró el reloj por enésima vez. El funeral de Malte Metzgen se había programado para las nueve. No tendría más remedio que ir directamente hasta el Club de Golf, aunque hubiese preferido pasar por lo de Anne-lise antes. Esperaba que su primo llegara a tiempo. Lo primero que hizo fue revisar su correo electrónico. Había algunos mails de proveedores, otros de clientes que vivían fuera del pueblo —que cada vez eran más— y varias publicidades que borró enseguida. Se detuvo cuando vio el nombre de Josefine Swartz en uno de ellos. Le extrañó que le escribiera. Suponía que, mientras estuviera en Dinamarca buscando inspiración para escribir una nueva novela, no se acordaría de ella. Abrió el mail y empezó a leer con interés.

«Querida Greta, ¿cómo estás?», comenzaba. Que la llamara «querida» ya era algo insólito. Comenzó a leer:

De: Josefine Swartz <detective_writer_diva@leopard.se>

Enviado: Jueves, 19 de julio de 2012 – 11:26:05 p.m.

Para: Greta Lindberg <greta@nemesis.se>

Asunto: Noticias de Mora

Querida Greta,

¿cómo estás? Yo sigo en Kerteminde, un pequeño poblado muy similar a Mora, ubicado en la isla de Fionia. ¿Has estado alguna vez aquí? El paisaje es bellísimo con decenas de granjas que rodean el puerto. En caso de que te lo preguntes, mi novela marcha sobre ruedas. Es imposible no inspirarme en un lugar así. Ayer tuve la ocasión de visitar el museo de Johannes Larsen en donde conocí a un grupo de suecos que visitaba la isla por segunda vez. Me llevaron al Rudolf Mathis y te juro que comí el mejor salmón ahumado de mi vida. Pero bueno, no te escribo para relatarte mis peripecias por tierras danesas. Acabo de enterarme que ha habido otro homicidio en Mora. El periódico regional afirma que un tal Malte Metzgen fue asesinado cuando el auto que conducía se precipitó al vacío. ¿Es eso verdad, querida? Pregunto porque no confío demasiado en la prensa y estoy segura de que tú estarás al tanto del caso. ¿Me equivoco? ;)

Tal vez, con tú increíble capacidad de deducción y mis cualidades detectivescas como autora de misterio podamos resolver el crimen como ya lo hemos hecho durante mi visita al pueblo hace dos meses.

Espero ansiosa novedades, querida.

Josefine

El emoticón del guiño le arrancó una sonrisa. Si bien las cosas entre ambas no habían empezado con el pie derecho, tenía que reconocer que, poco a poco, la excéntrica mujer se había ganado su simpatía.

No tenía tiempo para responderle, lo haría esa misma noche cuando estuviese más tranquila.

La campanilla de la puerta sonó. No era Lasse, sino el primer cliente de la mañana, un hombre ya entrado en años que venía desde Orsa y que era fanático de las novelas de Dashiell Hammett, en especial de las del personaje Sam Spade.

—¿Sabías que Hammett era detective privado en la vida real, muchacha? Perteneció a la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, que fue famosa por descubrir el complot de asesinato en contra del presidente Lincoln —le informó mientras husmeaba en el estante de los clásicos.

—Claro y también sé que escribía bajo varios seudónimos, entre ellos el de Mary Jane Hammett, con el cual publicó una historia llamada Los cruzados en una revista en la década del ‘20 y que trataba del Ku Klux Klan —dijo ella haciendo memoria. Durante sus días de universidad había leído mucho sobre novela negra para su tesis y, prácticamente, se había devorado gran parte de la bibliografía de Dashiell Hammett que le interesaba, además, por su increíble historia personal.

El hombre se sorprendió de que una jovencita supiera tanto sobre quien era considerado el creador de la novela negra. No se habían equivocado sus amigos cuando le habían recomendado esa librería. Se marchó más que satisfecho, no solo por haber conseguido dos de las novelas de Hammett que le faltaban, sino por la charla que había tenido con la muchacha.

Lasse llegó cuando faltaban veinte minutos para las nueve. Así que tras darle un par de recomendaciones, Greta se marchó rápidamente hacia la casa de Telma Apelgren. Había hablado con ella la noche anterior, por lo que suponía que estaría impaciente esperándola. Viró en Lundvägen y se detuvo frente a la vivienda de la mujer. Le tocó bocina porque no tenía tiempo de bajarse y llamar a la puerta. La mujer apareció vestida de riguroso luto, lo que obligó a Greta a observar su propio atuendo. Se había puesto unos pantalones de talle bajo color caqui y una camisa sin mangas de una tonalidad azul oscura casi negra porque no había encontrado nada más a mano con el apuro.

