Menley invitó a Amy a cenar, pues la notaba algo triste.
—Sólo voy a hacer una ensalada y linguini con salsa de almejas —explicó—, pero quédate.
—Con mucho gusto.
«Es muy buena chica —pensó Menley—. Y ya no es una niña. Va a cumplir dieciocho y tiene un aire apacible que la hace muy atractiva. Además, es más responsable que la mayoría de los adultos. Pero, desde luego, no le gusta la idea de que su padre se case con Elaine».
Menley no tenía intención de sacar a relucir el tema. De lo que sí hablaron fue de los preparativos de Amy para la universidad. Mientras hablaba de sus planes, Amy se fue animando.
—He hablado por teléfono con la chica con quien voy a compartir habitación. Parece simpática. Hemos decidido comprar colchas y cortinas. Su madre la ayudará a elegirlas y yo le pagaré la mitad.
—¿Ya te has comprado ropa?
—Elaine dijo que un día me acompañaría a Boston y pasaríamos un… ¿Cómo lo llama? «Un día de chicas divertido». ¡Qué horror!
—Amy, no te enfrentes a ella —dijo Menley—. Se va a casar con tu padre.
—¿Por qué? Es evidente que no lo quiere.
—Claro que sí.
—Menley, quiero decir, señora Nichols, mi padre es un hombre muy aburrido.
—¡Amy!
—En serio. Es buena persona, amable y le va bien en el trabajo, pero no estamos hablando de eso. Elaine no lo quiere. Le regala cosas cursis, al menos se las regala de una manera cursi, y ella hace la gran comedia. Lo va a hacer desgraciado y ella sabe que yo lo sé y por eso no me soporta.
—Amy, espero que Hannah no hable nunca así de su padre —dijo Menley sacudiendo la cabeza aun a sabiendas de que Amy había dado en el clavo.
—Está de broma. El señor Nichols es la clase de hombre que buscan las mujeres. Y si quiere que le diga la verdad, la primera de la lista es Elaine.
Cuando Amy se hubo marchado, Menley recorrió la casa cerrando las ventanas. Luego encendió el televisor para oír la previsión del tiempo y oyó que se estaba formando una tormenta que llegaría a Cape Cod al día siguiente por la tarde. «Más vale que mire si tenemos linterna y velas, por si acaso», pensó.
En el momento en que se disponía a sentarse ante la mesa del estudio, sonó el teléfono. Era Jan Paley.
—Quería haber hablado contigo ayer, cuando estuvisteis en casa de Scott Covey, para decirte que Phoebe ha vuelto a hablar de Tobias Knight —dijo—. Menley, me parece que tenías razón. Está intentando decirnos algo.
—Hoy he pasado por la casa de Eastham después de dejar a Adam en el aeropuerto. La recepcionista me ha enseñado un retrato de Knight. Ese hombre parecía un falso y un presumido. No me cabe en la cabeza que Mehitabel tuviese una aventura con él. Y otra cosa interesante es que, según los datos que tenemos, ya llevaba por lo menos tres meses embarazada de Andrew Freeman cuando la denunciaron. —Hizo una pausa—. Me parece que estoy pensando en voz alta. He estado embarazada dos veces y lo último que me habría apetecido durante los tres primeros meses es liarme con otro hombre.
—Entonces, ¿qué se te ocurre? —preguntó Jan.
—Tobías Knight era un saqueador nocturno. La Corona lo estaba interrogando sobre la carga del Tbankful por la misma época en que lo habían visto entrar en la casa de Mehitabel a horas extrañas. ¿Y si no la iba a ver a ella? ¿Y si Mehitabel ni siquiera sabía que Tobias entraba en su casa? Si no hubiera confesado que se veía con ella, habrían buscado otra razón que explicara su presencia. A lo mejor tenía escondido parte del cargamento del Thankful en el jardín, o incluso en la casa.
—En la casa no creo —la contradijo Jan.
—Las habitaciones de la planta baja son más pequeñas que las de Eastham, pero por fuera las dos casas miden lo mismo. Pienso fisgonear un poco.
—No creo que te sirva de gran cosa. Si alguna vez hubo algún almacén, seguramente lleva más de doscientos años tapiado. Pero es posible que existiera en algún momento.
—¿Ha sugerido alguien alguna vez que hubiera un escondite en esta casa?
—Que yo sepa no. Y los últimos obreros que estuvieron aquí hicieron reformas a fondo. Trabajaban para Nick Bean, de Orleans.
—¿No le importa que hable con él mañana?
—Claro que no. Fisgonea todo lo que quieras. Buenas noches, Menley.
Después de colgar, Menley se apoyó en el respaldo de la silla y observó los retratos de Mehitabel y Andrew en el barco. Parecían enormemente felices.
Mehitabel murió jurando que era inocente y una semana más tarde Andrew se hizo a la mar a pesar de que se avecinaba una tormenta, desesperado por recuperar a su hija y llorando a su mujer. ¿Era posible que estuviera convencido de la inocencia de Mehitabel y se hubiera vuelto loco de remordimiento?
El instinto de Menley le decía que iba por el buen camino.
Se inclinó nuevamente sobre la mesa, pero ya no le apetecía revisar carpetas. Debía enfrentarse a una cosa que había dicho Amy durante la cena. Elaine se iba a casar con otro hombre, pero estaba enamorada de Adam. «Lo noté aquella noche en la cena —pensó Menley—. No se le ha olvidado que tiene la cinta, la ha retenido deliberadamente, a sabiendas de que para nosotros es muy importante. ¿Para qué le sirve a ella si no es para mirar a Adam? ¿O le ha encontrado otra utilidad?».
A las diez se retiró a su dormitorio, se puso el camisón y la bata y llamó a Adam a Nueva York.
—Estaba a punto de llamarte para darte las buenas noches —dijo él—. ¿Cómo están mis chicas?
—Bien. —Menley vaciló, pero sabía que tenía que hacer la pregunta que le rondaba la cabeza—. Amy se ha quedado a cenar y ha hecho un comentario interesante. Cree que Elaine está enamorada de ti, y yo estoy de acuerdo con ella.
—Eso es ridículo.
—Adam, por favor, comprende que después de la muerte de Bobby yo no pude ser muy buena esposa para ti durante un año. El verano pasado te pedí que nos separáramos y seguramente estaríamos divorciados si no hubiera quedado embarazada. Mientras estábamos separados, Elaine y tú os hicisteis íntimos, ¿verdad?
—Depende de lo que tú llames íntimos. Desde que éramos pequeños siempre hemos sido buenos amigos.
—Adam, no me vengas con esa historia de los amigos, ya la has usado otras veces. Me contaste que te ayudó mucho cuando murió tu padre y que cuando no salías con nadie en serio la llamabas a ella. ¿No es eso lo que ocurría?
—Menley, ¿no pensarás que me enredé con Elaine el año pasado?
—¿Estás enredado con ella ahora?
—¡No, por Dios!
—Tenía que preguntártelo. Buenas noches.
Adam oyó el clic del teléfono. Al llegar a casa se había dado cuenta de qué era lo que lo inquietaba. Un día del invierno anterior, mientras Menley se encontraba fuera, estuvo mirando la cinta de Bobby. Y ahora estaba donde la había dejado, en el cajón de su mesa. Sí que se la había traído a casa el verano anterior. ¿Por qué Elaine había hecho una copia y no se lo había dicho?