CAPÍTULO 7
El almuerzo con Pia resultó mejor de lo que esperaba. Si bien quedaban ciertos asuntos que zanjar entre ambos, evitaron mencionarlos y se dedicaron a disfrutar del momento. De pronto, hablaba solamente ella y lo hacía con entusiasmo. Le contó que había conseguido un puesto de obstetra en una clínica privada y que abandonaría la casa de su hermana cuando cobrara el primer salario para rentar un apartamento en Villastaden, uno de los suburbios más prósperos de la ciudad.
Mikael la escuchaba con interés. Parecía que había tomado las riendas de su vida nuevamente. La notó feliz y tranquila, pero prefirió no ahondar en temas más íntimos.
—Voy a ir a ver a Felicia esta misma tarde —le anunció al tiempo que recogía la mesa—. ¿Tienes idea de cuándo será el funeral?
—Supongo que mañana. Ella te lo podrá informar mejor. Lo único que sabemos nosotros es que el forense iba a liberar el cuerpo de un momento a otro.
Pia entró a la cocina cargando los platos. Él la ayudó con el resto de la vajilla.
—Deja, yo me encargo —se ofreció—. Es lo mínimo que puedo hacer después de que accedieras a que me quede.
—Este apartamento sigue siendo tuyo, Pia.
Ella abrió el grifo y metió un plato debajo del agua caliente.
—No, Mik. Por fortuna, comprendí que nada de lo que dejé aquí me pertenece ya.
Volvió a dejarlo sin habla. Le sorprendía esta nueva Pia, resuelta, dispuesta a salir adelante a pesar de un matrimonio fracasado y la pérdida irreparable de un hijo. Tuvo deseos de abrazarla, de decirle cuánto la admiraba, pero no lo hizo por temor a que ella lo malinterpretara. No sabía si lo había olvidado definitivamente o solo intentaba conseguir su simpatía. Un abrazo en aquel momento habría estado fuera de lugar.
—Me voy. Tengo que pasar por el tribunal y luego regresar a la comisaría. No sé si podré llegar a cenar —le dijo.
—No te preocupes por mí, Mik. Estaré bien. —Giró sobre los talones—. Dale mis saludos al inspector Lindberg y, si ves a Greta, agradécele por haberme recomendado las novelas de Agatha Christie.
Pia se quedó observándolo, indagando en su mirada o en alguno de sus gestos cualquier señal de que la hija de Karl Lindberg y él estaban juntos; sin embargo, Mikael se marchó antes de que pudiera descubrirlo.
Tras subirse a su auto, sacó el teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones y marcó el número de Greta. Le saltó el buzón de voz. Volvió a intentar comunicarse, pero fue inútil. Quería contarle del regreso de Pia antes de que se enterara por alguien más. Esperaba poder verla esa noche.
Sin perder más tiempo, se dirigió al tribunal. No quería regresar a la comisaría sin la orden del juez para incautar los videos de vigilancia más cercanos a la escena del crimen.
* * *
—Mi madre quiere una ceremonia íntima, aunque me gustaría que pudieras venir. —Se le quebró la voz—. Si no puedes, lo voy a entender.
—Si quieres que vaya iré, Anne-lise —le aseguró—. ¿Cuándo es el funeral?
—No lo sé todavía. Mi tío Sten se está encargando de todo. Vamos a cremar el cuerpo, mamá dice que es lo mejor.
Greta se acordó de la pobre de Telma y de su desconsuelo ante la imposibilidad de despedirse del doctor Metzgen.
—¿Puedo pedirte un favor, Anne-lise?
—Por supuesto.
—Quisiera llevar a alguien conmigo. Sé que dijiste que la familia quiere algo íntimo, pero creo que se merece estar en la ceremonia.
—¿De quién hablas?
—De Telma Apelgren.
Se hizo un silencio al otro lado de la línea. ¿Por qué no le respondía?
—Anne-lise, ¿sigues ahí?
—Sí, Greta, estoy aquí. Puedes venir con Telma si quieres.
—¿Segura? —tuvo que volver a preguntar.
—Sí; supongo que, después de haber sido su secretaria durante todos estos años, se ganó el derecho de despedirse de él.