Cuando Telma se subió al Mini Cabrio, notó que tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

—¿Cómo se encuentra?

La mujer se enjugó las lágrimas con un pañuelo de seda que tenía sus iniciales bordadas y, luego, lo dobló con cuidado sobre el regazo.

—Todavía no lo puedo creer, Greta. Hace apenas unos días, llegó al hospital con una enorme sonrisa en el rostro, y hasta elogió mi peinado. Me dijo que estaba radiante esa mañana. Siempre que se acercaba el momento de viajar a Gotemburgo su ánimo cambiaba.

Greta la miró con el ceño fruncido.

—¿No iba a Gotemburgo a visitar a un familiar enfermo?

Telma asintió con la cabeza.

—Sí, a su tía —respondió nerviosa de repente—. Es que le tenía mucho cariño y solo podía visitarla dos veces al mes. Por eso se alegraba cada vez que llegaba la fecha del viaje. Además, la anciana no estaba tan enferma.

A Greta no la convenció la explicación. Era evidente que la angustia y el recuerdo del hombre que había amado en silencio durante tantos años la habían hecho decir algo que no quería o no debía. Estaba convencida de que, si presionaba un poco más, podía conseguir que Telma siguiera hablando.

—¿La tía del doctor vivía sola allí en Gotemburgo o estaba ingresada en alguna residencia?

La mujer no contestó. Entonces terminó de convencerse de que Telma Apelgren sabía mucho más de las visitas de Malte Metzgen a Gotemburgo de lo que pretendía demostrar.

El resto del trayecto se hizo en un silencio, que solo era interrumpido por los sollozos de la secretaria.

El periódico había anunciado que el Club de Golf estaría vedado al público ese día; solo había unos pocos vehículos estacionados en el lugar. Greta no tuvo más remedio que ubicarse detrás de la fila a unos cuantos metros de la entrada. Miró el reloj: nueve y cuarto. Esperaba que la ceremonia no hubiese terminado. Junto con Telma ingresaron al predio del club y divisaron a un pequeño grupo amparado bajo la sombra de un viejo roble. Ville Erikssen, vestido de forma impoluta con una túnica blanca y una estola de color lila que cruzaba sobre su pecho, les recitaba un pasaje de la Biblia a los deudos que se habían hecho presentes en el lugar.

—Dice el Señor: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana».

Greta y Telma prefirieron quedarse algo apartadas de los demás. De inmediato, todas las miradas se posaron en las recién llegadas. Greta, con disimulo, observó al grupo, con la intención de discernir si la presencia de Telma incomodaba a alguien en particular.

Anne-lise, que se aferraba al brazo de su esposo, la vio y la saludó con una sonrisa de agradecimiento. Ni siquiera miró a la secretaria de su padre. Lo mismo hizo Willmer, aunque su semblante fue más severo. A un par de metros, la viuda, ataviada con un ajustado tailleur negro y unas enormes gafas oscuras que le cubrían casi la mitad del rostro, se mantenía erguida, sin derramar una sola lágrima. A su lado, Sten Metzgen permanecía con la cabeza gacha. Malin, su esposa, se dedicaba a observar a todos y a prestarle poca atención a las sentidas palabras de consuelo que pronunciaba el reverendo Erikssen. Había algunas personas más. El ama de llaves de la familia; una pareja mayor que supuso serían los suegros de Anne-lise y otra mujer joven a la cual no llegó a ver bien porque se ocultaba detrás de Felicia Metzgen. Se sorprendió cuando Telma la asió del brazo. Estaba temblando; Greta tuvo miedo de que se desvaneciera de un momento a otro. Le apretó la mano para infundirle valor.

Felicia sostenía una vasija blanca de cerámica que contenía las cenizas de Malte Metzgen. Cuando Ville Erikssen terminó con su homilía sobre el descanso eterno de las almas, se la cedió a su hija. Anne-lise le quitó la tapa y, llorando desconsolada, arrojó los restos de su padre sobre el verde y reluciente césped del campo de Golf donde tantas veces había vencido a sus amigos con un hándicap envidiable. De repente, la vasija resbaló de las manos de la muchacha. Intentó asirse al brazo de su esposo, pero ni él pudo evitar que se desvaneciera.

Se armó un revuelo a su alrededor. Entonces, la mujer que había estado todo ese tiempo casi escondida detrás de la viuda, salió en su auxilio.

—¡Apártense, necesita que corra el aire! —dijo arrodillada junto al cuerpo inmóvil de Anne-lise Ivarsson.

Greta se quedó de una pieza cuando reconoció por fin a la misteriosa mujer.

Era Pia Halden.

Más delgada y con el pelo de otro color, pero era ella.

