CAPÍTULO 4
Lo primero que vio Hanna al abrir la puerta de Némesis fue un trasero que parecía esculpido en piedra enfundado en unos vaqueros gastados. Se bajó las gafas y se enfocó en el hombre que, agachado frente a uno de los escaparates, sacaba libros de una caja.
Él se volteó de inmediato cuando escuchó la campanilla.
—Hola, Hanna —la saludó con una sonrisa.
Increíblemente, se quedó muda. Trató de que algo coherente saliera de su boca.
—Hola, Lasse, ¿cómo estás? —dijo cuando pudo articular palabra.
—Bien, como todos, soportando el calor. —Volvió a darle la espalda para continuar con la tarea de acomodar los libros en el escaparate—. Greta no está.
La rubia no podía apartar la mirada. Era como si lo viera por primera vez. Un absurdo. ¿Cuánto hacía que lo conocía? Ponerse a sacar cuentas la hizo sentirse más tonta todavía. Era el primo de su mejor amiga y recordaba que habían coincidido en casi todos los cumpleaños de Greta. No sabía exactamente cuántos años tenía, pero calculaba que unos pocos menos que ella. Nunca había reparado en él demasiado, incluso en los últimos meses, desde que Lasse había empezado a trabajar en la librería, lo veía solo como el primo tímido y algo serio de su amiga. Si bien no era un muchacho guapo, tenía que reconocer que poseía cierto encanto. En el último tiempo, la vida amorosa de la fotógrafa había sido un completo desastre. Después de la terrible experiencia con Evert Gordon, había decidido cerrarle la puerta al amor, al menos por una larga temporada. Le iba a costar mucho volver a confiar en un hombre de esa manera. Durante sus vacaciones en Vrångö había conocido a un par de noruegos que se encontraban en la isla trabajando. Ella había ido para divertirse y vaya que lo hizo. Se enredó con ambos. Fueron las cuatro noches más salvajes de su vida. Estaba segura de que, si el devoto e intransigente Hylvid Windfel se enteraba de las cosas que habían ocurrido dentro de las cuatro paredes de su habitación de hotel, la mandaría derechito al infierno. ¡Al diablo su padre, sus sermones y su insoportable necesidad de verla casada con un hombre como él!
Ahora regresaba al pueblo, con las energías renovadas y lo primero con lo que se topaba era con aquel muchacho al que nunca antes le había prestado atención.
—¿A qué hora vuelve tu prima? —Se dejó caer en el sillón Chesterfield de forma exagerada para que él se diera cuenta de que lo había hecho. Cruzó las piernas, lo que hizo que la falda se le subiera unos cuantos centímetros por encima de las rodillas.
Lasse giró y lo primero que vio fue unas piernas bronceadas, que se balanceaban frente a él. Carraspeó nervioso y levantó la caja que aún contenía algunos libros. Se dirigió a una de las mesas de ofertas para acomodar algunos ejemplares.
Hanna se deleitó viendo cómo los músculos de esos brazos se tensaban por la fuerza. De repente, parecía que la temperatura dentro de Némesis había subido unos cuantos grados. Se reprendió a sí misma por el rumbo que habían tomado sus pensamientos. Lasse era más joven que ella, aun así no se sentía una asaltacunas por mirarlo con ganas.
—Supongo que pronto —le contestó—. Fue a ver a Anne-lise Ivarsson por lo del accidente.
¡El accidente! Lo había olvidado por completo. Se había enterado por la radio cuando estaba regresando de Vrångö.
—En las noticias no dijeron de quién se trataba.
—Mi prima lo supo por Stevic —le aclaró—. El muerto es Willmer Ivarsson.
—No es él.
Ambos se voltearon cuando escucharon la voz de Greta.
—¿No? —Se miraron entre ellos como si no entendieran nada.
—La víctima es el doctor Metzgen, y no fue un accidente. Esto último, lo supe de manera extraoficial, así que, mantengan la boca cerrada hasta que las autoridades decidan revelarlo.
Hanna se imaginó a su amiga seduciendo al guapo teniente Stevic para sacarle ese tipo de información.
—¿Otro crimen?
—Así parece, Hanna. —Se dirigió hacia el mostrador para dejar el bolso y las llaves del Mini Cabrio—. A propósito, ¿cuándo has llegado?
La fotógrafa se levantó del sillón y se acercó a su amiga. Se contorneó delante de Lasse para que a él no le quedara ninguna duda de cuál era su intención.
—Acabo de volver y quise pasar a saludarte.
—Ven, subamos para tomar algo fresco y me cuentas qué tal te ha ido.
Hanna siguió a Greta hasta el apartamento no sin antes echarle un último vistazo a Lasse. Sonrió complacida cuando descubrió que él también la estaba mirando.
