A ochenta hectáreas de allí, en la casa del siglo XVIII que ocupaba el centro de su propiedad, Lemuel Pickens no conseguía conciliar el sueño. Normalmente él y Vidya, su esposa, se acostaban a las nueve y media y caían rendidos. Pero esta noche, por causa del árbol, habían estado rememorando viejos tiempos y luego habían sacado el álbum y contemplado la foto de ellos dos plantando el árbol cincuenta años atrás, el día de su boda.
En aquel entonces tampoco éramos unos niños. Lemuel sonrió para sí. Vidya tenía treinta y dos años y él treinta y cinco. Éramos mayores para aquellos tiempos. Pero, como siempre decía Vidya: «Lemmy, ambos teníamos responsabilidades. Yo tenía que cuidar de mi madre y tú de tu padre. Cuando nos veíamos en la iglesia los domingos, me daba cuenta de que estabas por mí y eso me gustaba». Entonces la madre de Viddy murió. Dos semanas después, papá empezó a encontrarse mal y en menos que canta un gallo también él la palmó, recordó Lemuel al tiempo que propinaba un codazo a Viddy. Esta mujer ronca con más fuerza que una tormenta, pensó mientras ella se colocaba de lado y los ronquidos cesaban.
La vida no nos dio hijos pero ese árbol ha sido casi como un niño para nosotros. Los ojos de Lemuel se humedecieron. Verlo crecer, con sus ramas siempre tan uniformes y perfectas y ese tono azulado que emerge con la luz del sol. Es el árbol más bonito que he visto en mi vida. Y también la forma en que descansa en medio del claro, él solo. Nunca quisimos plantarle nada cerca. A lo largo de los años lo hemos rodeado de mantillo, lo hemos mimado. Ha sido divertido.
Giró el cuerpo hacia un costado. Cuando esa gente llamó a la puerta y nos preguntó si les dejaríamos talar el árbol para el centro Rockefeller, casi agarro la escopeta. Pero luego me enteré de que después de que rechazáramos su oferta se habían largado a casa de Wayne Covel para examinar su enorme pícea azul. Diantre, cómo me enfurecí.
Viddy y yo tardamos dos minutos en decidirlo. No viviremos mucho más para cuidar de nuestro árbol. Aunque pongamos en nuestro testamento que nadie puede cortarlo, no será lo mismo cuando ya no estemos. No será especial para nadie, pero, si va al centro Rockefeller, hará feliz a miles de personas. Y, cuando llegue a Nueva York, los colegiales y esos preciosos cohetes darán la bienvenida a nuestro árbol e interpretarán canciones de la película de Maria von Trapp. Qué curioso que Maria apareciera justo cuando lo estábamos plantando. Ella sabía que era el día de nuestra boda e interpretó para nosotros una canción nupcial austriaca y nos hizo una foto junto al árbol. Luego nosotros le hicimos una foto posando en el mismo lugar.
Lemuel suspiró. Viddy está deseando ir a Nueva York y ver cómo nuestro árbol se cubre de luces. Saldrá en las televisiones de todo el país y todo el mundo sabrá que son nuestras bodas de oro. Hasta quieren entrevistarnos en el Today Show. Viddy está tan entusiasmada que tiene previsto que le laven y arreglen el pelo en una de esas peluquerías elegantes de Nueva York. Cuando me dijo lo que iba a costarle, casi se me cayó la dentadura, pero Viddy me recordó que en todos estos años solo había pisado una peluquería dos veces.
Ojalá pudiera ver la cara de Wayne Covel cuando aparezcamos en televisión hablando con Katie o Matt. Está muy enojado porque, cuando corrimos a decirles que podían cortar nuestro árbol, soltaron el suyo como si se tratara de una patata caliente.
Lemuel propinó a Vidya otro codazo. Hace más ruido que un árbol cayendo en el bosque, pensó.