Los Granger doblaron por el camino de tierra que decía SIN SALIDA y procedieron a avanzar con sumo cuidado entre los surcos y grietas de nieve que cubrían el suelo. Detrás, Alvirah, Willy, Regan y Jack vivían con angustia la necesidad de conducir con tiento. Los Granger se detuvieron entonces frente a una casa y la portezuela de atrás se abrió de golpe.
—¡Es esa! —gritó Bobby, señalándola.
—¡Vuelve al coche! —le ordenó su madre.
Jack detuvo el vehículo de los Meehan frente a la casa.
—Este lugar parece abandonado —dijo Willy, examinando la granja con la mirada.
Echaron a andar hacia la casa.
—Mira —dijo Jack, señalando un lado del granero—. Hay una furgoneta blanca con un porta-esquís.
Alvirah y Regan corrieron hasta el porche y miraron por las ventanas. Alvirah agarró el brazo de Regan.
—Hay unos esquís de fondo en el suelo.
—Alvirah, podrían ser de cualquiera —dijo Regan.
—No son de cualquiera —repuso enérgicamente Alvirah—. ¡Al lado está el gorro de Opal! ¡Tenemos que entrar!
—Tienes razón, Alvirah —convino Willy. Intentó abrir la puerta pero estaba cerrada con llave. A renglón seguido, agarró una silla del porche y la arrojó contra la ventana. Al reparar en la estupefacción de los demás, dijo—: Si estamos equivocados, pagaré la ventana, pero confío en la intuición de Alvirah.
En ese momento les llegó un fuerte olor a gas.
—¡Dios mío! —Gritó Alvirah—. Si Opal se encuentra en esta casa…
Jack derribó el resto del cristal con una patada, entró y abrió la puerta. Los ojos le comenzaron a llorar por el efecto del gas.
—¡Opal! —empezó a gritar Alvirah.
Rastrearon la planta baja, pero no había nadie. Willy corrió hasta la cocina y apagó el fogón.
—¡El gas salía de aquí!
Regan y Jack corrieron escaleras arriba, seguidos de Alvirah. Había tres dormitorios. Los tres tenían la puerta cerrada.
—El gas no es tan fuerte aquí arriba —dijo Regan, tosiendo.
El primer dormitorio estaba vacío. En el segundo encontraron a un hombre atado a la cama. Alvirah abrió apresuradamente la tercera puerta y tragó aire. Opal, amarrada también a la cama, estaba inmóvil.
—¡Oh, no! —susurró. Corrió hasta la cama, se inclinó y advirtió que los labios de Opal se movían y los párpados le temblaban—. ¡Está viva!
Jack se encontraba a su lado, cortando las cuerdas con su navaja de bolsillo. Regan estaba colocando un brazo debajo de Opal para levantarla.
—Si las puertas hubieran estado abiertas, estos dos ya estarían muertos —dijo Jack con gravedad—. ¿Podéis con Opal?
—Por supuesto —respondió Alvirah.
Mientras Jack corría hasta el otro dormitorio, Regan y Alvirah cargaron a Opal a los hombros y bajaron.
Jack y Willy los siguieron arrastrando a un hombre de pelo largo totalmente grogui.
Salieron rápidamente al porche y caminaron hasta hallarse a una distancia prudente de la casa.
—Si hubiésemos llamado al timbre, es posible que la casa hubiera estallado por los aires —dijo Jack—. Con la cantidad de gas acumulada en la planta baja, la descarga eléctrica habría provocado una explosión.
Mientras se alejaban, oyeron que se acercaba un vehículo. Una camioneta estaba irrumpiendo en la propiedad. Antes de poder pensar siquiera que podían ser los secuestradores de Opal, vieron a Lem Pickens frente al volante. Sin que pareciera reparar en ellos, Lem pasó a toda velocidad y frenó en seco delante del granero. Corrió hasta la entrada, abrió las puertas de par en par y empezó a dar saltos.