* * *
Karl clavó los ojos azules en la pantalla. Como casi cada mañana, la ventana del navegador estaba abierta en la edición on-line del Falu Kuriren, el periódico más importante de la región. Maldijo en voz alta. El culpable de su mal humor tenía nombre y apellido: Espen Drachenblut. El periodista no solo había publicado en primera plana una foto de la víctima, también había deslizado la posibilidad de que la trágica muerte del doctor Malte Metzgen no había sido un accidente.
Cuando la sargento Wallström entró al despacho, lo encontró moviéndose de un lado al otro, como una fiera enjaulada.
—Lo has visto —aseguró Nina.
—¿Quién demonios filtró esa información a la prensa? ¡Los únicos que tenían conocimiento del hecho eran los familiares de la víctima! —despotricó.
Ella supo, en ese momento, que lo más prudente era ocultarle que Greta estaba enterada, no porque creyera que la muchacha hubiese cometido alguna infidencia, sino para evitar un nuevo disgusto entre ambos.
—Lo más probable es que alguien cercano a los Metzgen haya soltado información.
Karl respiró hondo. Fue suficiente contemplar esa sonrisa para tranquilizarse.
—Los chicos nos esperan en el centro de comandos —le anunció al tiempo que se acercaba.
Él la asió de la cintura y, en un impulso, la besó.
—¿A qué vino eso? —quiso saber ella cuando la soltó. Si bien en la comisaría todos sabían de su romance, no solían mostrarse efusivos por temor a ser vistos. Karl era la autoridad máxima y, por lo tanto, quien debía dar el ejemplo.
—Tenía ganas —respondió simplemente en dirección a la salida.
Nina se mordió el labio. Le gustaban aquellos arrebatos. La hacían sentirse joven nuevamente. Al entrar al centro de comandos, atrajeron todas las miradas.
En el centro de la pizarra, Miriam ya había colocado una fotografía de la víctima. Todavía no contaban con las imágenes de la escena porque estaban siendo procesadas por los peritos.
—¿Qué tenemos hasta el momento? —preguntó Karl ocupando su sitio, en uno de los extremos de la mesa.
Mikael hojeó la carpeta que Frederic Grahn le había entregado apenas un momento atrás.
—La autopsia confirma que el doctor Metzgen murió a causa de las quemaduras. Había humo en sus pulmones lo que indica que estaba con vida cuando el auto cayó al fondo de la quebrada.
—¿Qué hay del viaje a Gotemburgo? —preguntó Karl.
El teniente y la sargento cruzaron miradas. Había sido Greta la que les había contado que Malte Metzgen había ido a visitar a una tía enferma, no la familia.
—Al parecer el doctor tiene a una tía enferma allí —contestó Mikael sin entrar demasiado en detalles.
Karl pareció conformarse con la explicación. Miró a Bengtsson.
—Por favor, muchacho, alégrame el día y dime que en la zona donde ocurrió el hecho hay cámaras de vigilancia.
—La única cámara cerca es la de la fábrica de cristales. Estoy esperando una orden del juez para incautarla. Está instalada a unas dos millas, pero es lo único que tenemos —informó llevándose un bolígrafo a la oreja.
—Cuéntales lo del teléfono —le recordó Miriam.
—«Los teléfonos» deberíamos decir. Hay algo extraño con respecto a eso. —Giró la laptop y abrió una ventana en donde aparecía un mapa con varios puntos rojos que iban desde el pueblo hasta Gotemburgo—. El doctor Metzgen llevaba un móvil encima que se salvó del fuego porque, en la caída, salió disparado por la ventana del vehículo. Los hombres que peinaron la escena lo encontraron entre unos arbustos varios metros más arriba. Si bien el aparato está destruido, pudimos recuperar el chip. He aquí lo interesante: no es el teléfono habitual de Metzgen, sino uno descartable. El otro número, ese que llamo «habitual», es el que figuraba en su tarjeta de visita, el que usaban sus pacientes para las emergencias. Desde ese teléfono llamó a su hija Anne-lise la mañana antes de morir, a ese móvil intentó comunicarse en vano su secretaria.
—¿Es decir que el doctor tenía dos teléfonos y solo apareció uno de ellos?
—Eso parece, inspector. El teléfono que usó para hablar con su hija no ha aparecido. Tengo la lista de llamadas entrantes y salientes. Habló con ella a las nueve y cuarto. También hay otras llamadas desde su consulta hacia el número. Son nueve en total —explicó—. He intentado rastrear la señal, pero, evidentemente, alguien lo ha apagado.
