Elaine Atkins estaba sentada frente a Adam Nichols. Se encontraban en Chillingsworth, el restaurante de Brewster al que Elaine llevaba a los clientes importantes de la inmobiliaria. Aquel día, en plena temporada turística de Cape Cod, todas las mesas estaban ocupadas.
—Me parece que no hace falta escuchar para saber de qué están hablando —dijo ella en voz baja al tiempo que abarcaba el local con un leve gesto de la mano—. Una joven, Vivian Carpenter, desapareció hace un par de semanas mientras buceaba. La casa que tenía en Chatham me la había comprado a mí y nos hicimos muy amigas. Mientras hablabas por teléfono me han dicho que su cuerpo ha aparecido en la orilla hace una hora.
—Una vez estaba en un barco de pesca y alguien cogió un cadáver que llevaba un par de semanas en el agua —dijo Adam con voz tenue—. No fue nada agradable. ¿Cómo ocurrió?
—Vivian era buena nadadora pero no tenía mucha experiencia en submarinismo. Scott le estaba enseñando. Por la radio habían anunciado que se acercaba una tormenta, pero ellos no lo oyeron. El pobre está destrozado. Sólo llevaban tres meses casados.
Adam arqueó una ceja.
—Parece que fue una imprudencia bastante grande saltar al agua justo antes de la tormenta.
—Y una tragedia —dijo Elaine con firmeza—. Viv y Scott eran muy felices. Ella era quien conocía estas aguas. Como tú, de niña pasaba los veranos en Cape Cod. Es una pena tremenda. Siempre fue una especie de alma perdida, hasta que conoció a Scott. Era una Carpenter de Boston. La más joven de una familia de triunfadores. No acabó la universidad y no se llevaba muy bien con la familia. Tuvo varios trabajos y luego, hace tres años, cuando cumplió veintiuno, recibió la herencia que le había dejado su abuela. Entonces compró la casa. Adoraba a Scott y quería hacer todo lo que él hacía.
—¿Incluye eso bucear con mal tiempo? ¿A qué se dedica?
—¿Scott? El año pasado era el subdirector administrativo del teatro Cape. Entonces es cuando conoció a Viv. Supongo que ella lo iría a ver durante el invierno. Luego, en mayo, volvió definitivamente, y antes de que nadie se diera cuenta estaban casados.
—¿Cuál es su apellido?
—Covey. Scott Covey. Es del Medio Oeste, no sé exactamente de dónde.
—Un desconocido que se casa con una chica rica y tres meses después la chica rica muere. Si yo fuera de la poli, querría leer su testamento enseguida.
—Venga, hombre —protestó Elaine—, pensaba que eras abogado defensor, no fiscal. Yo los veía con frecuencia, les enseñaba casas porque estaban buscando algo más grande. Estaban planeando tener hijos y querían más espacio. Créeme, ha sido un horrible accidente.
—Seguramente —dijo Adam encogiéndose de hombros—. A lo mejor me estoy volviendo demasiado escéptico.
Después de tomar un sorbo de vino, Elaine suspiró y dijo:
—Cambiemos de tema. Se supone que esto es una reunión agradable. Luces muy bien, Adam. Más que eso, pareces feliz, satisfecho, encantado de la vida. Todo va bien, ¿verdad? Me refiero a Menley. Tengo muchas ganas de conocerla.
—Menley es muy valiente. Lo superará. Por cierto, cuando venga por aquí no le digas que te he contado lo de los ataques de ansiedad. No le gusta hablar del tema.
—Lo comprendo. —Elaine lo estudió. El cabello castaño oscuro de Adam estaba empezando a encanecer. Como ella, cumpliría treinta y nueve aquel año. Alto y delgado, siempre había tenido aspecto de persona inquieta. Lo conocía desde que tenían dieciséis años, cuando la familia de él contrató una sirvienta para el verano en la agencia de empleo que llevaba la madre de ella.
«Todo sigue igual», pensó Elaine. Antes de sentarse a la mesa había observado cómo lo miraban las otras mujeres.
El camarero les llevó la carta. Adam se puso a estudiar la suya y, riendo, sugirió:
—Steak tartare, bien pasado.
Ella le dedicó una mueca.
—No seas malo. Era una cría cuando dije eso.
—No pienso permitir que lo olvides. Laine, me alegro muchísimo de que me hayas hecho subir a ver Recuerda. Cuando falló lo de la otra casa pensé que para el mes de agosto no íbamos a encontrar nada que mereciese la pena alquilar.
Ella se encogió de hombros.
