Después de la pesadilla con Packy, Opal apenas podía pegar ojo. Se despertó varias veces durante la noche, a las dos, a las tres y media y a las cuatro y media, según el despertador.
La pesadilla le había afectado profundamente y había sacado a la superficie toda la rabia y el rencor que sentía por Packy Noonan y sus compinches. Había intentado tomárselo a broma, pero el comentario de Packy de que entregaría el 10 por ciento de su sueldo en la cafetería para devolver el dinero a sus víctimas era demasiado insultante.
Nos está tomando el pelo otra vez, pensó.
Por su mente pasaban una y otra vez las imágenes televisivas de su liberación. Un canal había ofrecido un breve reportaje sobre la estafa en el que Packy aparecía con esos idiotas de Benjamin y Giuseppe Como, conocidos como Benny y Jo-Jo, en sus procesamientos. Opal recordó el día en que, sentada ante una gran mesa, ellos la instaron a invertir más dinero. Benny se había levantado para servirse otra taza de café. Caminaba como un pato, como si llevara un peso en los pantalones, como solía decir su madre.
¡Ya lo tengo!, pensó Opal. Se sentó rápidamente en la cama y encendió la luz. Acababa de caer en la cuenta de que el hombre que había visto colocando unos esquís en el porta-esquís de una furgoneta frente a una casa cuando hacía esquí de fondo le recordaba a Benny.
El grupo de esquiadores del sábado por la tarde estaba siguiendo a la instructora por un sendero, pero delante tenían a un grupo muy lento y la instructora había dicho: «Probemos a adelantarlos por aquel camino». Habían acabado esquiando por un bosquecillo próximo a una vieja granja.
Se me rompió el cordón de la bota, recordó Opal, así que fui a sentarme a una roca situada dentro del bosquecillo pero algo más cerca de la casa. Frente a la puerta había un hombre colocando unos esquís encima de una furgoneta. Su cara me sonaba, pero en ese momento alguien le llamó y se fue. Aunque apresurado, entró en la casa caminando como un pato.
Era bajo y fornido. Andaba como un pato. ¡Juraría que se trataba de Benny Como!
Pero eso es imposible, se dijo Opal. ¿Qué se le había perdido por aquí? El fiscal del distrito que debía llevar la acusación de los Como en el juicio dijo que estaba seguro de que Benny y Jo-Jo habían huido del país tras salir en libertad bajo fianza. ¿Por qué iba Benny a estar en Vermont?
No podía seguir en la cama. Se levantó, se puso la bata y bajó. La sala era un espacio abierto con vigas en el techo, una chimenea de piedra y grandes ventanales con vistas a las montañas. La zona de la cocina estaba elevada sobre dos escalones y delimitada por una barra. Opal preparó café, se sirvió una taza y bebió el delicioso brebaje frente a la ventana. Pero apenas fue capaz de saborearlo. Contemplando el bello paisaje, se preguntaba si Benny seguiría en aquella casa.
Alvirah y Willy todavía tardarán un par de horas en levantarse, pensó. Podría esquiar hasta la casa. Si la furgoneta sigue fuera, anotaré el número de la matrícula. Estoy segura de que Jack Reilly podría rastrearla.
Otra posibilidad es que asistamos a la tala del árbol destinado al centro Rockefeller, visitemos el arce de Alvirah y regresemos a casa. De ese modo me pasaré la vida preguntándome si aquel hombre era Benny y si desperdicié una oportunidad de conseguir que le encerraran.
No pienso dejar que eso ocurra, decidió Opal. Subió a su dormitorio y se vistió a toda prisa. Debajo de la chaqueta de esquiar que se había comprado en la tienda de regalos del hotel se puso un jersey grueso. Salió a un cielo encapotado y notó que el aire era frío y húmedo. Se acerca otra nevada, pensó. Los amantes del esquí estarán encantados de que haya empezado a nevar tan pronto este año.
Poseo un buen sentido de la orientación, se dijo mientras se ponía los esquís y repasaba mentalmente el camino hasta la granja. La encontraré sin problemas.
Con ayuda de los palos, se impulsó y procedió a deslizarse a campo través. Qué silencio, qué paz, pensó. Aunque apenas había dormido, estaba plenamente despierta. Quizá sea una locura, reconoció para sí, pero necesito sentir que no he dejado pasar la oportunidad de atrapar a esos ladrones y verlos con las esposas puestas.
