Lem subió a su camioneta y se marchó disparado. Lo único que le consolaba era saber que había una recompensa por su árbol, pues eso significaba que mucha gente lo estaría buscando. No le importaba que otra persona lo encontrara antes que él y se quedara con los diez mil dólares del centro Rockefeller. Solo quería que su árbol, de él y de Viddy, todavía bello como una postal, viajara a Nueva York para vivir su momento de gloria. Podía ver la cara de Viddy cuando levantaran el interruptor en la gran ceremonia y las ramas de su árbol se iluminaran con miles de luces.
Lem giró al final del camino de entrada y pisó el acelerador. Tenía planeado pasar primero por casa de Wayne Covel y ver qué estaba ocurriendo. De allí iría a todos los graneros y recorrería todos los caminos sin salida de los alrededores del pueblo, donde los esquiadores se habían construido sus casas. Muchos de ellos no venían hasta pasado Acción de Gracias. Puede que Covel hubiera dejado el camión plataforma del centro Rockefeller en uno de esos caminos. Nadie repararía en él en días a menos que lo estuvieran buscando.
Encendió la radio. En la emisora local estaban dando la noticia del árbol.
«Si yo fuera Wayne Covel y no tuviera nada que ver con la desaparición de ese árbol, demandaría a Lem Pickens hasta sacarle todo lo que posee, hasta el último árbol de su propiedad, hasta la última gallina, hasta la última muela de oro —estaba diciendo el locutor—. En este país no puedes difamar públicamente a la gente y quedarte tan ancho. Tenemos aquí a nuestro experto legal…».
Algo inquieto, Lem apagó la radio.
—Ustedes no saben nada sobre justicia —dijo, escupiendo las palabras—. A veces los hombres tienen que tomarse la justicia por su mano. Viddy necesita recuperar su árbol. No puedo quedarme sentado y esperar a que la policía lo encuentre. Además, probablemente necesitarán alguna estupidez, como una orden de registro, para poder meter la nariz en los graneros de la gente.
Pasó despacio frente a la casa de Wayne Covel. La sangre le hirvió al ver la enorme pícea azul. Si ese árbol termina en el centro Rockefeller en lugar del nuestro, Viddy se vendrá abajo, pensó. Había periodistas acampados en el camino de entrada a la casa de Covel. Advirtió que muchos conocidos del pueblo estaban admirando el árbol de Covel. Sabía que algunos de ellos no soportaban a Covel pero querían que sus caras aparecieran en televisión. Qué vergüenza.
Al doblar la curva divisó el coche del poeta. Imposible que pasara desapercibido, con ese parachoques sujeto con cuerdas. Pensó en desinflarle los neumáticos. ¿Cómo se atrevía a hacer perder a Viddy una noche de su vida aburriéndola con sus espantosos poemas? Hasta tuvo el valor de repartir copias del poema sobre la mosca de la fruta. Viddy dijo que a ese Milo le gustaba compartirlo con la gente.
Lem siguió avanzando. Puede que recorra primero los alrededores del pueblo, se dijo. Ni siquiera Covel sería tan idiota como para abandonar el árbol tan cerca de su casa.
Dedicó la primera hora y media a violar las propiedades privadas de todo Stowe. Entró en graneros, abrió puertas y miró por ventanas cuando esa era la única manera de ver el interior de una estructura lo bastante grande para alojar un camión plataforma. Le persiguieron gallinas, caballos y un perro de corral que le mordió los talones mientras escapaba.
Para entonces a Lem se le había despertado el apetito, pero no podía volver a casa. No quería encontrarse con Viddy a menos que regresara con el árbol. Volvió a la camioneta y encendió la radio para ver si había alguna novedad sobre su paradero. Fue entonces cuando escuchó la noticia de las huellas dactilares de Benny Como en el camión plataforma. Golpeó el volante con la mano.
—¡Fue Packy Noonan! —gritó.
Sabía que no estaba tramando nada bueno cuando apareció en casa hace trece años, pensó, pero quise creer que se había reformado. ¡Ja! Y Viddy siempre dijo que sospechaba que le había robado el camafeo. Espero que Packy esté compinchado con Wayne Covel. Si Covel es inocente, estoy en un serio aprieto. Viddy no solo se habrá quedado sin árbol, sino también sin techo. Se obligó a no pensar en ello.
Abandonó su plan de parar en una cafetería para comer algo. Tengo que encontrar mi árbol, pensó con desesperación.
Lo primero es lo primero.