Graham y Anne Carpenter recibieron la llamada del fiscal del distrito a última hora de la tarde del miércoles. Habían estado jugando al golf pero lo dejaron después del noveno hoyo porque Anne no se encontraba muy bien.
Graham se dio cuenta de que tal vez había sido un error presionar a las autoridades para que acusaran abiertamente a Scott Covey de ser el responsable de la muerte de Vivian. Los periodistas estaban encantados de tener una historia tan jugosa y habían sacado a relucir hasta el último detalle de la vida de Vivian que habían averiguado.
Ahora los periódicos se referían a ella como «la pobre niña rica», «la desamparada», «la rebelde fumadora de marihuana». Los detalles de la vida privada de la familia se deformaban y se difundían para el escarnio y la diversión públicos. Anne estaba deshecha, humillada y amargada.
—Tal vez debimos dejarlo, Graham. No podíamos hacer que regresara y ahora están destrozando su recuerdo.
Al menos la investigación judicial aclararía las cosas, pensó Graham mientras preparaba los martinis de las cinco y sacaba la bandeja a la terraza, donde descansaba Anne.
—Es un poco pronto, ¿no? —preguntó ella.
—Un poco —corroboró él—. Ha llamado el fiscal. El juez de Orleans va a convocar una vista preliminar para el lunes por la tarde. —Ante la expresión de alarma de ella, agregó—: Al menos se aclararán las circunstancias de la muerte. Es una audiencia pública y, después de que se presenten los hechos, nos interesa que el juez se pronuncie en uno de estos tres sentidos: sin indicios de proceder desleal; sin indicios de negligencia; sin indicios de negligencia criminal.
—Y si el juez decide que no hay indicios de negligencia ni de proceder desleal —dijo Anne—, habremos soportado toda esta publicidad para nada. —Para nada no, querida. Ya lo sabes. Oyeron que dentro de la casa sonaba un timbre y un momento después la criada se asomó a la puerta con un teléfono inalámbrico.
—Es el señor Stevens. Dice que es importante. Es el investigador de la compañía de seguros que está vigilando a Covey —dijo Graham—. Le insistí en que me informara inmediatamente si descubría algo.
Anne Carpenter observó a su marido escuchar atentamente y luego disparar una andanada de preguntas rápidas. Cuando colgó, parecía entusiasmado.
—Stevens está en Florida, en Boca Ratón. Ahí es donde pasó Scott este invierno. Al parecer, lo fue a ver varias veces una morena espectacular llamada Tina. La última visita fue una semana antes de que viniera aquí para casarse con Vivian.