—¡Nuestro árbol! —gritó—. ¡Nuestro árbol! ¡He encontrado nuestro árbol!
Entró para examinarlo.
—¡El árbol de los Pickens está en el granero! —exclamó Regan.
Opal seguía suspendida de sus hombros y los de Alvirah.
—Packy —farfulló—. Diamantes. Mi dinero.
—¿Sabes dónde está Packy? —le preguntó Alvirah.
Lem salió del granero y corrió hasta ellos.
—Nuestro árbol está bien. ¡Solo tiene una rama rota! —Entonces reparó en la escena que tenía delante—. ¿Qué les pasa a estos dos? —preguntó.
—Probablemente los drogaron —explicó Alvirah—. Y Packy Noonan está detrás de todo esto.
—Y ese supuesto poeta —aseguró Lem, señalando al adormilado Milo, todavía en brazos de Willy y Jack.
—Wayne… tiene… diamantes… Packy fue… —estaba farfullando Opal.
—¿Adónde? —le preguntó Regan.
—A casa de Wayne…
—¡Sabía que Wayne Covel estaba metido en esto hasta las cejas! —gritó, alborozado, Lem.
Regan se volvió hacia él.
—Lem, usted sabe cómo se va a casa de Wayne. Le ruego que nos lleve. ¡No podemos perder ni un minuto!
Jack estaba avisando por el móvil a la policía local.
Lem se volvió hacia el granero.
—¡Ni hablar! —aulló—. ¡No puedo dejar mi árbol solo!
Bobby Granger había huido de sus padres y corría hacia ellos.
—Yo lo vigilaré, señor —dijo—. ¡No dejaré que nadie lo toque!
—La policía se dirige hacia aquí y hacia casa de Covel. Su árbol estará a salvo —dijo Jack—. Señor Pickens, necesitamos su ayuda. Sabe cómo moverse por esta zona.
Los Granger habían dado alcance a su hijo.
—Nosotros cuidaremos de su árbol —aseguró Bill Granger a Lem.
—De acuerdo. Pero dígale a la policía que tengo las llaves del camión plataforma en mi bolsillo. Yo seré quien se lo lleve a Viddy. Pero no pienso subirme a ningún coche con ese poeta.
—Nosotros lo vigilaremos —dijo Bill Granger. Alvirah se sentó en el asiento trasero del coche de los Meehan. Luego Jack instaló a Opal y Willy se sentó a su lado. Regan, Jack y Lem se sentaron delante. Jack puso el motor en marcha y salió disparado de la propiedad.
—Gire a la izquierda en el cruce —ordenó Lem—. Sabía que Wayne Covel, Packy Noonan y ese supuesto poeta estaban hechos de la misma pasta. Si están buscando objetos robados, no me extrañaría que los encuentren en casa de Wayne Covel. Ahora, a la derecha.
El coche destartalado de Milo se acercaba por la carretera, en sentido contrario.
—¡Es el coche del poeta! —Gritó Lem—. ¡Pero sabemos que él no va al volante!
Jack dio un giro de ciento ochenta grados y quedó atrapado detrás de un camión de reparto. La carretera era demasiado estrecha para hacer adelantamientos.
—¡Vamos! —dijo—. ¡Vamos!
Al llegar al cruce, el cacharro de Milo ya no se veía por ningún lado.
—¡Se fueron por allí! —Lem señaló a la izquierda.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Jack.
—¡Mire! El parachoques está en medio de la carretera. Finalmente se cayó de ese trasto.
Regan había marcado el número de la policía local. Les comunicó que habían visto a Packy Noonan, les facilitó una descripción del coche e indicó la dirección que habían tomado. Opal, entretanto, farfullaba:
—Atrápenle, por favor… Todo mi dinero.
—Le atraparemos, Opal —prometió Regan—. Es una pena que no estés totalmente despierta para ver esto.
