Anne y Graham Carpenter habían tenido invitados en casa aquel fin de semana: sus hijas Emily y Barbara con sus respectivos maridos e hijos. Todos salieron a navegar y luego los adultos fueron a jugar al golf mientras los tres nietos, que ya eran adolescentes, se iban a la playa con los amigos. El sábado por la noche cenaron todos juntos en el club. El hecho de que no hubiera ni rastro de la discordia y la reserva que Vivian había aportado siempre a las reuniones familiares actuó de manera perversa para que Anne fuera todavía más consciente de su ausencia.
«Ninguno de nosotros la quiso de la manera que necesitaba que la quisieran», se dijo. Aquella idea y la cuestión del anillo de esmeraldas asaltaban persistentemente su mente. El anillo era el único objeto que Vivian quería de verdad. ¿Se lo había arrancado de la mano la única persona que la había hecho sentirse amada? La pregunta obsesionó a Anne Carpenter todo el fin de semana.
El lunes por la mañana, durante el desayuno, sacó el tema del anillo.
—Graham, me parece que Emily ha tenido una buena idea sobre el anillo.
—¿Qué idea, querida?
—Comentó que sigue estando en nuestra póliza de seguros. Cree que deberíamos denunciar su desaparición. ¿El seguro no se haría cargo en una situación como ésta?
—Quizá sí. Pero el dinero iría a parar a Scott, como heredero de Vivian.
—Ya lo sé, pero el anillo estaba valorado en doscientos cincuenta mil dólares. ¿No crees que si insinuamos a la compañía de seguros que dudamos de la versión de Scott sobre su desaparición a lo mejor ponen a alguien a investigarlo?
—Ya lo está investigando el detective Coogan. Ya lo sabes, Anne.
—¿Hay algo malo en que participe también la compañía de seguros?
—Supongo que no.
Anne asintió con la cabeza cuando la criada se acercó a la mesa con la cafetera.
—Sí, tomaré un poco más, señora Dillon. Gracias. —Tomó unos sorbos de café y luego dijo—: Emily me recordó que Vivy se había quejado de que el anillo le estaba muy apretado cuando se lo quitó para limpiarlo. De pequeña se rompió el dedo y tenía el nudillo más grande, ¿recuerdas? Pero una vez estaba en su sitio le quedaba bien, así que lo que cuenta Scott de que se lo pasaría a la otra mano no tiene sentido. —Con los ojos arrasados en lágrimas, agregó—: Recuerdo las historias que me contó mi madre sobre la esmeralda. Me dijo que perder una esmeralda traía mala suerte y que se dice que las esmeraldas siempre vuelven a casa.