CAPÍTULO 6

Una sonriente Ingrid la recibió al llegar a la comisaría.

—Greta, cielo, ¡qué bueno verte! —rodeó el mostrador para darle un abrazo.

—Hola, Ingrid, ¿cómo estás?

La mujer, que la conocía desde que era una niña, la observó de pies a cabeza.

—Estás distinta —manifestó con un gesto inquisidor—. ¿A qué se debe ese cambio?

—A nada en particular. Hace un par de semanas que no me ves, eso es todo —respondió tratando de no sonar nerviosa.

—No sé; no es solamente por fuera, hay un brillo inusual en tu mirada. —Abrió bien grande la boca—. ¡Estás enamorada y tienes novio! ¡Eso es! ¡Las protagonistas de las novelas románticas que leo lucen igual!

Greta quiso salir corriendo de allí antes de que Ingrid empezara a gritar a los cuatro vientos que ella estaba con alguien. En un lugar como la comisaría, donde los chismes se esparcían tan rápido como en las calles del pueblo, adivinar quién era el que provocaba que tuviera ese brillo en los ojos sería tan fácil como sumar dos más dos.

—¿Está mi padre? —preguntó con la esperanza de acabar con aquella conversación que no hacía más que ponerla en evidencia.

Ingrid soltó un suspiro cuando se dio cuenta de que no iba a poder sacarle la verdad a Greta.

—No, cariño. Salió a almorzar con la sargento y todavía no han regresado —observó el reloj—. No suelen tardar tanto, deben de estar al caer.

—¿Y el teniente Stevic? —Intentó sonar lo más natural posible.

—Él tampoco está —le respondió con una sonrisa.

—Bueno, esperaré a mi padre en su despacho —le anunció y se alejó de la recepción antes de que la mujer comenzara a someterla a un nuevo interrogatorio.

En el pasillo, junto a la máquina expendedora vio a Peter Bengtsson y Miriam Thulin. Ambos estaban hablando por lo bajo y sonreían. Él le acomodó a su compañera un mechón de cabello detrás de la oreja mientras la contemplaba con fascinación. Greta carraspeó para anunciar su presencia. Peter se separó y Miriam despegó la espalda de la pared cuando la vieron.

—Greta, ¿cómo estás?

Iba a soltarles una broma después de haberlos atrapado casi in fraganti, pero optó por hacer algo mejor.

—Conmocionada por lo ocurrido —comentó con una expresión cambiada por completo—. La pobre de Anne-lise Ivarsson está deshecha, y no es para menos.

—¿La conocías? —preguntó Miriam sorprendida.

—Sí; íbamos a la misma escuela y volvimos a retomar nuestra amistad hace poco, cuando comenzó a asistir al Club de Lectura. ¿Ya le han entregado el cuerpo a la familia?

—Frederic ya firmó la orden; los de la funeraria vendrán esta tarde. Nos dijeron que su hermano pidió que cremaran los restos del doctor. Supongo que en el estado en el que se encontraba el cadáver, era lo más lógico —le informó Cerebrito.

—Malte Metzgen era una persona querida y respetada dentro de la comunidad. ¿Quién querría hacerle algo semejante? —dijo para llevar la conversación hacia donde deseaba.

—Es evidente que existe alguien que no lo quería ni lo respetaba.

—Tienes razón, Peter, pero me cuesta creer que sea alguien del pueblo, una persona con quien podemos cruzarnos en cualquier momento. —Se quedó cavilando un instante—. «Para que un crimen resulte interesante, ha de producirse entre personas que ustedes mismos podrían encontrarse cualquier día».

Los agentes se miraron entre ellos.

—Lo dijo mi admirada Agatha Christie. Aparece en el prefacio de El caso de los anónimos —precisó.

—Interesante —comentó Peter—. Creo que deberé empezar a leer algo de ella.

—¡Es un sacrilegio que nunca te hayas acercado a su obra! —lo reprendió en broma la pelirroja.

Miriam no podía creer lo que veían sus ojos. Él le dedicó una de sus tantas sonrisas seductoras que estaban destinadas a ella. ¡Lo único que faltaba! ¡Qué Peter también cayera preso del encanto de Greta!

—El periódico solo mencionaba que el doctor fue asesinado, pero ¿qué ocurrió exactamente? ¿Cómo terminó en el fondo de la quebrada?

Ninguno de los dos le respondió.

—Ahí llega tu padre, Greta —le anunció el agente Bengtsson.

Ella miró hacia la puerta de acceso a la comisaría y, cuando se volteó hacia ellos de nuevo, descubrió que se alejaban en dirección a la sala de comandos. Fue al encuentro de Karl, que venía acompañado de Nina. Según la propia Ingrid, se habían tomado más tiempo del habitual para almorzar. Ahora que podía observarlos mejor mientras se acercaba a ellos, no quiso imaginar la razón de aquel retraso. El cabello mojado de la sargento y la expresión de felicidad en el rostro de su padre resultaban evidencia suficiente para sacar sus propias conclusiones.

