Regan, Jack, Nora y Luke salieron de su cabaña a las 8.20 y se dirigieron al hotel.
—Qué bonito es todo esto —suspiró Nora—. ¿Por qué cuando empiezas a relajarte de verdad llega el momento de volver a casa?
—Si no aceptaras dar conferencias en tantos almuerzos, podrías relajarte tanto como mis difuntos clientes —apuntó secamente Luke.
—No puedo creer que hayas dicho eso —protestó Regan—. Bueno, en realidad, sí puedo.
—Me cuesta decir no cuando sé que puedo ayudar a recaudar fondos para una obra benéfica —se defendió Nora—. El acto de mañana es especialmente importante.
—Por supuesto, querida.
Jack había escuchado divertido la conversación. Luke y Nora se lo pasan tan bien juntos, pensó. Así seremos Regan y yo cuando llevemos mucho tiempo casados. Rodeó con un brazo los hombros de Regan. Ella le sonrió y puso los ojos en blanco.
—Siempre la misma conversación —dijo.
—Veremos de qué acabáis hablando vosotros dentro de treinta años —repuso Luke—. Os garantizo que de nada fascinante. Las parejas tienden a retomar siempre sus temas de conversación favoritos.
—Haremos lo posible por que sigan siendo interesantes, Luke —dijo Jack con una sonrisa—. Pero yo no os encuentro nada aburridos.
—A veces es preferible ser aburrido —comentó Nora mientras Luke abría la puerta del hotel—. Sobre todo cuando sé que Regan corre peligro por el caso en el que se halle trabajando.
—Preocupación que comparto —dijo Jack.
—Por eso me alegro tanto de que os caséis —añadió Nora—. Hasta cuando no estáis juntos tengo la sensación de que la estás protegiendo.
—Puedes estar segura —respondió Jack.
—Gracias, chicos —dijo Regan—. Es agradable saber que tengo un equipo de sufridores respaldándome.
Cruzaron el vestíbulo y entraron en el comedor. En un rincón de la sala, sobre una larga mesa, descansaba el buffet del desayuno.
La anfitriona los saludó animadamente.
—Tengo su mesa lista. Sus amigos todavía no han llegado. —Recogió algunas cartas y los acompañó hasta la mesa. Mientras tomaban asiento, dijo:— Se marchan hoy, ¿verdad?
—Por desgracia, sí —contestó Nora—, pero primero iremos a ver talar el árbol del centro Rockefeller.
—Demasiado tarde.
—¿Qué?
—Que llegan tarde.
—¿Lo cortaron antes de lo anunciado? —preguntó Nora.
—Eso me temo. Lem Pickens fue a las seis de la mañana a despedirse de su árbol, pero el árbol ya no estaba. Alguien lo taló en mitad de la noche y robó el camión plataforma que debía trasladarlo a Nueva York. La gente no habla de otra cosa. Un huésped dijo que estaba viendo MSNBC y que Imus ya estaba al corriente de lo sucedido.
—Puedo imaginar lo que Imus tiene que decir al respecto —intervino Regan.
—Imus dijo que probablemente había sido obra de una panda de borrachos —explicó la anfitriona mientras repartía las cartas—. No se le ocurría otra posibilidad.
—Es la clase de broma que haría un adolescente —dijo Jack.
—¿Qué van a hacer ahora? —preguntó Nora a la anfitriona.
—Si no encuentran el árbol hoy, probablemente recurrirán de nuevo al vecino de Pickens. Su árbol era la segunda opción.
—Aquí hay un móvil —intervino Jack, bromeando solo en parte.
—Y que lo diga —respondió la anfitriona con los ojos muy abiertos—. Lem Pickens salió en el noticiero local de esta mañana gritando que pensaba que su vecino era el responsable.
—Podría ser demandado por eso —señaló Regan.
—No creo que le importe. Miren, ahí están sus amigos.
Alvirah y Willy los habían visto y en ese momento se acercaban a la mesa. Regan enseguida tuvo la sensación de que Alvirah, pese a sonreír, estaba inquieta. Sensación que quedó confirmada cuando, tras un rápido «buenos días», Alvirah preguntó:
—¿Todavía no ha llegado Opal?
—No —dijo Regan—. ¿No estaba contigo?
—Salió esta mañana a hacer esquí de fondo y dijo que se reuniría con nosotros para desayunar.
—Alvirah, siéntate. Estoy segura de que llegará en unos minutos —le tranquilizó Nora—. Además, no vas a creer lo que ha sucedido.
—¿Qué? —preguntó Alvirah con impaciencia.
Mientras ella y Willy tomaban asiento, Regan notó que Alvirah se animaba ante la idea de escuchar algún trapo sucio.
—Alguien taló el árbol del centro Rockefeller en plena noche y se lo llevó.
—¿Qué?
—Espero que no se hayan llevado el de Alvirah —dijo Willy—, o se habrán metido en un serio aprieto.
Alvirah no le prestó atención.
—¿Por qué querría alguien tomarse la molestia de robar un árbol? ¿Y adonde han podido llevárselo?
Regan se apresuró a informarles no solo de que el árbol y el camión plataforma habían desaparecido, sino que el propietario del árbol, Lem Pickens, había acusado a su vecino de haberlo robado.