—Es llamativo que el teléfono con el que el doctor se comunicaba con su familia, secretaria y pacientes esté desaparecido. Tan llamativo como que tuviera un segundo teléfono que no se puede rastrear. Los médicos habitualmente tienen dos líneas: una para familia y amigos; la otra para los pacientes. En este caso, no es así. Cabe la pregunta, ¿para qué usaría la segunda línea? Peter, quiero que estés alerta sobre este tema.
El muchacho asintió. Ingrid ingresó al recinto y dejó sobre la mesa un sobre.
—Es el informe que estaban esperando —les anunció mientras se abanicaba el rostro con una de sus novelas románticas favoritas.
—Gracias, Ingrid. —Mikael lo abrió y tras echarle un rápido vistazo a las fotografías se abocó a leer el resultado—. Las huellas pertenecen a un utilitario. Dice también que no pueden precisar el modelo, ya que el diseño de los neumáticos es en serie y de uso masivo.
—¡Magnífico, debe haber cientos de vehículos con esas características en la región! Muchos en el pueblo conducen utilitarios, mi cuñado Pontus tiene uno —manifestó Karl evidentemente frustrado.
—La lista seguramente será extensa, pero confío en que se reducirá cuando hallemos a algún sospechoso —terció Nina.
—Si no son necesarias más pruebas, le pediré a Grahn que libere el cuerpo hoy mismo. Después del funeral empezaremos a interrogar a todos los miembros de la familia, también a la gente del hospital. Necesitamos reconstruir las últimas horas de Malte Metzgen para desentrañar este misterio. Otra cosa, investiguen al tal Espen Drachenblut. Se enteró demasiado rápido de la identidad de la víctima y quiero saber cómo. Stevic, insiste con el juez para que expida de una vez la orden para obtener la cámara de seguridad de la fábrica de cristales.
Mikael asintió. Le pareció extraño que le encomendara esa tarea cuando era Cerebrito quien había pedido la orden en primer lugar. El juez Fjæstad era un hueso duro de roer. Esperaba que esa mañana estuviera de buen humor.
Peter se encargaría de investigar al periodista. Se acomodó delante de su laptop y comenzó a teclear. Ni cuenta se dio que Karl se paró detrás de él.
—Bengtsson, necesito hablar contigo. Te espero en mi oficina —le ordenó antes de dejar el centro de comandos.
Peter buscó a Miriam con la mirada. Hacía tiempo que el jefe no lo llamaba aparte. La última vez había sido para comunicarle que había una vacante en el Departamento de Delitos Informáticos en Estocolmo, y que Niklas Kellander lo había recomendado personalmente. Karl le había dicho que, si decidía postularse para el cargo, contaba con su anuencia. Por supuesto y, aunque el cambio habría resultado beneficioso para su carrera, decidió no hacerlo. Un par de minutos más tarde, llamó a la puerta del despacho de Karl con muchas dudas en la cabeza.
—Siéntate, muchacho —le pidió.
—Prefiero quedarme de pie, si no le importa.
—Como quieras. —Se llevó ambas manos al mentón y lo miró fijo—. Dime, has hecho buenas migas con el teniente Stevic, ¿verdad?
La pregunta lo sorprendió.
—Sí. Al principio solo éramos compañeros, aunque ahora nos frecuentamos fuera de la comisaría. Anoche precisamente nos acompañó a Miriam y a mí a tomarnos unos tragos.
—Me parece bien que compartan tiempo no solo en el trabajo —comentó mientras una sonrisa le curvaba los labios.
El joven asintió.
—Necesito que me hagas un favor, Peter.
Lo había llamado por su nombre y eso lo inquietó más.
—Usted dirá, inspector.
—Quiero que sigas al teniente Stevic. Me interesa saber a dónde va cuando deja la comisaría, enfócate en averiguar si se va directamente a su casa o se dirige a otro lado.
—¿Perdón?
—¿Estás sordo, muchacho?
Negó con la cabeza. Claro que había escuchado perfectamente, pero lo que acababa de pedirle superó con creces cualquier cosa que hubiera imaginado que sucedería entre aquellas cuatro paredes.
—De más está decirte que esto debe quedar entre nosotros dos, ¿de acuerdo?
Peter asintió. ¿Qué otra cosa podía hacer?
* * *
Greta abrió muy grande la boca cuando Hanna le soltó que había tenido una aventura con dos noruegos durante sus vacaciones en Vrångö.
—¡No pongas esa cara, amiga! No voy a ser la primera ni la última mujer que se acueste con dos hombres a la vez —remató sonriendo divertida.
La pelirroja se bebió la limonada de un solo trago y dejó el vaso encima de la mesita. Cruzó las piernas y apoyó el brazo en el respaldo del sillón.
—Me alegra que, al menos, la pasaras bien —dijo con cierto dejo de remordimiento. A pesar de que Hanna le repetía hasta el hartazgo que ella no tenía la culpa, Greta seguía sintiéndose responsable por lo sucedido con Evert Gordon.
