Después de testificar, Henry Sprague llamó a su casa para saber cómo estaba Phoebe. Jan le dijo que se quedara hasta el final de la sesión.
—Todo va bien —insistió.
Sin embargo, no había sido un día fácil. Phoebe perdió el equilibrio al bajar los dos escalones que conducían al jardín y Jan tuvo que correr a sostenerla. A la hora de comer, cogió el cuchillo e intentó tomarse la sopa con él.
Mientras le ponía la cuchara en la mano, Jan recordó con tristeza las veces en que Tom y ella habían cenado con los Sprague. En aquella época, Phoebe era una anfitriona amable y ocurrente que presidía una mesa la mar de alegre, puesta con mantelitos individuales y servilletas a juego, velas y un centro que ella misma hacía con flores del jardín.
Resultaba angustioso pensar que aquella mujer que la miraba con patético agradecimiento por comprender que no sabía qué cubierto utilizar era la misma persona.
Después de comer, Phoebe se echó una siesta. Cuando despertó, a media tarde, parecía más despabilada. Jan decidió tratar de averiguar qué era lo que había intentado decir de Recuerda.
—El otro día la mujer de Adam y yo fuimos a hablar con propietarios de casas antiguas —dijo—. La mujer de Adam está escribiendo un artículo sobre viviendas con leyenda. Yo creo que Recuerda es la más interesante de todas. Fuimos a Eastham y vimos otra casa edificada por Tobias Knight. Es muy parecida a Recuerda pero menos lujosa, y las habitaciones son más grandes.
Las habitaciones. Recuerda. Un olor a humedad impregnó el olfato de Phoebe. Olía a tumba. Era una tumba. Estaba en lo alto de una escalera. Había montones de trastos. Empezó a revolver y sus manos tropezaron con un cráneo. Le llegaron voces desde el piso de abajo que hablaban de la mujer de Adam.
—Dentro de la casa —consiguió decir.
—¿Hay algo dentro de Recuerda?
—Tobias Knight —balbuceó.