* * *

Para la segunda reunión oficial en el centro de comandos, Karl había convocado también a Frederic Grahn con la intención de conocer más detalles de la autopsia.

Mientras no obtuvieran los testimonios de los familiares, debían trabajar con lo que tenían hasta el momento.

—La muerte se produjo cerca de la medianoche del miércoles, poco después de que el auto se incendiara al caer al fondo de la quebrada —puntualizó el forense.

Mikael fue el encargado de trazar una línea de tiempo en la pizarra. Anotó la hora del deceso más o menos en la mitad.

—Según el resumen de su tarjeta de crédito, la víctima llenó el tanque de gasolina antes de salir del pueblo —precisó el teniente mientras anotaba la hora en la primera sección de la línea de tiempo—. Eso fue a las diez y veinte de la mañana del día martes. Los de tránsito informaron que una cámara de vigilancia lo captó cerca de las cuatro de la tarde llegando a Gotemburgo. He hecho el mismo recorrido varias veces desde que me mudé a Mora y tardo más o menos lo mismo, lo que significa que no se entretuvo en ningún lado. —Escribió el dato en la pizarra.

—¿Tenemos el nombre del familiar enfermo al cual iba a ver? —preguntó Karl.

—No todavía —respondió Nina—. Lo sabremos esta tarde cuando empecemos con los interrogatorios.

Mikael giró hacia la pizarra nuevamente y anotó que a las nueve y cuarto del miércoles, Malte Metzgen había hablado con su hija desde un teléfono que seguía desaparecido. Ninguno todavía había podido encontrar una explicación razonable al hecho de que el doctor tuviera dos aparatos y que uno de ellos fuera imposible de rastrear.

—Concentrémonos primero en el círculo más cercano. Quiero un informe detallado de cada uno de los miembros de la familia antes de sentarnos a interrogarlos —manifestó el inspector. Miró a Peter—. ¿Has conseguido información nueva sobre Drachenblut?

—El sujeto está limpio. Si bien tiene fama de tener pocos escrúpulos a la hora de obtener una primicia, no encontré nada turbio en su pasado o alguna conexión directa con la víctima.

—Esa clase de individuos sabe cuidarse muy bien las espaldas —terció Stevic.

—Así es, teniente —concordó Karl—. Un motivo poderoso le impide revelar la identidad de su fuente. Dudo de que se lo guarde por lealtad, hay algo más detrás de todo este asunto, así que creo que lo llamaremos para una indagatoria formal. Tal vez, con el consejo de un abogado, se decida a soltar prenda.

—¿A qué hora era el funeral? —fue Miriam la que preguntó asomando la cabeza detrás de la laptop.

—Los de la funeraria dijeron que a las nueve. —Frederic miró su reloj—. En este momento, deben de estar esparciendo las cenizas de Metzgen en el Club de Golf.

—Perfecto. Si es posible me gustaría que pudiéramos interrogar a la familia el día de hoy. Yo me encargaré de la viuda y de su hermano —repuso Karl—. Nina, tú harás lo mismo con la cuñada del doctor y el yerno. Stevic, tú hablarás con su hija.

Thulin y Bengtsson intercambiaron miradas. Una vez más, se sintieron excluidos. Si bien todavía ostentaban el cargo de agentes, ambos esperaban ansiosos el momento en el que por fin reconocieran que estaban para responsabilidades mayores. Miriam aún no había dicho nada, pero venía madurando la decisión desde hacía tiempo. Pensaba presentarse el año siguiente al examen para ascender al rango de sargento. Aprovecharía las vacaciones y viajaría a Estocolmo para informarse de los requisitos de inscripción. Miró a Peter. Si la aceptaban implicaba que debía viajar los fines de semana o incluso mudarse a la capital durante un tiempo. Él se había aferrado demasiado a lo que tenían, cuando ella, en cambio, sentía que podía irse del pueblo sin remordimiento alguno. Le devolvió la sonrisa cuando Peter le sonrió con disimulo.

La sala de comandos se fue quedando vacía. Karl aprovechó la ocasión para hablar a solas con Cerebrito.

—¿Tienes algo para mí de lo que ya sabes? —le preguntó parado frente a él con las manos en los bolsillos de los pantalones. Era una postura natural, aunque, casi siempre y sin proponérselo, lograba intimidar a los demás, sobre todo a un muchacho introvertido como Bengtsson.

—Nada relevante, señor. Anoche después de salir de aquí, el teniente se fue derecho a su apartamento.

—¿A qué hora fue eso?

—Como a las diez.

Karl entrecerró los ojos. Greta estaba cenando con él en su casa, aun así, no podía estar seguro.

—¿Lo viste salir de nuevo?

Peter negó con la cabeza.

—¿Seguro?

