Amy llegó a las siete para quedarse con Hannah. Saludó a Menley y de inmediato se arrodilló delante del capazo que había instalado Adam en la cocina.
—Hola, Hannah —dijo Amy alegremente—. ¿Has ido a la playa hoy?
Hannah miró a su visitante, complacida.
—Tendrías que haberla visto metida en un charco que había en la arena —dijo Menley—. Cuando la saqué se puso a gritar. Descuida, que cuando no esté satisfecha te lo hará saber.
Amy sonrió brevemente.
—Eso decía mi madre de mí.
Menley sabía que Elaine se iba a casar con el padre de Amy, pero ignoraba si éste estaba divorciado o era viudo. Le pareció que Amy la estaba invitando a que se lo preguntase.
—Cuéntame cosas de tu madre —le pidió—. Ya veo que supo criar a una buena hija.
—Murió cuando yo tenía doce años —respondió Amy con voz desprovista de emoción.
—Qué lástima. —Menley estuvo a punto de decir que era una suerte que Elaine fuera a convertirse en la nueva madre de Amy, pero sospechó que ella no era de la misma opinión. Recordó que en otros tiempos a su hermano Jack no le hacía ninguna gracia que su madre saliera con otros hombres. Había uno, un médico, que le gustaba mucho. Cada vez que llamaba por teléfono, Jack gritaba:
—Es Stanley Beamish, mamá. —Stanley Beamish era un personaje repelente de una serie de televisión, afortunadamente de poca duración, que se emitía cuando eran pequeños.
Su madre susurraba:
—¡Se llama Roger! —Pero en sus labios había una sonrisa cuando cogía el teléfono. Entonces Jack se ponía a agitar los brazos imitando a Stanley Beamish, que era capaz de volar.
Roger no duró mucho como posible padrastro. «Era buen hombre —pensó Menley—. Y ¿quién sabe? Tal vez mamá habría sido mucho más feliz si hubiera plantado cara a mi hermano en vez de decirle a Roger que no saldría bien. A lo mejor tengo oportunidad de hablar un poco con Amy este mes. Podría servirle de ayuda».
—Ya es hora de que la princesa se prepare para acostarse —dijo—. Te he dejado una lista de teléfonos por si pasa algo: policía, bomberos, ambulancia. Y el número de Elaine.
—Ése me lo sé. —Amy se levantó—. ¿Puedo coger a Hannah?
—Claro. Me parece muy bien.
Con la niña en brazos, Amy parecía más segura.
—Está muy guapa, señora Nichols —dijo.
—Gracias. —Menley se sintió muy halagada por el cumplido. Se dio cuenta de que estaba un poco nerviosa ante la perspectiva de conocer a los amigos de Adam. Ella no era tan espectacular como las modelos con las que había salido en otros tiempos y a quienes solía llevar a Cape Cod. Y, lo que era mucho más importante, sabía que debía ser objeto de especulaciones. Todo el mundo conocía la historia. La mujer de Adam, que cruzó el paso a nivel con el coche y fue responsable de la muerte de su hijo. La mujer de Adam, que no lo acompañó el año anterior durante el mes que pasó en Cape Cod.
«Me van a repasar de arriba abajo», pensó.
Después de varios intentos frustrados, decidió ponerse un mono de seda cruda azul verdoso con un cinturón azul y blanco de cordón entretejido y sandalias blancas.
—¿Por qué no acostamos a Hannah antes de que me vaya? —Dijo mientras se dirigía hacia la escalera—. El televisor está en esta sala, pero me gustaría que tuvieras el interfono con el volumen alto y que cada media hora o así le echases un vistazo a Hannah. Suele destaparse fácilmente. Además, la señora de la limpieza ha puesto a lavar los dos pijamas y la secadora todavía no está instalada.
—¿Ha venido Carrie Bell? —preguntó Amy con aparente incredulidad.
—No. Esta mujer se llama Hildy. Vendrá una vez a la semana. ¿Por qué?
Estaban en lo alto de la escalera. Menley se detuvo y se volvió a mirar a Amy. Ésta se sonrojó.
—No, por nada. Lo siento. Sabía que Elaine le iba a sugerir a otra persona.
Menley cogió a Hannah.
—Su padre querrá darle las buenas noches. —Entró en el dormitorio principal. Adam acababa de ponerse la americana de lino azul marino—. Una de tus admiradoras más jóvenes desea rendirte homenaje —dijo Menley.
Adam besó a su hija.
—Nada de irse a dormir tarde, tesoro. Y no le des guerra a Amy. —La ternura de su rostro desmentía el tono autoritario. Menley sintió que se le encogía el corazón. Adam estaba loco por Bobby. Si le ocurría algo a Hannah…
«¿Por qué no dejas de pensar en esas cosas?», se dijo furiosa, y se obligó a comentar con voz burlona:
—Tu hija considera que estás guapísimo y quiere saber si te estás poniendo de punta en blanco para tus ex novias.
—Nada de eso. —Adam la miró de reojo—. Yo sólo tengo una novia. No —se corrigió—, dos novias. —Y dirigiéndose a la niña, agregó—: Hannah, dile a tu madre que está muy provocativa y que no la cambiaría por nadie.
Riendo, Menley llevó a la niña a su cuarto. Amy estaba junto a la cuna con la cabeza inclinada como si tratara de oír algo.
—¿No tiene una sensación extraña en esta habitación, señora Nichols? —preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Lo siento. No sé qué quiero decir. —Amy parecía avergonzada—. No me haga caso, soy una tonta. Que lo pasen muy bien. Le prometo que Hannah estará perfectamente y que si ocurre algo los llamaré de inmediato. Además, Elaine vive a menos de tres kilómetros de aquí.
Menley se detuvo un momento. ¿Había algo raro en aquella habitación? ¿Acaso ella no lo había notado también? Luego, sacudiendo la cabeza ante sus propias manías, depositó a Hannah en la cuna y le metió el chupete en la boca antes de que pudiera protestar.