A última hora de la mañana del sábado, Nat Coogan acompañó obedientemente a su esposa de compras. Se acercaba su aniversario y Debbie había visto un cuadro en una galería que en su opinión quedaría perfecto encima de la chimenea.
—Es una panorámica del mar y de la costa —le dijo—. Me parece que si lo mirara cada día tendría la sensación de vivir frente al mar.
—Si te gusta, cómpralo, cariño.
—No, antes tienes que verlo tú.
Nat no entendía de arte, pero cuando vio la acuarela le pareció obra de un aficionado y pensó que no valía los doscientos dólares que pedían por ella.
—No te gusta, me doy cuenta —dijo Debbie.
—No está mal.
—El pintor sólo tiene veintiún años y promete —intervino el galerista—. Algún día este cuadro puede llegar a valer mucho dinero.
«Yo no pondría las manos en el fuego», se dijo Nat.
—Lo pensaremos —respondió Debbie. Una vez fuera, suspiró—. Hoy no me ha parecido tan bueno.
La galería estaba en una manzana de la calle principal.
—Te invito a comer —dijo Nat cuando llegaron a la acera.
—Seguramente preferirías salir en la barca.
—No, es igual. Podemos ir al Wayside. Hoy trabaja Tina y quiero que me vea por allí. Una de las pocas posibilidades que tenemos de coger a Covey es que se ponga nerviosa cuando testifique.
Pasaron por delante de la inmobiliaria Atkins y Debbie se paró a mirar el escaparate.
—Siempre miro a ver qué fincas de primera línea de mar tienen esta semana —le dijo a Nat—. Al fin y al cabo, algún día nos puede tocar la lotería. Me dio mucha pena cuando quitaron la foto aérea de Recuerda. Era mi preferida. Me parece que por su culpa me llamó la atención la acuarela.
—Parece que Marge va a volver a ponerla —dijo Nat.
Desde el interior del local, Marge estaba abriendo el escaparate y, bajo la mirada de la pareja, colocó la fotografía enmarcada en un espacio vacío. Al verlos, Marge los saludó con la mano y salió a hablar con ellos.
—Hola, detective Coogan —dijo—. ¿Puedo servirlo en algo? Tenemos unas casas muy interesantes.
—Asuntos particulares —repuso Nat—. Mi mujer está enamorada de esa foto. Por desgracia, la finca no entra en nuestro presupuesto.
—La foto atrae a muchos clientes —comentó Marge—. En realidad es una copia de la que había antes. Elaine la ha hecho para Adam Nichols y la dejaré en el escaparate hasta que venga a buscarla. El original se lo regaló a Scott Covey.
—¡A Scott Covey! —Exclamó Nat—. ¿Y para qué la quiere él?
—Según Elaine, está interesado en comprarla.
—Yo pensaba que se moría de ganas de largarse de Cape Cod —dijo Nat—. Siempre que esté libre para hacerlo, claro.
Incómoda, Marge se dio cuenta de repente de que podía estar entrando en territorio peligroso. Había oído que Nat Coogan estaba investigando a Scott Covey. Por otra parte, ése era su trabajo y su mujer y él eran personas agradables que un día podían llegar a ser clientes. Su mujer seguía admirando la foto de Recuerda. Marge recordó que Elaine había dicho que tenía el negativo y que podía hacer todas las copias que quisiera.
—¿Le gustaría tener un ejemplar de la foto? —preguntó.
—Desde luego —respondió Debbie—. Y ya sé dónde la pondré.
—Estoy segura de que a Elaine no le importará hacerle una copia.
—Entonces, arreglado —sentenció Nat.