«Así que va a ser aquí donde se desmorone la defensa —pensó Adam—, en la cocina de Vivian Carpenter».
—¿Qué quieres decir con eso de que no has sido sincero conmigo? —preguntó.
Scott Covey contempló el vaso de cerveza intacto y, sin mirar a Adam, dijo:
—Te había dicho que desde que me casé con Vivian sólo había visto a Tina aquel día en el bar y cuando vino a darme el pésame. Eso es verdad. Lo que no es verdad es que el verano pasado habíamos roto definitivamente.
—¿La volviste a ver después de que te fueras de Cape Cod en agosto?
—Vino a Boca cinco o seis veces. Te lo quería decir, aunque seguro que tu investigador lo averiguará de todos modos.
—El investigador que quería contratar está de vacaciones hasta la semana que viene. Pero tienes razón, lo habría averiguado. Y también lo averiguarán los de la oficina del fiscal, si no lo saben ya.
Scott echó hacia atrás la silla y se levantó.
—Adam, me da vergüenza decirlo, pero es verdad. Sí que rompí con Tina en agosto. No era sólo que había empezado a salir con Viv, es que Tina quería ir en serio y yo no. Entonces, cuando llegué a Boca me di cuenta de que echaba mucho de menos a Viv. Normalmente, estas aventuras veraniegas quedan en nada, ya lo sabes. Llamé a Viv y me di cuenta de que ella sentía lo mismo por mí. Vino a verme a Boca, nos encontramos en Nueva York unas cuantas veces y en primavera los dos estábamos seguros de que nos queríamos casar.
—Si lo que dices es cierto, ¿por qué no me lo contaste desde el principio? —preguntó Adam con tono acusador.
—Porque Fred no sabe que Tina y yo nos vimos durante el invierno. No le molestaba que saliera con otros, pero a mí me odia porque el verano pasado lo dejó por mí. Por eso ella quiso quedar conmigo aquel día, para que le asegurase personalmente que no le diría a nadie que había estado en Florida.
—¿Os visteis después del día aquel en que se fue del bar?
Scott se encogió de hombros.
—La llamé y le advertí que si quería decirme algo tendría que hacerlo por teléfono. Entonces, cuando oí lo que era me eché a reír. Le pregunté a quién creía que le iba a contar que había venido a Boca, si pensaba que era un imbécil o qué.
—Me parece que nos van a hacer falta unos cuantos testigos que declaren que era Tina la que te perseguía a ti y no al revés. ¿Se te ocurre alguien?
El rostro de Scott se iluminó.
—Un par de camareras del Daniel Webster Inn. Eran amigas de Tina pero luego se enfadaron con ella.
Me dijo que estaban resentidas porque algunos de los clientes habituales que dejaban propinas considerables pedían que les sirviera ella.
—Parece que Tina va a por todas —dijo Adam—. Espero que a Fred no le importe que se sepa públicamente que le mentía.
«¿Por qué me habré metido en esto? —se preguntó Adam una vez más. Aún creía que la esposa de Scott Covey había muerto en un trágico accidente, pero también creía que Covey había utilizado a Tina hasta que Vivian decidió casarse con él—. Es posible que este individuo sea inocente de asesinato, pero eso no quita que sea un sinvergüenza».
De repente, la cocina se hizo demasiado pequeña. Le faltaba el aire. Quería volver junto a Menley y Hannah. Sólo iban a disfrutar de unos días juntos antes de que tuviera que llevar a su esposa al hospital. Debía empezar a prepararla.
—¿Cómo se llaman esas camareras? —dijo con brusquedad.
—Liz Murphy y Alice Regan.
—Escríbeme los nombres. Espero que todavía trabajen allí.
Adam se volvió y salió de la cocina. Al pasar por delante del comedor echó un vistazo. Sobre la mesa había una gran fotografía enmarcada; era la vista aérea de Recuerda que Elaine tenía en el escaparate. Se inclinó a examinarla.
Le pareció una fotografía magnífica. La casa tenía un aspecto majestuoso. Los colores eran espectaculares: el intenso verde de los árboles que rodeaban la edificación, el morado de las hortensias que bordeaban su base, el mar azul verdoso, levemente ondulado. Incluso se veía la gente que paseaba por la playa y una barquita anclada junto al horizonte.
—Me encantaría que la foto fuera mía —comentó.
—Es un regalo de Elaine —repuso Scott de inmediato—. Si no, te la daría. Parece que piensa que si no os quedáis vosotros la casa me podría interesar a mí.
—¿Y te interesaría?
—Si Viv estuviera viva, sí. Ahora no. —Vaciló—. Lo que quiero decir es que tal como estoy ahora, no. Tal vez cambiaría de idea si el juez borrase todas las sospechas que recaen sobre mí.
—Desde luego, mirar esta foto es un incentivo para comprar la casa. Conmigo funciona —dijo Adam y se volvió para marcharse—. Me voy. Ya hablaremos luego.
Estaba entrando en el coche cuando Henry Sprague le hizo señas.
—He encontrado más material para Menley —dijo—. Entra un momento, que te lo daré. —La carpeta estaba sobre la mesa del recibidor—. Phoebe insiste en que esta muñeca es de Recuerda. No sé por qué lo cree, pero ¿te importaría llevártela?
—Seguramente a Menley le encantará —dijo Adam—. Evidentemente es auténtica. No te sorprenda que la reproduzca para el libro. Gracias, Henry. ¿Cómo está Phoebe?
—Ahora durmiendo la siesta. Ha pasado mala noche. No sé si te lo había dicho, a primeros de mes voy a ingresarla en una residencia.
—No me lo habías dicho. Lo siento.
Mientras Adam se ponía la carpeta bajo el brazo y cogía la muñeca, un grito lo sobresaltó.
—Tiene otra pesadilla —dijo Henry, y corrió hacia el dormitorio seguido de Adam. Phoebe estaba tendida en la cama, tapándose la cara con las manos. Henry se inclinó y le cogió las manos—. Tranquila, querida —dijo tratando de calmarla.
Ella abrió los ojos, lo miró y luego volvió la cabeza y vio a Adam con la muñeca en la mano.
—¡Ay, la han ahogado! —Dijo con un suspiro—. Pero me alegro de que hayan dejado viva a la niña.