Lem Pickens no paraba de despertarse. Estaba sufriendo pesadillas. No sabía por qué, pero le preocupaba que algo saliera mal, que hubiera cometido un error al haber cedido el árbol.
Es normal, se dijo. Es normal. Había leído en algún libro que los acontecimientos dramáticos en nuestras vidas nos producían miedo y preocupación. A Viddy no parece inquietarle, pensó mientras ella seguía dándole muestras de la profundidad de su sueño. El ruido que hace ahora está entre un martillo neumático y una motosierra.
Trató de pensar en cosas agradables para calmar su inquietud. Piensa en el momento en que le den al interruptor y más de treinta mil luces de colores iluminen nuestro árbol en el centro Rockefeller. ¡Piensa solo en eso!
Sabía el motivo de su preocupación. No iba a resultarle fácil ver cómo talaban el árbol. Se preguntó si este estaría asustado. Entonces tomó una decisión. Despertaré a Viddy muy temprano y, después de una buena taza de café, nos sentaremos junto a nuestro árbol y nos despediremos de él como es debido.
Algo más tranquilo, Lem cerró los ojos y volvió a dormirse. A los pocos minutos, el estruendo que salía de su lado de la cama seguía sin poder competir con Viddy, roncadora olímpica donde las haya.
Mientras ellos dormían, un triste Packy Noonan descansaba sobre el tocón del amado árbol de los Pickens, sosteniendo un machete y apuntando con la luz de la linterna el nombre grabado en el mango: WAYNE COVEL.