A las ocho menos cuarto Milo escuchó el ruido de un vehículo que se acercaba por el camino. Con nerviosa expectación, corrió a abrir la puerta. Observó que Jo-Jo bajaba de la furgoneta por el lado del copiloto y Benny emergía por la portezuela del asiento trasero.
¿Quién conduce entonces?, se preguntó. En ese momento la puerta del conductor se abrió y apareció una silueta. La tenue luz de la sala fue cuanto Milo necesitó para confirmar su corazonada de que Packy Noonan iba a ser el invitado misterioso.
Benny y Jo-Jo dejaron que Packy fuera el primero en subir los escalones del porche. Milo retrocedió para abrir la puerta de par en par. Tuvo la sensación de que debía cuadrarse, pero Packy le tendió una mano.
—De modo que tú eres Milo, el poeta —dijo—. Gracias por vigilarme el fuerte.
De haber sabido que lo estaba vigilando para ti, me habría largado, pensó Milo; pero se descubrió sonriendo.
—Ha sido un placer, señor Noonan.
—Packy —le corrigió amablemente Packy, mientras recorría la estancia con la mirada. Olfateó el aire—. Qué bien huele.
—Es mi estofado de carne —le informó Milo—. Espero que le guste el estofado de carne, señor… digo, Packy.
—Es mi favorito. Mi madre me lo hacía todos los viernes, o puede que fuera los sábados.
Packy estaba empezando a divertirse. Milo, el poeta, era tan transparente como un adolescente. Tengo un don natural para impresionar a la gente, pensó. ¿Cómo habría conseguido, si no, que todos esos inversores bobos me confiaran su dinero?
Jo-Jo y Benny estaban entrando en la casa. Packy decidió que había llegado el momento de asegurar que Milo se sumara al equipo.
—Jo-Jo, ¿trajiste el dinero, tal como te dije?
—Por supuesto, Packy.
—Saca cincuenta de los grandes y dáselos a nuestro amigo Milo. —Packy colocó un brazo sobre los hombros de Milo—. Milo —dijo—, esto no es lo que te debemos. Esto es un extra por ser un tío fantástico.
¿Cincuenta billetes de cien?, pensó Milo. Pero ha dicho de los grandes. No podía referirse a cincuenta mil, ¿o sí? ¿Otros cincuenta mil? El cerebro de Milo no podía asimilar la idea de recibir tanto dinero así, en efectivo.
Dos minutos más tarde observaba, boquiabierto, cómo un Jo-Jo enfurruñado extraía un fajo de billetes de una maleta repleta de dinero.
—Hay diez billetes de cien en cada fajo —dijo—. Cuéntalos cuando hayas terminado de escribir tu próximo poema.
—¿No tendrías, por casualidad, billetes más pequeños? —Titubeó Milo—. Los billetes de cien son difíciles de cambiar.
—¿Me tomas el pelo? —espetó Jo-Jo.
—Milo —dijo Packy con suavidad—. Los billetes de cien dólares ya no son difíciles de cambiar. Y ahora deja que te explique nuestros planes. Nos largaremos de aquí el martes, como muy tarde. Entretanto, lo único que tienes que hacer es ocuparte de tus asuntos y no prestar atención a nuestras entradas y salidas. Cuando nos vayamos, recibirás los otros cincuenta mil dólares. ¿Estás de acuerdo con el plan?
—Oh, sí, señor Noonan, digo Packy. Por supuesto que lo estoy. —Milo podía saborear y sentir el Greenwich Village como si ya estuviera allí.
—Si alguien llama a la puerta y pregunta si has visto un camión plataforma por los alrededores, habrás olvidado que hay uno en el granero, ¿verdad, Milo?
Milo asintió.
Packy le miró directamente a los ojos y quedó satisfecho.
—Muy bien, veo que nos entendemos. Y ahora, ¿qué tal si cenamos? Hemos tenido un largo viaje y tu estofado huele a gloria.