El domingo por la mañana, Adam insistió en ir a comer fuera después de salir de la iglesia.
—Ayer estuvimos trabajando los dos, que no era lo que teníamos planeado, y yo esta tarde tengo que pasarme al menos una hora con Scott Covey.
Menley no podía negarse, aunque le habría gustado quedarse a trabajar. Unos registros municipales guardados en la última carpeta de Phoebe Sprague informaban de las circunstancias de la muerte de Mehitabel.
Hacía dos años que el capitán Andrew Freeman había zarpado llevándose a su hijita. Durante todo ese tiempo Mehitabel estuvo pendiente de su regreso desde el balcón de la viuda de Nickquenum, que era el nombre de la casa en aquella época. Cuando divisó las velas, corrió al puerto a esperarlo. «Un espectáculo penoso», según una carta escrita por el concejal Jonathan Weekes.
«Con perceptible sufrimiento, se arrodilló humildemente ante él y le suplicó que le entregara a su hija. Él le dijo que la niña jamás vería a su disoluta madre y ordenó a Mehitabel que se fuera de su casa. Pero su enfermedad y fatiga fueron respetadas por todos y la condujeron allí para que aquella misma noche se elevara a su celestial morada. Se dice que el capitán Freeman presenció su muerte y que sus últimas palabras fueron: "Andrew, aquí espero a mi hija y aquí, cruelmente injuriada, muero exenta de pecado"».
Menley comentó con Adam lo que había averiguado mientras tomaban huevos Benedict en el Red Pheasant de Dennis.
—A mi padre le encantaba este sitio —dijo Adam mirando a su alrededor—. Lástima que ya no esté con nosotros. Te habría ayudado mucho. Se sabía la historia de Cape Cod de cabo a rabo.
—Y Phoebe Sprague también era una experta —dijo Menley—. Adam, ¿qué te parece si llamamos a los Sprague y Hannah y yo vamos a verlos mientras tú estás con Scott?
Adam titubeó.
—Phoebe dice cosas raras a veces.
—No siempre.
Fue a llamar y regresó a la mesa, sonriente.
—Hoy está bastante bien. Henry ha dicho que vayamos.
«Dieciocho días más», pensó Henry mientras observaba a Phoebe jugar a dar palmas con Hannah, que estaba sentada en el regazo de Menley. Temía la mañana en que despertara y Phoebe no estuviese a su lado. Ese día caminaba mejor, con mayor seguridad. Henry sabía que no duraría. Cada vez tenía menos momentos de lucidez, pero al menos, gracias a Dios, ya no sufría pesadillas. Las últimas dos noches había dormido bastante bien.
—A mi nieta también le encanta este juego —le dijo Phoebe a Hannah—. Tiene más o menos tu edad.
Laura había cumplido ya quince años. Era lo que había dicho el médico: la memoria remota era lo último que perdían. Henry agradeció la mirada de comprensión que le dirigió la mujer de Adam. «Qué guapa es Menley», pensó. Durante las últimas semanas su cabello se había llenado de mechas claras y su piel se había bronceado ligeramente. El color tostado resaltaba el azul intenso de sus ojos. Tenía una sonrisa preciosa, pero aquel día observó algo distinto en ella, una tristeza indefinible que antes no había percibido.
Luego, cuando la oyó hablar con Phoebe, se preguntó si la investigación de Recuerda la estaba afectando. Ciertamente era una historia trágica.
—He encontrado el relato de la muerte de Mehitabel —le decía a Phoebe—. Supongo que cuando supo que Andrew no le iba a entregar a la niña, se dio por vencida.
Phoebe quería decir algo. Tenía que ver con Mehitabel y con lo que le iba a ocurrir a la mujer de Adam. La arrastrarían a aquel lugar sombrío donde Andrew Freeman había dejado a Tobías Knight para que se pudriera, y entonces se ahogaría. Si pudiese explicárselo… Si los rostros y las voces de la gente que iba a matar a la mujer de Adam fueran algo más que sombras borrosas… ¿Cómo podía prevenirla?
—¡Vete! —Gritó empujando a Menley y a la niña—. ¡Vete!
—El padre y la madre de Vivian van a dar unos testimonios muy emocionales —advirtió Adam a Scott—. Te van a presentar como un cazafortunas que tenía una amiguita espectacular la semana antes de casarse y que, después de matar a su hija, le arrancó un anillo del dedo en un acto de codicia.
El rostro de Scott Covey reflejaba la tensión del inminente acto judicial. Estaban sentados el uno frente al otro, separados por los apuntes de Adam, extendidos sobre la mesa del comedor.
—Yo no puedo decir más que la verdad —dijo en voz baja.
—Lo que importa es cómo la dices. Tienes que convencer a ese juez de que fuiste víctima del temporal igual que Vivian. Tengo un buen testigo que lo corroborará, un hombre que casi perdió a su nieto cuando su barca naufragó. Y lo habría perdido si no lo hubiese cogido del pie cuando el niño estaba a punto de caer por la borda.
—¿Lo habrían acusado a él de asesinato si no hubiera podido agarrar al niño? —preguntó Covey con amargura.
—Eso es exactamente lo que le quiero hacer ver al juez.
Cuando se marchaba, una hora más tarde, Adam dijo:
—Nadie puede prever el resultado de estas audiencias, pero tenemos posibilidades. Sólo recuerda que no debes perder el genio ni criticar a los padres de Vivian. Eso que quede claro, ellos son unos padres afligidos y tú un marido afligido. Compórtate como un marido cuando intenten presentarte como un oportunista asesino.
Adam se sorprendió al ver que Menley y Hannah lo estaban esperando en el coche.
—Me temo que he disgustado a Phoebe —le dijo Menley—. No debería haberle nombrado a Mehitabel. No sé por qué, se ha alterado mucho.
—Nadie sabe qué es lo que produce esos ataques —dijo Adam.
—En mi caso, son consecuencia de algún estímulo.
—No es lo mismo. —Adam introdujo la llave en el contacto.
«Mamá, mamá», una palabra tan alegre… La noche en que le pareció oír que Bobby la llamaba, ¿habría estado soñando con lo que pasó aquel día en East Hampton? ¿Había unido un recuerdo feliz y, a la vez, una alucinación?
—¿Cuándo tienes que volver a Nueva York? —preguntó.
—Supongo que el juez se pronunciará mañana a última hora, o el martes. Me iré el martes por la tarde y me quedaré hasta el jueves por la mañana. Pero te aseguro que ya no pienso trabajar más en todo el mes, Men.
—Quiero que traigas la cinta de Bobby en East Hampton.
—Ya te he dicho que la traeré. —Mientras arrancaba, Adam se preguntó a qué vendría todo aquello.