Al doblar por una curva atisbaron el coche de Milo, que avanzaba con total tranquilidad. Con una amplia sonrisa, Jack siguió al viejo cacharro, acelerando cuando era necesario para impedir que otros coches se interpusieran entre los dos. A lo lejos divisaron un coche de policía que se acercaba con la sirena encendida. Jack se detuvo para permitir que el coche de policía diera la vuelta y se colocara justo detrás de Packy. Luego, pese a tener las ventanillas cerradas, pudieron oír la voz de un agente a través del megáfono.
—Deténgase, Packy. No se busque más problemas de los que ya tiene.
Un segundo coche de policía adelantó a Jack al tiempo que otros dos se acercaban por la otra dirección.
Dentro de la cafetera de Milo, Packy agarró la petaca y se la tendió a Jo-Jo.
—¡Deshazte de ella! —le ordenó.
Jo-Jo abrió la ventanilla, sacó la mano y arrojó la petaca, que echó a rodar por el terraplén.
—Todo el trabajo para timar a esos inversores idiotas tirado por la borda —se lamentó Packy mientras observaba cómo la petaca desaparecía.
Detuvo el coche y apagó el motor.
—Salgan con las manos en alto —tronó el megáfono mientras los agentes de policía bajaban de los coches patrulla.
Jack frenó y se apearon todos menos Opal, que se desplomó en el asiento trasero. Regan corrió hasta la cuneta, retrocedió unos treinta metros y bajó resbalando por el terraplén. Sobre la nieve, bajo un gran árbol de hoja perenne, divisó una petaca. La levantó, la sacudió y oyó un ligero movimiento. Sonriendo, abrió el tapón.
—Dios mío —murmuró al ver el contenido. Volcó algunos diamantes en su mano—. Tienen que valer una fortuna —se dijo—. Espera a que Opal vea esto.
Con infinito cuidado, devolvió los diamantes a la petaca y trepó por el terraplén. Corrió hasta Packy Noonan, que ya estaba esposado.
—¿Es esta la petaca de tus sueños, Packy? —preguntó con sarcasmo—. La gente que perdió todo su dinero en tu empresa de transportes se alegrará mucho de verla.
Un golpe en el maletero del coche de Milo los sobresaltó a todos. Tras desenfundar sus respectivas armas, dos policías desbloquearon el cierre del maletero y retrocedieron cuando este se abrió. Benny se incorporó, con la nota de Jo-Jo todavía prendida a la chaqueta, y miró en derredor.
—Sabía que no debíamos ser tan avariciosos —farfulló con un bostezo—. Despertadme cuando lleguemos a la comisaría. —Se tumbó de nuevo y cerró los ojos.
Regan se volvió hacia Alvirah.
—Antes de entregarlos, dejemos que Opal los vea.
Regresaron al coche, incorporaron a Opal y le colocaron la petaca en las manos.
—Opal, cariño, mira —le instó Alvirah—. Trata de estar despierta el tiempo suficiente para ver esto.
Regan abrió el tapón.
—¿Qué? —preguntó Opal, amodorrada.
—Estos diamantes representan tu dinero de la lotería. Al menos ahora recuperarás una parte —le dijo Alvirah.
El significado de las palabras de Alvirah penetraron en el cerebro drogado de Opal y la mujer rompió a llorar.
*****
Una hora después, Lem Pickens conducía el camión plataforma por el pueblo dando bocinazos. A su lado, Bobby Granger saludaba a la multitud que se había congregado en la calle. Finalmente, tomaron la cuesta que conducía a la casa de Lem.
Alvirah, Willy, Regan, Jack, los Granger y una Opal ahora más despierta aguardaban con Viddy en el porche de los Pickens. La noticia del árbol reaparecido se había extendido como el fuego. Los medios de comunicación habían corrido a instalarse en el jardín para captar el momento en que, todavía dando bocinazos, Lem Pickens entraba triunfalmente en su propiedad con el camión plataforma del centro Rockefeller. La cara de Viddy al ver su amada pícea azul recordó a Alvirah la alegría adormilada que había visto en la cara de Opal, y, al igual que Opal, Viddy rompió a llorar.