—Fueron las vacaciones más salvajes de mi vida. Si no hubiera sido por el encantador teniente Stevic, te habría llevado conmigo. Sé que tú también te habrías divertido.
Greta lo dudaba. Si bien cuando estaban juntas solía dejarse influenciar por sus locuras, había límites que ella no se atrevía a cruzar. Eso era precisamente algo que admiraba en su amiga. Hanna vivía la vida sin importarle lo que pensaran los demás; ella, en cambio, ocultaba su relación con Mikael como si estuviera haciendo algo malo.
—¡Hey! ¿Qué pasa? —La fotógrafa notó su cambio de humor.
Respiró hondo y trató de sonreír.
—A veces quisiera tener las agallas que tienes tú —le confesó.
—¿Por qué dices eso? Los últimos tiempos has demostrado con creces lo valiente que eres. Te enfrentaste a la esposa loca del reverendo Erikssen y arriesgaste tu vida para salvar la mía cuando Evert me atacó.
—Sí, parece que puedo hacerle frente a un psicópata, pero no soy capaz de decirle a mi padre que amo a Mikael y que estamos juntos.
Hanna la tomó de la mano.
—No te preocupes. Ya encontrarás el momento oportuno para hacerlo. Sabes que a la hora de darte consejos sobre cómo lidiar con tu padre no soy la mejor opción, pero, de seguro, todo se solucionará —le sonrió—. No te angusties por eso, no vale la pena. Disfruta lo que tienes. Después de tantas idas y venidas, el teniente es tuyo por fin.
—No es tan así…
Hanna la interrumpió.
—Sí, ya sé, continúa casado, pero ella lo abandonó. Él tiene derecho a rehacer su vida. ¿Han tenido alguna noticia de Pia desde que yo me fui?
Greta negó con la cabeza.
—¿Lo ves? Lo dejó solo, no tiene ningún derecho a reclamarle nada ahora.
—Sigue siendo su esposa.
—Y tú eres su mujer. La que duerme con él en su cama y a la que le hace el amor. Punto.
Greta quería decirle que se sentía segura, que saber que Mikael la amaba bastaba para tranquilizar a su corazón, pero eso sería mentirle. A veces pensaba que lo mejor era que Pia regresara a Mora para descubrir cómo estaban las cosas en realidad. Esa incertidumbre la estaba volviendo loca. Sabía que Mikael se sentía igual, aunque prefiriera disimular delante de ella.
—Creo que tendré que posponer la próxima reunión del Club de Lectura —comentó con la clara intención de cambiar de tema. Ya no tenía ganas de seguir cuestionándose qué pasaría si Pia retornaba a la vida de Mikael.
—¿Por lo del padre de Anne-lise?
—Sí. La pobre está destrozada y no es para menos.
—¿Cuándo es el funeral?
Greta se encogió de hombros.
—Supongo que mañana mismo. No creo que el doctor Grahn se demore más con la autopsia. Según la prensa, el cuerpo estaba completamente calcinado.
—¡Qué horror! —Hanna se estremeció—. ¿Vas a ir?
—Sí, por supuesto. Conozco a Malte Metzgen desde que era una niña; es más, tenía una consulta con él en el hospital ayer por la tarde. Aunque sobre todo, quiero acompañar a Anne-lise. En el último tiempo, nos hemos hecho muy buenas amigas.
Hanna se sorprendió. No imaginaba que Anne-lise Ivarsson y Greta se hubieran acercado tanto, mientras ella había estado fuera del pueblo. Recordó que apenas se hablaban en la escuela. A la fotógrafa, la hija del doctor no le caía bien en esa época porque solía quedarse con los chicos que le gustaban. Era engreída y las miraba con cierto aire de prepotencia todo el tiempo. ¿Habría cambiado o seguiría siendo tan insoportable como siempre? Lamentaba lo que le había sucedido. Solo por eso estaba dispuesta a olvidarse de los malos recuerdos que tenía de ella y acompañar a Greta al funeral de su padre.
—Iré contigo —dijo finalmente.
Después de que Hanna se marchara, le pidió a Lasse que se encargara de Némesis. Necesitaba recuperar algunas horas de sueño, así que tomó una ducha fría y se acostó. Apenas puso la cabeza en la almohada, la misteriosa muerte del doctor Metzgen ocupó sus pensamientos. Estuvo tentada de bajar hasta la librería para buscar el cuaderno rojo, pero no lo hizo.
Todavía era demasiado pronto para sacar sus propias conclusiones. Primero debía enterarse qué habían averiguado sobre el homicidio. Hacía varios días que no se aparecía por la comisaría.
Sonrió.
Era hora de hacerle una visita a su padre.