La determinación era una cosa y el éxito otra. Lem estaba corriendo de un lado al otro sin llegar a ninguna parte. La promesa hecha a Viddy de recuperar el árbol empezaba a parecerle tan factible como alcanzar la luna.
Lem conducía ahora por Main Street. Cuando vio el letrero de su cafetería preferida, vaciló y finalmente se detuvo. La barriga le gruñía con tanta violencia que no podía pensar. El hombre no puede pensar cuando tiene hambre, decidió con rapidez, y justificó este parón en la búsqueda recordándose que no había desayunado. No regresé a mi casa hasta que llegó esa gente de la ciudad, y el chocolate caliente de Viddy, por bueno que sea, no puede satisfacer el estómago de un hombre.
Bajó de la camioneta y la foto de una mujer pegada a una farola atrajo su atención. Lem se detuvo a examinarla. La mujer sostenía un billete de lotería y eso le trajo a la memoria una ocasión en que pudo ganar la lotería de Vermont pero olvidó comprar el billete. Los números a los que él y Viddy siempre jugaban salieron esa semana.
Viddy estuvo muy fría conmigo durante un tiempo, recordó. Por fortuna, no fue un gran premio. Le dije a Viddy que los impuestos se comían la mitad de lo ganado y que luego aparecían los timadores deseosos de venderte cosas que no necesitabas, como un terreno en Florida que probablemente se reducía a un pantano lleno de caimanes.
Viddy tenía un carácter testarudo. Sencillamente, no estaba de acuerdo.
Lem aguzó la vista. Los números a los que debías llamar en caso de saber algo de esa mujer llamada Opal eran el de la policía y el de Alvirah Meehan.
Alvirah ha estado hoy en casa. Qué casualidad. Los dos buscamos algo que es muy importante para nosotros.
Lem entró en la cafetería y se sentó en la barra. Danny estaba haciendo el turno de día.
—Lem, lamento lo de tu árbol.
—Gracias. Tengo que darme prisa. Voy a encontrar ese árbol aunque muera en el intento.
—¿Qué te apetece?
—Jamón, tocino, dos huevos fritos, patatas con cebolla, zumo de naranja y dos tostadas. Sin mantequilla. He dejado la mantequilla.
Danny le sirvió una taza de café. El televisor, situado sobre su cabeza, a la derecha, estaba encendido pero tenía el volumen muy bajo.
Lem contempló la pantalla. Un periodista estaba señalando un camión plataforma. A Lem empezaba a fallarle el oído. Por ejemplo, cuando Viddy le preguntaba por las mañanas si quería más zumo, él solía contestarle con la pregunta: «¿Humo? ¿Dónde hay humo?».
—Sube el volumen, Danny —gritó.
Danny tomó el mando y apretó el botón del volumen.
—… el interior del camión plataforma abandonado, donde se encontraron las huellas dactilares de Benny Como, era un caos. Pero, según nuestras fuentes internas, entre las bolsas de patatas, los envoltorios de goma de mascar y las cajas de comida rápida los investigadores encontraron algo muy extraño, teniendo en cuenta quién conducía.
Lem se inclinó.
—Una copia de un poema titulado «Oda a una mosca de la fruta». Se desconoce el nombre del poeta. Su firma es indescifrable.
Lem saltó del taburete como si hubiera tocado un cable eléctrico.
—¡Es el poema de Milo! —gritó—. ¡Ese poema es un bodrio! ¡Y yo soy un idiota!
Mientras arrancaba el coche y salía del aparcamiento, su furia fue en aumento. ¡Qué idiota!, pensó de nuevo. Era más que evidente. Pero ¿fui capaz de verlo? No. El propietario de esa casa de mala muerte que Milo alquila se agrandó el granero hace unos años. Pensaba que esas mulas a las que llama caballos de carreras ganarían el Derby de Kentucky. ¡Y ese granero es lo bastante grande para alojar mi árbol!