El día siguiente a la vista, Graham y Anne Carpenter decidieron ir a hacer un crucero.
—Necesitamos alejarnos de todo esto —declaró él.
Anne, profundamente deprimida por los recientes sucesos, accedió con indiferencia. Sus otras dos hijas se habían desplazado a Cape Cod para la vista y Emily, la mayor, dijo con firmeza:
—Mamá, tienes que dejar de culparte. A su manera, la pobre Vivy os quería mucho a ti y a papá, y no le gustaría verte así. Marchaos de viaje, alejaos de todo esto. Pasadlo bien y cuidaos el uno al otro.
El martes por la noche, una vez que Emily, Barbara y sus maridos se hubieron marchado, Anne y Graham se sentaron en la terraza de delante y comenzaron a hacer planes para el viaje. Anne estaba más animada y se reía al recordar algunos de los cruceros que habían hecho. Graham tenía necesidad de expresar con palabras lo que sentía:
—No ha sido agradable para ninguno de los dos que los periódicos nos pintaran como unos padres espantosos, y seguro que no escatimarán esfuerzos para describir la vista, pero nosotros hemos hecho lo que teníamos que hacer y creo que, donde esté, Vivian sabe que nuestra intención fue que se hiciera justicia.
—Y yo rezo para que también sepa que no hemos podido hacer más.
—Mira, ahí viene Pres Crenshaw con Brutus.
Observaron cómo un anciano vecino avanzaba lentamente por la acera con su pastor alemán sujeto a una cadena.
—Ponte el reloj en hora —dijo Graham—. Las diez en punto.
Un instante después pasó un coche.
—Pres debería tener cuidado, está muy oscuro —dijo Anne.
Se volvieron y entraron en la sala.