CAPÍTULO 2

Los Hansson habían decidido tirar la casa por la ventana en el cumpleaños número dieciocho de su hija Julia. Pontus se había encargado de construir un cobertizo en el patio trasero en caso de que se pusiera a llover. Ebba se había esmerado preparando el banquete para la fiesta: pastelillo de Runeberg, torta princesa, kanelbullars y por supuesto, no podían faltar los dulces favoritos de la agasajada, los chokladboll.

Además de la familia, habían sido invitado un grupo de amigos de Julia, de los cuales, uno de ellos se ocupó de inmediato de amenizar la reunión con buena música.

Karl llegó acompañado de la sargento Wallström. Su relación con Nina ya no era secreto para nadie, así que no había vacilado en llevarla con él. Era, sin embargo, la primera aparición formal frente a la familia completa como pareja, y el inspector no pudo evitar sentirse presa de los nervios.

Nina le apretó la mano.

—Tranquilo —le susurró al oído.

Él sonrió. Rápidamente su hermana y su cuñado salieron a darles la bienvenida. Todo resultó natural; entonces Karl se pudo relajar. Con inquisidores ojos recorrió el patio en busca de Greta.

—La niña todavía no llegó —le informó Pontus mientras le entregaba a él y a su flamante compañera unas cervezas—. Lasse nos dijo que venía en camino, que se entretuvo en la librería.

Nina sonrió al escuchar el término que había usado el hombre para referirse a Greta.

—Supongo que ya estarás planeando su fiesta de cumpleaños, ¿no? —tanteó Ebba mirando a su hermano; luego se dirigió a Nina con un gesto de resignación en su semblante—. Es casi imposible tramar algo en secreto sin que Greta termine enterándose.

Karl asintió, aunque estaba convencido al igual que su hermana que lo de armar algo a espaldas de Greta era un caso perdido desde el vamos. Buscó el apoyo de Nina. La observó por encima de la lata de cerveza.

—Espero contar con ayuda extra este año.

—Me encantará colaborar —respondió con entusiasmo—. Lograremos que Greta no sospeche nada, ya verán.

—Les espera una misión bastante complicada —vaticinó Pontus dándole una palmadita a su cuñado en la espalda antes de entrar a la casa detrás de su mujer.

Greta seguía sin aparecer; Karl esperaba que el retraso de su hija no tuviera que ver con lo que se estaba imaginando.

—Ven, vamos a saludar a tu sobrina. Espero que le guste lo que le compré —dijo Nina mostrándole una bolsita marrón con el logo de la tienda Fjäll & Natur.

Cuando estaban felicitando a la cumpleañera, Karl vio a Greta en el interior del salón que le daba un abrazo a Ebba. Algo había cambiado en ella; ese cambio lo inquietaba. En el último tiempo se esmeraba mucho más en su arreglo; incluso había empezado a usar zapatos de tacón que le sumaban centímetros de altura, pero que, sabía muy bien, le hacían doler los pies.

Se separó del pequeño grupo que se había apiñado alrededor de Julia y salió a su encuentro.

—Hija, qué bueno que hayas podido venir. —La estrechó con fuerza entre sus brazos.

Greta le dio un beso en la mejilla y, cuando miró por encima del hombro paterno, divisó a Nina en el patio.

—Me alegro que te hayas decidido a traerla por fin.

Estaba a punto de decirle algo, cuando Lasse apareció de repente y la arrastró hacia el exterior para unirse a los demás jóvenes. Greta saludó a Nina agitando la mano.

—¿Y el teniente Stevic? —le preguntó su primo, aunque conocía la respuesta de antemano. Él, al igual que Hanna, era partidario de que Greta debía blanquear el romance con el policía lo antes posible. Si su tío se enteraba por otro lado, iba a ser catastrófico. Muchas veces, Lasse le había servido de coartada, pero, en Mora, el chisme y la indiscreción reinaban en cada esquina. Cualquier día, alguien iba a ver lo que no debía, empezaría a atar cabos y, entonces, adiós romance secreto.

—Salió con Peter Bengtsson a tomar un par de cervezas bien frías antes de meterse en la cama —contestó parafraseando a Mikael.

—¡Ah! ¿La agente Thulin también iba?

Greta lo fulminó con la mirada. El propio Mikael le había contado que Miriam y Peter estaban saliendo; aun así, no podía pasar por alto el hecho de que era el propio Mikael quien solía arrancarle suspiros a la muchacha. Prefirió no responderle y se acercó a saludar a su prima. Como le daba vergüenza reconocer que se había olvidado de comprarle un regalo, le dijo que podía pasar cualquier día por Némesis y elegir el libro que más le gustara.

