Jan Paley había pasado un domingo tranquilo. Para ella era el día más difícil de la semana. Tenía demasiados recuerdos de domingos agradables en los que leía el periódico, hacía el crucigrama y paseaba por la playa con su marido, Tom.
Vivía en Brewster, en Lower Road, en la misma casa que habían comprado hacía treinta años. Pensaban venderla cuando terminaran de restaurar Recuerda. Ahora se alegraba muchísimo de que todavía no se hubieran ido a vivir allí cuando Tom murió.
Jan siempre se sentía aliviada cuando llegaba el lunes y podía reanudar sus actividades. Hacía poco que había empezado a trabajar como voluntaria en la Biblioteca Femenina de Brewster los lunes por la tarde. Era un pasatiempo agradable y útil y disfrutaba de la compañía de otras mujeres.
Ese día, camino de la biblioteca, se acordó de Menley Nichols. Le había tomado simpatía enseguida, cosa que la llenaba de satisfacción puesto que también le gustaban mucho sus libros. Por otra parte, se alegraba de que el siguiente título de la serie de David fuera a estar ambientado en Cape Cod. El sábado por la noche, mientras hablaban de Recuerda, Menley le había dicho que tal vez utilizara al capitán Andrew Freeman como modelo de la historia de un chico que crecía en el mar.
Jan pensó si Menley habría seguido su sugerencia de pedirle a Henry Sprague que le permitiese consultar los archivos de Phoebe, pero, mientras iba conduciendo por la carretera bordeada de árboles, se le ocurrió otra idea. A principios del siglo XVIII era habitual que los capitanes se llevaran a su mujer y a sus hijos de viaje. Algunas esposas escribieron diarios que ahora se guardaban en la Biblioteca Femenina de Brewster. Aún no los había leído, pero sería interesante echarles una ojeada y ver si la mujer del capitán Freeman era una de ellas.
Hacía un día espléndido. Como era de esperar, el único automóvil del aparcamiento era el de Alana Martin, la otra voluntaria de los lunes. «Esta tarde tendré mucho tiempo para leer», pensó.
—Esas chicas viajaron mucho —le susurró a Alana una hora más tarde, sentada ante una de las largas mesas con una docena de diarios escritos a mano a su alrededor—. Una ha escrito que estuvo dos años embarcada. Fue a la China y a la India, le nació un niño durante una tormenta en mitad del Atlántico y regresó a casa «renovada y tranquila de espíritu pese a las calamidades del viaje». Estamos en la era de los reactores, pero yo no he estado nunca en la China. —Los diarios eran fascinantes, pero no encontró ninguna referencia a la esposa del capitán Freeman. Finalmente se dio por vencida—. Supongo que la mujer del capitán Freeman no se llevaría pluma y papel, o si lo hizo no tenemos aquí sus memorias.
Alana estaba ordenando unos estantes cuando se detuvo y se quitó las gafas, cosa que solía hacer cuando trataba de recordar algo.
—El capitán Freeman… —murmuró—. Recuerdo que hace unos años le busqué a Phoebe Sprague algo sobre ese hombre. Me parece que tenemos un retrato suyo en algún sitio. Se crió en Brewster.
—No lo sabía —dijo Jan—. Yo pensaba que era de Chatham.
Alana volvió a ponerse las gafas.
—Voy a ver.
Unos minutos más tarde Jan estaba repasando las crónicas de Brewster y tomando notas. Halló el dato de que la madre de Andrew se llamaba Elizabeth Nickerson, hija de William Nickerson, de Yarmouth; en el año 1653 se había casado con Samuel Freeman, un campesino. Como regalo de bodas, su padre le cedió cuarenta hectáreas de tierra alta y cinco hectáreas en Monomoit, que es como se conocía entonces Chatham.
«¿Sería en esa tierra donde luego se construyó Recuerda?», se preguntó Jan.
Samuel y Elizabeth Freeman tuvieron tres hijos: Caleb, Samuel y Andrew. Sólo Andrew sobrevivió a la primera infancia y a los diez años se embarcó en el Mary Lou, una balandra capitaneada por Nathaniel Baker.
En 1702, Andrew, que contaba treinta y ocho años y capitaneaba su propia nave, el Godspeed, contrajo matrimonio con Mehitabel Winslow, de dieciséis años e hija del reverendo Jonathan Winslow, de Boston.
«Qué ganas tengo de decirle a Menley Nichols que he encontrado todo esto —pensó Jan, exultante—. Aunque si tiene las notas de Phoebe quizá ya lo sepa».
—¿Quieres echarle un vistazo al capitán Andrew Freeman? —Jan alzó la vista. Alana estaba junto a ella sonriendo triunfante—. Ya sabía yo que había visto un retrato. Debió de dibujarlo algún tripulante de su barco. ¿Verdad que es impresionante?
El dibujo a tinta representaba al capitán Andrew Freeman al timón del Godspeed. Era un hombre corpulento, alto y grueso, con una barba corta y oscura, rasgos fuertes, boca firme y los ojos entrecerrados, como si mirara hacia el sol. Parecía un hombre muy seguro de sí mismo y con gran capacidad de mando.
—Tenía fama de intrépido y lo parece, ¿verdad? —Comentó Alana—. Mira lo que te digo, no me habría gustado estar en los zapatos de esa mujer si él hubiese descubierto que lo engañaba.
—¿Crees que podría hacer una fotocopia? —Preguntó Jan—. Tendré cuidado.
—Claro.
Cuando llegó a casa aquella tarde, Jan llamó a Menley y le dijo que tenía un material interesante.
—Una de las cosas es muy curiosa —le comunicó—. Mañana pasaré a dejártelo todo. ¿Estarás en casa a eso de las cuatro?
—Sí, muy bien. Hoy he hecho unos bocetos para las ilustraciones y, como era de esperar, los archivos de la señora Sprague me han servido de mucha ayuda. Gracias por darme la idea. —Vaciló un instante y luego preguntó—: ¿Cree que podría encontrar un retrato de Mehitabel en algún sitio?
—No lo sé —respondió Jan—, pero seguiré buscando.
Cuando colgó, Jan se quedó pensativa. Menley Nichols parecía alegrarse sinceramente de hablar con ella, pero había algo en su voz que la inquietaba. ¿Qué podía ser? Entonces una pregunta sin respuesta volvió a resonar en su mente.
Tom sufrió el ataque al corazón en Recuerda. Había estado trabajando fuera y entró en la casa con la mano en el pecho. Jan lo obligó a tumbarse y corrió a telefonear al médico. Cuando regresó, él le agarró la mano y señaló la chimenea.
—Jan, acabo de ver…
¿Qué había visto Tom? No vivió para terminar la frase.