No tienen apetito, no, están hambrientos, pensó Milo al llenar los platos de Packy y los gemelos por tercera vez. Luego observó con satisfacción cómo desaparecían su ensalada y sus galletas. Él había probado y picado tanto mientras cocinaba que apenas le quedaba hambre. Mejor así, porque no paraba de levantarse para abrir botellas de vino. Se diría que Packy, Jo-Jo y Benny estaban compitiendo para ver quién bebía más deprisa.
Pero cuanto más bebían, más se les endulzaba el carácter. La anécdota de los esquís tambaleándose en el techo de la furgoneta les pareció, de repente, divertidísima. Y el hecho de que cuatro coches hubieran chocado en cadena en la carretera 91, provocando con ello un enorme atasco y obligándolos a conducir a cinco por hora frente a un ejército de policías, provocó otra explosión de carcajadas.
Para cuando dieron las once los párpados de los gemelos se hallaban a media asta. Packy, por su parte, había pillado una buena curda. Milo solo había tomado dos copas de vino. No quería despertarse al día siguiente y olvidar todo lo que se había dicho esta noche. Además, quería mantenerse sobrio hasta que su dinero estuviera a salvo bajo un colchón en el Greenwich Village.
Jo-Jo arrastró la silla hacia atrás, se puso de pie y bostezó.
—Me voy a la cama. Oye, Milo, esos cincuenta mil extra significan que tú lavas los platos. —Rompió a reír, pero Packy clavó un puño en la mesa y le ordenó que se sentara.
—Todos estamos cansados, idiota, pero tenemos que hablar de nuestro asunto.
Con un eructo que no hizo intentos de sofocar, Jo-Jo se derrumbó de nuevo en su silla.
—Lo siento —masculló.
—Si no hacemos las cosas bien, puede que acabes suplicando un indulto al gobernador —espetó Packy.
Un temblor nervioso se apoderó de Milo. Simplemente, ignoraba por completo qué esperar a continuación.
—Mañana nos levantaremos muy temprano y tomaremos café, café que Milo tendrá preparado.
Milo asintió.
—Luego sacaremos el camión del granero, iremos a buscar un árbol muy especial que está a unos kilómetros de aquí, en la propiedad de un tipo para el que trabajé de niño, y lo cortaremos.
—¿Vais a cortar un árbol mañana? —le interrumpió Milo—. Pues no seréis los únicos —añadió con entusiasmo. Corrió hasta los periódicos que tenía apilados en la puerta de atrás—. Aquí está, en primera plana —alardeó—. Mañana, a las diez, cortarán la pícea azul elegida este año como el árbol de Navidad del centro Rockefeller. ¡Llevan toda la semana preparando el acontecimiento! Medio pueblo estará allí, y también la prensa, la televisión y la radio.
—¿Dónde está ese árbol? —preguntó Packy con la voz amenazadoramente queda.
—Hummm. —Milo buscó en el artículo—. No me irían mal unas gafas de lectura —señaló—. Ah, aquí está. El árbol se halla en la propiedad de los Pickens. Supongo que hay buenos picos en la propiedad de los Pickens —bromeó.
Packy se levantó de un salto.
—¡Dame eso! —gritó, arrebatándole el periódico. Al ver la foto del árbol, solo y majestuoso en medio de un claro, que estaba a punto de viajar a la ciudad de Nueva York, dejó escapar un grito—. ¡Es mi árbol! ¡Es mi árbol!
—Hay muchos árboles bonitos por aquí que podríamos cortar —sugirió Milo, tratando de ayudar.
—¡Sacad el camión! —Ordenó Packy—. ¡Cortaremos el árbol esta misma noche!