Rápidamente, la música y la energía de los jóvenes hicieron que Greta se olvidara de todo lo demás. Se sintió como una más de ellos. Aceptó encantada bailar con uno de los amigos de Julia y bebió más cerveza de la cuenta. Devoró un par de chokladboll, aunque sabía que el chocolate más tarde le pasaría factura, acumulándose irremediablemente en su cadera.

Estaba bailando salsa con su tío Pontus, cuando notó que su padre se alejaba hacia un sector del patio con el teléfono móvil en la mano. Por el semblante del rostro, supo qué algo no andaba bien. Lo siguió con la mirada. Karl se acercó a Nina, habló con ella y se marcharon a toda prisa por la puerta trasera sin despedirse de nadie.

¿Qué habría sucedido?

* * *

Mikael terminó de beber la tercera cerveza y se reclinó en el sillón. El lugar, tal como se lo había adelantado Bengtsson, era acogedor. La decoración rememoraba los años 70 y la música que sonaba de fondo no estaba mal tampoco. La compañía era agradable, pero, desde que había puesto un pie en el lugar, no podía dejar de pensar en Greta. Ni siquiera los malos chistes de Cerebrito o las anécdotas de Miriam consiguieron que la apartara de su mente.

Estaba con Greta, pero, al mismo tiempo, sentía que había muchas cosas que los separaban. Cuando se trataba de su círculo íntimo, siempre quedaba afuera. Tenía ganas de ponerle fin a esa situación incómoda de una buena vez. De todos modos, debía tomar coraje antes de hablar con Karl. Atinó a pedir otra cerveza, aunque se arrepintió enseguida. Miriam los abandonó un momento para ir al tocador. Peter aprovechó para preguntarle por la pelirroja. Si bien no eran grandes amigos, en el último tiempo solían hablar no solo de trabajo.

—¿Cómo está Greta? Hace días que no la veo por la comisaría.

—Está bien —fue la escueta respuesta del teniente.

Bengtsson no quiso indagar mucho más. Aunque Stevic no se lo había contado, suponía que estaba enredado con la hija del inspector. Miriam, quien poco a poco se iba haciendo a la idea de que no iba a ver nunca nada entre ella y Mikael, también lo sospechaba. Se preguntó cuánto tiempo más tardaría Karl Lindberg en enterarse.

Como si lo hubiera llamado con el pensamiento, el móvil de Stevic comenzó a sonar. Se inclinó hacia un lado para sacarlo del bolsillo y se sorprendió de ver el nombre de su jefe en la pantalla.

—Karl, ¿qué sucede?

—Ha habido un accidente en las afueras del pueblo, en la quebrada que está pasando la fábrica de cristales —le comunicó—. Un auto se ha precipitado al vacío y ha explotado. Necesito que vengas cuanto antes.

—Salgo de inmediato para allá.

Antes de abandonar el bar, le pidió a Peter que regresara a la comisaría con la agente Thulin porque, al parecer, después de varias semanas de aburrida calma y calor sofocante, esa iba a ser una noche bastante movida.

Cuando estaba llegando al lugar del siniestro, se cruzó con el camión de bomberos que ya iba de regreso a Orsa. El accidente había ocurrido en una zona de difícil acceso, si bien la quebrada se hallaba junto a la carretera 26, el terreno allí era bastante escabroso. Al menos contaban con la ventaja de que era verano y gracias al famoso sol de medianoche sueco todavía no había oscurecido.

Se apeó del Volvo y, de inmediato, lo envolvió el olor a combustible y chatarra quemada. Cuando estaba dirigiéndose hacia uno de los senderos aledaños, notó las huellas en el pavimento. Se agachó para observarlas mejor. Era evidente que un vehículo había tratado de frenar muy cerca de la orilla. Aquellas eran marcas de tracción. Un poco más lejos, en dirección a la carretera, había más y pertenecían a otro coche. El diseño de los neumáticos era distinto. Karl le había dicho que se trataba de un accidente, pero las evidencias apuntaban a otra cosa. Se agachó para pasar por debajo del cordón policial y, con cuidado, comenzó a descender por una de las veredas que llevaban al fondo del barranco. Estuvo a punto de perder el equilibrio, pero alcanzó a sujetarse de una saliente. Lanzó una blasfemia y continuó bajando. Se acercó a sus compañeros. Cuando vio los zapatos de la sargento se preguntó cómo diablos había hecho para llegar hasta allí sin romperse una pierna.

—Stevic —lo saludó el inspector Lindberg sin ningún rasgo de emoción en la voz. Llevaba la camisa remangada y un poco por fuera del pantalón. El cabello se le había pegado a la frente a causa del sudor. Los casi treinta grados centígrados que debían soportar casi a diario desde que había comenzado la ola de calor se multiplicaban allí abajo debido al chasis del auto que aún ardía.

Nina, en cambio, le dio la bienvenida con una sonrisa.

—Hola, Mikael. ¿Interrumpimos algún plan?

