Cuando los Reilly y Alvirah se hubieron marchado, Viddy procedió a recoger las tazas. Lem le ayudó a llevarlas a la cocina y fue allí donde Viddy tomó verdadera conciencia de lo que había sucedido. La conmoción por la desaparición de su árbol no se había dejado notar mientras la policía y los medios de comunicación estuvieron corriendo por el claro. Salir con Lem por la tele había sido emocionante y la visita de esa gente tan agradable, los Meehan y los Reilly, la había mantenido distraída, sobre todo porque Nora Regan Reilly era su escritora de novelas de misterio favorita.
Pero ahora solo podía pensar en su árbol, en que ella y Lem lo habían plantado el día de su boda, y en cómo María von Trapp había pasado casualmente por allí, les había felicitado y había aceptado hacerse una foto. Y encima tuve la cara de pedirle que nos interpretara esa hermosa canción austriaca que le había oído cantar en el hotel. Estuvo muy amable y la canción fue mágica. Recuerdo que pensé que nunca plantaríamos otro árbol cerca para que, de ese modo, nuestros hijos pudieran jugar en el claro alrededor de nuestro árbol nupcial.
Los ojos de Viddy se estaban humedeciendo mientras dejaba las tazas en el fregadero. Nunca tuvimos hijos, y puede que sea una tontería, ¡pero cómo hemos mimado ese árbol! Lo medíamos cada año, incluso los últimos diez, cuando otra persona tenía que hacerlo por nosotros porque yo ya no dejaba a Lem subirse a esa escalera.
Cuando la inesperada visita apareció en su casa, Viddy había corrido hasta el aparador para sacar su querida vajilla de porcelana. Solo la utilizaba en Acción de Gracias y en Navidad, y entonces se pasaba el rato con el corazón en un puño por miedo a que alguien rompiera alguna pieza. La esposa del sobrino de Lem, Sandy, era una buena muchacha, pero apilaba los platos atropelladamente cuando ayudaba a quitar la mesa. Así y todo, Viddy había conseguido mantener su vajilla intacta. Alguna desportilladura aquí y allá, pero nada serio.
Consciente del amor de Viddy por su porcelana, Lem dejó las tazas que portaba en el escurridero con sumo cuidado. Viddy las trasladó al fregadero y en ese momento sus ojos se inundaron de lágrimas. Al hacer un gesto involuntario para enjugárselas, se le resbaló una taza, pero antes de que cayera en el fregadero, donde habría aterrizado, sin duda, sobre otra taza, la enorme mano de Lem la cazó al vuelo.
—La tengo, Viddy —exclamó—. Tu elegante vajilla de porcelana sigue intacta.
Como respuesta, Viddy salió corriendo de la cocina y se metió en su cuarto. Al rato entró en la sala con el álbum de fotos.
—La vajilla de porcelana ya no me importa —sollozó—. Sé muy bien que en cuanto cierre los ojos para siempre y Sandy la herede, la utilizará para servir bocadillos de mortadela a sus hijos.
Con manos temblorosas, abrió el álbum y señaló la última foto que habían hecho del árbol.
—¡Nuestro árbol! Oh, Lem, yo solo quería ver las caras de la gente cuando lo vieran en Nueva York todo iluminado. Quería que el árbol fuera como una obra de arte, que todo el mundo lo admirara. Quería tener una enorme y preciosa foto que poner entre esas dos.
Señaló las dos fotos que descansaban sobre la chimenea.
—Quería tener una grabación de las canciones interpretadas por los niños cuando nuestro árbol llegara al centro Rockefeller. Lem, ya estamos viejos. Cada año, cuando llega la primavera, me pregunto si veré la siguiente. Sé que no vamos a morir cubiertos de gloria, pero, en cierto modo, nuestro árbol iba a hacerlo por nosotros. Nos iba a hacer especiales.
—Ya está, Viddy, ya está —dijo, incómodo, Lem—. Ahora, cálmate.
Desoyendo sus palabras, Viddy sacó un pañuelo de su bata, se sonó la nariz y prosiguió.
—En el centro Rockefeller mantienen un historial de todos los árboles, lo altos que eran, lo anchos que eran, los años que tenían, quién los donó y qué tenían de especial los donantes. Hace unos años un convento cedió su árbol y tienen una foto de la monja que lo plantó y otra de la misma monja cincuenta años después, el día que lo cortaron. Eso es historia, Lem. Nuestra historia con el árbol iba a estar siempre allí para que la gente pudiera leerla. Y ahora es probable que nuestro árbol esté tirado en algún lugar del bosque, donde empezará a pudrirse, y ¡NO PUEDO SOPORTARLO!
Viddy arrojó el álbum al suelo con un aullido y hundió la cara en las manos.
Lem la miró atónito. En cincuenta años jamás había visto a su tranquila, retraída Viddy hablar tanto o mostrar tanta emoción. Nunca me di cuenta de lo profunda que es, pensó. Y no puedo decir que me guste.
—Olvida la partida de búsqueda.
Se inclinó y le tomó la cara entre las manos.
—Déjame sola, Lem, déjame sola.
—Te dejaré sola, Viddy, pero primero voy a decirte algo. Escúchame. ¿Me estás escuchando?
Viddy asintió.
Lem la miró fijamente a los ojos.
—Deja de llorar ahora mismo porque voy a prometerte algo. Salvé tu taza, ¿verdad?
Sollozando, ella asintió.
—Bien. Yo digo que ese canalla de Covel cortó nuestro árbol. La gente del centro Rockefeller dijo que la persona que se lo llevó tuvo que utilizar la grúa para bajarlo hasta el camión. Eso significa que, en principio, se halla en buen estado. Suponiendo que ese zorro lograra llevarse el árbol, no ha podido ir muy lejos con él. Esta mañana, cuando fui a su casa, todavía tenía puesto el pijama. Es posible esconder un árbol arrojándolo en el bosque, pero no se puede esconder un camión plataforma. Nuestro árbol está en algún lugar de la zona y voy a encontrarlo. Voy a recorrer este pueblo palmo a palmo. Voy a entrar en todas las propiedades que tengan jardín trasero y en todos los graneros lo bastante grandes para guardar un camión plataforma, ¡y voy a encontrar nuestro árbol!
Se puso de pie.
—Como que me llamo Lemuel Abner Pickens que, cuando vuelva, será con nuestro árbol. ¿Me crees, Vidya?
Viddy levantó la cabeza. No parecía muy convencida.
—¿Me crees, Vidya? —volvió a preguntar, severamente, Lem.
—Quiero creerte. Pero no hagas que te arresten por entrar en propiedad ajena sin autorización.
Lem, sin embargo, ya estaba en la puerta.
—O que te disparen.
Lem no la oyó.
Cual Don Quijote, era un hombre con una misión que cumplir.