No puedo creer que esté aquí, cenando no solo con Alvirah y Willy, sino con Nora Regan Reilly, la famosa escritora, y su familia, pensó Opal. Esta mañana, después de ver al canalla de Packy Noonan por televisión, me dieron ganas de girarme hacia la pared y no volver a salir nunca de la cama. Eso demuestra lo mucho que pueden cambiar las cosas.
Y estaban siendo encantadores con ella. Durante la cena le contaron que Luke había sido secuestrado y retenido en una casa flotante llena de agujeros en el río Hudson junto con su chófer, una madre soltera con dos hijos pequeños. Y que se habrían ahogado si Alvirah y Regan no los hubieran rescatado.
—Alvirah y yo formamos un buen equipo —dijo Regan Reilly—. Ojalá pudiéramos juntar nuestras mentes y encontrar tu dinero, Opal. Sospechas que Packy Noonan lo ha escondido en algún lugar, ¿verdad?
—Seguro —dijo rotundamente Jack Reilly—. El caso competía al tribunal federal y por eso no lo llevamos nosotros, pero sospecho que ese tipo tiene el dinero en algún lugar. Restando la parte que los federales sabían que Packy se había gastado, todavía quedan unos setenta u ochenta millones de dólares. Probablemente los tiene en una cuenta numerada en Suiza o en un banco de las islas Caimanes.
Jack estaba bebiendo café. Tenía el brazo izquierdo apoyado en el respaldo de la silla de Regan. La forma en que la miraba hizo desear a Opal que en algún momento de su vida hubiera conocido a un tipo especial. Qué guapo es, pensó, y Regan es preciosa. Jack tenía el pelo de color castaño claro, con tendencia a ondularse, unos ojos avellanados más verdes que marrones y una fuerte mandíbula que realzaba sus proporcionadas facciones. Él y Regan habían entrado en el comedor cogidos de la mano. Regan era alta, pero Jack le pasaba un buen trozo y tenía las espaldas anchas.
Aunque aún estaban en la segunda semana de noviembre, una fuerte nevada había garantizado la presencia de nieve en polvo en las pistas y en el suelo. Mañana los Reilly harían esquí alpino. Qué curioso que el apellido de Jack también fuera Reilly, pensó Opal. Ella, Alvirah y Willy darían un paseo por el bosque y buscarían el arce de Alvirah. Y por la tarde asistirían a una clase de esquí de fondo. Alvirah le contó que ella y Willy habían practicado el esquí de fondo en un par de ocasiones, que era divertido y que no le costaría mantener el equilibrio.
Opal no las tenía todas consigo, pero estaba dispuesta a probarlo. En el colegio siempre había sido buena deportista y casi siempre iba caminando al trabajo, situado a un kilómetro y medio de su casa, para mantenerse en forma.
—Tienes esa mirada en blanco que indica que estás reflexionando —dijo Luke a Nora.
Nora estaba bebiendo un capuchino.
—Estaba recordando lo mucho que me gustó la historia de la familia Von Trapp. Leí el libro de Maria mucho antes de ver la película. Qué interesante estar ahora aquí, sabiendo que un árbol que ella vio cómo era plantado ha sido elegido este año para el centro Rockefeller. Con tantos problemas en el mundo, reconforta saber que unos escolares de Nueva York darán la bienvenida a ese árbol. Eso lo convierte en algo especial.
—Pues ese árbol está muy cerca de aquí, disfrutando de su último fin de semana en Vermont —dijo secamente Luke—. El lunes por la mañana, antes de irnos, podríamos ir todos a ver cómo lo cortan y decirle adiós.
—Por la radio del coche oí que el miércoles por la mañana lo bajarán de la barcaza en Manhattan —intervino Alvirah—. Creo que sería emocionante estar presentes cuando el árbol llegue al centro Rockefeller. Me encantaría oír cantar al coro infantil.
No obstante, mientras las palabras salían de su boca, Alvirah empezó a tener la extraña sensación de que iba a pasar algo. Contempló el acogedor comedor. La gente estaba alargando la sobremesa, sonriente y conversadora. ¿Por qué tenía el presentimiento de que se avecinaban problemas en los que Opal se vería atrapada? No debí pedirle que viniera, pensó Alvirah con preocupación. Por alguna razón que desconozco, aquí corre peligro.