—En cuanto hayamos desayunado quiero ir a verlo con mis propios ojos —anunció Alvirah. Se volvió hacia la puerta del comedor—. Espero que Opal no tarde en llegar.
Jack dio un sorbo al café que la camarera acababa de servirle.
—¿Sabéis si Opal escuchó la noticia sobre Packy Noonan?
—¿Qué noticia? —preguntaron Alvirah y Willy al unísono.
—Anoche no regresó al centro de reinserción, de modo que ha incumplido las condiciones de su libertad condicional.
—Opal siempre ha asegurado que Packy Noonan tiene un montón de dinero escondido en algún lado. Probablemente en estos momentos esté a punto de salir del país con su botín. —Alvirah meneó la cabeza—. Es repugnante. —Se acercó la cesta del pan, la examinó detenidamente y eligió un panecillo de manzana—. No debería —murmuró—, pero están tan buenos.
Alvirah tenía el bolso en el suelo, junto a los pies. El timbre inesperado de su móvil la sobresaltó.
—Olvidé desconectarlo antes de entrar en el comedor—dijo mientras recogía el bolso y rebuscaba en su interior—. Los hombres lo tienen mucho más fácil. Se lo cuelgan del cinturón y responden al primer timbre, a menos, claro está, que estén haciendo algo que no debieran… ¿Diga…? Hola, Charley.
—Es Charley Evans, el redactor jefe de The New York Globe. —Informó Willy a los demás—. Apuesto lo que queráis a que ya está al corriente de lo del árbol desaparecido. Siempre se entera de todo antes de que ocurra.
—Sí, sabemos lo del árbol —estaba diciendo Alvirah—. En cuanto acabe de desayunar me desplazaré hasta allí, Charley. Lo sé, sería interesante hablar con los lugareños. Se ha convertido en una historia policíaca, ¿eh? —Rió—. Ojalá pudiera resolverla. Sí, Willy y yo podemos quedarnos uno o dos días más para ver qué ocurre. Te llamaré dentro de unas horas. ¡Ah, por cierto! ¿Qué es lo último que se sabe de Packy Noonan? Me acaban de contar que anoche no se personó en su centro de reinserción. La amiga que perdió dinero en la estafa de Noonan está conmigo.
Observada por el resto de la mesa, Alvirah puso cara de incredulidad.
—¿Lo vieron subirse a una furgoneta con matrícula de Vermont en la avenida Madison?
Los demás se miraron.
—¡Matrícula de Vermont! —repitió Regan.
—Tal vez sea Packy Noonan quien cortó el árbol —sugirió Luke—. O él o George Washington. —Su voz se hizo profunda—. Padre, no puedo mentir. Yo corté el cerezo.
—Nuestro historiador local ataca de nuevo —dijo Regan a Jack—. La diferencia entre Packy Noonan y George Washington es que Packy no lo reconocería ni aunque le pillaran con el hacha en la mano.
—En cualquier caso, George Washington nunca dijo eso —replicó Nora—. Esas historias absurdas sobre él se crearon cuando ya había muerto.
—En fin, apuesto a que la persona que cortó ese árbol nunca llegará a presidente de Estados Unidos —dijo Willy.
—No estés tan seguro —masculló Luke.
Alvirah cerró su móvil con un golpe seco.
—Desconectaré el timbre y pondré la vibración. Puede que Opal llame si se está retrasando. —Dejando el teléfono sobre la mesa, prosiguió—: Un sacerdote de San Patrick vio una furgoneta con matrícula de Vermont estacionada en la avenida Madison, justo delante de la rectoría. Luego una madre llamó y dijo que su hijo había visto a un hombre correr por la manzana y subirse a la furgoneta. Packy había asistido a la misa de San Patrick. El detective que le seguía dijo que hasta encendió una vela delante de la estatua de San Antonio.
—Quizá también él debería encender una vela para que San Antonio le ayude a encontrar a Packy —sugirió Willy—. Mi madre siempre rezaba a San Antonio porque perdía constantemente las gafas, y mi padre se pasaba el día buscando las llaves del coche.
—San Antonio habría sido un excelente detective —comentó Regan en el mismo tono seco característico de Luke—. Debería tener su estampa en el despacho.
—Será mejor que comamos —propuso Nora.
Alvirah se pasó el desayuno mirando continuamente la puerta, pero ni rastro de Opal. El móvil le vibró en la mano cuando salían del comedor. Otra vez Charley.
—Alvirah, hemos desenterrado el historial de Packy Noonan. A los dieciséis años trabajó en un programa para jóvenes problemáticos en Stowe, Vermont, cortando árboles de Navidad para Lem Pickens. Quizá no exista conexión alguna, pero como ya te dije, le vieron salir de Nueva York en una furgoneta con matrícula de Vermont. No imagino qué interés podría tener en cortar un árbol, pero mantenlo presente cuando hables con la gente.
A Alvirah se le encogió el corazón. Opal llevaba una hora de retraso y existía la posibilidad de que Packy Noonan rondara por la zona. Opal se había ido a comprobar algo. El sexto sentido en el que Alvirah siempre podía confiar le decía que existía una conexión entre una cosa y la otra.
Y no era una conexión buena.