Prácticamente habían terminado de servir desayunos. Sólo quedaban algunos rezagados que se entretenían saboreando el café. El gerente le había dicho a Tina que se sentara en una de las mesas de atrás a hablar con el detective. La joven llevó un par de cafés y encendió un cigarrillo.
—Estoy intentando dejarlo —le dijo a Nat después de la primera calada—. Sólo recaigo de vez en cuando.
—¿Cuando está nerviosa? —sugirió Nat.
Tina entrecerró los ojos.
—No estoy nerviosa. ¿Por qué habría de estarlo?
—Eso lo sabrá usted. A mí lo que se me ocurre es que a lo mejor estaba teniendo una aventurilla con un hombre recién casado cuya rica esposa ha muerto de repente. Y, si resultara que esa muerte ha sido un homicidio, mucha gente se preguntaría qué sabía usted de los planes del afligido marido. Hipotéticamente hablando, claro.
—Escuche, señor Coogan —dijo Tina—. Yo salí con Scott el año pasado. Siempre había dicho que después del verano se iría de aquí. Estoy segura de que habrá oído hablar de los amores veraniegos.
—Y también he oído hablar de los que no terminan cuando acaba el verano.
—Pues éste fue de los que terminan. Yo no me enfadé hasta que lo vi con su mujer, aquí mismo, y preguntando me enteré de que había empezado a salir con ella en agosto. Yo salía con un chico que estaba loco por mí y hasta quería casarse, y lo dejé por Scott.
—¿Y por eso quedó con él el mes pasado en ese bar?
—Como le acabo de decir al señor Nichols…
—¿Al señor Nichols?
—El abogado de Scott. Ha estado aquí esta mañana con él. Le he explicado que fui yo quien llamó a Scott y no al revés. Él no quería verme pero yo insistí. Entonces, cuando llegué al bar, estaba hablando con un hombre y me di cuenta de que no quería que se enterara de que habíamos quedado, así que me fui.
—Pero lo vio otro día.
—Lo llamé. Me pidió que le dijera por teléfono todo lo que tuviera que decirle. Así que le eché la bronca.
—¿Le echó la bronca?
—Le dije que ojalá no hubiera aparecido jamás, que si me hubiese dejado en paz me habría casado con Fred y ahora sería la mar de feliz. Fred estaba loco por mí y, además, tenía dinero.
—Pero acaba de decir que sabía desde el principio que Scott se iba a marchar en cuanto terminara la temporada del teatro.
Tina dio una larga calada al cigarrillo y suspiró:
—Escuche, señor Coogan, cuando un hombre como Scott te va detrás y te dice que está loco por ti, piensas que a lo mejor eres la que acabará quedándose con él. Muchas chicas han cazado a tíos que juraban que nunca se iban a casar.
—Supongo que eso es verdad. Así que la bronca era porque seguramente estaba jugando con Vivian a lo mismo que jugaba con usted.
—Pero no era así. La conoció la última semana que estaba aquí. Luego ella le escribió y lo fue a ver cuando empezó a trabajar en el teatro de Boca Ratón. Lo persiguió. Al menos me quede más descansada.
—¿Eso se lo contó Scott?
—Sí.
—Y luego, después de que desapareciera su mujer, le fue a hacer una visita para consolarlo. A lo mejor esperaba que recurriera a usted en sus momentos difíciles.
—Pues no lo hizo. —Tina retiró la silla—. Y no le habría ido nada bien si lo hubiera hecho. Estoy volviendo a salir con Fred, así que no tiene por qué seguir molestándome. Encantada de conocerlo, señor Coogan. Se me ha acabado el rato de descanso.
A la salida, Nat pasó por el despacho del restaurante y pidió que le dejaran ver la solicitud de empleo que había rellenado Tina antes de entrar a trabajar de camarera. Gracias a ella se enteró de que había nacido en New Bedford, llevaba cinco años en Cape Cod y su trabajo anterior había sido en el Daniel Webster Inn de Sandwich.
En las referencias que había dado encontró el nombre que estaba buscando. Fred Hendin, un carpintero de Barnstable, la población que había más allá de Sandwich. Estaba seguro de que Fred Hendin era el derrochador a quien Tina había dejado el año anterior y luego había vuelto a ver. No había querido preguntarle demasiado sobre él, pues no quería que le avisara que iba a interrogarlo.
Sería interesante hablar con el paciente pretendiente de Tina y con sus compañeros del Daniel Webster Inn.
«Una joven muy descarada —pensó Nat mientras devolvía el impreso de solicitud de empleo de Tina—. Y bastante creída. Piensa que se ha librado de mí fácilmente. Ya lo veremos».