Tragó saliva. Estaban enamorados y lo más normal del mundo era que hicieran el amor. Si bien había aceptado por fin que él rehiciera su vida, le costaba pensar en su padre en esos términos. Esbozó la mejor de sus sonrisas para borrar las imágenes poco agradables que se fueron sucediendo una tras otra en su cabeza mientras se acercaba a ellos.

—¡Cariño, qué sorpresa! —la estrechó con fuerza entre los brazos que ella pudo olerle el perfume de Nina en la piel.

—La señora Rybner me dio esto para ti. —Le entregó la bolsa y miró a la sargento—. Hola, Nina, ¿cómo estás?

—Muy bien, Greta, ¿y tú?

—Bien.

Karl revisó el interior de la bolsa y, luego, como si quisiera evitar que alguien más husmeara, la cerró rápidamente. Se había puesto nervioso. Ambas lo notaron, pero fue Greta la más sorprendida.

—¿Qué es? —preguntó por fin.

—Una nueva pieza para mi colección de antigüedades, cariño. —Como sabía que la respuesta no la conformó, agregó—: Es un juego de ajedrez de marfil antiguo con caja de marquetería que data del siglo XIX.

Si era tan solo un viejo juego de ajedrez no entendía por qué se esmeraba tanto en que no la viera.

—¿Te quedas un rato?

Había ido hasta allí con el único objetivo de obtener información. Bueno, en realidad, también se había acercado a la comisaría para ver a Mikael, pero el teniente no estaba y no se marcharía sin antes enterarse cómo iba la investigación.

—Por supuesto, he venido a visitarte. —Se prendió a la cintura de su padre y apoyó la cabeza en su pecho.

—Ven, vayamos a mi despacho. —Miró a Nina—. ¿Podrán prescindir de mí durante un rato?

La sargento rio.

—No te preocupes, Karl. Si surge alguna novedad, te aviso. Disfruta de la compañía de tu hija.

Se quedó observándolos mientras se alejaban por el pasillo. Dejó escapar un suspiro. Era normal que padre e hija desearan pasar tiempo juntos. La relación entre Karl y Greta era tan simbiótica que muchas veces tenía la sensación de que la apartaban casi sin darse cuenta. Sabía que él la amaba y que Greta finalmente la había aceptado como lo que era: la mujer de su padre. Aun así faltaba mucho para que pudieran convertirse en una verdadera familia. Durante los últimos días le había estado dando vueltas a una idea que empezaba a quitarle el sueño. Quería avanzar un poco más, dar un paso definitivo en la relación, pero no se animaba y, podía jurar, sin temor a equivocarse, que si no era ella quien tomaba la iniciativa, Karl no lo iba a hacer nunca.

* * *

Greta observó con atención cómo su padre guardaba la bolsa de la tienda de antigüedades de la señora Rybner en uno de los armarios. Lo del juego de ajedrez seguía sin convencerla, pero sabía que no lograría averiguar por qué tanto misterio. Esperaba tener más suerte cuando empezara a preguntarle, de manera sutil, claro, sobre el homicidio de Malte Metzgen.

—¿Cómo van las cosas en la librería?

Bien, pensó Greta, dejaré que él sea quien comience con el interrogatorio.

—Mejor que nunca, papá. La segunda temporada del Club de Lectura es un éxito y nuestra cartera de clientes ha crecido muchísimo desde de la firma de Josefine.

Karl se sentó en el borde del escritorio, frente a ella.

—¿Has vuelto a saber de Josefine?

—Me mandó un e-mail la semana pasada. No está en Suecia, viajó a Dinamarca porque, según ella, «necesita encontrar inspiración para empezar su nueva novela». Al parecer, piensa ambientarla en alguna ciudad costera del sur.

—Creo que es una mujer realmente sorprendente.

—Me di cuenta cuando vino al pueblo. Encandiló a unos cuantos —manifestó fulminándolo con la mirada.

Karl carraspeó y, de inmediato, cambió de tema.

—¿Y qué hay de Niklas? ¿Has vuelto a hablar con él?

—No desde la última vez que preguntaste, papá —respondió sorprendida por la habilidad que tenía para orientar la conversación hacia donde más le convenía.

—Deberías invitarlo a que venga a pasar unos días al pueblo. Tengo ganas de ir de pesca y no consigo que Lars me acompañe…

—Entonces invítalo tú —rebatió Greta con fastidio.

No podían cruzar dos palabras que enseguida le empezaba a hablar de Niklas. Lo lamentaba por él. Estaba segura de que haría añicos sus ilusiones de verla casada con Kellander cuando le dijera que no entraba en sus planes enredarse con él. Bueno, lo peor vendría después, cuando se enterara que su corazón ya tenía dueño y que, precisamente, el hombre que se lo había robado era, según el criterio paterno, el menos indicado para ella. Greta respiró hondo mientras veía como Karl guardaba silencio. Era evidente que no era la respuesta que había esperado.

