Nat Coogan pensó que sería buena idea ir a ver a Fred Hendin otra vez. Provisto de la información que le había dado el investigador de la compañía de seguros, llegó a casa de Hendin a las cuatro y media.
El coche de Fred estaba frente a la casa y Nat se alegró mucho al observar que el Toyota verde de Tina estaba aparcado detrás. «Puede ser interesante verlos juntos», pensó.
Se acercó tranquilamente a la puerta y llamó al timbre.
Hendin abrió y, visiblemente contrariado, preguntó:
—¿Habíamos quedado?
—No —respondió Nat con una sonrisa—. ¿Puedo pasar?
Hendin se hizo a un lado.
—Lo que no puede seguir haciendo es molestar a mi novia.
Tina estaba sentada en el sofá secándose los ojos con un pañuelo.
—¿Por qué no deja de perseguirme? —inquirió.
—No tengo intención de perseguirla —dijo Nat con calma—. Estamos realizando la investigación de un posible homicidio. Cuando hacemos preguntas es para oír las respuestas, no para molestar a nadie.
—Ha hablado de mí con otras personas. Ha mirado debajo de mi coche —dijo ella entre sollozos.
«Eres muy mala actriz —pensó Nat—. Esto es una representación para engañar a Fred. —Miró a Hendin y en su rostro vio irritación y compasión—. Y está funcionando».
Hendin se sentó junto a Tina y su mano callosa se cerró sobre la de ella.
—¿Qué es eso del coche?
—¿No se ha dado cuenta de que el coche de Tina pierde aceite?
—Sí. Y le voy a regalar un coche nuevo para su cumpleaños, que es dentro de tres semanas. No tiene sentido gastar dinero en arreglar el viejo.
—En el suelo del garaje de Scott Covey hay una mancha de aceite bastante considerable —dijo Nat—. Y no es de un BMW nuevo.
—Pues de mi coche tampoco —replicó Tina, que de repente había dejado de llorar. Hendin se levantó.
—Señor Coogan —dijo—, Tina me ha contado que va a haber una vista. El abogado de Covey va a venir a verme y le voy a decir exactamente lo mismo que le digo a usted, de manera que preste atención: Tina y yo rompimos el verano pasado porque salía con Covey. Durante el invierno salió con muchos tíos y no es asunto mío. Volvemos a estar juntos desde abril pasado y desde entonces la he visto todas las noches, de manera que no intente convertir en una gran aventura que se encontrara con Covey en aquel bar o que pasara por su casa a darle el pésame cuando desapareció su mujer. —Pasó un brazo por los hombros de Tina y ella le sonrió—. Es una lástima que me esté estropeando todas las sorpresas que tenía preparadas, pero aún le guardo otra. Además del coche, le he comprado un anillo de prometida y se lo iba a dar el día de su cumpleaños, pero, tal como están las cosas, lo llevará puesto cuando vayamos al juzgado la semana que viene. Márchese ya, Coogan. Usted y sus preguntas me ponen enfermo.