Después de comer, Amy se sentó delante del columpio a jugar con Hannah.
—Palmas, palmitas que viene papá. Palmas, palmitas que está en casa ya. Papá trae dineritos y mamá hace vestiditos —canturreaba mientras enseñaba a Hannah a aplaudir.
Hannah hizo unos gorgoritos de contento y Menley sonrió.
—¡Vaya canción más machista!
—Lo sé —dijo Amy—, pero la tengo grabada en la cabeza. Me la cantaba mi madre cuando era pequeña.
«Pobrecilla —pensó Menley—, siempre está pensando en su madre».
Amy había llegado puntualmente a las nueve de la mañana, tan contenta de volver que casi daba pena. Menley sabía que su actitud reflejaba algo más que un deseo de ganar dinero. Parecía sinceramente feliz de encontrarse allí.
—Mi madre dice que trataba de no cantarnos —comentó Menley mientras limpiaba el fregadero—. No tiene oído musical y no quería contagiárnoslo a mi hermano y a mí, pero lo hizo. La verdad es que Hildy no es nada eficiente —se quejó—. La señora que se estaba marchando cuando llegamos el primer día dejó la casa inmaculada. Ojalá volviera.
—Elaine estaba enfadada con ella.
Menley se volvió a mirar a Amy.
—¿Por qué?
—No sé —se apresuró a responder la muchacha.
—Amy, me parece que sí que lo sabes —insistió Menley intuyendo que podía ser importante.
—Bueno, es que Carrie Bell se llevó un susto la mañana que llegaron ustedes. Dijo que había oído pasos en el piso de arriba, pero no había nadie. Luego, cuando entró en el cuarto de los niños la cuna se estaba moviendo sola, o eso dijo ella. Elaine dijo que era ridículo y que no quería que corrieran rumores de ese tipo sobre la casa porque está en venta.
—Ya. —Menley trató de no parecer alterada. «Pues ya somos tres —pensó—. Amy, Carrie Bell y yo».— ¿Sabes cómo puedo encontrar a Carrie? —preguntó.
—Claro. Hace años que viene a limpiar nuestra casa.
Menley cogió un papel y anotó el número que le dio Amy.
—Voy a ver si puede volver a trabajar para nosotros y le diré a Elaine que le diga a Hildy que no venga más.
Puesto que todavía hacía fresco, acordaron que Amy abrigaría bien a Hannah y se la llevaría a dar un paseo en el cochecito.
—A Hannah le gusta enterarse de lo que pasa por ahí —dijo Amy con una sonrisa.
«¿Y a quién no?», pensó Menley mientras se acomodaba ante la mesa y volvía a coger la carpeta «Saqueadores». Durante un momento, se quedó pensativa, con la mirada perdida en el vacío. Aquella mañana Adam no se había molestado en medir las palabras.
—Menley —le había dicho—, seguro que si llamas a la doctora Kaufman estará de acuerdo conmigo.
Mientras sigas teniendo esos ataques de ansiedad tan fuertes, tengo que insistir en que Amy esté contigo mientras yo me encuentre fuera.
Menley recordó el gran esfuerzo que tuvo que hacer para no replicar con indignación. En cambio, señaló sin alterarse que la idea de tener a Amy con ellas había sido suya y que no hacía falta que se pusiera tan impertinente. Aun así, Adam no pareció tranquilo hasta que vio aparecer el coche de Amy. Entonces corrió a hablar con la muchacha. Después se encerró en el estudio para prepararse para la vista. Se marchó a las doce y media y dijo que volvería a última hora de la tarde.
«Ha hablado en privado con Amy porque ni siquiera se fía de lo que le digo yo», pensó Menley. Luego hizo un esfuerzo para quitarse aquellas ideas de la cabeza y se dispuso resueltamente a trabajar.
Antes de comer intentó descifrar la carpeta «Saqueadores» y tomó sus propios apuntes sobre la base de la información reunida por Phoebe Sprague. Luego volvió a leer esas notas:
«Las quince millas de traicioneras corrientes, canales invisibles y cambiantes bajíos de la costa de Chatham fueron la perdición de numerosos buques, que zozobraban y se hacían añicos en las tormentas y vendavales o embarrancaban en los bancos de arena, destrozándose los cascos y hundiéndose en las violentas aguas». "Saqueadores nocturnos" era el nombre que se daba a los que se dedicaban al pillaje de los cargamentos y de los restos de los naufragios. Se acercaban en sus barcas a los buques hundidos llevando palancas, sierras y hachas y los limpiaban de carga, madera y utensilios. Los barriles, las cajas y los artículos domésticos eran elevados por las bordas de las barcas que esperaban».
Hasta los clérigos ejercían el pillaje. Menley había encontrado unas notas de Phoebe sobre un pastor que en pleno sermón miró por la ventana, vio un barco en peligro e inmediatamente informó a la congregación del suceso. «¡Al asalto!», gritó y salió corriendo de la sala de reuniones, seguido por sus compañeros de saqueo.
