Menley llamó a Carrie Bell a las cuatro. La cautela inicial de Carrie cuando Menley se identificó dio paso de inmediato a una cordialidad sincera cuando se dio cuenta del motivo de la llamada.
—Ah, estupendo —dijo—. Necesito el dinero. Estas dos últimas semanas he perdido mucho trabajo.
—¿Sí? —Preguntó Menley—. ¿Por qué?
—No debería haber dicho nada. Iré mañana a primera hora. Gracias, señora Nichols.
Menley le comentó a Amy lo que le había dicho Carrie Bell.
—¿Tienes idea de a qué podía referirse con eso de que ha perdido mucho trabajo?
Amy parecía incómoda.
—Es que Elaine la recomienda a gente que quiere vender o alquilar casas. Carrie va un par de días y deja las casas fantásticas. Pero Elaine dice que no piensa darle ningún otro trabajo porque es una chismosa de mucho cuidado. Incluso intentó convencer a mi padre de que la despidiera.
Durante la cena, Menley le contó a Adam la conversación.
—¿No te parece una exageración? —Preguntó mientras le servía más enchilada—. Por lo que me ha contado Amy, Carrie Bell es una madre soltera trabajadora que tiene que mantener a un niño de tres años.
—Es la mejor enchilada que has hecho nunca —comentó Adam—. Y para contestar a tu pregunta, ya sé que Carrie hace bien su trabajo. El año pasado limpió la casita que alquilé cuando vine solo, pero también sé que Elaine es muy exigente. No es casualidad que le vayan tan bien las cosas, porque no deja nada librado al azar. Si cree que la chismorrería de Carrie Bell perjudica sus posibilidades de vender casas, Carrie ya se puede despedir del trabajo. Ah, ¿te había dicho que además de la comida me gusta el ambiente?
Menley había apagado la luz del techo y había encendido los candelabros de la pared de manera que emitieran una tenue luz. Estaban sentados el uno frente al otro en la mesa de la cocina. Todos los papeles de Phoebe Sprague, así como los libros, los apuntes y los dibujos de Menley estaban en el estudio.
—He decidido que como siempre comemos aquí, es una lástima que tengamos que estar apretados —explicó.
Eso era verdad sólo en parte, pues cuando Adam llegó a casa a última hora de la tarde y le dio la pesada carpeta que Henry Sprague le había entregado, echó una rápida mirada y se quedó perpleja al ver el dibujo de Mehitabel y Andrew en el barco. Era tal como se lo había imaginado. «Tiene que haber otro retrato de ellos entre todos estos papeles —se dijo—, y debo de haberlo visto». Pero era otro ejemplo de las cosas importantes que había olvidado.
Entonces decidió dejar el libro unos días y dedicarse al artículo para Travel Times. Llamó a Jan Paley y ésta accedió a prepararle unas visitas a viviendas antiguas de la zona.
—Las historias que me contó de casas en que la gente percibe presencias extrañas serían perfectas —le había dicho a Jan por teléfono—. Sé que a la editora le encantarían. —«Y yo quiero oír lo que dice la gente», pensó.
—¿Has escrito mucho hoy? ¿O aún estás escarbando en las carpetas de Phoebe? —preguntó Adam.
—Ni una cosa ni la otra —respondió, y pasó a contarle que había llamado a Jan y lo que pensaba hacer.
Entonces Menley se preguntó si se habría precipitado al explicárselo. Parecía forzado.
—¿Historias de fantasmas? —dijo Adam sonriendo—. Tú no crees en esas tonterías.
—Creo en las leyendas. —Observó que la enchilada había desaparecido del plato de su marido—. Tenías hambre, ¿eh? ¿Qué has comido a mediodía?
—Una hamburguesa. Pero de eso hace mucho tiempo. He comido con Laine y hemos estado repasando su declaración para la vista.
Cuando Adam se refería a Elaine su voz adquiría un tono cariñoso, incluso íntimo. Menley no pudo evitar preguntarle:
—Adam, ¿tuviste relaciones con Elaine alguna vez? Quiero decir algo más que simple… amistad.
—Bueno, de jovencitos salíamos a temporadas —respondió él, incómodo—. Y a veces, cuando venía a Cape Cod mientras estudiaba derecho, nos veíamos.
—¿Y luego nunca más?
—Venga, Men, ¿no esperarás que me vaya de la lengua? Antes de conocerte, a veces traía a la chica con quien saliera a pasar algún fin de semana, cuando mi madre aún tenía la casa grande. Otras veces venía solo. Si ninguno de los dos tenía nada que hacer, Laine y yo salíamos por ahí. Pero eso fue hace años. No tiene importancia.
—Ya.
«Déjalo —se dijo Menley—. Sólo te faltaba empezar a discutir por Elaine».
Adam alargó el brazo y cogió la mano de su esposa.
—Estoy con la única chica que he querido de verdad y con la que siempre he deseado estar —dijo. Hizo una pausa y añadió—: Hemos pasado más en cinco años que la mayoría de la gente en toda la vida. Lo único que me importa ahora es superar esta racha y volver a pisar terreno firme.
Menley le rozó las yemas de los dedos con las suyas y luego retiró la mano.
—Estás intentando decirme algo, ¿verdad? —preguntó.
Cada vez más horrorizada, escuchó el plan de su marido.
—Men, cuando hablé con la doctora Kaufman, me dijo que te iría bien una terapia agresiva. Una cosa es revivir un accidente y otra pensar que oías a Bobby llamándote y correr por toda la casa buscándolo. Quiere que ingreses en el hospital unos días.
Era exactamente lo que temía.
—Estoy mejor, Adam.
—Ya sé que lo intentas con todas tus fuerzas, pero lo más conveniente sería que después de la vista siguiéramos su consejo. Ya sabes que confías en ella.
En ese momento lo odiaba y sabía que se le notaba en la cara. Se volvió y observó que había puesto la muñeca antigua en la trona de Hannah. La miraba fijamente con sus ojos azules de porcelana, una parodia del milagro que representaba su hija.
—No se trata de confiar en la doctora Kaufman, se trata de confiar en mí.