Había sido un día muy agradable. Como ocurría de vez en cuando, por algún motivo inexplicable Phoebe tuvo breves instantes de lucidez.
En un momento dado preguntó por sus hijos y Henry rápidamente puso una conferencia. Al escuchar por el teléfono supletorio percibió la alegría en las voces de Richard y Joan al hablar con su madre. Durante unos momentos pudieron comunicarse de verdad. Luego ella preguntó:
—¿Y cómo están…? —Henry comprendió la pausa. Phoebe trataba de recordar los nombres de sus nietos y él se los proporcionó rápidamente—. Ya lo sé —dijo entonces ella, irritada—. Por lo menos no has empezado diciendo «¿Te acuerdas?». —Era un duro reproche.
—Papá —lo llamó Joan casi llorando.
—No es nada —contestó él.
Un clic les indicó que Phoebe había colgado. Aparentemente, los maravillosos momentos de alivio temporal habían pasado. Henry siguió hablando para decirles a sus hijos que a comienzos de setiembre habría una plaza en la residencia.
—Cógela —dijo Richard firmemente—. Iremos a veros el primer fin de semana del mes.
—Nosotros también —añadió Joan.
—Sois buenos chicos —dijo Henry en un intento por disimular la emoción que lo embargaba.
—Quiero estar con alguien que me vea como una niña —dijo Joan con voz levemente temblorosa.
—Hasta dentro de un par de semanas, papá —prometió Richard—. Sé fuerte.
Henry estaba hablando desde el dormitorio y Phoebe desde su antiguo despacho. Henry corrió al recibidor pues temía, como siempre, que Phoebe se escapara en cualquier momento. Pero no lo había hecho; la encontró sentada ante la mesa inclinada sobre la cual tantas horas productivas había pasado.
El último cajón, donde guardaba las carpetas, estaba abierto y vacío. Phoebe lo miraba fijamente. El cabello, que por lo general llevaba recogido en un moño, se había soltado de las horquillas con las que Henry se lo había sujetado. Al oírlo entrar, se volvió hacia él.
—Mis apuntes —dijo, y señalando el cajón vacío, añadió—: ¿Dónde están?
Henry no quiso mentirle.
—Se los he prestado a la mujer de Adam. Quería consultarlos para un libro que está escribiendo. Hará constar su procedencia, seguro.
—La mujer de Adam… —La expresión de irritación que había cruzado su rostro se transformó en un ceño interrogante.
—Estuvo aquí ayer. Adam y ella viven en Recuerda. Va a escribir un libro sobre la época en que se construyó la casa y piensa utilizar para ello la historia del capitán Freeman.
Phoebe lo miró de pronto con ojos soñadores.
—Alguien debería limpiar el nombre de Mehitabel —dijo—. Eso es lo que quería hacer yo. Alguien debería investigar a Tobías Knight. —Cerró el cajón de un golpe—. Tengo hambre. Siempre tengo hambre. —Y entonces, mientras Henry se acercaba a ella, dijo—: Te quiero, Henry. Por favor, ayúdame.