Otra historia recogida por Phoebe era la del cura que, cuando le entregaron una nota avisándole de que se estaba hundiendo un buque, ordenó a sus feligreses que inclinaran la cabeza en plegaria silenciosa mientras él salía en busca del botín. Cuando regresó, cinco horas más tarde, después de dejar el botín a buen recaudo, encontró a su obediente congregación hastiada y con el cuello tieso, en la misma posición.
Unas historias estupendas, pensó Menley, pero ¿qué tienen que ver con Tobias Knight? Continuó leyendo. Una hora más tarde por fin encontró una referencia. Se encontraba entre los que denunciaron a «las bandas rapiñadoras que se llevaron toda la carga de harina y ron de la goleta Redjacket, que había embarrancado, impidiendo a la Corona su recuperación».
Tobias era el encargado de la investigación. No se decía si su misión había sido exitosa o no.
«Pero ¿qué tiene esto que ver con Mehitabel? —Se preguntó Menley—. No puede ser que el capitán Freeman fuera un saqueador».
Entonces encontró otra referencia a Tobias Knight. En 1707 se celebraron unas elecciones para sustituirlo en el cargo de concejal y tasador y se nombró a Samuel Tucker encargado de terminar de construir el establo para ovejas que había empezado Knight por el siguiente motivo: «Tobias Knight ya no está entre nosotros, para gran perjuicio de la comunidad».
Phoebe Sprague había anotado: «Seguramente el "gran perjuicio" era que ya le habían pagado por el trabajo. Pero ¿qué le ocurrió? Su muerte no está registrada. ¿Huyó para evitar que lo llamaran a filas? Se estaban librando las guerras franco-británicas por el dominio de la India. ¿O tenía que ver su desaparición con la investigación que la Corona había iniciado dos años antes?».
«¡La investigación de la Corona! —Pensó Menley—. Esto es nuevo. Tobías Knight debía de ser todo un personaje. Traicionó a Mehitabel, dirigió la investigación para recuperar los restos del Redjacket, lo cual quiere decir que estaba investigando a sus propios convecinos, y luego desapareció, dejando sin terminar el establo para las ovejas».
Se levantó y echó una ojeada al reloj. Eran las dos y media. Amy y la niña llevaban fuera casi dos horas. Preocupada, corrió a la puerta de la cocina y se tranquilizó al ver que el cochecito enfilaba en aquel momento el camino de tierra que señalaba el límite de la finca.
«¿Llegará un momento en que no esté constantemente preocupada por Hannah? —se preguntó—. Deja de pensar así —se dijo—. Ni siquiera has echado un vistazo al mar desde que te has levantado. Míralo un poco, siempre te ayuda».
Se fue a la sala principal y abrió los ventanales, disfrutando de la ráfaga de aire cargado de sal. Agitada por el viento, el agua estaba salpicada de olitas blancas. Aunque sabía que en la playa debía de hacer fresco, le apetecía pasear y sentir el agua en los tobillos. ¿Qué representaba aquella casa para Mehitabel? Se imaginaba lo que iba a escribir.
«Regresaron del viaje a China y encontraron la casa terminada. La examinaron habitación por habitación, haciendo comentarios sobre los pilares, las vigas y las paredes, la disposición sobre la chimenea de los ladrillos que Andrew había encargado en West Barnstable, las columnas y las tallas que rodeaban la gran puerta principal, con sus paneles en forma de cruz.
«Admiraron la ventana en forma de abanico que habían traído de Londres y las luces de colores que proyectaba en el recibidor. Luego descendieron la empinada cuesta para ver su casa desde la playa». "Tobias Knight es un buen constructor", dijo Andrew mientras miraban hacia arriba. El agua lamía las faldas de Mehitabel, que se las levantó y dio unos pasos hacia la arena seca comentando: "Me encantaría sentir el agua en los tobillos." Andrew rió. "El agua está fría y tú estás embarazada. No lo considero prudente"».
—¿Se encuentra bien, señora Nichols?
Menley se volvió. Amy estaba en la puerta y tenía a Hannah en brazos.
—Sí, sí, claro. Perdóname, Amy, pero cuando escribo o dibujo es como si estuviera en otro mundo.
—Eso es lo que decía la profesora Sprague cuando venía a ver a mi madre —dijo Amy con una sonrisa.
—No sabía que tu madre y la profesora Sprague fuesen amigas.
—Mi madre y mi padre eran miembros de un club de fotografía. Eran buenos aficionados. Bueno, mi padre todavía lo es, claro. Conocieron a la profesora en el club y mi madre y ella se hicieron muy buenas amigas. —Amy cambió de tono—. Así es como mi padre conoció a Elaine; ella también es del club.
A Menley se le secó la garganta. Hannah le estaba dando golpecitos en la cara a Amy y vio distinta a la muchacha, más delgada, más baja, el cabello más oscuro, el rostro pequeño y en forma de corazón, la sonrisa dulce y triste mientras besaba a la niña en la cabeza y la mecía en sus brazos. Así es como dibujaría a Mehitabel en las semanas que transcurrieron entre el nacimiento de su hija y el día en que la había perdido.
Amy tiritó.
—Hace frío aquí dentro, ¿no? ¿Puedo preparar un té?