Karl comprendió que de nada servía traer a colación a Niklas cada vez que se le presentaba la oportunidad. Parecía que, cuanto más insistía, más se rehusaba ella a complacerlo. Era un constante tira y afloja en donde, por supuesto, quien salía perdiendo era él.

—¿Cenamos juntos hoy? Tengo ganas de consentirte.

No podía negarse. Extrañaba las cenas en casa de su padre. Las cosas habían cambiado mucho las últimas semanas. Pasaban menos tiempo juntos, ya sea porque Nina se quedaba a dormir con él o porque ella hacía lo mismo con Mikael. No quería acostumbrarse demasiado rápido a todos esos cambios.

—Sí, papá. Me encantaría; necesito un poco de mimos. —Hizo una pausa para tratar de encarar el tema sin que la volviera a tildar de entrometida—. Lo del doctor Metzgen ha sido terrible.

Karl se levantó y se dirigió a la ventana. La persiana estaba entreabierta y dejaba que se colara una brisa tibia. Varias nubes gordas se movían en el cielo hacia el norte. Al parecer, el pronosticador local había acertado cuando había anunciado esa mañana, para alivio de todos, que llovería en la región.

—Su hija asiste al Club de Lectura —continuó ante su silencio—. No sé si te acuerdas de ella, pero estudiábamos juntas.

Él seguía sin decir nada. Por supuesto que recordaba a Anne-lise. Conocía también al resto de la familia. La esposa de Malte Metzgen había sido la obstetra de Sue Ellen cuando esperaba a Greta.

—No sabía que eran amigas —comentó por fin.

—En realidad no lo éramos. Ella es tres años menor que yo, pero coincidíamos bastante, sobre todo en los recreos. Cuando se inscribió en el club, descubrimos que ambas amamos las novelas de Agatha Christie. ¡Si hasta tiene una gata llamada Jane, papá!

Karl regresó al escritorio y se dejó caer en la silla. La escudriñó con la mirada. Tenía que preguntárselo.

—¿Has estado hablando con ella sobre el homicidio de su padre?

—Estuve en su casa ayer… —antes de que él saltara, agregó—. Fui solamente a acompañarla. Cuando me enteré de lo ocurrido, pensaban que la víctima era su esposo.

Si había algo que no quería saber en ese momento era cómo Greta se había enterado del homicidio cuando todavía el pueblo creía que era un accidente y cuando ellos estaban seguros de que la víctima era el yerno del doctor Metzgen.

—Al parecer eres más rápida que los de la prensa para enterarte de las noticias —comentó para asimilar, una vez más, el hecho de que mientras existiera un misterio que resolver, Greta estaba dispuesta a meter las narices en los asuntos que solo le competían a la policía.

—Supe por el periódico que no se había tratado de un accidente —mintió.

Karl se permitió dudar de su palabra. Si sus sospechas se confirmaban; había obtenido esa información de primera mano. Esperaba con impaciencia obtener pruebas de que Mikael estaba frecuentando a su hija para enfrentarlo con las cartas sobre la mesa. Le molestaba sobremanera que sus advertencias hubieran caído en saco roto. ¿Cuántas veces le había dicho a Stevic que lo quería lejos de Greta?

—¿Hay algún sospechoso? —preguntó aprovechando el repentino silencio de Karl.

El inspector negó con la cabeza.

—Supongo que, si lo hubiera, tampoco me lo dirías —dijo ella, resignada.

—Supones bien, hija. Te he repetido hasta el hartazgo que dejes de meter tus narices en donde no debes. Si quieres consolar a tu amiga, hazlo. No puedo impedírtelo, pero por favor, mantente apartada de la investigación. En dos ocasiones, has puesto en peligro tu vida por meterte donde no debías. ¿No te ha servido de escarmiento?

Ahora fue ella la que guardó silencio. Era hora de dar por finalizada aquella conversación que, al parecer, no llevaba a ningún lado. No le importaba; conseguiría información por otro lado.

—Me voy, papá. —Se puso de pie y lo besó en la mejilla—. Llegaré a eso de las nueve, después de cerrar la librería.

—¿Traerás a Miss Marple?

—Mejor no. Se ha estado comportando muy mal últimamente. No quiero que arruine nuestra cena —respondió mientras abandonaba el despacho. La verdad era que temía que la lora se pusiera a insultar a Mikael delante de él.

—Está bien, cariño. Nos vemos a la noche.

Le sonrió y salió al pasillo. Lo atravesó rauda para evitar que Ingrid volviera a acribillarla a preguntas. Lanzó un improperio cuando su móvil comenzó a sonar. Cuando hurgó en el bolso, las llaves del Mini Cabrio fueron a parar al suelo. Se agachó para recogerlas. En ese preciso instante, la enorme puerta de acceso se abrió; un hombre ingresó a la comisaría.

El sujeto detuvo su andar. Era imposible seguir de largo e ignorar a la pelirroja despampanante que, enfundada en un par de pantalones ajustados, le exponía sin saberlo, una parte casi perfecta de su anatomía.