Después de que Adam preguntara por qué Menley no quería que Amy supiese que había subido al balcón de la viuda, no volvieron a hablar, se quedaron tendidos en la cama en silencio, sin tocarse, cada uno de ellos consciente de que el otro estaba despierto. Justo antes de que amaneciera, Menley se levantó a mirar a Hannah. La niña dormía tranquila y perfectamente arropada por las mantas.
A la tenue luz de la lamparilla, Menley permaneció de pie junto a la cuna, observando los exquisitos rasgos, la diminuta naricilla, la suave boquita, las pestañas que proyectaban sendas sombras sobre las rollizas mejillas, los mechones de cabello dorado que habían empezado a enroscarse sobre el rostro de la niña.
«No podría jurar que no estuve en el balcón de la viuda cuando a Amy le pareció verme, pero sé que no descuidaría, olvidaría ni haría daño a Hannah —pensó—. Aunque tengo que comprender la preocupación de Adam, él debe darse cuenta de que no voy a permitir que una niñera vaya informando de mi comportamiento a su vieja amiga Elaine».
Una vez que hubo tomado esta decisión, le resultó más fácil regresar a la cama, y cuando Adam la rodeó con su brazo, no se apartó de él.
A las ocho Adam fue a comprar pastas recién hechas y los periódicos. Mientras desayunaban, Menley se dio cuenta de que ambos trataban de olvidar los últimos vestigios de tensión. Sabía que ninguno de los dos quería que los restos de una pelea siguieran interponiéndose entre ellos cuando se marchara a Nueva York aquella tarde.
Adam le permitió elegir periódico.
—Ya sabes que tú quieres empezar por el New York Times.
—Puede ser.
—Pues adelante. —Ella abrió el primer cuadernillo del Cape Cod Times y un instante después dijo—: ¡Caramba! ¡Mira esto! —Y le acercó el periódico por encima de la mesa.
Adam hizo un repaso rápido del artículo que le señalaba y luego dio un salto.
—¡Maldita sea! ¡Desde luego, van a por Scott! Ahora el fiscal debe de tener muchas presiones para que solicite el jurado de acusación.
—Pobre Scott. ¿Crees que hay posibilidades de que acaben acusándolo formalmente?
—Me parece que la familia Carpenter quiere sangre y tienen mucha influencia. He de hablar con él.
Hannah se había hartado de jugar en el parque. Menley la cogió en brazos, se la sentó en el regazo y le dio un trozo de pasta para que lo mordisqueara.
—Te gusta, ¿eh? Me parece que te está empezando a salir un par de dientes.
Adam tenía el teléfono en la mano.
—Covey no está en casa y no ha conectado el contestador. Debería ponerse en contacto conmigo. Seguro que ha leído el periódico.
—A no ser que se haya ido a pescar muy temprano —sugirió Menley.
—Pues si lo ha hecho, espero que no haya nada en su casa que a la policía pueda parecerle interesante. Estoy seguro de antes de que acabe el día el juez habrá firmado la orden de registro. —Colgó el teléfono con furia—. ¡Mierda! —Sacudió la cabeza y se acercó a su mujer—. Ya es mala suerte que tenga que ir a Nueva York. No puedo hacer nada hasta que Covey me llame, así que no perdamos el tiempo. ¿Os apetece ir a la playa, chicas?
—Claro. Vamos a vestirnos.
Menley se puso un vestido de algodón floreado y Adam sonrió al verla.
—Parece que tengas dieciocho años —comentó. Le acarició el cabello y le puso la mano en la mejilla—. Qué guapa es usted, Menley McCarthy Nichols.
Menley sintió que se le derretía el corazón. «Éste es uno de esos buenos momentos que antes era incapaz de apreciar —pensó—. Cuánto lo quiero». Pero entonces Adam preguntó:
—¿A qué hora has dicho que iba a venir Amy?
Pensaba decirle aquella misma mañana que iba a ser la última vez que venía Amy, pero no quería empezar otra pelea.
—Le he dicho que viniera a eso de las dos —dijo tratando de no darle importancia—. Quiero trabajar en el libro cuando vuelva del aeropuerto. Ah, se me había olvidado decirte que Jan Paley ha encontrado unos datos interesantes sobre el capitán Freeman. Va a pasar a eso de las cuatro.
—Estupendo —dijo él acariciándole la cabeza. Menley sabía que la entusiasta reacción de Adam era una indicación de su deseo de que estuviera rodeada de gente.
«Pero no se te ocurra sugerir que invite a Jan a pasar la noche aquí», pensó con amargura, y abrazó a la niña al tiempo que apartaba la mano de Adam y se ponía de pie.