Menley acompañó a Amy hasta la puerta.
—Esta noche papá y yo vamos a cenar en casa de Elaine —dijo—. Se supone que tenemos que hablar de las relaciones entre ella y yo.
—¿Quieres decir para tratar de limar asperezas? —preguntó Menley.
—Anoche dijo que no estaba dispuesta a meterse en una situación tan hostil. —Amy se encogió de hombros—. Le voy a decir que dentro de un par de semanas me habré ido a la universidad y que si no quiere que venga para las vacaciones me iré a otra parte. Mi abuela todavía vive en Pensilvania y estaría muy contenta de tenerme en su casa. Al menos así no tendría que ver cómo Elaine deja en ridículo a mi padre.
—A veces las cosas se arreglan —dijo Menley abriendo la puerta. Una ráfaga de viento barrió la habitación—. Me alegro de que Adam no coja hoy el avión.
Una vez que Amy se hubo marchado, Menley dio de comer a Hannah, la bañó y luego, con la niña en el regazo, se puso a mirar las noticias que daban a las seis en la cadena de Boston. A las seis y cuarto un boletín móvil pasó por la parte inferior de la pantalla. La tormenta estallaría hacia las siete y hacían una advertencia especial a los habitantes de Cape Cod y de las islas.
—Más vale que preparemos las velas y las linternas —le dijo Menley a Hannah. El cielo estaba totalmente cubierto. El agua, gris oscuro y enfurecida, rompía contra la orilla. Las primeras gotas de lluvia golpeaban los cristales. Menley recorrió las habitaciones apagando las luces.
Hannah empezó a ponerse intranquila y Menley la colocó en la cuna, luego bajó de nuevo. La velocidad del viento aumentaba y oyó el leve grito que emitía al rozar la casa: «Recuerdaaaa».
Adam llamó a las siete menos cuarto.
—Men, al final han anulado la cena a la que iba a ir esta noche. He cogido un taxi para llegar al vuelo directo. Estábamos esperando a que nos dieran la salida cuando han anunciado que el aeropuerto de Barnstable está cerrado. Cogeré el puente aéreo a Boston y alquilaré un coche. Con suerte llegaré a casa entre las nueve y media y las diez.
¡Adam volvía a casa aquella noche!
—¡Fantástico! —Exclamó Menley—. Soportaremos la tormenta juntos.
—Para siempre.
—No has tenido tiempo de cenar, ¿verdad? —preguntó.
—No.
—Te tendré la cena preparada. Seguramente será a la luz de una vela, pero no para hacerla más romántica.
—Men… —vaciló.
—No tengas miedo de preguntarme si estoy bien. Sí, lo estoy.
—¿Has mirado la cinta de Bobby?
—Dos veces. Amy la ha mirado conmigo la segunda vez. Adam, ¿te acuerdas de que Bobby acababa de empezar a decir «mam-mí»?
—Sí, me acuerdo. ¿Por qué?
—No estoy segura…
—Men, están embarcando. Tengo que irme. Hasta dentro de un rato.
Adam colgó y corrió hacia la puerta de embarque. Había mirado la cinta que había encontrado en la librería del piso. «Mam-mí». Casi sonaba como si Bobby llamara a Menley para que fuera hacia él. «Dios mío —pensó—, ¿por qué no habré llegado a Cape Cod antes de que cerraran el aeropuerto?».