Notó cierto resquemor en sus palabras. ¿Acaso sospechaba, al igual que Pernilla Apelgren, que Telma estaba enamorada en secreto del doctor? ¿Sería ese el motivo por el cual habían organizado una ceremonia solamente para la familia? ¿Para evitar que ella asistiera? ¿O había algo más?
No tenía más que presentarse en el funeral con la secretaria del doctor para sacarse la duda. Se acordó de Hanna, aunque presentía que la rubia no tenía muchos ánimos de ir.
Cuando guardó el teléfono en el bolso, se percató de que la batería estaba casi agotada. Al girar, se tropezó con un hombre cerca de la puerta de acceso. Se hizo a un lado para cederle el paso, pero el desconocido ni siquiera se movió. La incomodó el hecho de que no le quitara la vista de encima. Asió la manija de la puerta, dispuesta a salir, pero él se lo impidió.
—¿Me permite pasar o me va a retener aquí por mucho más tiempo? —lo increpó. Tuvo que levantar bastante la cabeza para verlo a los ojos. El sujeto debía medir fácilmente cerca de los dos metros, ya que era más alto que Mikael.
El hombre sonrió.
—Pelirroja y con temperamento. Un combo imposible de resistir.
Estuvo a punto de responderle con alguna grosería, pero solo se limitó a fulminarlo con la mirada.
—¿Trabajas aquí, preciosa? —La recorrió de arriba abajo, se detuvo más de lo permitido en el escote de su blusa—. No me importaría que alguien como tú me pusiera las esposas.
Greta abrió la boca exageradamente. El desconocido respondió guiñándole un ojo. Ella se dio media vuelta y se marchó. Atravesó a paso acelerado el espacio que la separaba del estacionamiento y, antes de subirse al auto, espió por encima del hombro. Ese sujeto insolente seguía mirándola. Mientras encendía el motor se preguntaba quién sería. No lo conocía, aunque tenía la vaga sensación de que lo había visto antes.
* * *
La expresión en el rostro de Stevic cambió cuando ingresó a Némesis y no vio a Greta por ningún lado. Se acercó al mostrador y, desde allí, oteó en dirección al depósito, pero las luces estaban apagadas. Un par de mujeres hojeaban libros en la mesa de ofertas. Monika, la madre de Hanna, hacía lo mismo en la sección de clásicos. La saludó con un movimiento de cabeza, cuando ella reparó en su presencia. Se quitó las gafas y se pasó la mano por el cabello. La camisa, a pesar de que era de una tela fresca y liviana, comenzaba a asfixiarlo. Se desabrochó algunos botones para respirar mejor. Cuando alzó la cabeza, Monika Windfel lo estaba mirando. Sonrió cuando la mujer, ya entrada en los cincuenta, se ruborizó.
En ese momento, Lasse se asomó detrás de uno de los estantes del fondo sorprendido de verlo. Rodeó el mostrador y se sentó en la banqueta.
—Si buscas a mi prima, no está —le dijo. Desde que sabía lo del romance, lo tuteaba.
—He intentado llamarla a su móvil, pero, cuando no me daba ocupado, estaba apagado.
—Creo que fue a la comisaría a ver al tío Karl. —Lasse frunció el ceño y se lo quedó viendo durante un instante—. Sabes que se acerca su cumpleaños, ¿no?
Como el teniente no respondió, se dio cuenta de que no estaba enterado.
—Es en poco más de dos semanas, el 7 de agosto. Todos los años le preparamos una fiesta sorpresa; supongo que este año no será la excepción.
—¿Ella no sospecha nada? —Si lo hacía, no se lo había dicho.
—Greta siempre se da cuenta, solo que actúa como si no lo supiera para no herir la susceptibilidad de nadie. Mi prima es demasiado sagaz como para esconderle algo —adujo al tiempo que sacaba unos cuantos libros de debajo del mostrador y los apilaba junto al ordenador—. ¿Quieres dejarle algún recado?
Mikael tenía que hablarle del regreso de Pia en persona, aunque no podía quedarse a esperarla. Observó el montón de novelas que Lasse comenzaba a catalogar, de seguro para ingresar luego en la base de datos de la librería. Descubrió que eran todas obras de Agatha Christie.
—¿Puedo?
—Por supuesto.
Tomó uno al azar. Diez indiecitos se titulaba.
