Graham Carpenter no podía dormir. Trataba de permanecer quieto en la enorme cama que hacía tiempo había sustituido a la que Anne y él habían compartido en la primera época de su matrimonio. Al aproximarse su vigésimo aniversario, ambos admitieron que querían tener más espacio y cambiaron de cama. Más espacio, más tiempo libre, más viajes. Ahora que su segunda hija estaba en la universidad todo ello era posible.
La noche en que les llevaron aquella cama brindaron con champán. Vivian fue concebida al poco tiempo. A veces Graham se preguntaba si su hija no habría sospechado desde el principio que no era deseada. ¿Acaso su perpetua hostilidad hacia ellos y su inseguridad ante los demás se había iniciado ya en el seno materno?
Era una idea extravagante. Vivian había sido una niña exigente y malhumorada que con el tiempo se convirtió en una adolescente problemática y luego en una mujer difícil. Poco brillante en el colegio y propensa a compadecerse de sí misma, su lema era: «Hago lo que puedo». A lo cual él respondía enfurecido:
—¡Maldita sea! No es verdad. No haces lo que puedes. Ni siquiera sabes lo que quiere decir eso.
Antes de la definitiva, Vivian fue expulsada dos veces temporalmente del mismo internado donde sus hermanas mayores habían destacado. Durante un tiempo coqueteó con las drogas, pero por fortuna no continuó. Luego empezó la en apariencia constante necesidad de molestar a Anne. Le pedía que la acompañase a comprar ropa y luego se negaba a seguir ninguno de sus consejos.
No terminó la carrera y ningún trabajo le duró más de seis meses. Hacía tiempo le había suplicado a su madre que no le permitiera tener acceso a su fondo fiduciario hasta que cumpliera treinta años. Pero a los veintiuno se hizo cargo de todo, compró aquella casa y desde entonces raras veces la veían o hablaban con ella. Cuando en mayo los llamó por teléfono para invitarlos a una fiesta que iba a dar en su casa, se llevaron una sorpresa mayúscula. Se había casado.
¿Qué se podía decir de Scott Covey? Era apuesto, educado, bastante listo y, desde luego, muy atento con Vivian, que estaba literalmente radiante de felicidad. La única nota discordante la dio un amigo cuando bromeó acerca de un acuerdo prenupcial. A lo cual Vivian repuso, colérica:
No, no tenemos nada de eso. En realidad, cada uno hará testamento a favor del otro.
Graham se preguntó qué podía dejar Scott Covey en herencia. Vivian había insinuado que tenía rentas. Tal vez.
Por una vez, Vivian había dicho la pura verdad. Cambió su testamento el mismo día que se casó, y ahora Scott heredaría todo el dinero del fondo fiduciario, junto con la casa de Chatham. Y llevaban casados doce semanas. ¡Doce semanas!
—Graham —llamó Anne en voz baja.
Alargó el brazo para tocarle la mano.
—Estoy despierto.
—Graham, ya sé que el cuerpo de Vivy estaba destrozado, pero ¿y la mano derecha?
—No lo sé, cariño, ¿por qué?
—Porque nadie ha dicho nada del anillo de esmeraldas. A lo mejor había perdido la mano, pero si no quizá lo tenga Scott. Me gustaría que me lo devolviera. Siempre ha pertenecido a nuestra familia y no puedo imaginarme que lo lleve otra mujer.
—Ya lo averiguaré.
—Graham, ¿por qué nunca pude entenderme con Vivian? ¿En qué me equivoqué?
El la agarró con más fuerza. No podía responderle.
Ese día Anne y él fueron a jugar al golf. Era una terapia física y emocional para los dos. Llegaron a casa a eso de las cinco, se ducharon y él preparó unas copas. Luego dijo:
—Anne, mientras te estabas vistiendo he intentado hablar con Scott. Había un mensaje en el contestador. Está en el barco y volverá a eso de las seis. ¿Por qué no pasamos por allí y le preguntamos acerca del anillo? Luego podemos ir a cenar fuera. —Hizo una pausa—. Quiero decir tú y yo.
—Si el anillo está en su poder, no tiene por qué dárnoslo. Era cosa de Vivian dejárselo a él.
—Si lo tiene le propondremos comprárselo a precio de mercado. Si eso no funciona, le pagaremos lo que pida.
Graham Carpenter esbozó una sonrisa. El modo en que Scott reaccionara ante aquella petición descartaría o corroboraría las sospechas y las dudas que atenazaban su corazón.