Y grilletes, añadió. Cómo me gustaría ver eso.
Esquiaba por una cuesta a un ritmo regular. No se me da nada mal, pensó con satisfacción. ¡Verás cuando en el desayuno le cuente a Alvirah lo que estuve haciendo esta mañana! Se enfadará conmigo por no haberla despertado.
Media hora más tarde Opal estaba en el bosquecillo que se extendía frente a la casa. Tengo que ir con cuidado. En el campo la gente madruga, recordó. No como algunos de sus vecinos de la ciudad, cuyas persianas no se levantaban antes del mediodía.
En la casa, sin embargo, no se percibía actividad alguna. La furgoneta estaba estacionada delante de la puerta. Si se despistan, la meten en la sala, pensó Opal. Esperó veinte minutos. No vio a nadie levantarse para ordeñar las vacas o alimentar a las gallinas. Me pregunto si tienen animales en el granero, pensó. Es muy grande. Podría alojar a todos los animales del Arca de Noé.
Se acercó por la izquierda para vislumbrar la matrícula de la furgoneta. Era una matrícula de Vermont, pero no podía distinguir los números desde donde estaba. Aunque resultara arriesgado, tenía que acercarse un poco más.
Opal respiró hondo, salió de la arboleda y no se detuvo hasta que se halló a pocos metros de la furgoneta. Tengo que hacerlo rápido y salir pitando, pensó. Muy nerviosa, susurró los números que aparecían en la matrícula verde y blanca. «BEM 360. BEM 360», repitió. «Lo anotaré cuando me haya alejado».
*****
Dentro de la casa, en la misma mesa donde solo unas horas antes había reinado la cordialidad, tres ladrones resacosos, cansados y enfadados estaban tratando de descifrar la forma de recuperar la petaca de diamantes que constituía su billete a una vida opulenta. El machete con el nombre de Wayne Covel grabado en el mango descansaba en medio de la mesa. La guía telefónica local estaba abierta en la página donde Packy había marcado el nombre y el teléfono de Covel con un círculo. La dirección de Covel no aparecía.
Milo ya había preparado dos cafeteras y dos tandas de crepes con tocino. Packy y los gemelos habían devorado el desayuno pero ahora hacían caso omiso de sus sugerencias.
—¿Otra tanda de crepes para los muchachos?
Los tres estaban lanzando miradas malévolas al machete de Covel.
Que se atiborren, pensó Milo mientras echaba la masa en la sartén. Era evidente que la mala suerte no había afectado a su apetito.
—Milo, olvida la rutina del Chef Mago —le ordenó Packy—. Siéntate. Tengo planes para ti.
Milo obedeció. Al ir a apagar el fuego de los crepés, en lugar de eso aumentó sin darse cuenta la llama de la sartén que rebosaba de grasa de tocino.
—¿Estás seguro de que sabes dónde vive ese Covel? —le preguntó Packy acusadoramente.
—Sí —afirmó Milo con satisfacción—. Sale en la segunda página de ese artículo que te enseñé sobre el árbol. Hablaba de lo extraordinario que era encontrar dos árboles dignos del centro Rockefeller en el mismo estado, y no digamos en terrenos colindantes. Todo el mundo sabe dónde vive Lem Pickens, y Covel es su vecino.
Benny arrugó la nariz.
—Algo se está quemando.
Los cuatro se volvieron hacia el fogón. De la vieja sartén de hierro salían llamas y humo. A su lado, los crepés se estaban poniendo negros.
—¿Es que quieres matarnos? —Gritó Packy—. ¡Este lugar apesta! —Se levantó de un salto—. ¡El humo me da asma! —Corrió hasta la puerta, la abrió bruscamente y salió al porche.
A solo unos metros de él, una mujer con esquís de fondo estaba contemplando fijamente la matrícula de la furgoneta.
Ella se volvió rápidamente y sus ojos se encontraron. Aunque habían pasado doce años, el reconocimiento fue mutuo e instantáneo.
En un esfuerzo por escapar, Opal clavó los palos en la nieve, pero, con las prisas, resbaló y cayó al suelo. Packy se le echó encima al instante, tapándole la boca con una mano y clavándole la rodilla en la espalda para inmovilizarla. Aturdida y horrorizada, Opal sintió que otras manos la agarraban y la arrastraban hacia el interior de la casa.