Adam dejó el coche en el Wayside Inn y se fue andando hasta la agencia inmobiliaria de Elaine. Por el cristal del escaparate la vio sentada detrás de su mesa. Había tenido suerte. Estaba sola.
El escaparate estaba lleno de fotografías de fincas disponibles. En el momento de volverse hacia la puerta, una foto aérea de Recuerda le llamó la atención y se detuvo a estudiarla. «Buena foto», pensó. Captaba la vista que se veía desde la casa: el mar, el banco de arena, la playa, el acantilado, un barco. Todo se veía con increíble claridad. Leyó la tarjeta pegada a la foto: «Recuerda. En venta». «De eso nada», pensó.
Cuando se abrió la puerta, Elaine alzó la vista, echó hacia atrás la silla y corrió hacia la recepción.
—¡Adam, qué sorpresa! —lo saludó con un beso.
El la siguió a su despacho y se sentó en una cómoda butaca.
—Oye, ¿qué piensas hacer? ¿Vender mi casa y dejarme en la calle?
Ella arqueó una ceja.
—No sabía que pensabas comprarla.
—Digamos que es un quizá seguro. Es que aún no te lo he dicho. A Menley le encanta, pero quiero darle tiempo para que se decida. ¿Puedes guardárnosla hasta setiembre?
—Sí, y estaba segura de que la querríais.
—Entonces, ¿a qué viene la foto del escaparate?
—Es un anzuelo —respondió riendo—. La gente pregunta. Yo les digo que hay un cliente interesado y les ofrezco otra cosa.
—Tan lista como siempre.
—No me queda otro remedio. A mi pobre madre la echaban constantemente del trabajo. Se peleaba con alguien y fuera.
—No tuviste una juventud fácil, Laine —dijo Adam con ternura—. No me gusta hacer demasiados cumplidos, pero tengo que decirte que últimamente estás estupenda a todas horas.
Elaine le dirigió una mueca.
—Te estás poniendo sentimental.
—No, no creo —dijo Adam con calma—. Quizá un poco menos tenso. No sé si te he dado las gracias por portarte tan bien conmigo el año pasado.
—Entre la muerte de Bobby y la separación de Menley estabas hecho una pena. Me alegro de haber podido ayudarte.
—Pues te voy a pedir más ayuda.
—¿Pasa algo? —preguntó ella de inmediato.
—Nada importante. Es sólo que tengo que ir a Nueva York más a menudo de lo que esperaba y no me gusta dejar a Menley sola. Me parece que está sufriendo más ataques de estrés postraumático de los que dice. Tengo la impresión de que piensa que debe superarlo sola, y quizá tenga razón.
—¿Le ayudaría que Amy se quedara a dormir?
—Menley no quiere. Yo había pensado que, cuando yo esté fuera, alguna noche Amy podría quedarse con Hannah y tú, o John y tú, podríais invitarla a cenar. Cuando estoy en casa, nos va bien estar siempre juntos. Todavía… Bueno, nada.
—¿Qué pasa, Adam?
—Nada.
Elaine sabía que no debía insistir.
—Cuando te vayas a Nueva York házmelo saber.
—Mañana por la tarde.
—Entonces os llamaré esta noche y os invitaré a los dos, luego insistiré en que venga Menley sola.
—Y yo insistiré por mi parte —dijo Adam con expresión de alivio—. Me tranquiliza saber que puedo contar contigo. —Hizo una pausa y agregó—: Por cierto, he desayunado con Scott Covey.
—¿Y? —Elaine abrió desmesuradamente los ojos.
—Ahora no puedo contar nada. Secreto profesional.
—Siempre me quedo al margen de todo —suspiró ella—. Ah, ahora que lo recuerdo. Noticias. Ya te lo puedes anotar en la agenda. El sábado después del día de Acción de Gracias nos casamos.
—Fantástico. ¿Cuándo habéis fijado la fecha?
—Anoche. Hicimos una barbacoa y vino Scott Covey. Estuvo hablando con Amy de la segunda mujer de su padre y después Amy le dijo a John que estaba contenta de que hubiésemos decidido casarnos. John me llamó luego por teléfono. Scott ha sido decisivo.
—No haces más que decirme que Covey es un buen hombre. —Adam se puso de pie—. Acompáñame a la puerta.
Al llegar a la recepción, rodeó los hombros de Elaine con el brazo:
—¿Se enfadará John si te vengo con algún problema cuando te hayas convertido en su esposa?
—Claro que no. —En la puerta, le dio un abrazo y un beso en la mejilla—. Antes lo hacías mejor —dijo ella riendo. Con un movimiento rápido, volvió la cara y apretó sus labios contra los de él.
Adam dio un paso atrás e hizo un gesto de sorpresa con la cabeza.
—Eso se llama tener buena memoria, Laine.