—Son nuevas ediciones. Greta siempre se queda con las más antiguas y manda a traer las más recientes para vender —le explicó.
Mikael asintió. Sabía de la pasión que Greta le profesaba a la Dama del Misterio. Se sintió muy mal porque él apenas había leído un par de sus libros cuando era adolescente.
—¿Qué novela de Agatha Christie le recomendarías a un novato como yo? —se encontró preguntando de repente.
Lasse dejó escapar una sonrisa. Sabía que, tarde o temprano, el teniente Stevic se dejaría contagiar por los gustos de su prima. Tras meditarlo durante unos cuantos segundos, fue hasta el depósito y apareció con un ejemplar que todavía estaba envuelto en nylon.
—Este llegó hace unos días. No creo que Greta lo eche en falta. —Se lo entregó y estudió su reacción.
—La trayectoria del boomerang —leyó Mikael. Conocía algunos de los títulos de la autora, sobre todo aquellos que habían sido llevados a la pantalla, pero aquel en particular no le sonaba de nada—. ¿Miss Marple o Poirot?
Lasse negó con la cabeza.
—Ninguno de los dos, pero creo que el personaje principal te va a caer muy bien —manifestó sin entrar más en detalles.
—Bien, ¿cuánto te debo?
—Cortesía de la casa.
—¿Te puedo pedir un favor?
—Claro.
—No le menciones nada a Greta por el momento. Quiero darle una sorpresa.
—¿Acaso no escuchaste cuando te dije que es casi imposible lograr que mi prima no se entere de lo que se trama a su alrededor? —preguntó divertido.
—Lo intentaré al menos.
—Suerte entonces. —Metió el libro dentro de la bolsa que regalaba la librería y se fue a atender a las dos muchachas que se encontraban junto a la mesa de ofertas.
Mikael se marchó con una sonrisa en los labios. Miró a su alrededor antes de subirse al Volvo. No había señales de Greta por ninguna parte. Intentaría llamarla de nuevo cuando llegase a la comisaría.
* * *
Karl, Nina y los agentes Thulin y Bengtsson se encontraban en la sala de comandos revisando los archivos del caso cuando Ingrid les anunció que un tal Espen Drachenblut exigía hablar con la máxima autoridad del lugar.
—Vaya, parece que no hizo falta indagar mucho —comentó el inspector complacido.
—Llamé a la redacción del periódico temprano esta mañana, pero se rehusaron a darme información; de seguro, le pasaron el dato de que lo estábamos investigando —comentó Peter tan asombrado como su superior.
—Ingrid, dile que pase.
Apenas la mujer abandonó el recinto, Karl miró a Cerebrito.
—¿Dónde está Stevic?
—Decidió ir en persona al tribunal para apurar al juez Fjæstad —respondió la sargento Wallström.
—Bien; cuando obtenga la dichosa orden, lo acompañas a la fábrica de cristales. Quiero ver esas cintas cuánto antes.
Todos deseaban lo mismo. La búsqueda del posible segundo vehículo involucrado en el siniestro había sido infructuosa. Con suerte, las cámaras de vigilancia más cercanas habrían captado alguna imagen que les serviría para identificar al conductor.
La puerta se abrió y un hombre alto, de imponente contextura física, entró y los miró a todos con detenimiento. Había cierta actitud prepotente en su andar que todos notaron.
Tras las presentaciones de rigor, el periodista fue invitado a ocupar una silla junto a Miriam Thulin. Le echó un vistazo apenas por encima a la joven antes de revelar el motivo de su presencia.
—Inspector Lindberg, tengo entendido que alguien de su comisaría ha estado llamando al periódico para obtener información de mi persona. —No esperó a que Karl le respondiera—. Creí que la policía local estaría ocupada tratando de hallar al asesino del doctor Metzgen.
—Señor Drachenblut…
—Espen, por favor. El señor Drachenblut es mi padre, y créame que, si algo detesto en esta vida, es que me lo recuerden —manifestó con una sonrisa irónica.
—Muy bien, Espen. Ya que ha venido usted hasta aquí, podrá contestar a nuestras preguntas y nos ahorrará tiempo. —Karl se puso de pie, caminó hacia la pizarra y se detuvo. Contempló durante unos segundos la fotografía de Malte Metzgen. Luego se dirigió al recién llegado—. ¿Cómo se enteró del hecho?