—Estas cosas pasan. Me alegro de que se haya arreglado. Aún no acabo de creerme que aquella casa que os encontré en Eastham tuviera tantos problemas de tuberías. Pero ésta es una joya. Como te dije, estuvo treinta y cinco años desocupada. Los Paley la vieron, se dieron cuenta de que tenía posibilidades y la compraron por una miseria hace un par de años. Casi habían acabado de reformarla cuando Tom tuvo el ataque al corazón. Llevaba doce horas trabajando en un día de mucho calor. Jan Paley decidió que era demasiada casa para una sola persona y por eso está en venta. No hay muchas casas de capitán auténticas disponibles, así que no durará mucho, ¿sabes? Espero que os decidáis a comprarla.
—Ya veremos. Me gustaría volver a tener casa aquí. Si vamos a seguir viviendo en la ciudad, sería lo más lógico. Esos viejos marineros sabían cómo construir casas.
—Ésta hasta tiene una historia. Parece ser que el capitán Andrew Freeman la construyó para su futura esposa en 1703 y acabó abandonándola cuando descubrió que mientras él estaba en alta mar ella había tenido una aventura con otro tipo.
Adam sonrió y dijo:
—Mi abuelita me dijo que los primeros colonos eran puritanos. De todos modos, no pienso hacer ninguna reforma. Nosotros estamos de vacaciones, aunque es inevitable que vaya al despacho de vez en cuando. Tengo que preparar el nuevo juicio del caso Potter. No sé si habrás leído algo en los periódicos. La esposa fue falsamente acusada. Ojalá la hubiera defendido desde el principio.
—Algún día me gustaría verte en acción en el juzgado.
—Ven a Nueva York. Dile a John que te traiga. ¿Cuándo os casáis?
—Aún no hemos fijado la fecha, pero será en otoño. Como es de esperar, la hija de John no está muy entusiasmada con la boda. Hace mucho que lo tiene para ella sólita. Amy empieza a ir a la universidad en setiembre, así que hemos pensado que alrededor del día de Acción de Gracias será buena época.
—Pareces contenta, Laine. Y también estás muy guapa. Muy atractiva y muy afortunada. Estás más delgada que nunca. Y llevas el pelo más rubio. Me gusta.
—¿Me estás piropeando? No eches a perder nuestra relación —dijo Elaine, riendo—. Pero gracias. Sí que estoy contenta. John es el hombre perfecto que siempre deseé. Y le agradezco a los dioses que vuelvas a ser el de siempre. Créeme, Adam, el año pasado, cuando viniste después de separarte de Menley, me dejaste preocupada.
—Fue una época bastante difícil.
Elaine se puso a estudiar la carta.
—Invita la inmobiliaria Atkins. Sin discusiones, por favor. Recuerda está en venta y si después de alquilarla decidís que os la quedáis, la comisión la cobraré yo.
Una vez hubieron hecho el pedido, Adam dijo:
—Cuando he llamado a Menley, comunicaba. Voy a intentarlo otra vez.
Regresó un minuto más tarde con aspecto preocupado.
—Sigue comunicando.
—¿No tenéis indicador de llamada en espera?
—Menley lo odia. Dice que es de mala educación decirle constantemente a la gente que aguarde un momento para hablar con otro.
—En parte tiene razón, pero es sumamente práctico. —Elaine vaciló—. De repente pareces preocupado. ¿De verdad ya está bien?
—Eso parece —dijo Adam lentamente—. Pero cuando le dan los ataques de ansiedad es un infierno. Cuando revive el accidente se pone como ida. Lo intentaré otra vez dentro de un momento, pero, mientras tanto, ¿te he enseñado la foto de la niña?
—¿La llevas encima?
—¿Cómo no la voy a llevar? —Se metió la mano en el bolsillo—. Ésta es la más reciente. Se llama Hannah. La semana pasada cumplió tres meses. ¿Verdad que es preciosa?
Elaine estudió atentamente la fotografía.
—Lo es —dijo con sinceridad.
—Se parece a Menley, así que va a seguir siendo guapa —dijo Adam convencido. Se guardó la foto en la cartera y apartó la silla—. Si sigue comunicando voy a decirle a la operadora que interrumpa.
Elaine lo observó abrirse camino entre las mesas. «Se ha puesto nervioso al pensar que Menley está sola con la niña», pensó.
—Elaine.
Levantó la vista. Era Carolyn March, una ejecutiva de una empresa de publicidad, cincuentona y neoyorquina, a quien había vendido una casa. Carolyn no esperó a que la saludara.
—¿Te has enterado de a cuánto ascendía el fondo fiduciario de Vivian Carpenter? ¡A cinco millones de dólares! Los Carpenter nunca hablan de dinero, pero se le ha escapado a la mujer de uno de los primos. Y Viv le había dicho a la gente que se lo dejaba todo a su marido. ¿No te parece que tanto dinero podría servirle de consuelo a Scott Covey?