—Me quedé un rato esperando. Había luz en su departamento —manifestó. La verdad era que ignoraba si el teniente había vuelto a salir o no ya que él, tras recibir una llamada de Miriam, se marchó para encontrarse con ella en el bar que solían frecuentar después del trabajo.

—Y tampoco viste llegar a alguien.

—Tampoco, señor.

La respuesta del agente lo tranquilizó. La insistencia de Greta en mirar el teléfono móvil durante buena parte de la cena la noche anterior y la repentina partida, con el argumento que tenía que armar la próxima reunión del Club de Lectura, lo había hecho sospechar que lo dejaba para verse con Stevic.

—Sigue vigilándolo y mantenme al tanto.

—¿Qué espera averiguar exactamente? —se atrevió a cuestionar.

—Tú obedece mis órdenes y evita hacer preguntas. —Le sonrió. Le palmeó la espalda—. El esfuerzo valdrá la pena algún día, muchacho, créeme.

Cuando el jefe salió, fue hasta el expendedor de agua y, con el vaso en la mano, observó el cielo plomizo a través de la ventana. Dejó escapar un suspiro de resignación. Ni modo. Se sentía mal por estar espiando al teniente, pero prefería mil veces recibir un reproche de su parte antes que perder la confianza del inspector Lindberg.

* * *

Pia había conseguido que Anne-lise reaccionara después de estar un par de minutos desmayada. Mientras ella le medía las pulsaciones, los demás esperaban a su alrededor.

Greta no podía apartar los ojos de la doctora. ¿Cuándo habría regresado al pueblo y qué hacía en el funeral de Malte Metzgen? Comenzó a atar cabos. Pia y Felicia eran colegas; de seguro habían trabajado juntas en el Lasarett antes de que se mudara a Falun. ¿Serían amigas? Supuso que sí, ya que había bajado hasta Mora para acompañarla en un momento tan difícil. ¿O existía otra razón para su regreso? Recordó la insistencia de Mikael en querer hablar con ella.

Willmer levantó a su esposa en brazos, y Anne-lise se aferró a su cuello con fuerza. Estaba muy pálida. Pia dijo algo sobre una lipotimia y aconsejó que la viera un médico lo antes posible. El grupo comenzó a dispersarse. Telma se separó de Greta con el argumento que deseaba estar a solas. Comenzaron a caer algunas gotas, por lo que la pelirroja apresuró el paso hacia la salida. Escuchó el repiqueteo de unos tacones detrás de ella; alguien la asió del brazo. Supuso que era Telma y giró.

—Greta, ¿podemos hablar?

Pia Halden la soltó. Ahora llovía con un poco más de intensidad.

—Sí, por supuesto, pero busquemos un sitio donde refugiarnos de la lluvia.

Se dirigieron al edificio en donde se encontraba el comedor del club. Aún estaba cerrado, así que se sentaron en uno de los dos bancos que flanqueaban la entrada al lugar.

—Qué pena que nos hayamos vuelto a ver en tan terribles circunstancias —dijo Pia para ponerle fin al incómodo silencio que se había suscitado entre ambas.

—Sí —musitó Greta sin siquiera mirarla. Sus ojos azules estaban fijos en un enorme macetón de concreto en donde las resistentes hojas de un frondoso ficus se doblaban a merced del viento y de la lluvia.

—¿Conocías a algún miembro de la familia?

—Anne-lise y yo estudiábamos juntas.

—Yo trabajé con su madre durante poco más de dos años. La conocí cuando nos mudamos a Mora y se convirtió en todo un referente para mí, como lo era para casi todos los obstetras del país. Lamenté mucho el día que Felicia anunció su retiro.

Ese «nos mudamos a Mora» le supo muy mal a Greta. No podía borrar el pasado, ni el tiempo que Mikael y Pia habían estado juntos. Aunque su matrimonio se hubiera roto, sentía que la doctora Halden aún, de alguna forma, era parte de la vida del teniente.

—Me alegra haberte encontrado porque quería agradecerte que me recomendaras a Agatha Christie esa vez que visité Némesis. Cuando terminé el libro, seguí comprando otros…

—Pia —la interrumpió—. Las dos sabemos que no es precisamente de libros de lo que quieres hablar conmigo.

La doctora apoyó un brazo en el respaldo del banco y se mesó el cabello.

—Tienes razón. Entre nosotras siempre hubo un tema pendiente, y creo que debimos tener esta conversación hace mucho tiempo. Debo confesar, sin embargo, que no me sentía preparada en aquella ocasión para enfrentarme a ti y aceptar que Mikael ya no me amaba. —Levantó la mano cuando Greta atinó a hablar—. Deja que me desahogue, por favor, después estoy dispuesta a escuchar todo lo que tengas que decirme.