—Soy periodista, inspector. Es mi trabajo estar al tanto de lo que sucede.
No le gustó la respuesta, tampoco la manera en que sonreía. Intuía que se estaba burlando de ellos o, peor aún, que intentaba retener información.
—Su periódico publicó la noticia apenas pocas horas después de lo ocurrido, cuando todavía no se había hecho oficial ni el nombre de la víctima ni la causa del siniestro. ¿Cómo se filtraron esos datos tan pronto?
Todas las miradas se posaron en el periodista, a la espera de una respuesta, pero el joven se tomó su tiempo para contestar.
—Eso no se lo puedo decir. Jamás revelo el nombre de mis fuentes; no voy a empezar a hacerlo ahora.
—Si hay alguien que abrió la boca cuando no debía, debo saberlo, sobre todo si esa persona está bajo mi supervisión —replicó Karl que comenzaba a perder los estribos.
—Lo lamento, inspector, pero no se los voy a decir. Existe el secreto de confidencialidad, por lo que no pueden obligarme.
A Nina, como a todos los demás, Drachenblut no le había caído bien, y ahora, encima, les salía con semejante planteo. ¡Ni que fuera un sacerdote a quien le pedían que revelara un secreto de confesión! ¡Querían el nombre de su informante, no el del posible sospechoso!
—Espen —dijo con un tono de voz más suave que la del inspector—. Comprendemos que quiera mantener en el anonimato la identidad de su fuente, pero también le pido que entienda que solo queremos hacer nuestro trabajo. Es muy llamativo que no solo conociera el nombre de la víctima tan pronto, sino que, además, se atrevió a publicar que se trataba de un asesinato. La persona que le confió esa información puede ser de interés para nuestro caso.
Espen los miró uno a uno con incredulidad.
—¿Sospechan que estoy involucrado con la muerte del doctor o que conozco a su asesino?
El silencio de los policías lo puso nervioso.
—Esa información solo la sabíamos nosotros y los familiares —replicó la sargento Wallström.
—En ese caso, no les será difícil averiguar quién abrió la boca. No esperen saberlo por mí porque pierden su tiempo. Al menos que consigan una orden que me obligue a hablar, no diré nada —zanjó.
Karl no entendía por qué tanto recelo en ocultar la identidad de su informante. ¿Y si en realidad no existía ninguno y aquel sujeto solo estaba jugando con ellos? No sería la primera ni la última vez que un asesino se regodeara con su propio crimen o hiciera alarde de él. Podía poner las manos en el fuego por el personal a su cargo sin temor a que se le chamuscaran los dedos. No podía hacer lo mismo por la familia de Malte Metzgen; sin embargo, se negaba a creer que alguno de sus miembros hubiera ventilado que el doctor había sido víctima de un homicidio. ¿Qué ganaban con ello? Observó a Drachenblut. Se sentía muy seguro de sí mismo y no le importaba desafiarlos. La reticencia a develar la identidad de la fuente lo convertía por lo pronto en una persona de interés para el caso. En una lista sin sospechosos todavía, el periodista fácilmente podía ocupar el primer puesto, aunque también cabía la posibilidad de que hubiese estado en contacto con el homicida y que, por eso, tuviera información de primera mano. En cualquiera de los dos casos, no podían perderlo de vista.
Espen se puso de pie.
—¿Puedo retirarme o tengo que llamar a mi abogado? —preguntó en tono sarcástico.
No tenían ningún motivo de peso para retenerlo, solo meras sospechas.
—Puede irse, pero no abandone Falun sin antes avisarnos —le aconsejó Karl—. Es posible que volvamos a convocarlo; la próxima vez será un interrogatorio formal, así que tenga a mano el número de su abogado.
Los labios de Espen Drachenblut se contrajeron en un rictus extraño. Ya no había risa irónica ni miradas desafiantes. Abandonó el centro de comandos dando un sonoro portazo.
—Qué sujeto más raro —comentó Miriam con la mirada clavada en la puerta.
Karl tomó el marcador y escribió el nombre del periodista en un costado de la pizarra, muy cerca de la fotografía de la víctima. Luego lo encerró en un círculo.
—Investiguémoslo. Oculta algo y quiero saber qué es.