—Nada importante, una salida con amigos. Parece que ustedes no pueden decir lo mismo —comentó con cierta ironía que solo la sargento captó.

Nina se peinó el cabello con los dedos.

—Un cumpleaños —respondió sin agregar nada más.

Mikael asintió y fingió no estar enterado del evento.

—¿Qué tenemos?

El inspector se adentró un poco más en la quebrada y ambos lo siguieron. Por un momento, el hedor era tan intenso que se vieron obligados a cubrirse la nariz. Frederic Grahn se asomó por uno de los costados del auto siniestrado.

—El cuerpo está totalmente calcinado. Será difícil recuperar alguna pieza dental para identificarlo o una muestra de adn, pero no imposible —informó, esperanzado—. Lo único que puedo decirles por ahora es que la víctima es un hombre.

—Creo que podemos identificarlo de otro modo —intervino Mikael desde la parte posterior. Sacó un pañuelo del bolsillo y frotó la matrícula hasta que comenzaron a aparecer dos números y una letra—. Es parcial, pero confío en que sea suficiente para que nos dé un nombre. ¿Por qué no han llegado todavía el resto de los peritos?

—Cuando recibimos la llamada, Strassman lo reportó como un accidente —respondió Nina.

—Es evidente que no lo fue —rebatió Stevic—. Las huellas en la carretera indican que hubo otro vehículo involucrado.

El inspector Lindberg masculló algo entre dientes y se llevó ambas manos a los bolsillos.

—Que los peritos hagan moldes de las huellas y que peinen la zona mañana a primera hora. Nuestra prioridad ahora es identificar a la víctima. Si tenemos entre manos un homicidio es mejor que nos movamos rápido.

—Bien. —Le tomó una fotografía a la matrícula parcialmente quemada—. Se la enviaré a Bengtsson para que empiece a cotejarla con la base de datos del Departamento de Tránsito.

Nadie dormiría esa noche. Conociendo a Karl, lo más probable era que hasta que no supieran quién era el hombre que había terminado en el fondo de aquella quebrada, completamente carbonizado, no podrían irse a descansar.

Luego de que partieron rumbo a la comisaría, el lugar se comenzó a llenar de curiosos.

La paz de la cual había gozado Mora los últimos meses estaba a punto de romperse.

* * *

Cerca de las cuatro de la madrugada, la base de datos arrojó un nombre: Willmer Ivarsson. El Indigo 3000 había sido adquirido por la víctima cinco años atrás y nunca se había visto involucrado en algún siniestro. Hasta ahora. Ni siquiera tenía una multa por exceso de velocidad.

Todos sabían de quién se trataba: Ivarsson pertenecía a una de las familias fundadoras de Mora. Había estudiado economía en Estocolmo y tenía un futuro prometedor como financista; sin embargo, decidió quedarse en el pueblo, donde abrió su propio estudio contable y se casó con su novia de la infancia, Anne-lise Metzgen.

No sería fácil hablar con ella. La joven estaba en la última etapa de su embarazo, por lo que una noticia semejante podía desatar otra tragedia. Por esa razón, Karl decidió esperar a que amaneciera para comunicarle a la familia la terrible novedad. Unas horas más o unas horas menos no perjudicarían la investigación. Además, después de pasar toda la noche en la comisaría, todos necesitaban tomar un respiro.

Mikael llegó rendido a su apartamento. Moría por una ducha y una cerveza fría. Arrojó las gafas encima de la mesa del salón y echó un vistazo al contestador telefónico. La lucecita roja le arrancó una sonrisa que se borró cuando comprobó que solo había una llamada de su agente de seguros. Frustrado, buscó una lata de Crocodile en el refrigerador y bebió el primer sorbo lentamente para saborearlo bien. Una delicia. Se pasó la lengua por el labio superior. Con la cerveza en mano se dirigió a su habitación. Ya en el pasillo le llegó el aroma del perfume. Todo su cuerpo reaccionó ante aquel olor que se había vuelto tan familiar en los últimos meses.

Volvió a sonreír.

La puerta estaba entreabierta. Entró con sigilo y descubrió a Greta durmiendo en su cama. La luz del sol que se filtraba por la ventana le daba de lleno en la espalda y le hacía brillar aún más la roja melena. Se acercó hasta la mesita de noche; dejó la lata de cerveza encima. Cuando contempló como la sábana de seda se adhería a la curva sinuosa de sus caderas, comprendió que había sido una decisión acertada entregarle una copia de las llaves del apartamento para que ella le diera sorpresas como esa.

