—Decididamente, tiene la petaca —dijo Packy después de cerrar su móvil.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jo-Jo.
—Llámalo instinto criminal.
—Uno reconoce a los de su especie, ¿verdad, Packy?
Habían arrancado tarde. Eran las diez de la mañana y Packy y Jo-Jo estaban sentados en el decrépito sedán marrón que el dueño de la granja había conservado para pequeños recados y que luego había vendido gustosamente a Milo. Con quince años de antigüedad, los guardabarros abollados, el parachoques trasero sujeto con cuerdas y piezas de recambio obtenidas en un depósito de chatarra, era el típico vehículo que solo una persona tan poco práctica como Milo compraría.
Packy y Jo-Jo habían trasladado a Milo y Opal a los dormitorios de arriba y los habían atado a los postes de las camas. Intentaron reanimar a Benny hundiéndole la cabeza en una pila llena de agua fría. Como no reaccionaba, finalmente lo arrastraron hasta el coche y lo metieron en el maletero. En un arrebato de amor fraternal, Jo-Jo regresó corriendo a la casa y agarró un edredón y una almohada para colocarla debajo de la cabeza de Benny. Luego le puso una linterna en la mano y le prendió una nota en la chaqueta por si despertaba y se preguntaba qué estaba pasando.
—Escribí que debía quedarse donde estaba y permanecer callado hasta que volviéramos a la granja —explicó Jo-Jo.
—¿Por qué no le lees un cuento para dormir? —gruñó Packy.
Packy sabía que no podían utilizar la furgoneta aun cuando Jo-Jo le hubiera explicado que Milo se quejaba de que el coche no era excesivamente fiable.
—¿Acaso no has oído lo que han contado en la tele? —Gritó Packy—. Dicen que me subí a una furgoneta con un porta-esquís en el techo y matrícula de Vermont. Dicen que trabajé en Stowe cuando era un muchacho. Todos los polis de Vermont, sobre todo los de esta zona, están buscando una furgoneta con un porta-esquís. Si salimos con la furgoneta, de paso podríamos entregarnos y recoger la recompensa por haberme encontrado.
—Si salimos con esta cafetera tendremos suerte si llegamos hasta el granero —replicó Jo-Jo.
—A lo mejor deberíamos salir con el camión plataforma y el árbol encima.
Packy y Jo-Jo se miraron echando fuego por los ojos. Entonces Packy dijo:
—Jo-Jo, tenemos que recuperar los diamantes. Seguro que los tiene ese Covel. Nadie nos buscará en este cacharro. Vamos.
Packy estaba sentado frente al volante. Se puso las gafas de sol.
—Pásame un gorro de esquiar —espetó.
—¿Quieres el azul con la raya naranja o el verde con la…?
—¡El que sea!
Packy giró la llave del contacto. El motor petardeó y se apagó. Bombeó el acelerador.
—¡Vamos! ¡Vamos!
—Creo que debería ponerle un gorro a Benny —dijo Jo-Jo—. En el maletero no hay calefacción y todavía tiene el pelo húmedo.
—¿Qué demonios te pasa? —Gritó Packy—. En cuanto Benny se duerme te vuelves más imbécil que tu hermano cuando alcanza su punto más imbécil.
Jo-Jo tenía la portezuela abierta.
—Voy a ponerle el gorro —insistió—. Además, después de pasar tanto tiempo en Brasil, tiene la sangre fina.
En un intento de conservar la cordura, Packy se puso a analizar sus problemas y opciones. Nadie se fijará en este coche, se dijo. El poeta ha estado dando vueltas con él mucho tiempo. Solo nos queda confiar en que no se averíe. Al menos sabemos que Covel está en casa. Tenemos que entrar en esa covacha en la que vive y obligarle a que nos devuelva la petaca. Está a solo quince kilómetros de la pista de aterrizaje, donde nos aguarda el piloto.
Jo-Jo subió de nuevo al coche.
—Date prisa —ladró Packy—. Tenemos que largarnos de aquí antes de que llegue alguien buscando a Sherlock Holmes.
—¿Quién es Sherlock Holmes? —preguntó Jo-Jo.
—¡Opal Fogarty, idiota! ¡La inversora!
—Ah, ella. Menudo carácter tiene. No quiero estar cerca cuando se despierte y descubra que está atada.
Packy no se dignó responder a esa observación. Pisó el acelerador y el coche arrancó con un rugido y sus tres ocupantes, dos de ellos decididos a recuperar los diamantes y un tercero que, de haber estado despierto, habría compartido esa misma determinación.
*****
Dentro de la casa, que Packy había cerrado con llave, el fogón sobre el que descansaba la cafetera y que Jo-Jo creía haber apagado, empezó a parpadear. Antes de que el coche se hubiera alejado de la granja, la llama se apagó. Instantes después, del fogón empezó a salir un olor tóxico, un olor que revelaba un escape de gas.