El domingo por la tarde Alvirah dijo con admiración:
—Llevas el esquí en la sangre, Opal.
El rostro dulce de Opal se iluminó.
—Era buena deportista en el colegio —reconoció—. El béisbol era mi especialidad. Creo que tiene que ver con una buena coordinación. Cuando me puse los esquís de fondo, enseguida tuve la sensación de estar bailando en el aire.
—A Alvirah y a mí nos dejaste en la línea de salida —aseguró Willy—. Saliste como si hubieras nacido con los esquís puestos.
Eran las cinco. El fuego chisporroteaba en su cabaña del Trapp Family Lodge, donde estaban disfrutando de una copa de vino. El plan de buscar el árbol de Alvirah había sido aplazado. El sábado, cuando se enteraron de que las clases de esquí de fondo de la tarde estaban llenas, se habían apuntado rápidamente con el instructor de la mañana. Luego, después de comer, se había producido una baja en el grupo de la tarde y Opal había ocupado la plaza.
El domingo, después de escuchar misa en la iglesia del Santísimo Sacramento y de esquiar durante una hora, Alvirah y Willy habían regresado a la cabaña para tomar una taza de té y echar una cabezada. Las sombras empezaban a alargarse cuando Opal volvió de su clase. Alvirah había empezado a preocuparse por ella justo en el instante en que Opal llegaba esquiando hasta la puerta de la cabaña con las mejillas sonrosadas y la mirada brillante.
—Oh, Alvirah —suspiró mientras se quitaba los esquís—, no me divertía tanto desde… —Calló y la sonrisa desapareció de sus labios.
Alvirah sabía perfectamente lo que Opal había estado a punto de decir: «No me había divertido tanto desde el día que me tocó la lotería».
Opal, con todo, recuperó rápidamente la sonrisa.
—He pasado un día maravilloso —dijo—. No imaginas lo mucho que os agradezco que me invitarais a venir.
Los Reilly —Nora, Luke, Regan y el prometido de Regan, Jack «sin parentesco» Reilly— habían pasado el día practicando esquí alpino. Habían convenido con Alvirah reunirse a las siete para cenar en el comedor del hotel. Una vez reunidos, Regan los entretuvo con la historia de uno de sus casos favoritos, el de una mujer de noventa y tres años que se prometió a su asesor financiero y decidió casarse con él tres días más tarde. Sin que nadie lo supiera, había planeado entregar dos millones de dólares a cada uno de sus sobrinos si todos asistían a la boda.
—En realidad era su quinta boda —explicó Regan—. La familia se enteró del plan y lo dejó todo para poder estar allí. ¿Quién no lo haría? Pero una de las sobrinas es una actriz que se había marchado a disfrutar de un fin de semana tranquilo. Había apagado el móvil y nadie conocía su paradero. Me encargaron a mí de dar con ella y llevarla a la boda para que la familia pudiera recoger su dinero.
—Qué conmovedor —comentó Luke.
—Por dos millones de dólares yo hubiera hecho de dama de honor —rió Jack.
—Mi madre escuchaba un programa de radio llamado «Señor Keen, rastreador de personas desaparecidas» —recordó Opal—. Parece que eres el nuevo señor Keen, Regan.
—Es cierto que he dado con algunas personas desaparecidas —reconoció Regan.
—A algunas les habría ido mejor si no lo hubiera hecho —dijo Jack con una sonrisa—. Terminaron en chirona.
Otra cena realmente agradable, pensó Opal. Gente simpática, una conversación interesante, un bello entorno y un deporte nuevo. Se sentía a millones de kilómetros del Village Eatery, el restaurante donde llevaba trabajando los últimos veinte años, con excepción de los escasos meses en que había tenido el dinero de la lotería en el banco. No es que el Village Eatery sea un mal lugar para trabajar, se dijo, y goza de cierta categoría porque tiene licencia para vender bebidas alcohólicas y un bar aparte. Pero las bandejas eran pesadas y los clientes eran, en su mayoría, universitarios que aseguraban andar cortos de dinero. Eso, había decidido Opal, no era más que una excusa para dejar poca propina.
