El martes por la mañana, Nat Coogan se fue a trabajar antes de lo habitual. Por pura curiosidad, pasó por delante de casa de Scott Covey para ver si había indicios de que se preparaba para marcharse. Nat no dudaba de que, ahora que la investigación había terminado y el veredicto había sido favorable, Covey cortaría todos sus vínculos con Cape Cod.
Pese a lo temprano de la hora, advirtió que Covey ya se había ido. Las cortinas estaban corridas y había un par de bolsas de basura en un costado de la casa. «No hace falta orden de registro para inspeccionar lo que la gente deja en la basura», se dijo Nat, y aparcó el coche.
En una bolsa había latas y botellas para reciclar, así como fragmentos de cristal. La otra contenía desperdicios de comida y otros desechos, entre ellos un marco con el resto del cristal y una foto atravesada por dobleces en varias direcciones. «Vaya, vaya», pensó. Era la foto aérea de Recuerda, la que estaba en el escaparate de la agencia inmobiliaria. Incluso en aquel estado de mutilación, era más nítida que la copia que le había enseñado Marge. Y habían arrancado el fragmento en que se veía el barco. «¿Por qué? —se preguntó—. ¿Por qué intentó romperla? ¿Por qué no la dejó si no se la quería llevar? ¿Por qué recortó el barco que salía en la foto? ¿Y por qué no estaba en la copia?».
Metió la foto arrugada en el maletero y se dirigió a la calle principal. Elaine Atkins estaba abriendo el establecimiento y lo saludó amablemente:
—Tengo la foto que quería. Se la puedo enmarcar.
—No, no se moleste —dijo Nat con calma—. Me la llevo tal como está. Deb quiere enmarcarla ella misma. —Cogió la foto y la estudió—. ¡Estupenda! ¡Qué bien hecha está!
—A mí también me lo parece. Una foto aérea puede ser muy útil para vender una finca, pero ésta es muy buena en sí misma.
—En el departamento a veces necesitamos fotos aéreas. ¿Se las hace alguien de por aquí?
—Sí, Walter Orr, de Orleans.
Nat continuó estudiando la foto. Era la misma versión que había puesto Marge en el escaparate hacía tres días.
—No sé si me equivoco, pero me parece que cuando la vimos en el escaparate había un barco —comentó Nat.
—El negativo se estropeó y he tenido que retocarla —se apresuró a responder Elaine.
Nat observó que se ruborizaba. ¿Por qué estaba tan nerviosa?
—¿Qué le debo? —preguntó.
—Nada. Me las revelo yo misma.
—Muy amable, señorita Atkins.