Respiró hondo y comenzó a quitarse la ropa hasta quedar completamente desnudo. Se deslizó junto a ella para luego delinear con el dedo la línea de su columna desde el cuello hasta la parte baja de la espalda. Greta dio vuelta la cabeza y abrió lentamente los ojos. Una sonrisa picarona se le dibujó en el rostro cuando se dio cuenta de que Mikael no llevaba ropa. Él se inclinó y le besó el hombro, luego siguió hacia la nuca y le lamió la curva del cuello. A ella le resultaba fascinante sentir aquellos labios que recorrían esa parte sensible de su cuerpo. Colocó ambos brazos encima de la almohada y se dedicó a disfrutar.

Mikael apartó la sábana y con lentitud la giró hasta hacerla quedar boca arriba. Ella no estaba desnuda, pero el diminuto conjunto de encaje que la cubría la hacía más deseable. Buscó sus labios y la besó con intensidad, como si quisiera borrar el mal trago que había pasado por no poder acompañarla al cumpleaños de su prima. Ella le hundió los dedos en el pelo, que volvía a estar largo y le daba ese toque salvaje que tanto le gustaba. Mikael se apartó para contemplarla.

—Me gusta que me sorprendas —dijo acariciando su abdomen.

Las manos de Greta tampoco se quedaron quietas. Recorrió el pecho del teniente y subió en forma pausada hasta el rostro. Con el dedo índice le rozó el labio inferior. Él fingió devorarlo, y ella sonrió.

—Quería verte, pero me dormí esperándote.

—Ajá… —respondió mientras se colocaba encima de ella.

Rápidamente el fino sostén de encaje fue hacerle compañía a la ropa de Stevic. Se inclinó y comenzó a torturarla mordisqueándole los pezones. El cuerpo de Greta respondió de inmediato.

—¿Hubo… hubo un accidente, no? —preguntó ella de repente.

Mikael levantó de mala gana la cabeza y la miró.

—¿Cómo te has enterado?

—Por uno de los amigos de Julia. Su hermano trabaja como velador en la fábrica de cristales y le contó por teléfono lo que había ocurrido. Si fue un accidente, no entiendo por qué llegas recién a esta hora… —Abrió los ojos bien grandes—. No lo fue, ¿verdad? ¡Se trata de un crimen!

Las palabras de Greta tuvieron el mismo efecto que un balde de agua fría. Se retiró y se acostó a su lado. Se cubrió el cuerpo desnudo con la sábana porque estaba visto que no harían el amor esa noche. Respiró con calma y contó hasta cinco. Allí estaba de nuevo con ese eterno jueguito de la detective aficionada. Cuando se trataba de un misterio por resolver, cualquier cosa en la vida de Greta quedaba relegada a un segundo plano. Incluso él.

—¡Vaya! Ahora entiendo por qué has venido en realidad —se quejó.

—Sabes que soy curiosa —le dijo acomodándose encima de él, luego comenzó a dibujar círculos en su pecho con la clara intención de aplacarle el mal humor.

El gesto dio resultado. Mikael la abrazó y disfrutó jugueteando con su pelo mientras intentaba conformarse.

—No ha sido un accidente —reconoció por fin: se sabía perdedor en aquella batalla.

—¿Quién es la víctima?

Como Mikael no respondió enseguida, Greta se dio cuenta de que era alguien a quien ella conocía.

—¡Oh, Dios! ¿De quién se trata?

—Willmer Ivarsson.

Greta se quedó aturdida. No reaccionó enseguida.

Willmer. Pensó en Anne-lise y en el hijo que estaba a punto de nacer. Esa misma tarde la había visto frente al escaparate de la juguetería con su enorme barriga, soportando más que nadie el intenso calor. Después de que ambas se graduaran de Sanktmikael, no se habían frecuentado mucho en los últimos años, pero, cuando una tarde se presentó en Némesis y se declaró fanática de las novelas de Agatha Christie, ella y Greta congeniaron de inmediato. Anne-lise se había convertido no solo en una de las nuevas integrantes del Club de Lectura sino también en una amiga. Bastó saber que había bautizado a su gata Jane en honor a Miss Marple, para considerarla como tal.

—Pobre Anne-lise —susurró con la voz ahogada—. ¿Ya le han avisado?

—No; tu padre consideró que, debido a su estado, no era prudente presentarse en medio de la madrugada para darle semejante noticia.

Greta asintió. No importaba a qué hora le comunicaran a Anne-lise que el padre de su hijo ya no volvería a casa: nada atenuaría el dolor de perder a su esposo en aquellas terribles circunstancias.

Nuevamente la tragedia se cernía sobre el pueblo de Mora. Una muerte atroz volvía a golpearlos.

Willmer Ivarsson.

No sabía mucho de él, salvo lo que la propia Anne-lise le había contado: que era un buen marido y esperaba ansioso la llegada de su primer hijo. ¿Quién podría tener un motivo para querer asesinarlo? Con aquel interrogante rondando en su mente, cerró los ojos y trató de dormir, pero ni ella ni Mikael pudieron conciliar el sueño en lo que quedaba de esa noche.