Al ver cómo Alvirah y Willy vivían desde que ganaran la lotería y cómo Herman Hicks había utilizado parte de su premio para comprar ese bonito apartamento, Opal comprendía más que nunca lo idiota que había sido al confiar en ese embustero de Packy Noonan y perder la oportunidad de disfrutar en su vida de cierto lujo y holgura. Y el entusiasmo de Nora cuando hablaba de la boda que estaba organizando para Regan y Jack se lo hacía aún más difícil. La sobrina de Opal, su pariente favorita, estaba ahorrando para casarse.
—Tendrá que ser algo sencillo, tía Opal —le había dicho Kristy—. Los maestros ganamos poco dinero. Mamá y papá no pueden ayudarme y no te imaginas lo que cuesta una boda, por sencilla que sea.
Kristy, hija del hermano menor de Opal, vivía en Boston. Había ido a la universidad gracias a una beca con la condición de que, una vez terminada la carrera, enseñara durante tres años en un colegio de un barrio deprimido, y eso era lo que estaba haciendo ahora. Tim Cavanaugh, el joven con el que iba a casarse, asistía a clases nocturnas para obtener la maestría en contabilidad. Eran unos jóvenes encantadores y tenían un montón de amigos. Me encantaría organizarles una boda bonita, pensó Opal, y ayudarlos a decorar su primer hogar. Ojalá. Basta, se reprendió. Olvídalo de una vez. Piensa en otra cosa. La «otra cosa» que le vino a la cabeza fue que el sábado por la tarde había pasado con los cinco compañeros de su grupo de esquí por delante de una casa situada a unos tres kilómetros del hotel. En la entrada había visto a un hombre instalando unos esquís en el porta-esquís de una furgoneta. Tan solo le había echado un vistazo rápido, pero por alguna razón incomprensible le resultó familiar, como si últimamente se lo hubiera encontrado en algún lugar. Era bajo y fornido, pero también lo eran la mitad de los hombres que comían en el restaurante, se dijo. Es un estereotipo, solo un estereotipo, nada más. Por eso me resultó familiar. Así y todo, no podía quitárselo de la cabeza.
—¿Te parece bien, Opal? —preguntó Willy.
Sobresaltada, Opal se dio cuenta de que era la segunda vez que Willy le hacía esa pregunta. ¿De qué estaba hablando? Ah, sí. Estaba proponiendo que al día siguiente desayunaran temprano y fueran a ver cómo cortaban el árbol para el centro Rockefeller. Luego podrían buscar el arce de Alvirah, regresar al hotel, comer y preparar el equipaje para regresar a casa.
—Me parece bien —respondió rápidamente Opal—. Me gustaría comprar una cámara y hacer algunas fotos.
—Yo tengo una, Opal. Quiero hacer una foto del arce de Alvirah y enviársela a nuestro corredor de bolsa. —Nora rió—. Lo único que hemos recibido de él por Navidad es un plumcake.
—Un tarro de sirope de arce y un árbol que sangrar a cientos de kilómetros de tu lugar de residencia no me parece mucho despilfarro que digamos —exclamó Alvirah—. La gente para la que antes limpiaba recibía de sus corredores botellas de champán gigantes.
—En aquellos tiempos los retretes todavía tenían cadenas —repuso Willy, agitando una mano—. Hoy día puedes considerarte afortunado si alguien envía un regalo en tu nombre a su organización benéfica favorita, de la que nunca has oído hablar y de la que ignoras cuánto dinero se ha mandado.
—Por suerte para los de mi profesión, la gente nunca quiere tener noticias de nosotros, y aún menos en Navidad —intervino Luke.
Regan rió.
—Esto tiene cada vez menos sentido. Estoy deseando ver cómo talan el árbol para el centro Rockefeller. Pensad en la de gente que verá ese árbol durante las navidades. Y será divertido ver lo que tardamos en seguir el mapa hasta el arce de Alvirah.
Regan no podía saber que sus alegres vacaciones iban a convertirse en un asunto muy serio cuando Opal, al día siguiente, partiera sola con sus esquís para verle mejor la cara al hombre bajo y fornido que había divisado en la casa, la casa a la que Packy Noonan acababa de llegar.