El sábado por la mañana Adam le recordó a Menley que le dijera a Amy que aquel día no la iban a necesitar. Él tenía una reunión con un experto en temas marítimos que le había recomendado el director del puerto de Chatham.
—Necesito a alguien para contrarrestar la declaración de la gente de Woods Hole, porque van a poner en duda que el cuerpo fuera arrastrado por el mar. Pero no tardaré mucho; volveré a las doce o la una.
«Medio camino —se dijo Menley—. No se cree que no he tenido una alucinación cuando he soñado con Bobby, pero al menos está dispuesto a dejarme sola con la niña».
—Esta mañana quiero trabajar —declaró—, así que le diré a Amy que venga hasta la hora de comer.
—Tú decides, cariño.
Amy llegó en el preciso momento en que se marchaba Adam y se quedó de piedra cuando oyó a Menley preguntar:
—Adam, ¿dónde está esa cinta de Bobby en East Hampton? Ya estoy preparada para verla.
—Está en casa.
—¿La traerás la próxima vez que vayas?
—Claro. La miraremos juntos.
«¿Debo decirles que la tengo yo? —se preguntó Amy—. Es posible que no les guste que la haya visto. No, lo mejor será que la deje cuanto antes en casa de Elaine. El señor Nichols podría acordarse de que se la dejó aquí y pedírsela a Elaine».
Cuando Menley entró en el estudio y cerró la puerta, se dio cuenta enseguida de que había algo distinto. Hacía frío. Eso debía de ser. Por la mañana no daba el sol en aquella habitación. Aun así, decidió no volver a trasladar los papeles a la cocina. Estaba perdiendo demasiado tiempo revisando los montones de carpetas. Las esparciría por el suelo, como hacía en su casa, y encima de cada una pondría una hoja de papel con una descripción del contenido en letras grandes. Así encontraría fácilmente lo que buscaba y cuando terminara podía dejarlo todo como estaba sin necesidad de ordenarlo cada vez.
Pasó la primera hora extendiendo las carpetas a su gusto y a continuación abrió la nueva carpeta de Phoebe Sprague y comenzó a estudiar su contenido.
Lo primero que encontró fueron los dibujos. Nuevamente observó con atención el que representaba al capitán y a Mehitabel en el barco y luego lo pegó a la pared junto a la mesa. Al lado colgó los dibujos que había hecho ella misma y el que le había traído Jan de la biblioteca de Brewster. «Casi idénticos —pensó—. Debo de haber visto algo parecido en las carpetas».
Ya había pensado cómo iba a trabajar. Empezó a revisar el material nuevo en busca de referencias a Tobías Knight. La primera vez que vio su nombre fue en relación con la ejecución del castigo de Mehitabel. «En el pleno municipal celebrado en Monomoit el tercer miércoles de agosto del año del Señor 1711, compareció Mehitabel, esposa del capitán Andrew Freeman, y se ejecutó la sentencia del tribunal en presencia de su marido, de los acusadores, de su arrepentido cómplice en el delito de adulterio y de los conciudadanos que abandonaron sus casas y sus deberes para presenciar el castigo a la falta de castidad y ser escarmentados».
«El tercer miércoles de agosto —pensó Menley—. Es por estas fechas. Y Andrew vio cómo la torturaban. ¿Cómo pudo?».
Phoebe había anotado un comentario: «El capitán Freeman se hizo a la mar esa noche y se llevó a la niña de mes y medio y a una esclava india como nodriza».
«La dejó en aquel estado y le quitó a la niña. —Menley alzó la vista hacia el retrato de Andrew Freeman—. Espero que ese día no tuvieras esa expresión firme y convencida». Arrancó el dibujo de la pared, cogió un carboncillo y, con trazos rápidos y seguros, modificó el rostro del retratado.
Pretendía reflejar crueldad pero, por mucho que se esforzó, una vez terminado, el rostro de Andrew Freeman era el de un hombre destrozado por el dolor.
«Quizá tuviste la decencia de lamentar lo que le hiciste», pensó.
Amy y Hannah habían ido a buscar una botella de zumo a la cocina. Amy estaba de pie con la niña en brazos, vacilante. Le pareció oír unos sollozos en la parte delantera de la casa. «Eso es lo que oyó Carrie ayer —pensó—. A lo mejor la señora Nichols había regresado sin que nos diéramos cuenta. Es capaz de mostrarse perfectamente serena delante de la gente, pero está deprimida de verdad», se dijo Amy al tiempo que se preguntaba si debía contárselo a Adam.
Volvió a escuchar. No, no era Menley. Había empezado a soplar el viento igual que el día anterior y eso era lo que producía un ruido que retumbaba en la chimenea. «Te has confundido otra vez, Carrie», pensó Amy.